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martes, octubre 16, 2007
VIDA URBANA. Ani.
Ani fue una de las primeras chicas en las que me fijé en mi adolescencia. Era delgada, alta, morena, con el pelo muy rizado, y tenía unos ojos oscuros preciosos. Siempre iba muy arreglada, le gustaba vestir bien y sobre todo, algo que a mi me maravillaba, era su saber estar, siempre se encontraba en el sitio idóneo, nunca salía de su boca una palabra mal sonante y trataba a todos y cada uno de nosotros con una educación exquisita.
Ani también fue una de las primeras chicas a las que invité a salir, bueno la invité a venir a una fiesta que daba un amigo en su chalet, y no pudo venir. Más adelante, cuando ya no éramos simples amigos, le propuse formalmente que fuera mi pareja, pero los miedos y sobre todo la distancia que nos separaba, los siete kilómetros que van de mi pueblo al suyo, la hizo tomar una de sus decisiones más difíciles, decirme que no.
Mantuvimos una relación difícil desde aquel desenlace inesperado, un querer y no poder, un difícil juego de miradas y de caricias que no se consumaba nunca porque siempre nos cegaba a ambos aquella fatídica tarde de invierno en que ella me rechazó y luego se pasó varias semanas derramando lágrimas.
Pasó el tiempo y nuestros caminos se separaron. Yo empecé a estudiar fuera y la perdí de vista. Desde ese momento empecé a saber poco de ella, siempre me llegaban noticias por terceros sin ningún tipo de interés.
Pues bien, una vez más el destino caprichoso quiso, como la vida es sorprendente y cualquier situación puede cambiar de un día para otro, regalarnos un fugaz encuentro la otra tarde. Todo fue muy rápido, la película terminaba, los créditos chisporroteaban sobre la pantalla todavía pero las luces de la sala se habían encendido ya. Nos levantamos a la vez, ella y sus amigos estaban detrás de nosotros. No la vi a la entrada, supongo que se sentaron después que nosotros. Yo todavía estaba un poco aturdido ante el estremecedor relato que David Cronemberg nos había ofrecido en sus Promesas del Este, pero al ceder el paso en el pasillo central para abandonar la sala, nuestras miradas se cruzaron unos segundos, unos eternos segundos de reconocimiento y sorpresa para ambos. Todavía sin creerme lo que estaba sucediendo, por inercia salimos del cine tras ellos, y cuando yo no esperaba que ya sucediera nada y todavía rondándome la idea de que no fuera ella, al doblar una esquina, Ani se volvió y nuestros ojos se volvieron a encontrar. Sin lugar a dudas era ella.
Ani, ya no me pareció tan alta, ni tan delgada, pero sus rizos, sus ojos y su media sonrisa seguían en su sitio.
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lunes, septiembre 17, 2007
VIDA URBANA. Pareja rota. Pareja de nuevo.
En realidad lo que sucedió con Jorge se veía venir desde el primer momento. Ni ella era la persona adecuada, demasiado joven y extremadamente superficial, ni él lo suficientemente maduro para darse cuenta de que su relación con Begoña no era más que un simple juego sexual.

Ya no siguen juntos. Para él ha sido una total liberación, se siente libre de nuevo y ha olvidado “todo” lo que tenía que hacer porque si, porque a ella se le antojaba que lo tenía que llevar a cabo por “amor”. Begoña, lo pasó mal al principio, pero creo que se trataba más de disimular que la habían dejado plantada y por eso tenía que derramar unas cuántas lágrimas, que de un sentimiento de corazón roto sincero; nada mas que ver que el primer fin de semana sin pareja, acompañada de sus amigas, por eso de no dejarla sola en casa por si se deprimía, Begoña estuvo con un morenazo de cuidado del barrio de la Serna, de Fuenlabrada.
Jorge me cuenta que quizás se arrepiente un poco de su ruptura, porque se siente solo, pero que cree que también ese fue el gran temor por el que siguieron juntos tanto tiempo, y que en seguida se le olvida la idea sólo de pensarlo fríamente. Las tardes se me hacen eternas – me comenta- pero he vuelto a tener tiempo para mi y para mis cosas, he vuelto a leer, y puedo limpiar el piso como me gusta.
Begoña no para de hablarme de su nuevo moreno, hasta que me harto y mirándola fijamente a los ojos le digo que yo no he venido para eso, que ella quería hablar conmigo de Jorge. Casi sin parpadear me describe mil y una situaciones en las que Jorge la dejó en evidencia en público, o no la trató con respeto, o la contestó mal. Sus palabras suenan vacías, son un goteo incesante de agravios, seguramente ciertos, pero suenan huecos, como medio olvidados y con la intención de enterrarlos para siempre en cuanto yo salga de la cafetería, y pueda hacer una llamada de móvil para que su morenazo de turno, le de lo que quiere.
De todo esto hace un año y yo lo he traído de nuevo al presente porque ayer Jorge me contó que se encontró con Begoña de nuevo, en una librería y que se fueron a tomar algo y terminaron en su apartamento. Y que hoy piensan quedar de nuevo y que preparan un fin de semana de ensueño en Granada. Jorge hasta ahora seguía solo, y salvo algún escarceo esporádico no salía con nadie más o menos en serio. A Begoña la perdí la pista hace unos seis meses, pero me puedo imaginar que hubo más de un morenazo de la zona sur.
¿Y ahora qué? Yo quiero pensar que ambos siguen solos, se sienten solos, y que lo poco que compartieron cuando estaban juntos fue lo único en la vida a lo que pueden agarrarse para no caer en la temible desesperación de la soledad.
Quizás en esto consista la vida en la actualidad y los demás no nos hayamos dado cuenta todavía. O quizás también esta situación se parezca cada vez más a una farsa de los nuevos “nocilla dream”, que confunden conformarse y sobrevivir con libertad y amar. Y sobre todo que no se aguantan a si mismos y tampoco se conocen en profundidad, por eso se aburren de aburrirse y no saben estar solos, porque la soledad o se aprende a convivir con ella o te mata por dentro y te indica lentamente el camino de la desesperación y el fin.
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jueves, agosto 16, 2007
VIDA URBANA. Quizás...
Quizás las casualidades sean un capricho más del destino, pero la verdad es que en muchas ocasiones la sorpresa que uno se lleva es tan grande que se queda perplejo, estupefacto.
El otro día, en medio de una charla informal, descubrí que una compañera de trabajo fue ex-novia de un buen amigo. Mi colega es un tipo elegante, guapo, de los que le gusta cuidarse, y muy refinado: le gusta el arte moderno, la ópera y el cine independiente. Lo podría definir como una persona muy equilibrada, alegre y con unas ganas enormes de disfrutar de la vida.
Bueno, pues el caso es el siguiente: la ex-novia de mi amigo me contó que fueron pareja hace unos seis años, pero que se han visto hace poco. Por lo visto mi colega, en plan Bill Murray en Flores Rotas de Jim Jarmusch, ha decidido reencontrarse con todas sus ex-novias, pero no para ver con cual de ellas tiene un hijo que no conoce, sino para hacerles una especie de cuestionario sentimental, para poder estudiar en que situación sentimental se encuentra en estos momentos y poder sacar conclusiones.
Vamos que lo estoy flipando todavía. Y no entiendo nada. Pero nada de nada.
Quizás algunos, necesitemos un paso por un centro psquiátrico porque hay un problema dentro de nosotros que no se ha solucionado todavía, algo así como lo que viene a decir la canción, "los olvidados" del último trabajo de Sidonie, un disco inmenso por cierto que no debéis perderos y empezar a escuchar ya sin descanso.
Quizás también nos cueste quitarnos la careta de la sonrisa de a diario, para poder ver a las claras y sin tapujos, cual es la realidad que nos rodea.
O quizás se trate del destino.
Quizás.
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domingo, agosto 05, 2007
Por fin de vuelta.
Ya estoy aquí de nuevo.
Han pasado ya unas cuantas semanas sin dar señales de vida y no podía más, algo dentro me pedía que me sentara a escribir unas líneas. Necesitaba volver a estar al otro lado.
Estos días de ausencia han sido intensos, vacaciones cortas como casi siempre, y momentos íntimos inborrables, de esos que nunca vas a olvidar, ni aun queriendo.
No se por donde empezar y quizás sea demasiado atrevido y pretencioso, así todavía en frío, dedicar un "apunte" a todos estos días de ausencia. Ya iremos viendo según pasan los días, pero tengo tantas cosas en la cabeza y tantas ganas de compartir muchas de ellas que va a ser difícil no reventar en el intento.
Gracias por seguir estando ahí.
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miércoles, mayo 16, 2007
VIDA URBANA. Momentos comunes, seres singulares.
A veces, sobre todo, cuando miles de dudas te rodean, te acechan y te convierten en un pasmarote dubitativo que anda más preocupado en ver dónde pisa que en abrazar a la vida cada día, un simple gesto, una insignificante mirada o unas palabras inconexas se pueden convertir en el principio del camino que el destino te tiene reservado. Y en muchas ocasiones ese síndrome de medio imbecilidad, o ese saco de complejos que te persigue sin descanso, te conducen a una situación sin salida y a desaprovechar la ocasión servida en bandeja.
Me gusta observar la soledad. Me fijo en aquellos seres insignificantes a simple vista, esos que no levantan la voz, que no quieren convertirse cada momento en el centro de atención de una multitud, pero que en realidad llevan dentro tantas cosas que cuando su volcán interior entra en erupción, su río de lava es imparable, pero intenso y bello, adorable.
Y muchos os preguntaréis qué narices tiene que ver una cosa con la otra. Pues creo que no hace mucho tiempo tuve la suerte de cruzarme con una persona que podría encajar en cualquiera de los dos párrafos descritos anteriormente. Cruzarme quiero decir que con discreción y astucia pude ser protagonista de la situación que más abajo os ofrezco, en un cómodo segundo plano.
Ella llegaba poco arreglada, con ropa juvenil pero discreta, con cara de sueño, y nunca cruzaba más de tres o cuatro palabras con él. Él, sin embargo era un tío elegante, muy juvenil, pero vestía con clase, se arreglaba mucho, sobre todo el pelo, y mantenía su línea a raya. Él era jovial y simpático, y no podía disimular que estaba enamorado de las mujeres. Ante ella, él era como ante cualquier otra mujer que se cruzase en su camino, atento, gracioso, educado, pero había algo en su mirada que diferenciaba estos encuentros de los demás, no sé muy bien como explicarlo, una complicidad medio escondida pero que convertía cada cruce de miradas en algo especial.
Y pasaban los días, y la situación continuaba más o menos siendo la misma que al principio, salvo porque ella ya le dedicaba alguna palabra más y le regalaba una sonrisa verdadera cada día. Sin novedad en el frente como se suele decir en estos casos. No sucedió nada reseñable durante días, pero yo presentía que algo tenía que acontecer, este equilibrio constante y eterno no era natural. Y el día esperado, llegó.
El tedio, el aburrimiento, quizás la desesperación o el miedo, o yo que sé que resorte interior de ella provocó el inicio del fin. La situación por simple puede definirse como ridícula, pero así aconteció: él se encuentra con ella, es el primer encuentro del día entre ambos, pero ella en esta ocasión parlotea y no para de reir con “el otro”, definámoslo como sujeto nulo, porque es una de esas personas neutras que tras diez minutos de charla estás deseando desaparecer o que la tierra te trague. Él toca su hombro y le ofrece su mejor sonrisa con un inmenso “hola”. Ella ni siquiera se vuelve, ni hay cruce de miradas. Ambos comparten unos segundos de silencio, de ese silencio que da miedo, aquel que sólo se oye en los funerales y en las despedidas sin sonrisas. Él avanza con la cabeza girada, espera, necesita, casi pide a gritos sin abrir los labios, ver sus ojos reflejados en los de ella, pero ese momento no llega. El principio del fin está escrito.
Ella para él ha vuelto a ser una más, la complicidad de su mirada ha desaparecido y quizás algo de orgullo herido hace que él la evite, pero sólo a veces, porque se le ve entero, fuerte: él sigue sonriendo. Ella sin embargo sigue perdida, pero está dolida, su razón no para de repetirle que su tren ya pasó, que se olvide, pero algo muy dentro le susurra que no llore. Hoy ha llorado, su lacrimales la delatan, pero va a seguir haciéndolo durante un tiempo todavía.
Su tren pasó, y no volverá. Lo sé.
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jueves, abril 26, 2007
VIDA URBANA. Destinos y embarazos.
A veces te preguntas porqué una persona se dirige a ti, y te cuenta algo que le ronda la cabeza, que le lleva alterando el sueño durante semanas. Y no llegas a comprender porqué te elige a ti y ese preciso momento en concreto. Y cuando este tipo de situaciones se repiten y no se trata de una simple anécdota, el asunto te empieza a preocupar y algunas preguntas sin respuesta te acechan sin parar.
Recuerdo como si fuera hoy cuando Antonia se acercó a mi con una inmensa sonrisa hace unos cinco años y me invitó a un delicioso desayuno en una cafetería del madrileño Paseo de la Castellana. Era la primera persona, tras su marido, que sabía que estaba embarazada. Tampoco podré olvidar nunca la preocupación que le rodeaba en aquellos momentos tan difíciles por traer al mundo a una criatura. “No quiero que un hijo mío tenga que pasarlo mal en un mundo tan egoísta y tan cruel” decía una y otra vez. Pero sin embargo llevaba dentro de si el germen de una nueva vida que ahora es un niño precioso de cuatro años y medio.
Yo salvo darle la enhorabuena, un abrazo y animarla con una sonrisa inmensa, poco más pude añadir, porque parecía que tenía las cosas muy claras, y como no quería contrariarla de ninguna manera, me mantuve en discreto segundo plano. A ello se unió mi cara de incredulidad, por ser la “segunda” persona que conocía la buena nueva.
Y esta historia quedó medio olvidada hasta que el destino quiso que de nuevo nuestras vidas volvieran a coincidir este año. En esta ocasión Antonia vuelve a estar embarazada, pero sus temores pasados están olvidados y se le queda una carilla de felicidad cada vez que me habla de su hijo que parece que todo lo sufrido para sacarlo adelante ha valido la pena. Me lo comunicó compartiendo una buena mesa, y se me volvió a quedar cara de asombro al recordarme que no había olvidado que yo fui una de las primeras personas (la segunda) en conocer que estaba embarazada la primera vez, y que ella sabía que nos íbamos a volver a encontrar para volver a compartir la noticia de su segundo embarazo en cualquier momento y el lugar menos insospechado.
Otra vez. Yo de nuevo. ¿Por qué?
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lunes, diciembre 26, 2005
VIDA RURAL. ¡Esas otoñales setas!!!
Se trataba de un nuevo día que amanecía entre neblinas y con un rocío que cubría por completo todo el suelo. Era fiesta y serían las ocho de la mañana. El motor del Land Cruiser rompió el silencio de la amanecida. Cauteloso me dirigí a la cañada galiana, todavía desierta, con un zurrón a la espalda y una buena vara de fresno que me ayudaba al caminar.
La pradera se extendía por unos largos kilómetros de un verde que quería romper la monotonía del blanco cegador de la helada nocturna. Las primera sorpresa de la mañana no se hizo esperar mucho tiempo, un corro de unas ocho setitas de cardo se cruzó en mi camino. Todavía recuerdo que una fina capa de hielo cubría por completo su sombrero, marrón, negro pardo.
La mañana se dio bien, el morral iba medio lleno, unos dos kilos de hongos para hacer las delicias de una tarde de setas fritas; con un poco de aceite, una pizca de sal y un sartén bien caliente bastaría. Ya volvía cuando vislumbré a lo lejos una figura humana, otro paseante. La discreción en estos casos es imprescindible y lo más audaz habría sido internarse en el soto bosque para perderme entre las sombras de los fresnos y los olmos. Me pudo más la tentación de añadir alguna otra seta a mi saco.
Hombre chaval, buenos días, ¿qué haces por aquí?, me preguntó el bueno de Guillermo, pastor toda su vida, casado y con tres hijas. Entre media sonrisa le respondí que de paseo. Él se echó a reír, de sobra sabía de dónde venía y qué llevaba en el morral que intentaba esconder entre los pliegues de mi gabán de invierno. Todos sabemos que entre un pescador, un vendedor de leña y un setero hay muchas diferencias, pero lo que todos ellos tienen en común es las mentiras “piadosas” que tienen que decir para darse importancia o para no dar más explicaciones de las debidas.
Guillermo me preguntó que si venía de “las Desillas”, y qué si había visto a alguien por allí. Le contesté que no venía de allí pero que a lo lejos había visto un coche rojo por esa zona. Cambiando de tema, y por si su curiosidad le hacia querer saber algo más de mi “paseo”, le pregunté que qué había puesto en la “porra” del mesón para el “derby” del sábado. Guillermo era del Barcelona, 0-3 me dijo. Yo me eché a reír, era un resultado demasiado abultado, el Madrid jugaba en casa. El domingo me enteré de que se había llevado los sesenta euros del bote.
Ir a coger setas, es un placer de esos que todavía no se pagan con dinero, aparte de darte un buen paseo y respirar aire puro, te llevas algo a casa, un regalo con el que puedes compartir con tu familia o tus amigos una merienda de lujo. Las primeras veces, cuando todavía no sabía diferenciar un pedo de lobo de una senderuela eran frustrantes, pero a fuerza de salir y salir, uno se hace un pequeño experto, y disfruta cada vez que encuentra un ejemplar en condiciones. Es algo difícil de explicar, cuando llegan las primeras lluvias de otoño, algo te recorre de arriba abajo, y cuando empiezas a preparar la mochila y sacas las botas de montaña del fondo del armario, algo sucede, estás ansioso por la infructuosa y precipitada primera salida.
Recuerdo salidas memorables en la lejana y deprimida Molina de Aragón, o las primeras excursiones a por níscalos, que no es lo mismo porque la cantidad de hongos que recoges suele ser inmensa. Pero a pesar de todas estas, recuerdo dos salidas con especial cariño. Una fue con mi abuelo paterno, en junio, totalmente fuera de temporada. Cogimos unos cuatro kilos, fue todo un festín guerrero. ¡Qué risas en medio del monte! Hasta un pastor se acercó oyendo las risotadas. Y el muy, ... vamos un setero en toda regla nos recomendó ir por la parte alta de ladera, que es donde salían las setas según él. Pues nosotros fuimos por la parte de abajo, y vamos si llenamos el talego en un par de horas.
La otra salida que nunca olvidaré, fue cerca de los Pinares del Ducado, en Guadalajara, los que éste verano se quemaron por una imprudencia y por el pasotismo y la ignorancia de unas autoridades que siguen fuera de sitio, pero ocupando su sillón. Era una salida con los amigos de una biblioteca rural al bosque para recolectar unos níscalos y luego por la tarde hacer una buena fritada. Estuvo ella, Merce, y nos hizo la excursión más amena y divertida. Su espíritu sigue allí, estoy seguro, lo presiento. Yo todavía no me he atrevido a volver. Aun así lo sé, está allí.
La pradera se extendía por unos largos kilómetros de un verde que quería romper la monotonía del blanco cegador de la helada nocturna. Las primera sorpresa de la mañana no se hizo esperar mucho tiempo, un corro de unas ocho setitas de cardo se cruzó en mi camino. Todavía recuerdo que una fina capa de hielo cubría por completo su sombrero, marrón, negro pardo.
La mañana se dio bien, el morral iba medio lleno, unos dos kilos de hongos para hacer las delicias de una tarde de setas fritas; con un poco de aceite, una pizca de sal y un sartén bien caliente bastaría. Ya volvía cuando vislumbré a lo lejos una figura humana, otro paseante. La discreción en estos casos es imprescindible y lo más audaz habría sido internarse en el soto bosque para perderme entre las sombras de los fresnos y los olmos. Me pudo más la tentación de añadir alguna otra seta a mi saco.
Hombre chaval, buenos días, ¿qué haces por aquí?, me preguntó el bueno de Guillermo, pastor toda su vida, casado y con tres hijas. Entre media sonrisa le respondí que de paseo. Él se echó a reír, de sobra sabía de dónde venía y qué llevaba en el morral que intentaba esconder entre los pliegues de mi gabán de invierno. Todos sabemos que entre un pescador, un vendedor de leña y un setero hay muchas diferencias, pero lo que todos ellos tienen en común es las mentiras “piadosas” que tienen que decir para darse importancia o para no dar más explicaciones de las debidas.
Guillermo me preguntó que si venía de “las Desillas”, y qué si había visto a alguien por allí. Le contesté que no venía de allí pero que a lo lejos había visto un coche rojo por esa zona. Cambiando de tema, y por si su curiosidad le hacia querer saber algo más de mi “paseo”, le pregunté que qué había puesto en la “porra” del mesón para el “derby” del sábado. Guillermo era del Barcelona, 0-3 me dijo. Yo me eché a reír, era un resultado demasiado abultado, el Madrid jugaba en casa. El domingo me enteré de que se había llevado los sesenta euros del bote.
Ir a coger setas, es un placer de esos que todavía no se pagan con dinero, aparte de darte un buen paseo y respirar aire puro, te llevas algo a casa, un regalo con el que puedes compartir con tu familia o tus amigos una merienda de lujo. Las primeras veces, cuando todavía no sabía diferenciar un pedo de lobo de una senderuela eran frustrantes, pero a fuerza de salir y salir, uno se hace un pequeño experto, y disfruta cada vez que encuentra un ejemplar en condiciones. Es algo difícil de explicar, cuando llegan las primeras lluvias de otoño, algo te recorre de arriba abajo, y cuando empiezas a preparar la mochila y sacas las botas de montaña del fondo del armario, algo sucede, estás ansioso por la infructuosa y precipitada primera salida.
Recuerdo salidas memorables en la lejana y deprimida Molina de Aragón, o las primeras excursiones a por níscalos, que no es lo mismo porque la cantidad de hongos que recoges suele ser inmensa. Pero a pesar de todas estas, recuerdo dos salidas con especial cariño. Una fue con mi abuelo paterno, en junio, totalmente fuera de temporada. Cogimos unos cuatro kilos, fue todo un festín guerrero. ¡Qué risas en medio del monte! Hasta un pastor se acercó oyendo las risotadas. Y el muy, ... vamos un setero en toda regla nos recomendó ir por la parte alta de ladera, que es donde salían las setas según él. Pues nosotros fuimos por la parte de abajo, y vamos si llenamos el talego en un par de horas.
La otra salida que nunca olvidaré, fue cerca de los Pinares del Ducado, en Guadalajara, los que éste verano se quemaron por una imprudencia y por el pasotismo y la ignorancia de unas autoridades que siguen fuera de sitio, pero ocupando su sillón. Era una salida con los amigos de una biblioteca rural al bosque para recolectar unos níscalos y luego por la tarde hacer una buena fritada. Estuvo ella, Merce, y nos hizo la excursión más amena y divertida. Su espíritu sigue allí, estoy seguro, lo presiento. Yo todavía no me he atrevido a volver. Aun así lo sé, está allí.
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domingo, diciembre 04, 2005
VIDA URBANA. Nancy.
El paseo comenzó por el centro, cerca del Museo del Prado. Su nombre era Nancy y llamó mi atención en un semáforo mientras esperaba para cruzar un paso de peatones. Nancy era californiana, hablaba un perfecto castellano, y sus ojos azules tenían un brillo especial, como si se tratara de la mirada de una de las grandes estrellas de Hollywood. Con unos modales exquisitos me preguntó por los horarios del Museo, y que sino me importaba indicarle dónde se encontraban las taquillas.
Yo todavía no había abierto la boca, estaba prendado de sus carnosos labios, y mis ojos se dirigían una y otra vez a un escote prominente y escandalosamente provocador. Al fin, y con el mapa de bolsillo de Nancy entre mis manos, le indiqué la zona del museo dónde podía adquirir las entradas. Hice una marca roja, bien visible.
Mientras los dos cruzábamos el majestuoso Paseo del Prado, con los ardientes vehículos acechando tras un gruesa línea blanca y a la espera de la luz verde que les cediera el paso, se me ocurrió proponerle a Nancy acompañarla hasta las mismas taquillas. Ella dobló la apuesta y me propuso tomar un breve café, si mi tiempo me lo permitía. Tenía que volver a casa a comer, la comida de mi madre, exquisita, me esperaba. Hice una llamada al hogar y degusté un cremoso café en una soleada terraza madrileña, con una californiana enfrente mío.
Nancy era soltera, estudiaba Historia del Arte, y estaba de vacaciones por Europa. Tenía previsto visitar Roma y después París. Hoy era su último día en Madrid. Su familia, de ascendencia argentina, llegó a California en los años 30, y allí instaló una cadena de asadores de carne que eran conocidos en toda la costa oeste. Nancy estaba enamorada del Arte y de la cultura occidental de la Vieja Europa, por esto estaba aquí, para sentirla en vivo y en directo.
Ambos apuramos nuestros cafés. Nancy quería perderse por las salas del Prado, y yo quería arrastrarla hasta las sábanas del hotel más cercano. Pudo más su pasión por Velázquez que mis insinuaciones placenteras del embrujo del sexo mediterráneo. Hubo un beso de despedida, probé sus labios carnosos una única vez, el resto, su cuerpo, su secreto americano, se lo llevó consigo misma para siempre.
Todavía hechizado por la magia de la escena, sorprendido por la perplejidad de la situación vivida, y dando las gracias a la Providencia, regresé a Atocha a pié, a buen ritmo. Enseguida la marabunta del andén me introdujo en un convoy. El tren se puso en marcha, próxima estación, ¿el hogar? ¿Quién lo podría asegurar? Caprichoso Destino.
Yo todavía no había abierto la boca, estaba prendado de sus carnosos labios, y mis ojos se dirigían una y otra vez a un escote prominente y escandalosamente provocador. Al fin, y con el mapa de bolsillo de Nancy entre mis manos, le indiqué la zona del museo dónde podía adquirir las entradas. Hice una marca roja, bien visible.
Mientras los dos cruzábamos el majestuoso Paseo del Prado, con los ardientes vehículos acechando tras un gruesa línea blanca y a la espera de la luz verde que les cediera el paso, se me ocurrió proponerle a Nancy acompañarla hasta las mismas taquillas. Ella dobló la apuesta y me propuso tomar un breve café, si mi tiempo me lo permitía. Tenía que volver a casa a comer, la comida de mi madre, exquisita, me esperaba. Hice una llamada al hogar y degusté un cremoso café en una soleada terraza madrileña, con una californiana enfrente mío.
Nancy era soltera, estudiaba Historia del Arte, y estaba de vacaciones por Europa. Tenía previsto visitar Roma y después París. Hoy era su último día en Madrid. Su familia, de ascendencia argentina, llegó a California en los años 30, y allí instaló una cadena de asadores de carne que eran conocidos en toda la costa oeste. Nancy estaba enamorada del Arte y de la cultura occidental de la Vieja Europa, por esto estaba aquí, para sentirla en vivo y en directo.
Ambos apuramos nuestros cafés. Nancy quería perderse por las salas del Prado, y yo quería arrastrarla hasta las sábanas del hotel más cercano. Pudo más su pasión por Velázquez que mis insinuaciones placenteras del embrujo del sexo mediterráneo. Hubo un beso de despedida, probé sus labios carnosos una única vez, el resto, su cuerpo, su secreto americano, se lo llevó consigo misma para siempre.
Todavía hechizado por la magia de la escena, sorprendido por la perplejidad de la situación vivida, y dando las gracias a la Providencia, regresé a Atocha a pié, a buen ritmo. Enseguida la marabunta del andén me introdujo en un convoy. El tren se puso en marcha, próxima estación, ¿el hogar? ¿Quién lo podría asegurar? Caprichoso Destino.
jueves, diciembre 01, 2005
El amor es libre.
[Hacia mucho que Kimbisa no nos visitaba. Dicen que lo bueno se hace esperar. Esta carta enamorada es el regalo que nos ofrece por nuestra paciente espera. La hermosura que emanan sus palabras, simples, sinceras, justas, enternece, aflige, pero a la vez denotan esperanza, quieren dar una salida a un siempre duro adiós. La esperanza del amor, la libertad de la vida.]
“El amor es libre, la libertad es amor” John Lennon.
Te escribo porque necesito que vuelvas a recoger la nada con que sembraste mi existencia.
Hablaste; pero el dueño de las palabras no se dignó a ofrecerme ni el mas leve murmullo. La gélida tristeza robó todas mis sonrisas y heló mis lágrimas en un cristal a través del que te vi partir.
El miedo se ha hecho tan fuerte que como cancerbero guarda las puertas de mi corazón. Alguien llama, pero yo no se indicarle el camino porque sólo tú sabes la ruta hacia el paraíso, ese lugar de cuya existencia ahora dudo pero por el que tantas veces contigo paseé.
Las estaciones se llevaron el tiempo y un día el seco aire del desierto me trajo el mensaje: otro aroma baña tu piel, dejó el silencio e hizo un laberinto de aquel bello jardín.
Y en mi corazón los recuerdos se empeñaron en erguir una fortaleza y llenaron un gran foso con todas las lágrimas que mis ojos no dejaron caer.
Ahora vuelvo a ti, porque una vez más necesito tu ayuda, necesito oir de tu boca que no podré cruzar nunca el abismo que nos separa, que no volveré nunca a acercarme a tu camino.
Dime que sacarte de mi vida es sólo decidirlo, que tu brillo se apagará para poder alcanzar la luz de una nueva estrella. Quiero que mi pecho deje de gritar tu nombre, que mis ojos dejen de ver tu cálida sonrisa y que el recuerdo de tu tacto no vuelva nunca a erizarme la piel.
Necesito que alguien aleje la inseguridad y la incertidumbre de tu ausencia.
No sé si en tu carta encontraré respuestas o la solución al hecho de que no sé pensar de otra manera en ti y de que me siento capaz de sentir algo distinto de lo que siento.
Espero tus noticias y espero que sus palabras me traigan libertad.
Kimbisa.
“El amor es libre, la libertad es amor” John Lennon.
Te escribo porque necesito que vuelvas a recoger la nada con que sembraste mi existencia.
Hablaste; pero el dueño de las palabras no se dignó a ofrecerme ni el mas leve murmullo. La gélida tristeza robó todas mis sonrisas y heló mis lágrimas en un cristal a través del que te vi partir.
El miedo se ha hecho tan fuerte que como cancerbero guarda las puertas de mi corazón. Alguien llama, pero yo no se indicarle el camino porque sólo tú sabes la ruta hacia el paraíso, ese lugar de cuya existencia ahora dudo pero por el que tantas veces contigo paseé.
Las estaciones se llevaron el tiempo y un día el seco aire del desierto me trajo el mensaje: otro aroma baña tu piel, dejó el silencio e hizo un laberinto de aquel bello jardín.
Y en mi corazón los recuerdos se empeñaron en erguir una fortaleza y llenaron un gran foso con todas las lágrimas que mis ojos no dejaron caer.
Ahora vuelvo a ti, porque una vez más necesito tu ayuda, necesito oir de tu boca que no podré cruzar nunca el abismo que nos separa, que no volveré nunca a acercarme a tu camino.
Dime que sacarte de mi vida es sólo decidirlo, que tu brillo se apagará para poder alcanzar la luz de una nueva estrella. Quiero que mi pecho deje de gritar tu nombre, que mis ojos dejen de ver tu cálida sonrisa y que el recuerdo de tu tacto no vuelva nunca a erizarme la piel.
Necesito que alguien aleje la inseguridad y la incertidumbre de tu ausencia.
No sé si en tu carta encontraré respuestas o la solución al hecho de que no sé pensar de otra manera en ti y de que me siento capaz de sentir algo distinto de lo que siento.
Espero tus noticias y espero que sus palabras me traigan libertad.
Kimbisa.
sábado, noviembre 26, 2005
VIDA RURAL. Un regalo de los Dioses, un kiosco.
No me acuerdo con exactitud de la primera vez que un periódico cayó en mis manos. Debió de ser a una edad muy temprana porque en mi casa siempre recuerdo montones de diarios apilados uno tras otro en la mesita que está cerca de la estufa de leña. Todavía se hacinan allí cada semana.
Ya si recuerdo los tiempos grandes de El País, el primero que me viene a la memoria, y su fantástico Pequeño País, que yo devoraba cada domingo. Luego llegó el Diario 16, el gran El Independiente que sólo salía dos días por semana, y que más tarde se convirtió en diario, en un gran e inolvidable periódico. Después del cierre de estas dos cabeceras en los tiempos del implacable y corrupto felipismo, llegó El Mundo, un periódico nuevo, moderno, innovador, ya entrañable e inseparable de mis ratos de información cada mañana en el tren.
Hubo intervalos de tiempo en los que volvió a mi El País, en los duros días de la segunda Guerra del Golfo, pero fueron breves e insatisfactorios. También llegaron unos meses en los que La Vanguardia me acompañaba tras el café de mediodía, pero fue algo accidental, regalaban el diario en mi trabajo.
También tuvieron su hueco los diarios deportivos, en mi primigenia adolescente, ese Marca de todos los lunes, o aquel proyecto propio de un Lope de Aguirre provinciano que fue el Nueva Alcarria Deportivo, cuando el CB Guadalajara ascendió a la Liga ACB por méritos propios pero que por falta de patrocinadores se quedó donde estaba y sigue, en la nada.
El papel prensa me rodeará para siempre, estoy seguro que aunque llegue un momento en que no pueda ver, pediré a la persona más cercana que tenga en ese momento, que lea para mi los titulares del día, o a los columnistas que ponen en solfa jornada tras jornada al país, o que repase para mi las noticias culturales más relevantes, sobre todo las de teatro y cine de estreno.
Todo esto viene a cuento de que en mi pequeña e irredenta aldea han abierto un kiosco. El anhelo de toda mi vida, lo que nunca terminaba de instalarse y hacerse una realidad; llegaron las terrazas de verano, la pantallas grandes de TV para ver el fútbol los domingos, la biblioteca municipal, y otras tantas cosas. Nada de esto me conmovió de tal manera como la llegada de la “tienda de los periódicos” como yo decía de pequeño. Viví el momento del “plantado” del kiosko en la plataforma de hormigón, acompañé a Pilar, su dueña, en el día de la inauguración, venciendo un día infernal de otoño de lluvia y frío. Comuniqué a decenas de personas la noticia, nunca había repetido tantas veces un mismo argumento, algo dentro de mi se sentía plenamente satisfecho y sentía la necesidad de compartirlo con el resto. Gracias. Suerte. Larga vida por muchos años.
Ya si recuerdo los tiempos grandes de El País, el primero que me viene a la memoria, y su fantástico Pequeño País, que yo devoraba cada domingo. Luego llegó el Diario 16, el gran El Independiente que sólo salía dos días por semana, y que más tarde se convirtió en diario, en un gran e inolvidable periódico. Después del cierre de estas dos cabeceras en los tiempos del implacable y corrupto felipismo, llegó El Mundo, un periódico nuevo, moderno, innovador, ya entrañable e inseparable de mis ratos de información cada mañana en el tren.
Hubo intervalos de tiempo en los que volvió a mi El País, en los duros días de la segunda Guerra del Golfo, pero fueron breves e insatisfactorios. También llegaron unos meses en los que La Vanguardia me acompañaba tras el café de mediodía, pero fue algo accidental, regalaban el diario en mi trabajo.
También tuvieron su hueco los diarios deportivos, en mi primigenia adolescente, ese Marca de todos los lunes, o aquel proyecto propio de un Lope de Aguirre provinciano que fue el Nueva Alcarria Deportivo, cuando el CB Guadalajara ascendió a la Liga ACB por méritos propios pero que por falta de patrocinadores se quedó donde estaba y sigue, en la nada.
El papel prensa me rodeará para siempre, estoy seguro que aunque llegue un momento en que no pueda ver, pediré a la persona más cercana que tenga en ese momento, que lea para mi los titulares del día, o a los columnistas que ponen en solfa jornada tras jornada al país, o que repase para mi las noticias culturales más relevantes, sobre todo las de teatro y cine de estreno.
Todo esto viene a cuento de que en mi pequeña e irredenta aldea han abierto un kiosco. El anhelo de toda mi vida, lo que nunca terminaba de instalarse y hacerse una realidad; llegaron las terrazas de verano, la pantallas grandes de TV para ver el fútbol los domingos, la biblioteca municipal, y otras tantas cosas. Nada de esto me conmovió de tal manera como la llegada de la “tienda de los periódicos” como yo decía de pequeño. Viví el momento del “plantado” del kiosko en la plataforma de hormigón, acompañé a Pilar, su dueña, en el día de la inauguración, venciendo un día infernal de otoño de lluvia y frío. Comuniqué a decenas de personas la noticia, nunca había repetido tantas veces un mismo argumento, algo dentro de mi se sentía plenamente satisfecho y sentía la necesidad de compartirlo con el resto. Gracias. Suerte. Larga vida por muchos años.
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jueves, octubre 20, 2005
Doctor Brigato. Escribir hoy en día, cuatro ideas.
Escribir, ardua tarea en los tiempos de lo visual que nos rodean. Es muy difícil hoy en día encontrar a algún joven que te diga que una de sus aficiones es sentarse en una mesa, ya sea con una pluma y un cuaderno o delante de un ordenador, y dejando correr su imaginación, cruce tres ideas con palabras. Es una verdadera pena, o no, pero he de reconocer que yo me incluyo dentro de ese reducido grupo. Debo de ser un "bicho raro" dentro de una sociedad fascinada por la imagen, pero el placer de poder expresar hasta mis sentimientos más profundos mediante palabras no me lo va a robar nadie.
Preguntarse que porqué uno escribe hoy en día, puede parecer "algo" pasado de moda, un poco retro, pero todavía existe mucha gente que intenta alzar su voz crítica por medio de palabras, y por lo tanto no debe de ser tan descabellado proponer este tema. Y si es descabellado, da igual. Para todos aquellos que sientan un placer inmenso al rasgar una hoja de papel con la punta metálica de una estilográfica, van dedicadas estas cuatro líneas.
Los primeros pasos son lo más complicados. Escribir es difícil. Como cualquier otra experiencia nueva en la vida, al principio uno se siente desamparado, temeroso, solo, pero poco a poco se va convirtiendo en un verdadero vendaval interior imposible ya de detener. Mario Vargas Llosa, sostiene que para ser escritor hay que nacer, pero que para que ese don se convierta en realidad, hay que trabajar día a día, leyendo muchísimo y sobre todo escribiendo una barbaridad, prácticamente exige dedicación exclusiva.
Uno escribe porque siente que tiene que comunicar algo a todos los demás que le rodean y la mejor manera de hacerlo, "su mejor manera", no es otra que mediante la letra impresa. Según Ernesto Sábato la literatura sirve para mostrar al mundo los pequeños momentos de la vida en los que aparece la felicidad y de esta forma compartirlos con el resto de mortales. En este sentido un escritor, ¿por qué no?, debe de tener una sensibilidad especial, para saber diferenciar esos pequeños momentos que realmente valen la pena y desechar por completo la idea de buscar la felicidad absoluta sin éxito durante toda la existencia.
Cuando uno da a luz un pequeño relato, un cuento, un esbozo de novela, etc., siente que algo de su interior, quizás hasta de lo más íntimo, se le ha marchado; pero luego cuando lo relee varias veces se da cuenta de que lo está compartiendo de la mejor manera que sabe y con sus más fieles compañeros de viaje: sus lectores. Alesandro Baricco durante la rueda de prensa para la presentación de su novela "Seda", defendió que él contaba en Seda una "historia", que de ninguna otra manera podría haber visto la luz. Le quemaba las entrañas día a día, pero sin esa sucesión de palabras que es su "historia", no se podría haber hecho realidad. El escritor necesita contar "sus historias", es una necesidad vital, como el comer, el dormir o el amar.
¿Qué se pretende al narrar? La pregunta del millón, y tan complicada de responder. Algunos autores consideran que la función de su literatura es entretener, que luego la grandeza de la obra está en si ha sabido comunicar de la mejor forma posible lo que intentaba desde un principio. Juan Goytisolo define además al escritor como un ser crítico, libre y comprometido con su tiempo, con la sociedad que le rodea y sobre todo veraz e incorruptible. Todo esto debe reflejarse en sus textos de manera tangible, porque sino se convertirá en un titiritero farsante, como tantos de los que hoy en día nos rodean, que en busca de la fama se venden al mejor postor.
Ánimo a todos aquellos que empiezan y que estas cuatro pinceladas les sirvan de aliento para los momentos difíciles, que siempre te acechan, se acercan sigilosos, unas veces te rodean, otras se alejan, pero siempre se encuentran cerca. Espero que estas líneas también den constancia de que no están solos, de que el inmenso placer por escribir, el que no lo aprovecha, se lo pierde, como tantos otros, la magia de una sala oscura en el teatro, la soledad de un poema en una tarde desapacible en invierno…
Doctor Brigato.
Preguntarse que porqué uno escribe hoy en día, puede parecer "algo" pasado de moda, un poco retro, pero todavía existe mucha gente que intenta alzar su voz crítica por medio de palabras, y por lo tanto no debe de ser tan descabellado proponer este tema. Y si es descabellado, da igual. Para todos aquellos que sientan un placer inmenso al rasgar una hoja de papel con la punta metálica de una estilográfica, van dedicadas estas cuatro líneas.
Los primeros pasos son lo más complicados. Escribir es difícil. Como cualquier otra experiencia nueva en la vida, al principio uno se siente desamparado, temeroso, solo, pero poco a poco se va convirtiendo en un verdadero vendaval interior imposible ya de detener. Mario Vargas Llosa, sostiene que para ser escritor hay que nacer, pero que para que ese don se convierta en realidad, hay que trabajar día a día, leyendo muchísimo y sobre todo escribiendo una barbaridad, prácticamente exige dedicación exclusiva.
Uno escribe porque siente que tiene que comunicar algo a todos los demás que le rodean y la mejor manera de hacerlo, "su mejor manera", no es otra que mediante la letra impresa. Según Ernesto Sábato la literatura sirve para mostrar al mundo los pequeños momentos de la vida en los que aparece la felicidad y de esta forma compartirlos con el resto de mortales. En este sentido un escritor, ¿por qué no?, debe de tener una sensibilidad especial, para saber diferenciar esos pequeños momentos que realmente valen la pena y desechar por completo la idea de buscar la felicidad absoluta sin éxito durante toda la existencia.
Cuando uno da a luz un pequeño relato, un cuento, un esbozo de novela, etc., siente que algo de su interior, quizás hasta de lo más íntimo, se le ha marchado; pero luego cuando lo relee varias veces se da cuenta de que lo está compartiendo de la mejor manera que sabe y con sus más fieles compañeros de viaje: sus lectores. Alesandro Baricco durante la rueda de prensa para la presentación de su novela "Seda", defendió que él contaba en Seda una "historia", que de ninguna otra manera podría haber visto la luz. Le quemaba las entrañas día a día, pero sin esa sucesión de palabras que es su "historia", no se podría haber hecho realidad. El escritor necesita contar "sus historias", es una necesidad vital, como el comer, el dormir o el amar.
¿Qué se pretende al narrar? La pregunta del millón, y tan complicada de responder. Algunos autores consideran que la función de su literatura es entretener, que luego la grandeza de la obra está en si ha sabido comunicar de la mejor forma posible lo que intentaba desde un principio. Juan Goytisolo define además al escritor como un ser crítico, libre y comprometido con su tiempo, con la sociedad que le rodea y sobre todo veraz e incorruptible. Todo esto debe reflejarse en sus textos de manera tangible, porque sino se convertirá en un titiritero farsante, como tantos de los que hoy en día nos rodean, que en busca de la fama se venden al mejor postor.
Ánimo a todos aquellos que empiezan y que estas cuatro pinceladas les sirvan de aliento para los momentos difíciles, que siempre te acechan, se acercan sigilosos, unas veces te rodean, otras se alejan, pero siempre se encuentran cerca. Espero que estas líneas también den constancia de que no están solos, de que el inmenso placer por escribir, el que no lo aprovecha, se lo pierde, como tantos otros, la magia de una sala oscura en el teatro, la soledad de un poema en una tarde desapacible en invierno…
Doctor Brigato.
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sábado, julio 16, 2005
¿DÓNDE ESTÁS JOYCE, CORAZÓN?

Hoy Kenia llena una página en un diario de tirada nacional, pero no se habla sobre sus entrañables gentes, o sobre su exuberante vegetación, o su increíble fauna. Tampoco sobre sus playas color turquesa, o sobre su exquisita gastronomía.
En Turbi, una aldea al nordeste de Kenia, cerca de Marsabit, una lucha entre tribus rivales, se ha cobrada la vida de 76 personas, en su mayoría mujeres y niños, según relata un misionero que trabaja en la zona y ha sido testigo de lo sucedido.
Hace unos meses tuve el placer de compartir unos meses de mi vida en Kenia con sus gentes. Fueron setenta y cinco días intensos e inolvidables, el suficiente tiempo como para tomar el pulso al país, a sus ciudadanos, para salirse de los itinerarios turísticos y saborear de veras lo genuino del África ecuatorial.
Entre muchos recuerdos imborrables, guardo con especial cariño, un día que fui
mos de excursión a Tahita Hills, recorriendo una senda, en medio de una inquietante vegetación, hasta llegar a una impresionante caída de agua cristalina. El camino de subida estaba jalonado de pequeñas aldeas. Aquel día debía de ser festivo para los escolares porque todos los niños estaban en los poblados, y se unían a nuestra comitiva a modo de profesión. Todo el camino fue una algarabía constante y risas y buen humor por todos los lados. Al final llegamos a la cascada rodeados de unos cincuenta niños.
Joyce apareció sin querer, pero se agarró a mi mano y parecía que no quería soltarse nunca. Tenía unos cuatro o cinco años, no más, llevaba el pelo muy cortito y una falda roída de color gris muy oscuro. Sus ojos estaban expectantes, no parpadeaban cada vez que me dirigía a ella, y cuando su timidez lo permitía me contestaba en un perfecto inglés con un entrañable acento africano muy melodioso. No se separó de mi durante toda la excursión, su débil manita estaba pegada a la mía, sólo se separaba de ella cuando sus hermanas mayores se la arrebataban, pero en seguida se las arreglaba para tenerme cerca lo más pronto posible.
Cuando regresábamos, el guía, nos dijo que se sentía muy agradecido, porque aunque a nosotros nos hubiera parecido un día más, que no lo fue, para todos esos niños, había sido quizás el día más feliz que fueran a tener en toda su vida. Los niños en África no juegan, no saben, en cuanto pueden trabajar, en el mejor de los casos, lo hacen, y su inocencia se ve pervertida para siempre.
Recuerdo que hubo una despedida difícil. Ya era tarde, bajábamos por la colina, en una especie de nube, sobrecogidos por el cariño de los niños, y por la sensación medio agridulce del adiós que se acercaba. Joyce seguía cogida de mi mano, y no paraba de saltar en cada pequeño montículo que nos cruzábamos en el camino. El momento más duro se acercaba, oías sus susurros cerca de mi nuca. En un momento dado, las hermanas de Joyce se desviaron de nuestra senda, Joyce tiraba de mi hacia ese lado, pero yo me resistía. Me paré en seco y miré a Joyce, sus ojillos oscuros y entrañables, empezaban a estar enrojecidos, una pequeña lágrima sobresalía en uno de sus lacrimales. Me miro, temblorosa, sus palabras se truncaban entre profundos suspiros, su carita de ángel, estaba cubierta de lágrimas, pero pude entender: “¿por qué te vas?”. Tengo clavada en mi corazón esa expresión, todavía me sobrecoge. La cogí entre mis brazos, la abrace y besé su pequeña cabecita. Sus brazos no me abarcaban, pero sus deditos intentaban juntarse tras mi espalda. Fue un abrazo emotivo, enternecedor, inolvidable. Me marché. Me volví dos veces y Joyce seguía en el mismo sitio donde la dejé, se secaba las lágrimas, pero seguía mi rastro con sus ojillos. La última vez que eché la mirada atrás me despedía con una mano en alto y su eterna sonrisa había vuelto a aparecer.
Ahora llegan noticias trágicas de ese rincón de África. Muy cerca en el 1994 se produjo la masacre de Ruanda. También no lejos está Darfur, en Sudán. ¿Dónde estás Joyce, corazón?
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