domingo, abril 30, 2017

1000 razones para no dejar de leer. El cero y el infinito de Arthur Koestler.

"Rubachof: es necesario hacer que cada frase penetre en el espíritu de las masas, a fuerza de repeticiones y simplificaciones. Lo que se les presente como bueno debe brillar como el oro; lo que se les presente como malo debe de ser negro como el ébano. Para ser asimilados por las masas, los fenómenos políticos deben estar coloreados, como los muñequitos de caramelo de las ferias".

El cero y el infinito de Arthur Koestler. [1940].

TEATRO. La cena del rey Baltasar. "De cómo el halago y el compadreo pueden arruinar un espectáculo".

Autor: Pedro Calderón de la Barca.
Versión de Carlos Tuñón.
Con: Jesús Barranco, Enrique Cervantes, Alejandro Pau, Kev de la Rosa, Rubén Frías y Nacho Sánchez.
Dirección: Carlos Tuñón.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 22 de abril de 2017.



No se prodigan en la cartelera madrileña los autos sacramentales. Baste como ejemplo citar el que la Compañía Nacional de Teatro Clásico, llamada a velar por la pervivencia de nuestro teatro áureo, sólo ha programado en las últimas veinte temporadas una versión de El gran teatro del mundo, en 2012. (En Guadalajara, ni te cuento, hay que remontarse a 1998, en la Muestra Nacional de Teatro de Azuqueca, para datar un montaje de esa misma obra, por cierto, un espléndido trabajo del TNT dirigido por Etelvino Vázquez).

Así que uno acude al reclamo de este título de resonancias bíblicas casi ansioso por disfrutar de la espectacularidad barroca, de la pericia de la que hace gala Calderón para convertir en personajes a entidades abstractas, de su habilidad constructiva para hacer digeribles los más abstrusos problemas filosófico teológicos, o de la exuberancia del verso y la imaginería culteranas en la que el autor codifica los más oscuros símbolos y alegorizaciones.

Y cabe decir que a ratos, uno encuentra eso que venía buscando y reconoce el ingenio, el donaire o las chanzas de la figura del Pensamiento (Rubén Frías) en contraste con la severidad de juicio de Daniel (Enrique Cervantes), su fe inconmovible y el talante imperioso con que censura el comportamiento sacrílego y las costumbres licenciosas de Baltasar (Jesús Barranco) o con el que sujeta el brazo ejecutor de la Muerte (Nacho Sánchez). Y sentimos, asimismo, la presencia amenazadora de esta última, señora de las sombras, ante la que tiemblan todos los mortales y el espanto y el desasosiego que infunde en el ánimo del rey el mero recordatorio de su finitud (“Para acordarle no más / que es mortal, de mi rigor / sola una vislumbre basta / …). Y nos atrae la carnalidad perturbadora de muchas escenas en las que seductoras e impúdicas encarnaciones de la Vanidad (Alejandro Pau) y de la Idolatría (Kev de la Rosa) adulan y cortejan a un rey ya viejo y caduco dominado por la arrogancia y la concupiscencia.

Lamentablemente, antes de sumergirnos en ese ceremonial barroco de diálogo de conceptos y permitirnos experimentar el esplendor del lenguaje calderoniano y la belleza trágica y decadente de algunas escenas, Carlos Tuñón nos somete a una espera de tres cuartos de hora largos mientras son seleccionados los doce convidados de piedra que van a compartir mesa con el rey Baltasar y a participar, supuestamente, en esa suerte de ritual eucarístico que el texto recrea. Una insufrible espera donde los actores coquetean con los espectadores, muchos de ellos amigos o compañeros de profesión en una cháchara intrascendente y que, a juicio de quien esto escribe, no lleva a ninguna parte. Todos ellos, como se suele decir coloquialmente, encantados de haberse conocido.

Quizá se conseguiría una auténtica participación del público si se limitara el aforo total a los invitados a la mesa, como hacen Stefano Pasquín y Paola Berselli del Teatro delle Ariete, de Bolonia, Italia, en su espectáculo Matrimonio de invierno. Allí si nos sientan a la mesa de su cocina y nos invitan a comer (sic) a la luz de las velas mientras comparten con nosotros, distendidamente, en la más estricta intimidad (un aforo de 18 personas) los recuerdos de veinte años de su vida en común en el valle de Ariete donde tiene la granja en la que cuidan de la tierra y de sus animales, llegando a establecerse una genuina corriente de empatía entre todos los participantes.

En nuestro caso, por el contrario, esta participación parece impostada. El compadreo, instituido ya desde el “prólogo”, aflora en distintos momentos de la representación desvirtuando el sentido de muchas escenas, dispersando la atención del espectador y banalizando, reduciendo a la intrascendencia, desactivando incluso, algunos elementos esenciales de crítica ideológica subyacentes en el montaje, por ejemplo los relativos a la simbología eucarística, a la profanación de los vasos del templo por el rey Baltasar o a la comunión sacrílega y a su inmediato castigo, elementos de crítica, como digo, que se diluyen en un -interminable, de nuevo-, fin de fiesta en el que sólo falta la barbacoa y la farlopa para completar el desmadre y el jolgorio en el que estos chicos han convertido el desenlace de la obra, con gritos, carcajadas y trozos de pan volando sobre la cabeza de los espectadores desde la platea hasta los pisos más altos del Corral.

Al final va a tener razón Javier Marías.

Gordon Craig.

La cena del Baltasar. Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

miércoles, abril 26, 2017

1000 razones para no dejar de leer. El cero y el infinito de Arthur Koestler.

"La madurez de las masas consiste en la capacidad de reconocer sus propios intereses. Pero esto presupone cierta comprensión de los procesos de producción y distribución de bienes, pues la capacidad de un pueblo de gobernarse democráticamente es proporcional a su grado de comprensión de la estructura y del funcionamiento conjunto del cuerpo social."

El cero y el infinito de Arthur Koestler. [1940].

domingo, abril 16, 2017

FOTOGRAFÍA. Pequeñas fotografías. Puschkinallee, Berlín.

Pequeñas fotografías. Canon G7X.


Puschkinallee, Berlín, Alemania.

1000 razones para no dejar de leer. Los pueblos de Azorín.

"Y de nuevo ha caído, terrible, un silencio denso en el zaguán. No podíamos decirnos nada. ¿qué íbamos a decirnos? No había necesidad de que habláramos nada. Hay instantes en la vida - cuando os halláis, por ejemplo, al cabo de muchos años, ante una persona que habéis querido -, hay instantes en la vida en que creéis que vais a decir muchas cosas, que vais a expresar multitud de sentimientos tumultuosos, y en que sin embargo, os encontráis con que no se os ocurre ni aun la más vulgar de las palabras...".

Los pueblos de Azorín. [1914].

martes, abril 11, 2017

TEATRO. Shake. Noche de Reyes. "Un Shakespeare vodevilesco y gamberro".

Basada en “Noche de Reyes”, de: William Shakespeare.
Espectáculo en francés y español. Traducción de Marie-Paule Ramo.
Con: Vincent Berger, Delphine Cogniard, Valérie Crouzet, Antonio Gil Martínez y Geoffrey Carey.
Escenografía: Dan Gemmett y Denis Tisseraud.
Dirección: Dan Gemmett.
XXXIV edición del Festival de otoño a primavera.
Madrid. Teatro de La Abadía. 6 de abril de 2017.



Hace unas semanas, a raíz de un artículo muy crítico de Javier Marías contra los supuestos excesos cometidos por algunos directores en sus adaptaciones de textos canónicos, asistimos a una enconada polémica en los medios sobre si es o no legítimo modificar tales textos y hasta qué grado estaría permitido hacerlo sin adulterar su esencia y trastocar el contexto histórico y sociocultural en que se produjeron. Entre otros muchos, creo recodar que citaba como caso extremo un montaje de La vida es sueño, con Blanca Portillo como Segismundo o la Celestina, a la que por esos días estaba dando vida José Luis Gómez.

Calculo que no irá a ver este libérrimo y espléndido montaje de La Noche XII que puede verse estos días en La Abadía porque si no, a buen seguro tendríamos en ciernes alguna de sus diatribas puristas. Y con esto no quiero quitarle del todo la razón a Marías, porque es cierto que amparados en una abusiva interpretación del concepto de la “libertad del creador” muchos directores de escena recurren a títulos y autores con solera -que garantizan un mínimo de taquilla- para hacer unos auténticos bodrios.

En todo caso -por solventar la cuestión suscitada antes de hablar de la obra que nos ocupa-, cabe indicar que se trata de una polémica falsa. Los términos reales de la discusión son si se trata o no de un trabajo riguroso, si el contenido esencial de la obra permanece inalterado y si la perspectiva, el enfoque o el tratamiento dado al material dramático mantienen una coherencia interna entre todos los elementos significantes y una unidad de tono. Los asiduos a la Abadía, sin ir más lejos, con relación a esta misma obra, de la que se han exhibido con este tres montajes con enfoques distintos, habrán podido comprobar lo que digo. (Gerardo Vera en 1996 y Eduardo Vasco en 2012, estupendos trabajos en ambos casos).

Pero vayamos a la obra. La noche XII o también conocida como Noche de Reyes es una de las más divertidas comedias de Shakespeare; de estilo italiano desarrolla el conocido motivo del gran parecido entre dos hermanos gemelos, hombre y mujer, que han de intercambiar sus roles de género para concluir su empresa del reencuentro con final feliz.

La joven y noble Viola arriba a las costas de Iliria tras naufragar el barco en el que viaja con su hermano gemelo Sebastián. Afligida, al creer muerto a Sebastián en el naufragio, pretende conseguir la protección y el consuelo de la condesa Olivia, compañera de infortunio, que vive retirada del mundo y consagrada al recuerdo de su hermano que también acaba de morir. Para ello no encuentra mejor método que entrar al servicio del conde Orsino, a la sazón enamorado de Olivia sin esperanza de verse correspondido. Caracterizada de paje y con el nombre de Cesáreo, Viola se gana la confianza de Orsino quien convierte al falso muchacho en su emisario de confianza para intentar ablandar el corazón de Olivia.

Obvio es decir que el caprichoso destino que gobierna los afectos y los sentimientos de los protagonistas querrá que los acontecimientos discurran por derroteros distintos a los que el duque y las damas Viola y Olivia habían planificado. Los propósitos de Olivia de permanecer un tiempo alejada del mundo se diluyen como un azucarillo ante la primera mirada de Viola/Cesáreo; la vehemente inclinación (“the beating of so strong a passión”) de Orsino hacia Olivia muda de propósito y de objeto amoroso en un abrir y cerrar de ojos para dirigirse a Viola; respecto a Sebastián, a quien por equivocación besa apasionadamente Olivia, pasa rápidamente de la estupefacción a creerse el causante del súbito enamoramiento de la condesa. Eso por no hablar del grotesco y fatuo Malvolio, mayordomo de Olivia, dando pábulo a la burda estratagema fraguada por María, Sir Toby y Sir Andrew, para reírse de él y ridiculizarlo, y que llevan a cabo, por cierto, la burla más cruel de toda la historia de la literatura dramática.

Ya desde el título elegido para el montaje “Shake” (en español “sacudida”, “temblor”, “algo desconcertante”. Pero, por qué no, un hipocorístico para referirse familiarmente al autor SHAKEspeare), Dan Gemmett, nos muestra que está optando por el juego, por la diversión. Está haciendo buena, quizá, la afirmación de Chesterton, a cuenta del puritanismo de la Inglaterra isabelina, de que “no se puede estar trescientos años sin reír”. Así que la costa de Iliria, a donde va a parar Viola, se va a reconvertir en una playa cualquiera de nuestro litoral donde se alinean cinco grandes casetas de baño, que sirven de vestuario y sala de maquillaje en las que los personajes entran y salen para disfrazarse de los múltiples roles que interpretan (cinco únicos actores para una pléyade de nada menos que 18 personajes) ¿Queremos más licencias? Pues bien, Sir Toby y Sir Andrew, vienen representados por un muñeco y su manipulador ventrílocuo; o Feste, el alegre y descarado bufón, es aquí un jubilado inglés tan adicto al té como a la calidez de nuestro clima, apegado a sus discos de vinilo con música setentera y empeñado en contarnos chistes malísimos del típico hipocondríaco que acude al médico ante la menor contrariedad.

En efecto Dan Gemmett ha optado por potenciar la veta lúdica, festiva, de la obra, manteniendo un perfecto equilibrio entre las escenas humorísticas y aquellas en las que aflora la genuina voz del sentimiento, sobre las que se ironiza, también, pero con alarde de sensibilidad y buen gusto. El resultado es un hilarante vodevil trufado de escenas de Music Hall que desencadena la permanente carcajada del respetable. Con algunos pasajes contados, y algunos monólogos dirigidos directamente al público para sintetizar algunas escenas, perviven, empero, multitud de oportunidades para el disfrute de las sutilezas del verbo de Shakespeare, de la belleza de sus versos y de su amplitud y hondura de juicio, todo ello visto siempre a través del prisma de la parodia, que es el tono que impregna toda la puesta en escena y el excepcional trabajo de los actores.

Gordon Craig.

Shake. Teatro de la Abadía.

martes, abril 04, 2017