jueves, octubre 31, 2013

TEATRO. La Gaviota: Dos mundos frente a frente.

De Antón Chejov.
Con: Manuel Tiedra, Raúl Chacón, Rebeca Vecino, Daniel Ghersi, Beatriz Grimaldos, Socorro Anadón y Jaroslaw Bielski.
Dirección: Jaroslaw Bielski.
Madrid. Sala Réplika.

La gaviota ReplikaTeatro-re


Trigorin, escritor maduro de éxito y la actriz Irina Arkadina, su amante, llegan a la casa rural de Sorin, hermano de Irina, para pasar unos días de descanso. Constantin Treplev, hijo de la actriz y escritor en ciernes, vive su particular romance con la soñadora e impulsiva Nina, hija de un rico propietario de la vecindad. Deslumbrada por la fama de Trigorin la joven se enamora de él y le sigue a la ciudad, ante la desesperación de Constantin, para abrirse camino como artista. Pero para Trigorin Nina no es sino una aventura pasajera y pronto volverá con su amante para dejar a la joven abandonada a su suerte. Fracaso tras fracaso, despechada y rota vuelve pasados dos años al entorno paradisíaco donde se forjaron sus sueños, sólo para comprobar amargamente cómo se ha cumplido la profecía implícita en el apunte para un futuro relato esbozado por Trigorin acerca de la gaviota del lago: “trata de una joven como tú -le había revelado Trigorin a Nina ante el cuerpo sin vida de la gaviota que acababa de abatir el irritado Kostia- que ha vivido a la orilla de un lago desde la niñez. Ama el lago igual que la gaviota y es feliz y libre como ella, pero un hombre acierta a pasar por allí, la ve y no teniendo nada mejor que hacer la destruye, lo mismo que a la gaviota”.

Así contada parece una típica historia romántica de seducción y celos con final trágico. Pero Chejov va siempre mucho más allá. La Gaviota no es sólo la crónica de la destrucción de Nina -y la de Treplev, arrastrado por las circunstancias a la frustración y a la desgracia tras verse abandonado por la joven que ama-; su peripecia se inscribe en un conflicto mayor: el enfrentamiento de dos mundos. Un mundo que agoniza, representado por Trigorin, Arcadina o Sorin, miembros de una clase acomodada, y otro que desea abrirse camino a fuerza de sinceridad, de entusiasmo y de empuje juveniles, un mundo nuevo representado por Kostia y por Nina.

Admiro y aplaudo el arrojo de Réplika Teatro para enfrentarse con esta obra de madurez de Chejov (que planteó dudas al mismísimo Stanislavski en el momento de sus estreno) y en la que late toda la capacidad de introspección psicológica del autor y toda su fuerza poética. Pero me resulta difícil valorar en qué medida este montaje da cumplida cuenta del rico y complejo universo sentimental descrito en La Gaviota. Parte de ese entramado de sentimientos y emociones se resiente, por fuerza, debido a los cambios y recortes exigidos por la supresión de varios personajes en la adaptación de Jaroslaw Bielski que, no obstante, respeta los episodios fundamentales del argumento y las líneas principales de conflicto. Queda un tanto mermada la espectacularidad de las escenas, digamos más multitudinarias y el ambiente bullicioso y refinado de las reuniones familiares que muestran esa vida disipada y estéril en que se mueven los personajes, que tanto encandila a Nina y que tanto irrita al impulsivo Kostia. Pese a ello, la escena de la representación de la obra de Kostia del primer acto está brillantemente resuelta. Luego la obra se enfría un tanto y avanza con altibajos hasta el inicio del cuarto acto con el retorno de los personajes a la villa y la aparición de Nina; creo que el reencuentro de la muchacha con Kostia y con todo su pasado mientras contempla el jardín y el escenario desiertos con el lago al fondo es lo mejor de la obra. Ambos personajes crecen y consiguen revelarnos, no sólo en sus palabras, sino sobre todo en la escucha, su turbulento estado anímico, los sentimientos encontrados de amor y odio, de rebeldía, de sufrimiento y de desesperación de Kostia (Raúl Chacón) y el abatimiento extremo, el desamparo, la melancolía y la profunda tristeza de Nina (Beatriz Grimaldos) que alterna momentos de lucidez, en los que la desolación y el remordimiento se apoderan de ella, con estados de enajenación y de locura. Convincente es el funcionario retirado Sorin (Manuel Tiedra) anciano achacoso comprensivo y socarrón. En Trigorin (Jaroslaw Bielski) predomina quizá más la displicencia que el verdadero escepticismo del escritor que está de vuelta de todo; el personaje aparece en exceso apagado y apático. Socorro Anadón encarna con solvencia a la diletante y engreída Arkadina aunque no sé si el inicio del segundo acto, concentrada en su tabla de gimnasia mientras compara su belleza (espejito, espejito, ...) con la ajada y lánguida Masha (Rebeca Vecino) hubiera satisfecho a Chejov, pero de seguro que la invitaría a controlar el temperamento de su personaje y a moderar un tanto sus ocasionales e intempestivos arrebatos de furia.
 
Gordon Craig.


viernes, octubre 25, 2013

TEATRO. La vida es sueño. "Dragones y mazmorras".

De Pedro Calderón de la Barca.
Con: Ernesto Mussano, Guillermo Tassara, Joaquín Tato, Lucía Arias, Clara Chardin y Pablo Maidana.
Diseño de títeres: Florencia Salas.
Objetos: Compañía de titiriteros de la Universidad Nacional de San Martín.
Puesta en escena y dirección: Carlos Almeida.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.


Cuando nos acercamos a las obras señeras de la literatura y del teatro en particular, a las cumbres inmarcesibles en las que brilla el genio de los grandes creadores, nos embarga su extraordinaria habilidad constructiva, la abrumadora fuerza de la idea, la hondura de sus personajes y la belleza y exuberancia del lenguaje; enfrentados a un panorama humano y a un universo estético tan rico y complejo, acaso naufragamos un tanto en la visión del todo y perdemos de vista multitud de facetas que estaban ahí, como las aristas ocultas de un diamante en bruto esperando la mano del tallista experto que sabe descubrirlas y exponerlas a nuestra contemplación. Cada nuevo montaje de la obra desvela aspectos desconocidos del contenido y de los personajes o arroja nueva luz sobre los mismos al cambiar el punto de vista o los intereses de los directores que se acercan a ella. Pero quizá sea en las interpretaciones más irreverentes o en las lecturas más iconoclastas -como en el caso que nos ocupa, con el argumento y la trama reducidos a los términos esenciales del conflicto y con los personajes materializados en títeres de extraña apariencia bestial-, donde ese proceso de desvelamiento nos depara las mayores sorpresas.

Confiesa Carlos Almeida que el desencadenante del proceso creativo que ha dado lugar a su montaje de La vida es sueño fue la contemplación de una foto de un preso de Guantánamo, de rodillas, esposado y con una mascarilla cubriéndole el rostro. Ello quizá no explique todas las decisiones en el orden de la dramaturgia y de la puesta en escena que están detrás de este espectáculo de tan intenso dramatismo y de tan rara y enigmática belleza plástica. Pero ¡qué sabemos nosotros de los mecanismos de asociación de ideas! Lo que importa es que esa contemplación súbita de la tortura y de la privación de libertad, hacen quizá más comprensible la figura del personaje dramático de Segismundo, más acuciante dar testimonio de la condición de extrema menesterosidad en que se halla, de la dureza y crueldad, lindante con lo monstruoso, con la que es tratado por su propio padre, temeroso de los hados y presa de la superstición, y justificar, en fin, la violencia y fiereza de sus reacciones. (En algún lugar el príncipe se define a sí mismo como “un compuesto de hombre y fiera”).

Música y ambientación son acordes con el aspecto de estos extraños seres de la estirpe de los dragones que pueblan la escena retrotrayendo la peripecia de Segismundo a un tiempo mítico, legendario, donde fuerzas oscuras parecen oponerse al ejercicio de la razón; pobladores de un universo misterioso que hunde sus raíces en la nebulosa del sueño en un tiempo que está fuera del tiempo y en el que sin embargo, las palabras resuenan con más fuerza que nunca entre los quejidos desgarradores que humanizan al monstruo en su lamento por su carencia de libertad. Y la sonoridad y hondura de los versos calderonianos magníficamente incorporados a la morfología y movimientos de los títeres no se menoscaban un ápice por parecer emitidos por estos extraños seres con cuernos y pico corvo de rapaz, cuello de hidra y enigmática mirada, antes bien ofrecen un espléndido contraste -una vez más la antítesis luz/oscuridad- a lo monstruoso y primitivo de estas bestias que parecen salidas del Averno.

Completamente absorto durante toda la representación el público aplaudió con entusiasmo a la caída del telón. Ganadora merecidamente del primer Certamen Internacional de Teatro Clásico de Almagro Off este mismo año, esta arriesgada y heterodoxa visión de la obra de Calderón constituye un espléndido y prometedor inicio de temporada para el Corral de Comedias.


Gordon Craig.

 La vida es sueño. Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

martes, octubre 22, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Los empresarios catalanes ante Mas o el silencio es oro, por Jesús Cacho.

<< […] Quebec era la región más próspera del Canadá hasta que el movimiento francófono por la independencia empezó a tomar fuerza. Los que conocieron Montreal en los cincuenta la recuerdan como el centro cultural, artístico y financiero de Canadá. Aquel marco es hoy leyenda. Los referendos secesionistas de 1980 y 1995 planteados por el Partido Québécois pusieron en fuga a muchos capitales y lograron trasladar a Toronto buena parte del florecimiento económico y cultural de Montreal, así como a muchas multinacionales y empresas. Quebec, que hoy goza de un grado de autonomía muy alta, ha retrocedido en términos de empleo y renta disponible, una pérdida de riqueza que se concreta en que una propiedad de similares características valga bastante menos en Montreal que en Toronto, y otro tanto ocurra con los salarios. […] >>

Los empresarios catalanes ante Mas o el silencio es oro, por Jesús Cacho en Vozpópuli.

 

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jueves, octubre 17, 2013

TEATRO. El Decamerón negro. "Historias de la tierra sin sombra".

De Santiago Sánchez y Hassane Kassi Kouyaté.
Espectáculo concebido a partir de la recopilación de historias eróticas africanas de Leo Frobenius.
Con: Claudia Coelho, Yolanda Eyama, Gorsy Edu, Sara Nieto y José Juan Rodríguez.
Dirección: Santiago Sánchez y Hassane Kassi Kouyaté
Teatro Salón Cervantes.


 Leo Víctor Frobenius fue un eminente y controvertido etnólogo y arqueólogo alemán de principios del siglo pasado que dedicó gran parte de su vida al estudio del origen de las culturas africanas. Entre los numerosos libros fruto de ese trabajo se encuentra El Decamerón negro, compendio de historias eróticas africanas a partir del cual Santiago Sánchez (fundador de la compañía L’Om-Imprebís) y Hassane Kassi Kouyaté (colaborador de Peter Brook durante su etapa en la compañía Les Bouffes du Nord) han elaborado el estimulante y desenfadado montaje que comentamos, en el que el relato oral se combina con elementos del music hall y del espectáculo cabaret.

Se trata de un breve aunque ambicioso recorrido por el proceloso piélago del erotismo y de la sensualidad, por el intrincado y misterioso universo del deseo, en cuyo itinerario descubrimos las múltiples formas en que en diversas culturas a lo largo de los tiempos se ha venido manifestando la misma, perenne e irrefrenable atracción de los sexos: desde la ingenua sorpresa ante la contemplación del cuerpo del otro o los primeros contactos furtivos a las expresiones consumadas de una sexualidad plena hetero u homoerótica.

El espectáculo discurre a buen ritmo aunque con inevitables altibajos, debido a la mezcolanza de fuentes de inspiración de las que nutre; a la fascinación de las historias iniciales inspiradas en los mitos fundacionales sobre el origen y la separación de los sexos en las tribus del África central o sobre arcaicos rituales de iniciación sucede una amalgama heteróclita de historias que van desde las más exquisitas referencias a la poesía renacentista, hasta las anécdotas más subidas de tono sobre la morfología y atributos del sexo pasando por las pícaras alusiones al ceremonial del cortejo y la seducción o a la eterna rivalidad entre hombres y mujeres.

La música étnica afrocubana, la danza y un elenco multirracial añaden al espectáculo un punto de exotismo que estimula nuestra imaginación. Rotas, afortunadamente, las barreras, prejuicios y tabúes que llevó aparejado tiempo atrás el descubrimiento de la negritud, ahora podemos entregarnos con fruición a las más caprichosas fantasías que disparan el esplendor y la voluptuosidad de los cuerpos sudorosos, el insinuante e impetuoso ritmo de la percusión, la velada sugerencia, o el guiño de complicidad que llegan del escenario, del lado de acá de la débil línea que a veces separa el erotismo de la pornografía. “Habitantes de las opuestas playas”, como escribía Dante, seducidos, de nuevo, por “los vientos de la tierra sin sombra”.

Gordon Craig.

El decamerón negro en los Teatros del Canal.

martes, octubre 15, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Los ojos de Roman Vishniac, por Antonio Muñoz Molina en El País.

<< […] Para llegar adonde estaba prohibido o donde sabía que no iban a recibirlo bien, Roman Vishniac se hacía pasar por viajante de telas, lo cual justificaba la maleta en la que llevaba su breve equipaje fotográfico. […] >>

Roman Vishniac, por Antonio Muñoz Molina en El País.

 

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jueves, octubre 10, 2013

TEATRO. El veneno del teatro. "Los límites de la representación".

De Rodolf Sirera.
Versión de José María Rodríguez Méndez.
Con: Miguel Ángel Solá y Daniel Freire.
Dirección: Mario Gas.
Madrid. Teatros del Canal.

 el veneno

Desde tiempo inmemorial filósofos, críticos y dramaturgos se han empeñado con mayor o menor fortuna en descubrir la verdad del teatro, en aprehender la esencia última del hecho teatral. En la pieza que comentamos, Rodolf Sirera se suma a esa corriente convirtiendo el teatro mismo en tema de representación. Dejando de lado otros elementos de la teatralidad y centrándose concretamente en el actor, emprende su particular indagación acerca del trabajo de éste para dar vida a sus personajes, o lo que es lo mismo, acerca de la cualidad específica de la representación y de sus limitaciones.

El conflicto psicológico de fondo sobre las relaciones de poder que enfrenta a los personajes -el Actor acude al domicilio del Señor y “acepta” provisionalmente los términos del encuentro: la larga espera, la insolencia del mayordomo, etc., a título de siervo, en función de que ha sido citado por un admirador poderoso-, no es sino la trama sobre la que se sustenta la verdadera problemática que aborda la obra de Sirera: el típico conflicto barroco entre ser y parecer, entre realidad y ficción; de hecho es precisamente esa última dicotomía la que se niega a aceptar el Señor obligando al Actor a que viva realmente la muerte del personaje en un fragmento de una obra que interpreta exclusivamente para él, no dándose por satisfecho ni siquiera con la magistral interpretación, la penúltima, que acomete el Actor de esa misma escena acosado por la terrible sospecha de creerse envenenado y por la expectativa de conseguir el antídoto si da lo mejor de sí mismo y consigue entusiasmar a su único espectador.

El texto, breve, quizá con un exceso de reflexión filosófica, está bien construido y posee las dosis de suspense y de intensidad dramática propias de un auténtico “thriller”. El espacio escénico creado por Paco Azorín, una amplia estancia de aspecto señorial, en penumbra y apenas amueblada, que permite percibir en los silencios el eco amortiguado de los pasos en el entarimado, refuerza la atmósfera claustrofóbica que rodea este singular encuentro y sitúa enseguida a los personajes, apenas comenzamos a intuir las intenciones ocultas del Señor, en un universo de pesadilla.

Meticulosamente dirigidos por Mario Gas ambos intérpretes hacen un trabajo espléndido. Miguel Ángel Solá es un mayordomo circunspecto y un punto displicente, luego un anfitrión educado y atento tras cuyas buenas maneras se van mostrando progresivamente los rasgos de un carácter sádico, la extrema crueldad de un psicópata peligroso obsesionado por la idea de la muerte que asistirá impasible a los mayores padecimientos y horrores del Actor cuando este “represente” para él la única y verdadera gran ceremonia del terror. Respecto al Actor, Daniel Freire, su capacidad de transformación en escena es verdaderamente portentosa. Su aire de dandy -embutido en un impoluto traje blanco- la dignidad un tanto impostada y la autosuficiencia con que se dispone a abandonar la  estancia, ofendido por la tardanza de su anfitrión, el ademán altivo y el gesto vagamente imperioso dan paso a la sorpresa, a la incredulidad, al azoramiento, a la súplica y a la consternación cuando se ve irremisiblemente perdido a manos de la obstinación enfermiza de un maníaco. Sorprende realmente ver como se mete en el papel para representar la breve escena de la muerte a la vista de los espectadores, asistir a los primeros tanteos, observar cómo va cobrando consistencia el personaje y cómo pasa de la sobreactuación del principio al cada vez más crudo realismo de las siguientes versiones de la escena, como transita por todos los estadios del terror en un crescendo de convulsiones y espanto verdaderamente sobrecogedores.

Gordon Craig.

Teatros del Canal. El veneno del Teatro.