martes, diciembre 21, 2010

TEATRO. "Beaumarchais". Comedia ligera con tintes vodevilescos.


De Sacha Guitry. Traducción de Mauro Armiño.
Con: Josep-Maria Flotats, María Adanez, Raúl Arévalo, Ramón Barea, Pedro Casablanch, Carmen Conesa, Manuel Gutiérrez-Cuevas, Constantino Romero y otros.
Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino.
Dirección: Josep-Maria Flotats.
Teatro Español, Madrid. 19 de diciembre de 2010.


Estamos ante uno de los montajes teatrales más ambiciosos que hemos visto las últimas temporadas en la cartelera madrileña. No es extraño que su producción venga auspiciada por el teatro Español, o lo que es lo mismo, por Mario Gas, que ya nos tiene acostumbrados a estos derroches de espectacularidad, recuérdese como meros ejemplos sus propios montajes de Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny (2007) y de Las troyanas (2008), ambas en las naves del Matadero, pero este Beaumarchais de Joseph-María Flotats que ahora comentamos excede con mucho a los anteriores, no sólo por lo que atañe al número de personajes, casi ochenta, servidos por un elenco de nada menos que treinta y dos actores y actrices -entre los cuales se incluyen algunas primerísimas figuras-, sino por lo que respecta a la puesta en escena y ambientación a cargo de dos reconocidos pesos pesados como son Ezio Frigerio y Franca Squarciapino.


Quizá sea Flotats, formado él mismo en la “Comedie Fraçaise” y muy buen conocedor del teatro francés (ha firmado espléndidos montajes de sendas obras de Jean-Claude Brisville), el único director capaz de secundar el vasto proyecto de Sacha Guitry de llevar a escena la vida de este complejo personaje de mediados del siglo XVIII, músico, relojero, libelista, comerciante, espía, dramaturgo y defensor de los derechos de autor, que fue Pierre Agustín Caron de Beaumarchais. Proyecto, por cierto, que le llevó varios años de trabajo y que no pudo consumar antes de su muerte, aunque nos legó un texto que constituye un documentado anecdotario de episodios relativos a la vida del protagonista y de sus relaciones con lo más granado de la sociedad de su tiempo entreverado de reflexiones morales expresadas a través de diálogos preñados de frases lapidarias y réplicas ingeniosas.
Acentuando el sarcasmo, la ironía y los elementos de humor vodevilesco y frívolo que tiene la obra, Flotats hace más llevadero un texto asaz sentencioso, carente de intriga y atomizado en una secuencia de cuadros inconexos en los que aparecen multitud de personajes históricos de primer orden (como Benjamin Franklin, Luis XIV, Lafayette, Guillotin, o un joven Napoleón) apenas esbozados cuando no simple y llanamente caricaturizados.

Fallido como teatro histórico en el sentido que propugna Mayorga de un teatro que nos permita hacer una experiencia de la historia, se trata más bien de una mera ilustración esos episodios a los que hemos aludido aureolados, eso sí, por la grandeur de la época -evidenciada en la grandiosidad de los decorados/proyecciones o en la suntuosidad del vestuario-, episodios que proporcionan la ocasión para el lucimiento del propio Flotats, que enseñorea la escena dando cuenta por enésima vez de sus extraordinarias dotes interpretativas (aunque a veces, todo hay que decirlo, se torna un tanto reiterativo en sus ademanes, actitudes y entonaciones) y de otros muchos actores del elenco en algunas escenas antológicas, como la del encuentro de Beaumarchais en Londres con el Caballero d’Éon (espléndidos Raúl Arévalo y Richard Collins-Moore, su ama de llaves), llena de guiños maliciosos, sobreentendidos e insinuaciones, o la del encuentro que mantiene con Luis XIV (muy bien Ramón Barea) tras el que consigue superar las reticencias del rey y ser nombrado agente en Inglaterra.

Si pudiéramos utilizar la odiosa palabra competitividad como criterio artístico (y ¿por qué no?, sobre todo ahora, en esta época de crisis) se nos ocurre que habría que optimizar más los recursos. Dicho por derecho, y siempre a nuestro modesto entender, no parece que los resultados se correspondan con el extraordinario despliegue de medios materiales y humanos empleados. ¿Habrá que volver al teatro pobre?.

Gordon Craig.

Teatro Español. Beaumarchais.

martes, diciembre 14, 2010

TEATRO. Siempre fiesta. "Carcajadas para tiempos de crisis".


De J. L. García Aráus, Susana Sánchez y J. García Yagüe.
Con: María Antón, Luciana Drago, José Melchor, Javier Pérez-Acebrón, Asu Rivero y José Sánchez.
Dirección: Javier García Yagüe.
Sala Cuarta Pared. Madrid.


Decía Mihura acerca del humorismo en una de sus últimas entrevistas: “Es lo más limpio de intenciones, el juego más inofensivo, lo mejor para pasar la tarde”. Definición que viene como anillo al dedo para caracterizar esta pieza con la que la compañía de la Cuarta Pared cierra este año 2010, y que según los productores ha constituido todo un éxito de público.


Y es que en efecto, se trata de una humorada inofensiva que se ríe de la sarta de tópicos que rodean a ese ritual vacuo y delirante en que año tras año convertimos la cena de Navidad. Por circunstancias que no hace al caso mencionar, para no desvelar el contenido de la obra, los cinco miembros que componen esta típica familia de clase media, se verán obligados a repetir ese ceremonial de manera reiterada, revelándose precisamente en esa reiteración lo falso y estereotipado de los comportamientos, sentimientos y actitudes de los personajes. Los equívocos, meteduras de pata, anticipaciones, frases extemporáneas o fuera de lugar y la chispa de los diálogos son los principales ingredientes de la comicidad y el principal activo de la obra, porque la leve sátira social vertida ocasionalmente entre líneas o ciertas reflexiones de naturaleza moralizante formuladas en voz alta por el “narrador” de la obra carecen, creo yo de enjundia y de fuerza suficiente para atravesar la batería y tocar al respetable.

Pese a la entrega y oficio de los actores, que muestran buenas dotes para la comedia, la reiteración en el mismo patrón constructivo hace que su energía y esfuerzo por reinventarse cada nueva velada termine por agotarse; ello se hace evidente sobre todo después de haber echado el último cuarto a espadas con ocasión de la celebración de la cena en agosto. Con todo, el público parece divertirse hasta el final.

La risa es liberadora, es una válvula de escape momentánea para huir de la realidad, es un consuelo en las tribulaciones y hasta una terapia, y si llega a la carcajada puede constituir un estupendo relajante muscular que tonifica los abdominales; bien está, por tanto, recurrir a la risa como lenitivo para mitigar los efectos deletéreos de la crisis sobre los espectadores. No estoy tan seguro, en cambio, de que sea justificable -artísticamente hablando, al menos-, servirse de la risa para aminorar la crisis “de espectadores”, o dicho de una manera menos complicada, para buscar en los caladeros de un público más complaciente y menos amigo del riesgo, de la experimentación y de planteamientos genuinamente “alternativos” que otrora fueron la marca de la casa. ¡Denostamos tanto a Mihura, y a Jardiel, a Paso y a tantos otros, para volver ahora por la misma senda del realismo un tanto naïf con pizcas de absurdo al servicio de una sátira edulcorada de personajes convencionales y de ambiente navideño! Pero no nos dejemos abatir por la nostalgia. Todo sea por que la sala se mantenga llena en estos tiempos difíciles.

Gordon Craig.

Cuarta Pared. Siempre fiesta.

martes, diciembre 07, 2010

TEATRO. Romeo y Julieta. "Bye bye happiness".


Versión de Francisco Vidal y Antonio de Cos a partir de textos de William Shakespeare.
Con: Fernando Escudero, Carlota Romero, Ana Bettschen, Francisco Vidal, Antonio de Cos, Sergio Álvarez, Joaquín Navamuel, Pablo Méndez, Sol de la Barreda y Fernando Sola.
Dirección: Francisco Vidal.
Teatro Galileo, Madrid. 27 de noviembre de 2010.


Los acordes del Bye bye love, de Roy Orbison (un rockero coutry-pop británico de los años sesenta), que acompañan la caída del telón del montaje que comentamos, con su acento entre doliente y resignado por la pérdida de la amada, (Bye bye love, bye bye happiness/ hello loneliness I think I’m gonna cry/... ) dan una idea bastante aproximada de la atmósfera sentimental levemente romántica en la que Francisco Vidal quiere envolver, como si fuera papel de celofán, los desventurados amores de los celebrados amantes de Verona.

Conocido de sobra el argumento de esta tragedia, el acicate para asistir a un nuevo montaje de Romeo y Julieta radica, por un lado, en volver a escuchar por enésima vez los hermosos versos de Shakespeare y sus inspiradas imágenes de la seducción y el deseo, del odio y la violencia entre rivales, de la amistad, del amor y de la muerte, y por otro, en someter a una comprobación de rutina el nivel del trabajo de los actores jóvenes y su idoneidad para enfrentarse con éxito a los textos canónicos, máxime cuando la compañía responsable de dar vida a esos inolvidables personajes (al voluble e impetuoso Romeo, a la dulce y apasionada Julieta, al noble y sarcástico Mercucio o al orgulloso y vengativo Teobaldo), se dice depositaria del prestigio de William Layton y su teatro laboratorio.

Y a fuer de sinceros cabe decir que estas expectativas quedan sólo a medias satisfechas. Mas que de una versión, se trata de una adaptación en toda regla en la que se han suprimido multitud de escenas y personajes. Puestos a ello, parece acertada la decisión de respetar y potenciar las tres líneas básicas del conflicto: la rivalidad entre Montescos y Capuletos, la relación de Julieta con su nodriza y la peripecia de los amantes, complementada con la labor mediadora de Fray Lorenzo; no es tan acertado, en cambio, -salvo en las escenas cumbre donde se respeta en su literalidad el contenido de los diálogos-, el trabajo de dramaturgia; de hecho, en las interpolaciones y arreglos necesarios para salvar el escollo de las escenas suprimidas el lenguaje se ha sometido a un proceso de actualización errático y escasamente consistente. El trabajo de los actores también ofrece luces y sombras. En general muestran un mejor nivel de trabajo los actores que representan a los personajes más jóvenes, quizá porque tienen mayores oportunidades de lucimiento. Está muy logrado el ambiente de camaradería que se genera entre Romeo, Benvolio y Mercucio, sus bromas, chanzas y francachelas dan una idea bastante atinada de la impetuosidad, sinceridad, espíritu de rebeldía y un cierto atolondramiento que guía el comportamiento de estos alegres y despreocupados adolescentes. Antonio de Cos, en particular, hace un espléndido papel de Mercucio, un bromista impenitente, irónico, ingenioso y sagaz, que muestra una notable presencia de ánimo y seguridad en sí mismo. Muy en sazón están también algunas escenas en las que comparten protagonismo Julieta y la nodriza (Ana Bettschen), un personaje este último, por lo demás, de caracterización imprecisa y con remembranzas celestinescas. Lo más destacado, en fin, por lo que al trabajo de actuación se refiere está constituido por varios monólogos de Julieta (Carlota Romero) y por sus vis a vis con Romeo; en dichos monólogos (por ejemplo sus reflexiones en voz alta antes de tomar el narcótico) hay una genuina labor introspectiva, y hay una entonación y una gestualidad que nacen de necesidades expresivas verdaderamente sentidas y que son fruto de un profundo conocimiento del personaje y muestras de indudable talento. Menos convincente es Fernando Escudero en un Romeo asaz enfático y atropellado aunque su trabajo ocasionalmente depara momentos para el disfrute y el regocijo.

Gordon Craig.


Romeo y Julieta. Compañía Laboratorio de Teatro William Layton.

martes, noviembre 30, 2010

lunes, noviembre 29, 2010

TEATRO. La máquina de abrazar. "El azaroso viaje del silencio a la palabra".

De José Sanchis Sinisterra.
Con: Elia Muñoz y María Pastor.
Dirección: Juan Pastor.
Teatro de la Guindalera, Madrid.


No nos resulta difícil rastrear el marco de referencias en el que se inscribe este críptico y luminoso texto de Sanchis Sinisterra, desde El milagro de Ana Sullivan, que narraba la excitante experiencia del acceso al lenguaje de la joven sordomuda y ciega de nacimiento Hellen Keller, hasta el angustioso exilio de la invidente Molly Sweeney, en la obra homónima de Brian Friel, varada en una tierra de nadie tras su paso efímero por el mundo de la luz y de las formas. Aunque el referente más perceptible es sin duda el doloroso proceso evolutivo del protagonista del Informe para una academia, de Kafka, en el que se relatan los avatares del abandono de la condición simiesca del personaje y su proceso de hominización. Todo ello, empero, no le quita un ápice de originalidad a esta estremecedora y penetrante indagación sobre el problema del autismo que constituye La máquina de abrazar.

Indagación, digo, análisis minucioso, científico, en el más estricto sentido, brechtiano, del término -puesto que de teatro se trata-, del viaje de la protagonista, Iris de Silva, del silencio a la palabra, de la quietud y de la soledad hasta los otros, hasta el lenguaje, un lenguaje impotente para decir lo que no está en la palabra.


El texto, denso y rigurosamente documentado, se articula como si se tratase de una ponencia en la que tras un largo exordio de la doctora Miriam Salinas, su paciente Iris va a explicar ante la audiencia, el público, su supuesto proceso de “curación”. Entre digresiones, interrupciones del hilo del discurso, apostillas y aclaraciones de la doctora Salinas se va desvelando el tortuoso mundo interior de Iris, sus dudas, su desconfianza, su incapacidad, en suma, de establecer un vínculo con el otro y de articular en un universo simbólico comunicable el magma de sensaciones y de emociones que le proporciona su aguda percepción de la realidad.

Pese a sus numerosos pasajes de carácter expositivo (algunos larguísimos, como el de la primera escena de la obra) el texto rebosa teatralidad, explícita unas veces, y otras escondida entre los pliegues de la retórica académica. Desde luego, no tiene secretos para Juan Pastor cuya mirada penetrante “vuelve sus misterios del revés” sirviéndose de una cuidada y meticulosa puesta en escena, que arroja luz y ayuda a ver claro incluso en los pasajes más oscuros del texto. Excelentes son también la dirección de actores y el trabajo actoral mismo. Titánico es el esfuerzo de Elia Muñoz (Miriam) para sustituir en poco más de diez días a Jeannine Mestre (la actriz con la que se estrenaba el espectáculo); aunque, a buen seguro, mejorará con los días, ya muestra toda la energía y combatividad de esta rara avis de la profesión siquiátrica cuyos métodos poco ortodoxos exacerban a sus colegas. Metódica, ambiciosa, un tanto distante en el trato, observa un correcto tono didáctico, profesoral, salpimentado de ironía y de ocasionales explosiones de furia reivindicativa. Sorprendente el trabajo de María Pastor, que hace una singularísima creación de un personaje tan atípico como el de una joven autista. Aun con resultar sobradamente convincente el trabajo de construcción física del personaje, una gestualidad antinatural, de movimientos sincopados, de acciones reiteradas, de mirada ausente, o ensimismada, de repentinos cambios de actitud y estado de ánimo, de inesperados accesos de ira o de postración ...; lo más destacado es sin duda su interpretación verbal del papel, la ruptura de la tonalidad y de la dicción convencionales y la potenciación de los aspectos físicos y afectivos del sonido en detrimento de sus valores lógico-discursivos, siguiendo en definitiva el mandato artaudiano de volver a las fuentes respiratorias, plásticas y activas del lenguaje. Desde la magistral interpretación que hizo Martín Wuttke, del Berliner Ensemble, de Artaud recuerda a Hitler en el romanische café (en el festival de Otoño en 2001) no habíamos visto nada parecido en los escenarios madrileños.

Tras una experiencia tan hermosa y estimulante como viene proporcionando temporada tras temporada esta modesta sala de barrio uno no puede dejar de hacerse una y otra vez la misma pregunta: para cuando una invitación a Juan Pastor para dirigir en alguna de las múltiples sedes de los teatros sostenidos con fondos públicos, pastoreados siempre por los mismos nombres del lobby del eje madrileño-catalán.

Gordon Craig.

Teatro Guindalera. La máquina de Abrazar.

lunes, noviembre 22, 2010

1000 razones para no dejar de leer. Saul Bellow: "Mueren más por desamor".


<< El Doctor Layamon era de los que toquetean a la gente. Ponía la mano en la rodilla de sus interlocutores, le pellizcaba las mejillas, le trituraba el hombro. Tocaba todos los instrumentos emotivos de la orquesta. Era imposible, sin embargo, confiar en la música. De pronto, un desagradable estrépito destrozaba la melodía. Felicitaba a Benn por su prestigio en botánica. Y luego añadía: “¡lástima que no te corrigieran esos dientes que tienes para que no los tuvieras montados unos encima de otros!”. O bien: “¿te está estrecha la camisa, o tienes hipertrofiado el pectoralis major, es decir, tetas grandes?”. En la cena, cuando el doctor pasaba por detrás de la silla de Benn, deteniéndose un poco, para el tío era innegable que le estaba inspeccionando la incipiente calvicie. Una vez que fueron a mear a los servicios del club, el doctor asomó la cabeza sobre la divisoria de los anticuados urinarios, y, a través de las torcidas gafas, miró a ver cómo calzaba el tío.
- El equipo de extinción de incendios parece adecuado, en cualquier caso- observó. >>

Saul Bellow. Mueren más por desamor.-

jueves, noviembre 18, 2010

ARTE. Exposición de Bea de las Heras: "Retrospectiva".


"Retrospectiva", exposición de Beatriz de las Heras Miedes.
Desde el 10 al 26 de noviembre en la Escuela de Arte de Guadalajara: Plaza de Ceuta y Melilla 6 y 7.

<< Retrospectiva>>

"Alambres y Lanas (2007)".
"Africanas (2008-2009)".
"Thinking outside the box (2009)".
"Deconstruccion del color (2009-2010)".
"Espacio Tiempo (2007-2010)".



Reportaje sobre la exposición de Bea de las Heras en el periódico Hoy.




Beatriz de las Heras, "Retrospectiva", en la Nueva Alcarria.

Más Información.

lunes, noviembre 15, 2010

TEATRO. Dança de la muerte. "En el umbral del reino de las tinieblas".


Dramaturgia y Dirección: Ana Zamora.
Compañía: Nao D’amores.
Con: Luis Miguel Cintra, Sofía Marqués y Elena Rayos.
Arreglos y dirección Musical: Alicia Lázaro.
Instrumentistas: Eva Jornet, Juan Ramón Lara e Isabel Zamora
Corral de Comedias, Alcalá de Henares.


El teatro es quizá la manifestación menos conocida de la literatura de la baja Edad Media. Hasta las primeras tentativas de Gómez Manrique o de Juan del Encina de mediados y finales del siglo XV respectivamente, apenas si encontramos vestigios escritos de textos teatrales en lengua castellana, sobre todo relativos al teatro profano, que debió de ser objeto de una feroz persecución, como revelan los documentos conciliares y los escritos de los moralistas de la época. A la escasez de textos se une la desidia y el desinterés (más allá de los estudios teóricos llevados a cabo por los investigadores) por eso es doblemente meritoria la labor de Ana Zamora que combina la investigación en las fuentes escritas con el trabajo de creación escénica, para ofrecer a los aficionados la posibilidad de reencontrarse con lo más arcaico de nuestra tradición teatral.


Tras el Auto de la Sibila, el Auto de los cuatro tiempos y el Auto de los Reyes Magos, tomando como referencia La Dança General escurialense y diversos textos de Gil Vicente (en castellano y en portugués) presenta Ana Zamora su nueva y brillante incursión en el teatro medieval. De nuevo tenemos una simbiosis perfecta de farsa y moralidad, una combinación de rituales sacros y profanos servida con inigualable maestría en un espectáculo que rezuma gracia, colorido e intenso y genuino vigor dramático. Ana Zamora parece poseer un innato sentido teatral, una aguda percepción que le permite rastrear en estos textos arcaicos los resortes de la teatralidad más primaria y el talento para recrearlos sobre un escenario -con ayuda de un elenco de excepción, todo hay que decirlo-. El material sobre el que trabaja, no hay que perderlo de vista, es un material de primerísima calidad, ya que se trata de versos cifrados en un lenguaje de una enorme frescura y espontaneidad merced a la prodigiosa inventiva de sus autores, inspirados en muchas ocasiones en la fecunda imaginería popular.

El espacio escénico es muy elaborado y representa un salón palaciego o el interior de un templo presidido por el púlpito y el coro donde se sitúan los intérpretes; luego mediante un ingenioso artificio se transformará en la barca de Caronte, o “la barca do inferno”. La música, de nuevo es una espléndida recreación sobre partituras originales de cancioneros de la época y de música sacra (el “Dies Irae” que subraya el recitativo del cardenal, o el “De Profundis clamavit” que acompaña la comparecencia del prelado ante el tribunal de la Muerte) ejecutada en directo, se articula con el resto de los elementos de la teatralidad subrayando cada escena y reforzando su carácter solemne, emotivo o burlesco, o acentuando siempre su ya de por sí marcada tonalidad cómica. Y es que estas danzas macabras no eran sino un lenitivo para conjurar el pavor que debía de provocar en las humildes gentes de aquella época la presencia obsesiva de la muerte.

Espléndida es, como se ha indicado, la labor de actuación. Luis Miguel Cintra, es el maestro de ceremonias, posee un inigualable sentido del verso y una voz portentosa que modula con una insospechada riqueza de matices, timbres y tonalidades; pero no le van a la zaga sus ayudantes en ese ritual macabrojocoso, sus “esposas” (Sofía Marqués y Elena Rayos), embutidas en sayas talares, rivalizan ambas en gracejo, energía y buen sentido, para cantar, danzar, manipular los tocados que representan a los personajes convocados por la Igualadora y representar los diversos roles que cada escena requiere. Transitan con desenvoltura por todos los estadios de la emoción y el sentimiento; parafraseando al poeta, podría decirse cada una de ellas es capaz de mostrarse, según la ocasión, “alegre, triste, humilde, altiva, áspera, tierna, liberal o esquiva”.

Gordon Craig.

Danza de la muerte, Corral de Comedias.

viernes, noviembre 05, 2010

TEATRO. Big night. "Parodia macabra".


De Sabri Saad El Hamus y Yahya Gaier.
Compañía De Nieuw Amsterdam.
Con: Sabri Saad El Hamus y Yahya Gaier.
Corral de Comedias, Alcalá de Henares.




Anoche tuvo lugar en el Corral de Comedias la puesta en escena de Big Night, de la compañía De Nieuw Ámsterdam, en el contexto del primer Encuentro Internacional “El inmigrante en el Teatro” que acoge estos días la sala alcalaína y que incluye, entre otras actividades, dos representaciones teatrales a cargo de compañías extranjeras invitadas. 



Big night es un breve espectáculo inclasificable que difícilmente puede reducirse a los patrones al uso de la teatralidad occidental actual, aunque participa, en todo caso de esa aspiración al ritual que tuvo en sus orígenes el teatro en Grecia (las danzas que acompañaban los cantos en honor a Dionisios, las dionisíacas, eran danzas de posesión que provocaban el trance y la histeria colectiva) por cuanto se inicia con una alusión a la Semâ, o danza de los Derviches, una danza ritual que pretende simbolizar una especie de ascenso místico en la espiritualidad sufí. Pero bien pronto nos damos cuenta que no estamos sino ante una parodia de esa ascesis o búsqueda de la perfección a juzgar por los efectos que produce en los oficiantes: una suerte de frenesí histérico que desemboca en un irrefrenable deseo de automutilación del que no saldrán indemnes los protagonistas, cocineros por más señas, que acto seguido prepararán, entre chanzas y bromas un exquisito menú de cocina creativa a base de orejas, dedos, lengua y hasta el pene de uno de ellos.

La música ocasional del aparato de radio que están escuchando mientras “cocinan” da pie a la introducción de numerosos gags que rompen la tensión provocada por los impulsos sádicos de que hacen gala los protagonistas una vez que se han despojado del atuendo ritual y acrecentados por la presencia amenazadora de grandes cuchillos de cocina y de otros utensilios del menaje que en sus manos se convierten en armas mortíferas y que nos hacen a cada instante temer lo peor.

Receta de alta cocina, pues, aderezada con unas pizcas de crueldad y de seducción fruto de una aquilatada comicidad gestual. Humor negro, macabro, con escenas donde esa comicidad llega hasta la frontera de lo repugnante (depende de los paladares). Un performance trepidante que no disgustaría seguramente a Rodrigo García, un menú digno del mismísmo Titus Andrónicos Shakespiriano.

Gordon Craig.

Bight Night. Corral de Comedias.

martes, noviembre 02, 2010

ARTE. Exposición de Bea de las Heras: Retrospectiva.


Exposición retrospectiva de Bea de las Heras.
Escuela de Arte de Guadalajara, Plaza de Ceuta y Melilla 6 y 7. Desde el 10 al 26 de noviembre de 2010.




"Alambres y Lanas (2007)".
"Africanas (2008-2009)".
"Thinking outside the box (2009)".
"Deconstruccion del color (2009-2010)".
"Espacio Tiempo (2007-2010)".

Artelista, Bea de las Heras.
Contacto.

viernes, octubre 29, 2010

FOTOGRAFÍA. Alberto Sen.




Alberto Sen. Flickr.
Alberto Sen Fotografías.
Ponerse en contacto con Alberto Sen.

TEATRO. Cronopios rotos. "El sabor amargo de la derrota".


Dramaturgia de José Sanchis Sinisterra a partir de textos de Julio Cortázar.
Con: Mario Vedoya, Concha Milla y Gema Aparicio.
Dirección de. José Sanchis Sinisterra
Teatro Galileo, Madrid.




Con una mezcla de emoción y asombro recordaba García Márquez (en un viejo artículo de 1984 escrito a raíz del fallecimiento del escritor argentino) a Julio Cortázar subido en una tarima y enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua poniendo voz a uno de sus cuentos más difíciles: La noche de Mantequilla Nápoles, la historia de un boxeador venido a menos contada por él mismo en el dialecto lunfardo. Y lo que sorprendía sobre todo a Márquez de este episodio es cómo Cortázar había logrado una comunicación tan estrecha con su variopinto auditorio a pesar de las dificultades del lenguaje del relato, una jerga propia de los bajos fondos de Buenos Aires y desconocida para el común de los mortales, y desde luego para el improvisado auditorio de nicaragüenses.



La anécdota es bien significativa por cuanto revela cuan misteriosos son todavía los mecanismos de la significación lingüística, cuan alejados de esa pretendida relación biunívoca entre el significante y el significado de las palabras y expresiones, y porque nos traslada al centro mismo de la exploración que el teatro contemporáneo está llevando a cabo en relación con la palabra “dramática”, a la que no es ajeno, naturalmente José Sanchis Sinisterra. Y es que este modesto, pero en muchos sentidos modélico, montaje de Sanchis además de brindarnos la oportunidad de reflexionar sobre el sabor amargo de la derrota, sobre la soledad y sobre la incomunicación de dos seres por distintas razones caídos en desgracia, constituye un duelo en toda regla entre las dos formas de la expresión lingüística: la oralidad y la escritura.

Las necesidades expresivas del protagonista de uno de los relatos dramatizados, una vieja gloria del boxeo que recuerda tiempos mejores mientras espera la muerte en una fría y desangelada habitación de hospital, se concreta en una especie de soliloquio a medio camino entre el monólogo interior y la confidencia íntima a un supuesto interlocutor ausente y concentra la portentosa facilidad de insertar la oralidad en la escritura que poseía Cortazar: el uso del registro más radicalmente coloquial, las elipsis, los sobreentendidos, las repeticiones y, en fin, los mil y un recursos de la expresividad que Mario Bedoya (espléndido trabajo) extrae del texto y multiplica haciendo gala de un oído extraordinario para asimilar el acento argentino y para modular su timbre cálido y melodioso. A su lado, en la misma habitación yace en la cama la protagonista del otro relato dramatizado: Graffiti. Se trata de una joven activista política, victima de una brutal paliza de la policía, poseída del vehemente deseo de expresar lo que siente -el descubrimiento de un extraño y apasionado vínculo afectivo con otra persona manifestado a través de las pintadas subversivas- por medio de la escritura. En los momentos de lucidez de ese estado de duermevela en que se halla sumida, y ante la imposibilidad de hacerlo por sí misma, dicta frenéticamente sus cartas a una acompañante anónima, haciéndola repetir una y otra vez los párrafos dictados para comprobar la fidelidad y exactitud de lo trascrito, como si en ello le fuera la vida.

Dos historias sin conexión aparente pero que se unifican aquí, no sólo en razón del espacio compartido por sus protagonistas sino porque ambas se hacen permeables mutuamente se interpenetran, habría que decir, en virtud del mero efecto de yuxtaposición de “superficies lingüísticas” autónomas, enriqueciéndose cada una con la costelación de significados inducidos o sugeridos por la otra.

Como decimos, se trata de una sobria y escueta, pero eficiente puesta en escena, lo real y lo irreal mezclados sin solución de continuidad, y un magnífico trabajo de los actores, no sólo el de Mario Bedoya, ya citado, sino el de Concha Milla que modula extraordinariamente la angustia, la tortura y la ansiedad de esta grafitera dominada por el deseo de dejar constancia con precisión milimétrica de su enigmática y dolorosa experiencia.

Gordon Craig.


Smedia. Cronopios Rotos.

miércoles, octubre 20, 2010

TEATRO. Días estupendos. "Recuerdos de cartón piedra".


De Alfredo Sanzol.
Con: Paco Deniz, Elena González, Juan Antonio Lumbreras, Natalia Hernández y Pablo Vázquez.
Dirección: Alfredo Sanzol.
Madrid. Teatro Valle-Inclán. Sala Fracisco Nieva.



Recuerdo que lo peor con mucho de las películas de Samuel Broston eran los decorados de cartón-piedra. Cuando los proyectiles hacían pedazos las murallas de la ciudad en la legendaria 55 días en Pekín, por ejemplo, aun para la despierta imaginación de quienes teníamos entonces trece o catorce años y estábamos descubriendo el cine, ver rodar esos falsos sillares de cartón constituía una enorme decepción y ya desde esa etapa inicial de nuestra formación como espectadores desarrollamos un instinto especial para detectar lo falso, lo inauténtico que no ha dejado de agudizarse con el tiempo.



No se en virtud de qué libre asociación de ideas me viene esta imagen a la cabeza al abordar el comentario de esta última entrega de Alfredo Sanzol que puede verse estos días en el teatro Valle-Inclán, pero el caso es que por más vueltas que le doy a este montaje no puedo sustraerme a esa misma incómoda sensación de desencanto. Y es que en el teatro no hay nada más artificioso que la naturalidad extrema, la pretensión inútil de reproducir fielmente un entorno físico, por muy hermoso que sea (la torre de Segismundo o las murallas por donde se paseaba el fantasma del padre de Hamlet también fueron una vez de cartón piedra, pero el teatro hace tiempo que se ha liberado de la exigencia de falso realismo), o la objetivación de la fisonomía, el movimiento, los ademanes, o el lenguaje de los personajes hasta borrar cualquier diferencia entre ellos y los actores de carne y hueso, por muy descabellados o rocambolescos que sean su comportamiento y los episodios que protagonizan.



Sería demasiado severo, y hasta injusto, afirmar que no hay nada auténtico en estos episodios superpuestos de manera caótica e inopinada que constituyen la base del espectáculo; todos ellos conectan de un modo u otro con elementos de nuestra propia experiencia que también nos asaltan en forma de recuerdos sin que podamos hacer nada por evitarlo; algunos tienen el sabor agridulce de la nostalgia, otros denotan incluso cierto ingenio para la parodia y en algunos hay destellos de una reflexión genuina y desencantada sobre la juventud, la vida en pareja, la amistad o sobre las múltiples trampas de la existencia, pero en su conjunto, como digo, el planteamiento de los temas tratados no consigue escapar del círculo vicioso de los lugares comunes.

En fin, hemos visto trabajos mejores de Alfredo Sanzol, por ejemplo su puesta en escena de La cabeza del bautista de Valle, la temporada pasada, pero este montaje parece más propio del Club de la Comedia que de la sede un Centro Dramático Nacional.

Gordon Craig.

CDN. Días Estupendos.

jueves, octubre 14, 2010

FOTOGRAFIA. Alberto Sen.


No recuerdo con exactitud la primera vez que me crucé con una fotografía de Alberto Sen, pero de lo que no me puedo olvidar es del disfrute que sentí cuando tuve una de esas primeras instantáneas delante de mis narices.


Las imágenes de Alberto Sen están rodeadas de ese áurea que separa lo corriente de lo extraordinario; sus fotografías muestran pero sin desvelar; en muchas de ellas parece que hay algo más escondido detrás, que el autor no quiere contar; como inquiriendo al espectador que la belleza está ahí fuera: “búscala por ti mismo (estúpido), no esperes que el clic de mi máquina te lo muestre todo”.


A Alberto Sen le gusta el paisaje urbano, la serenidad de las calles medio desiertas, los barrios venidos a menos en los que se palpa el silencio, y la sobriedad de los nuevos edificios, el acero, el cristal, la transparencia del vidrio, el reflejo de los vidrios tintados y los espejos. Otro de sus temas favoritos es la velocidad, el olor a neumático caliente y a gasoil ardiendo, la libertad del nuevo llanero solitario sobre cuatro ruedas. No me gustaría olvidarme de sus retratos, de su sobrecogedora galería de personajes, de su continúa búsqueda del misterio de cada ser humano, por su incansable labor para poder mostrarnos ese pequeño gesto, ese casi imperceptible rasgo que hace diferente y entrañable a cada persona.


Yo he tenido la gran suerte de conocer a este tipo, y él ha tenido la gentileza de dejar que en mi blog pueda mostraros parte de su obra fotográfica. Pues sólo queda eso, mirar y disfrutar.

Alberto Sen. Flickr.
Alberto Sen Fotografías.
Ponerse en contacto con Alberto Sen.

lunes, octubre 11, 2010

TEATRO. Las listas. "Sátira ingeniosa y mordaz".


De Julio Wallovits.
Con: Francesc Garrido, Gonzalo Cunill y Pep Cortés.
Dirección: Julio Wallovits.
Teatro de la Abadía, Madrid.


Con ese talento insuperable que poseía para elaborar frases ingeniosas, titulaba así Jardiel Poncela una de sus novelas más celebradas:¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes? Fuera de su contexto histórico o legendario - que muchos lectores de Jardiel probablemente ignoraban-, la expresión “once mil vírgenes”, por sí sola a buen seguro provocaba un ataque de risa maliciosa entre aquellos lectores, sobre todo varones, dispuestos a dudar a la primera de cambio de la honestidad de nuestras congéneres femeninas. Estoy por apostar que, dado el estado de indefinición en que se mueve el mundo del arte, en esa amalgama de aventurerismo y mercadotecnia en que chapotean los nuevos creadores, muchos de nosotros estaríamos predispuestos a sonreír también con el mismo benévolo escepticismo si alguien nos preguntara si hubo alguna vez once mil artistas.


Pues bien, esa misma duda, ¿o es una convicción?, sobre la impostura de la mayor parte de aquellos que se consideran a sí mismo artistas y sobre la vacuidad o insustancialidad de sus obras es la que plantea Julio Wallovits en la pieza que comentamos. El empeño no es nuevo; se nos ocurren así, a bote pronto, dos insignes precedentes en los escenarios madrileños: la sátira despiadada de Los Joglars en su reciente y peculiar “relectura” de El retablo de las maravillas cervantino o la divertidísima Arte, de Yasmina Reza que no se resigna a descolgarse de la cartelera. La novedad del trabajo de Julio Wallovits está en la radicalidad del planteamiento -una situación límite en la que todo el mundo abrazara la condición de artista-, y en la opción estética, con una escenografía y un trabajo actoral orientados por la distorsión grotesca de la farsa y por el sarcasmo, atemperado por la poética del absurdo.

A medio camino entre el señor y la señora Smith, de La cantante calva, de Ionesco y de Vladimiro y Estragón beckettianos, esta pareja de pseudoartistas, un excéntrico y endiosado escritor (Francesc Garrido) y un no menos pagado de si mismo y fracasado pintor (Gonzalo Cunill) polemizan sobre como salir de su precaria situación (están a punto de morir de inanición ante la imposibilidad de conseguir alimentos) mientras tratan de combatir su mortal aburrimiento repasando interminablemente las listas de vituallas que constituyen su exigua despensa.

El interés se mantiene durante la primera parte merced a los destellos de ingenio del autor (que no deja de sorprendernos con su ironía), y a su capacidad para solemnizar lo obvio o lo inane en la línea del mejor teatro del absurdo; la intriga crece súbitamente con la aparición del tercer personaje en discordia, el bienintencionado y crédulo granjero (Pep Cortés), aunque una vez que éste también confiesa estar poseído de ciertas veleidades poéticas ya adivinamos como va a concluir el espectáculo, a sentir la pesada carga de la reiteración y a sufrir sus consecuencias. Y sólo el espléndido trabajo de los actores, con un marcado y fructífero duelo entre el sosegado y ladino pintor al que da cuerpo Gonzalo Cunill y el histriónico y delirante escritorcillo, de gesto y ademanes linderos al paroxismo, que recrea Francesc Garrido nos mantiene aferrados a la butaca.

Gordon Craig.

Teatro Abadia. Las Listas.

jueves, octubre 07, 2010

Harto de la Guerra Civil.


Ayer una amiga me contaba que ha empezado a trabajar en un archivo y que está encantada con el fondo sobre la Guerra Civil.

Me alegro mucho por su nuevo trabajo, pero estoy muy cansado ya de todo lo relacionado con la Guerra Civil; parece que esta etapa es la única Historia de España.

Desde mi paso por el bachillero, cansado del adoctrinamiento de algunos profesores, leí todo lo que cayó en mis manos sobre la Guerra Civil, sin complejos, quería sacar mis propias conclusiones.

Un poco más tarde llegó Zapatero y su intención de ganar la Guerra Civil para el Frente Popular, 70 años después, y gastar una ingente cantidad de dinero público en sacar cadáveres de las cunetas.

Para colmo los cineastas españoles se encargan puntualmente de ofrecernos varias películas al año que están ambientadas en la España de los años 30. Como si la Historia de España no ofreciera ningún otro aliciente a la hora de contar historias con imágenes.

¡Estoy harto!

Esta semana he comenzado a leer: “Blanco White, El Español y la Independencia de Hispanoamérica” de Juan Goytisolo, que edita Taurus. Este año se cumplen 200 años de la independencia de España de muchos países hispanoamericanos y parece que a nadie le importa.



Blanco White, El Español y la Independencia de Hispanoamérica. El País.

miércoles, octubre 06, 2010

lunes, octubre 04, 2010

TEATRO. Muda. "De la palabra como antídoto contra la soledad".


De Pablo Messiez.
Con: Fernanda Orazi, Marianela Pensado y Óscar Velado.
Dirección: Pablo Messiez.
Madrid. Teatro Pradillo.


No deja de resultar paradójico un título como éste, Muda, para una pieza en la que precisamente la conversación o, más bien, el relato monologal se convierte en el mejor antídoto contra la dolencia de la soledad. Porque eso es lo que son ante todo los protagonistas de esta historia intima, divertida, luminosa y perturbadoramente sincera de Pablo Messiez, unos seres solitarios y desvalidos que desean vehementemente ser escuchados, comunicarse con el otro como único medio de exorcizar sus temores y de restañar las heridas del alma.


Y aunque el argumento pueda parecer un tanto extraño e inverosímil, la peripecia de una mujer que busca a su hermana después de largos años para vomitar su resentimiento y cuando la tiene a tiro se encierra en un tan inexplicable como impenetrable mutismo, el lenguaje de los personajes, su comportamiento y actitudes y el desarrollo rápido y directo de la acción confieren al conflicto un inequívoco halo de cotidianidad. Y es el hecho, que si pudiéramos levantar los tejados de las casas, como hacía el Diablo Cojuelo, para mirar a su interior, encontraríamos muchas historias como esta; miríadas de seres heridos por la falta de amor, por el orgullo o por el resentimiento que luchan desesperadamente por encontrar una palabra, una mirada, el silencio de la escucha o cualquier otro indicio de comprensión, por mínimo que sea, al que aferrarse como si fuera su tabla de salvación.

Se trata de un montaje extremadamente sobrio que dirige el propio Messiez. Teatro en su estado más puro apenas sin apoyatura escenográfica, sonora o de otra índole y sustentado al cien por cien en la labor de los actores que trabajan, como suele decirse de los trapecistas, sin red. Y hay que apresurarse a decir que salen airosos del trance. Marianela Pensado da muy bien la imagen de mujer torturada y portadora de un extraño secreto que es Ana; encerrada en su obstinado hermetismo combina su mansedumbre con el estado de alerta del animal herido siempre en guardia para ventear el peligro; Fernanda Orazi es su hermana, una desenvuelta y pizpireta esteticien no menos necesitada de ternura que Ana que camufla el vacío de su existencia con una impenitente locuacidad mientras se parapeta tras un caparazón protector construido a base de lugares comunes. Óscar Velado es el encargado del edificio de apartamentos donde recala Ana, y está espléndido en un papel que me recuerda por su candidez y por su desvalimiento a Ángel, el personaje de La noche que ilumina, de Paloma Pedrero, que se pega literalmente a Fran y a Rosi para formar ese extraño menage a trois en el parque con el que culmina la obra. Refugiado él en la botella de cerveza para ahogar sus penas deambula por la escena como un fantasma paseando su indecisión, su timidez y su fragilidad hasta que descubre en Ana un alma gemela, una compañía consoladora.

Gordon Craig.

Teatro Pradillo. Muda.
Entrevista Pablo Messiez en La Razón.

jueves, septiembre 30, 2010

martes, septiembre 28, 2010

TEATRO. Todos eran mis hijos. "El precio de la verdad".


De Arthur Miller.
Con: Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Fran Perea, Manuela Velasco, Jorge Bosch, Nicolás Vega, María Isasi, Alberto Castrillo-Ferrer y Ainoa Santamaría.
Adapatación y dirección: Claudio Tolcachir.
Madrid. Teatro Español.


O’Neill y Miller son quizá los dos dramaturgos americanos de la segunda mitad del siglo XX en cuyos personajes late un aliento trágico parejo al que animaba a los héroes de la tragedia clásica; sus actos les acarrean consecuencias dramáticas sin que haya manera de escabullirse ni de escapar a la diabólica concatenación de sucesos desatada a partir de una decisión inicial, injusta, inmoral, o simplemente equivocada pero que ha provocado un daño irreparable.


Aquí, el protagonista es Joe Keller, un acomodado industrial del medio oeste, portador de un horrible secreto y que ha logrado acallar durante años su conciencia mediante engaños y subterfugios hasta que, desvelada la verdad de lo sucedido, es su propio hijo Chris quien le obliga a enfrentarse con su responsabilidad. Para entonces, todos y cada uno de los restantes personajes principales de la obra se ven obligados a plantearse la imperiosa necesidad de enfrentarse a la verdad, cualesquiera sean las consecuencias que ello tenga para su éxito o su felicidad presente o futura.


El carácter testimonial de la pieza -inspirada en un el relato de un suceso real del que tuvo conocimiento el autor- se acrecienta por el fuerte marchamo de realismo, tanto en la escenografía y puesta en escena como en el trabajo de actuación de los actores que imprime Claudio Tolcachir. La dirección de actores es rigurosa y también la adaptación que, en general, respeta los términos esenciales del conflicto, complejo y a varias bandas que plantea Miller, aunque algunas escenas resultan un tanto esquemáticas, todo hay que decirlo.

Notable es asimismo el trabajo de los actores, aunque Carlos Hipólito quizá no estuvo en su mejor noche, con unos cambios de actitud demasiado abruptos y sin transiciones entre la indolente jovialidad de algunas escenas y sus explosiones de cólera incontrolada. Gloria Muñoz encarna con solvencia a una atormentada y neurótica Kate Keller, esposa y madre solícita que tras su cortesía y sus modales suaves esconde un carácter enérgico e implacable. Fran Perea personifica convincentemente a Chris, más allá de un cierto amaneramiento en sus movimientos y en sus entonaciones -que he visto calcado, inexplicablemente, en otras recreaciones de personajes de Miller, sin ir más lejos en los hijos de Willy Lomann, de La muerte de un viajante- da muestras sobradas de madurez artística al abordar un personaje tan difícil como éste, un joven traumatizado por la experiencia de la guerra, por una educación autoritaria y atenazado por un sentimiento de culpa que le genera el creerse usurpador del lugar de su hermano desaparecido en el corazón de Ann. Manuela Velasco sale airosa de su cometido en el personaje de Ann Deever, una joven dulce y comprensiva cuya apariencia de fragilidad apenas si oculta una obstinada resolución, un ser libre marcado por la adversidad y retratado por el autor justo en el trance de la pérdida de la inocencia.

Gordon Craig.


Teatro Español. Todos eran mis hijos.

viernes, septiembre 24, 2010

miércoles, septiembre 22, 2010

TEATRO. Próspero sueña a Julieta, o viceversa. "Mísero Próspero; desventurada Julieta".


Variaciones sobre Shakespeare. Textos de José Sanchis Sinisterra. Con: Héctor Colomé y Clara Sanchis. Dirección María Ruiz. Teatro Español, Sala Pequeña.


No se si esto es “la obra de arte viviente” que quería Adolphe Appia pero, desde luego, se le parece mucho. Verbo, música, ritmo, cuerpo, gestualidad y movimiento escénico se funden orgánicamente en una suerte de “texto total” autónomo, no mimético, que sale al encuentro del espectador, salta sobre él y lo interpela, invitándole a sumergirse en un universo de imágenes que trasmiten la misma viva impresión que esas terribles pesadillas que a menudo nos atenazan en las noches de insomnio y que no son sino la traslación subconsciente de nuestros más ocultos temores. Y es que como Próspero dice, estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños.


Hay un punto de locura en estos dos personajes -prodigiosmente plasmado por Clara Sanchis en el papel de Julieta-, cuyo maltrecho equilibrio emocional les hace bascular desde las espesas brumas del delirio a los dolorosos momentos de lucidez en los que, sometidos al imperio de un todopoderoso principio de realidad constatan, bien la pérdida de sus otrora ilimitados poderes o la evidencia de la extrema decrepitud, en el caso del anciano y achacoso Próspero, bien la imposibilidad de encontrar una explicación o una justificación razonables para su malogrado destino, en el caso de la desafortunada Julieta.


Ambos son, asimismo, esclavos de su memoria o víctimas de su pérdida y de sus omisiones. En un diálogo, que es soliloquio, con su hija Miranda, Próspero se envanece una y otra vez de sus poderes mágicos ahora perdidos, se enerva ante el recuerdo de la perfidia de su hermano o se emociona evocando la llegada del apuesto Fernando y la dulzura de las caricias de su hija adorada; Julieta, trata de mantener vivo el recuerdo de sus fugaces momentos de dicha asiéndose desesperadamente a unos cuantos objetos, únicos vestigios del pasado: la daga de Romeo, el sable de Paris o el pomo con el veneno de Fray Lorenzo. Y mientras se resiste a entregarse definitivamente a los brazos de la muerte ironiza sobre la impetuosidad de Romeo en la mismísima noche de bodas, se lamenta del destino sangriento de los miembros de dos familias enfrentadas por el odio, de la soledad de sus padres o elucubra sobre una vida feliz casada con el conde Paris rodeada de hijos y nietos.

Y como trasfondo, esa bella y terrible metáfora del teatro que se adivina en las palabras de Próspero cuando equipara la sórdida gruta en la vive a la oscura cavidad del escenario, con sus candilejas, sus bambalinas y los complejos engranajes de esa máquina de crear ilusión que es el teatro.


Espléndida la música que es etérea presencia de los espíritus, sonido hiriente de los desvaríos de Próspero, violencia del viento, fragor de la tormenta, o dulce nana que trae paz al corazón atribulado de Julieta. Rigurosas son la dirección musical y la dirección escénica y estupendo el trabajo de los actores. Sin menospreciar el oficio y la energía de Héctor Colomé, para llevar al límite de la decadencia, de la decrepitud y del desvalimiento al anciano nigromante, hay que destacar el extraordinario talento de Clara Sanchis para encarnar esa inimaginable y sin embargo verdadera Julieta crepuscular, sensata, juiciosa, irónica, con un encomiable sentido práctico en el que ya han empezado a hacer mella de manera perceptible los estragos del tiempo. Hace una creación realmente soberbia, deslumbrante, en su presencia espectral y sin embargo profundamente humana, con su pizca de coquetería, de malicia, de sarcasmo, con sus momentos de enajenación y sus explosiones de ira, que trasmite con la prodigiosa y cambiante modulación de la voz, de las manos, del cuerpo; una Julieta que puede ser tierna o frágil o comprensiva, pero también rigurosa y amenazadora. En fin, una rara avis en el panorama actoral español cuyo trabajo nadie debería de perderse.

Gordon Craig.

Teatro Español, Próspero sueña Julieta o viceversa.