sábado, junio 23, 2007

TEATRO. Las bizarrías de Belisa. "Penalidades, alegrías y deliquios del amor verdadero".

De Lope de Vega.
Con: Eva Rufo, Rebeca Hernando, Mónica Buiza, Silvia Nieva, María Benito, Javier Lara, Alejandro Saá, Iñigo Rodríguez, David Boceta, Rafael Ortiz, José Rodríguez, Andrea Soto, Isabel Rodes y otros.
Compañía Joven de Teatro Clásico. Dirección de Eduardo Vasco.
Clásicos en Alcalá 2007”. Alcalá de Henares. Corral de Comedias.



A la noble y melindrosa Belisa, que ha gastado su juventud ociosa coqueteando con jóvenes e inexpertos galanes sin comprometerse con ninguno, parece haberle llegado la hora de pagar su ligereza y sus desdenes. Por las confidencias que hace a su prima Celia, nos enteramos de que mientras se siente perseguida por el último de sus pretendientes desdeñados, el candido y enamoradizo Conde Enrique, ha venido a enamorarse perdidamente del fogoso Don Juan, un segundón venido a menos que ha entregado su corazón a Lucinda, al parecer, también sin esperanza. Animada por Celia, su prima, Belisa decide salir a la arena conquistar a Don Juan y a desembarazarse del Conde Enrique poniendo en el empeño todos las picardías y embelecos que le ofrece su condición de mujer, que no son pocos; a su vez Lucinda, espoleada por los celos, varía su inclinación respecto a Don Juan y decide disputárselo a Belisa.

Esta es la trama esencial sobre la que se tejen multitud de episodios que complican y enriquecen el conflicto hasta llevarlo a términos inverosímiles en una trepidante sucesión de engaños, fingimientos, promesas, en fin, todo ese muestrario infinito de recursos que pone a su servicio la seducción cuando lo que se persigue es el amor verdadero, el amor en plenitud, el amor como aquello que da sentido a la existencia, y que tanto preocupó a Lope a lo largo de su vida.

Eduardo Vasco pilota con mano diestra esta aventura apasionante, con unos jóvenes actores que se entregan con fruición a los vericuetos de una complejísima psicología, vertida, además, en el recipiente de un verso inspirado, maduro y aquejado de un exceso de culteranismo, de la que salen, no obstante, airosos. El trabajo en su conjunto es riguroso y está en la línea de modernización o actualización del contexto de la acción, vía vestuario y ambientación escenográfica y musical, a las que nos tiene acostumbrados el director, aunque no siempre con el mismo acierto. El espacio extremadamente reducido del escenario ahoga el movimiento escénico y desvirtúa el sentido y uso de la escenografía, ya de por sí arriesgada, y de un vestuario en exceso ampuloso y sofisticado que, a nuestro juicio, acapara demasiado protagonismo. Vestuario y ambientación musical siguen una línea de estilización que no atinamos a identificar del todo, parece haber una cierta indefinición o contradicción entre los contextos evocados, el de un Madrid costumbrista y castizo al que se retrotrae parte de la acción y el de una ambigua Belle Epoque o “happy twenties” que nos sugiere el charleston que adora el Conde Enrique y sus comilitones que nunca salen a la pradera del Manzanares sin un gramófono de época bajo el brazo.

El resultado en conjunto es notable y se nos ofrecen múltiples oportunidades para el disfrute. El enfrentamiento de la deslumbrante y temperamental Lucinda (Silvia Nieva) y la dulce y perseverante Belisa (Eva Rufo) es espléndido; asimismo lo es la escaramuza final en la que la reacción de la humillada Belisa acaba con el último bastión de resistencia del ofendido Don Juan (Javier Lara) o la vis cómica de David Boceta en el papel del bobalicón y enamoradizo Conde Enrique.

En fin, había razones sobradas para el aplauso y el público aplaudió entusiasmado sintiéndose en cierto sentido coprotagonista de esta premier de lujo para la ciudad complutense que tanto empeño está poniendo en apoyar al teatro. Creo que esta Joven compañía que ahora nace ha aprobado con buena nota su puesta de largo y no me cabe sino expresarle mis mejores deseos de éxito par el futuro. Merecido se lo tiene porque ha demostrado preparación y talento.

Gordon Craig.

jueves, junio 21, 2007

ACTUALIDAD. Alan Johnston.


El día 20 de junio se cumplen 100 días desde el secuestro del periodista inglés Alan Johnston en Gaza, Palestina.

Para mi el nombre de Alan Johnston existió unos minutos, unos breves instantes que correspondían al momento en que la televisión daba la noticia de que un nuevo periodista era secuestrado en la franja de Gaza. Antes no lo conocía y tras esa ráfaga televisiva, olvidé su nombre.

Hace unos días Víctor de la Serna dedicó su columna “Hojeando / Zapeando” (el 19 de junio de 2007 en el diario El Mundo) al reportero británico. El señor de la Serna rescataba un correo electrónico que Johnston había enviado a un colega de la BBC, Vin Ray, con reflexiones sobre la profesión de periodista.

Las palabras de Johnston me llegaron muy dentro y creo que os van a servir de guía a muchos “blogueros” como vosotros. Por eso voy a reproducirlas literalmente, tal cual vienen en el artículo de Víctor de la Serna que las toma de The Guardian, dónde han sido publicadas originariamente.

Sirva también este testimonio para alentar a Alan Johnston allá dónde se encuentre.

<< “Para mi, gran parte de este trabajo es saber cómo metemos el elemento humano en una historia. No suelo contar batallitas (...) pero, en esta ocasión, hay algo de Grozni que recuerdo y que ilustra este punto. Estaba con un periodista, no de la BBC, al que le gustaba mucho andar en zonas de guerra. Durante la batalla por esa ciudad estábamos en un edificio de pisos abandonados. Entramos en uno en el que un proyectil había travesado la pared del cuarto de estar. Y recuerdo cómo este tío se lanzó a hablar de si había sido una granada autopropulsada o un proyectil de bazuca lo que había causado los daños, y dónde podía haber estado situado el soldado que disparó”.

“Pero bastaba echar un vistazo a la sala durante un minuto para ver la vida que antes existía en ella. Se podían ver los libros que la familia leía, y qué clase de cuadros les gustaba colgar de las paredes, y, por unas fotos, se podía ver que tenían tres hijos y que la hija mayor se había graduado en la universidad. Naturalmente, lo que importaba de la guerra era su historia: ¿Qué les había sucedido? ¿Qué eran, y qué habían perdido? No importaba de verdad que fuese una granada o un proyectil de bazuca lo que había dado la vuelta al mundo”.

“Gran parte del trabajo es intentar hallar la suficiente imaginación como para intentar ver, para ver de verdad, el mundo a través de los ojos de la gente que está en la crónica. No sólo a través de los del palestino a los que le acaban de aplastar su casa, sino también de los tres jóvenes israelíes en el tanque que la ha aplastado. (...) Pero el objetivo no es en absoluto el de ahogar la historia en búsqueda de alguna fórmula de equilibrio, “fifty-fifty”. Si la verdad es que los israelíes o los palestinos se han comportado horriblemente, eso es exactamente lo que la historia debe acabar diciendo”.

“Y eso de colocarse en al piel de la gente de nuestra crónica sólo se puede lograr escuchándoles y volviéndoles a escuchar. Si los implicados soportan tu presencia constante, empiezan a resaltar los detalles, y a menudo son los detalles –imágenes o expresiones o formas de ver- los que se convierten en los elementos cruciales que pueden darle vida a la historia”. >>

viernes, junio 15, 2007

TEATRO. La hija rebelde. "El sueño de la revolución".


Sobre textos de José Pedro Castanheira y Valdemar Cruz.
Versión escénica Margarida Fonseca Santos.
Teatro Nacional D. María II. Portugal. Dirección Helena Pimenta.
Escenografía: José Manuel Castanheira.
Con: Alexandre Ovido, Amilcar Azenha, Ana Brandao, Anabela Teixeira, Bibi Gomes, Célia Alturas, Eurico Lopes, Jainme Vishal, Joana Brandao, José Henrique, Lidia Franco, Manuel Cohelo, Marqués d’Arede y otros.
Madrid. Teatro de Madrid.


¿Cómo no dejarse seducir por la aureola romántica de esta auténtica heroína de nuestro tiempo, que teniéndolo casi todo, amor, juventud, belleza y una envidiable posición social, todo lo abandona por entregarse en cuerpo y alma a la causa revolucionaria? No conocemos la novela de José Pedro Castanheira y Valdemar Cruz, A fihla rebelde, narración documental que constituye el sustrato argumental del espectáculo que comentamos, pero no nos cuesta trabajo imaginar el poderosísimo atractivo que habrán tenido para la joven y aguerrida directora Helena Pimenta rastrear la “conversión” a la fe revolucionaria de la protagonista, la dulce y temperamental Annie Silva y bucear en el sugestivo contexto histórico y social en que tal proceso se desarrolla y que tan estrecha relación guarda con muchos de los episodios de nuestra propia historia reciente. Había, además, imaginamos, al menos otras dos buenas razones para aceptar este trabajo: la posibilidad de colaborar con el maestro de escenógrafos que es José Manuel Castanheira y la de dirigir al numerosísimo y espléndido elenco del Teatro Nacional de Portugal. ¿Qué más se puede pedir?.

El resultado, desde luego, está a la altura que tal conjunción de circunstancias favorables prometía. Helena Pimenta sale airosa del embate y construye un hermoso espectáculo lleno de sensibilidad, de colorido y de entraña humana, revelándose de nuevo como una disciplinada directora de actores (que se desenvuelve con idéntica soltura en las escenas íntimas y en las corales) y como una consumada creadora de atmósferas.

Annie Silva -por más señas, hija del Mayor Fernando Silva, último director de la PIDE, el órgano represor de la policía durante el régimen salazarista-, es la protagonista absoluta de la obra y constituye por sí sola un símbolo de todas las rebeldías: la rebeldía de la hija contra los padres, la rebeldía de la mujer frente al hombre y marido que le proporciona la seguridad a cambio de sumisión y de una vida regalada, la rebeldía contra los convencionalismos, pero también la rebeldía ante el totalitarismo y la injusticia social, lo que en última instancia la conducirá abandonar la familia, el hogar, el lujo y las comodidades para abrazar la que había de ser la última utopía de la modernidad y zambullirse en esa especie de camaradería universal, de hermandad mística de los primeros años del castrismo antes de corromperse y convertirse en la hedionda dictadura que todos conocemos.

Rebeldía que no se salda sino a costa de frecuentes encontronazos con sus amigas, con el marido y con sus progenitores -sobre todo con la madre-, y a costa de una denodada lucha interior para encontrar un sentido a su vida más allá de la anodina y estéril reiteración de actos sociales estereotipados, siendo esos sucesivos y contradictorios estados de ánimo los que jalonan la evolución psicológica de la protagonista –estupenda la actuación de Ana Brandao- y los que constituyen los momentos más intensos del montaje.

En conjunto el espectáculo es de una factura excelente, con un trabajo de actuación de altísimo nivel -pese a la barrera del idioma-, con un cuidado vestuario y con ambientación rigurosa y llena de contrastes que ofrece múltiples oportunidades para el disfrute de los sentidos, con todo cabe recordar algunos cuadros que por su intenso valor simbólico y por su belleza plástica merecen ser recordados, como la lámpara caida, como símbolo de la caida del régimen de Salazar, o la extrematapatetismo de la hora final de Annie y su sueño con el reencuentro con el Che descolgado su vestido.

Gordon Craig.

miércoles, junio 13, 2007

MÚSICA. Gwendal y el paso de los años.


Gwendal es otro de esos grupos que han acompañado mi niñez y mis primeros años de adolescencia y el pasado fin de semana sucedió algo que los devolvió a mi cotidianidad. Los fines de semana, para levantarme, a mi y a mis hermanas, mis padres ponían música en un Lenco-Techinics que suena de maravilla todavía. Los franceses sonaban atronadoramente y sus melodías celtas se colaban por los oídos y recorrían cada parte de mi cuerpo, como para desentumecer cada uno de mis músculos y poder comenzar el fin de semana con más ganas.


El trompetista con botas de siete leguas de la portada de su mítico trabajo “Irish Jig” traspasó fronteras y a mi casa llegó en forma de un vinilo que aún conservamos como un verdadero tesoro. Mil y una veces hemos puesto ese disco en el plato, pero todavía se oye muy bien.

Han pasado muchos años desde que escuché por primera vez en casa a Gwendal, y de aquella conversación “cultureta” con Héctor y sus colegas en una sala de ensayo, entre los efluvios del alcohol y una humareda terrible de tabaco y porro, cuando salió a colación el grupo celta, y yo sabía quienes eran, y pude decir que tenía un vinilo en casa. Aquel día engordé de golpe un par de kilos y reafirmé mi papel de chico “no convencional”, a pesar de vivir lejos de la modernidad de la gran ciudad.

Nunca he podido ver a los Gwendal en directo a pesar de sus tantos años de vida y más de novecientos conciertos que han ofrecido a lo largo de su historia. Pero como todo llega en la vida, creo que podré disfrutar de sus canciones el día 23 de junio sobre las 23 horas en el Paseo de San Roque de Guadalajara, porque los franceses encabezan el cartel del Festival Solsticio Folk 2007 de la capital alcarreña.


No me gustaría terminar este pequeño apunte sin hacer una pequeña mención a la gran persona que me dio la noticia del concierto de Gwendal el otro día, en una sala muy oscura y unos minutos antes de saltar al escenario: Ramón y sus cada vez más intensos Infussion.

Aquí podéis escuchar a Infussion.

Y aquí, a Gwendal.

lunes, junio 11, 2007

VIDA URBANA. África. Tantos porqués.


El viernes pasado me dijeron que un amigo se marcha a África. Y me entró algo por dentro que es difícil de explicar y muy complicado de comprender por alguien que no sabe lo que es en realidad el continente negro porque no le ha tomado el pulso a África. Y por si esto fuera poco, hoy he visto “El jardinero fiel” de Fernando Meirelles y ha habido un par de momentos en que las lágrimas han vuelto a recorrer mis mejillas. La película nos cuenta como una joven, Tessa, casada con un diplomático británico, pierde su vida en el norte de Kenia al intentar denunciar como las empresas farmacéuticas apoyadas por los corruptos gobiernos africanos, utilizan a la población como conejillos de indias para experimentar con sus nuevos medicamentos.


Llevo grabadas en el corazón mil y una imágenes de mi estancia en Kenia y las lágrimas se me escapan al recordar aquello y al repetir una y otra vez los fotogramas de Fernando Meirelles en mis retinas. Y entre pequeños balbuceos intento preguntarme por qué.

Pero, también me pregunto por qué somos tan hipócritas, por qué seguimos mirando hacia otro lado. ¿Por qué nos hemos convertido en una sociedad tan acomodaticia y tan cobarde?

sábado, junio 02, 2007

TEATRO. Closer. "La necesidad de ser amado".

De Patrick Marber.
Con: Belén Rueda, José Luis García Pérez, Sergio Mur y Lidia Navarro.
Dirección: Mariano Barroso.
Madrid. Teatro Lara.



Dan es periodista en la sección de necrológicas en un diario de mala muerte y Alice una joven stripper. Se conocen en la clínica a la que éste la lleva tras haber sufrido un accidente y ella se enamora de él a primera vista. A raíz de esta relación Dan triunfa con una novela basada en la turbulenta vida de Alice; para entonces ha conocido y se ha enamorado de Anna, mujer madura, divorciada y fotógrafa de éxito, que ahora vive con Larry, médico dermatólogo al que conoció en una cita a ciegas, concertada precisamente por Dan -para gastar una broma a Anna-, después de una tórrida conversación que ambos habían mantenido en un chat porno. A su vez, Larry conoce a Alice en la fiesta de presentación de una exposición fotográfica de Anna y se queda prendado de ella.

A su manera, cada uno está insatisfecho consigo mismo y con lo que tiene y busca desesperadamente la felicidad fuera de su pareja. Más que el amor yo diría que lo que mueve a estos cuatro personajes solitarios, un tanto neuróticos y aquejados en buena medida de autismo afectivo -esa enfermedad de nuestro tiempo que diagnosticara Juan Manuel de Prada-, es un deseo impostergable de ser amados, la necesidad de comprensión y de ternura por parte del otro, más allá de la satisfacción expeditiva e inmediata de sus fantasías sexuales. Pero paradójicamente, y excepción hecha de Alice, que si sabe lo que quiere, todos ellos parecen incapaces de sobreponerse a este impulso primario, al placer fácil de la conquista, que se convierte en el mayor obstáculo para su ansiada estabilidad emocional y para satisfacer su ego inmaduro. Todos ellos se mueven en esa zona difusa en que libertad se confunde con egoísmo, amor con sexo y éxito con las mujeres con verdadera capacidad de amar. Por otra parte, todos parecen empecinados en conocer la verdad, hasta en sus detalles más íntimo y morbosos, aunque luego son incapaces de soportarla y caen, al sentirse traicionados, en los mismo extremos de animadversión y de desprecio por quienes creen ser los causantes de sus desdichas.

Estamos ante una alambicada trama de dobles parejas en exceso artificiosa, construida en progresivos avances y retrocesos de la acción que terminan cansando un poco; el ritmo, con todo, es ágil, con escenas bien construidas y un diálogo vivo e ingenioso que permite oportunidades de lucimiento no siempre aprovechadas por los actores. Sobre todo al principio la obra resulta un tanto fría, seca, aséptica; luego, a medida que se desarrolla la acción nos vamos familiarizando con los personajes, los términos del conflicto se van haciendo más explícitos y nos vemos arrastrados por las tribulaciones de estos pobres diablos que aunque lo aparentan, no son inmunes al dolor del desamor, a la soledad o a la traición.

Hay un solvente trabajo de actuación. Los personajes resultan creíbles, salvada, como se ha dicho, esa frialdad inicial; Lidia Navarro (Alice) y José Luis García (Larry), parecen mostrar más energía en sus respectivos papeles, aunque quizá pueda deberse a la idiosincrasia misma de los personajes: el primero un adulto inseguro y mordaz cuya despreocupación y buen humor están lejos de ocultar sus obsesiones sexuales y su rol de macho celoso; la segunda, en una directa y vulnerable émula de “Belle de jour”; ambos son más vehementes en sus manifestaciones aunque no menos necesitados de amor que Anna y Dan, la primera (Belén Rueda), fría, distante, rodeada de una aureola de respetabilidad que la hace aparecer como alguien que está más allá del bien y del mal; el segundo (Sergio Mur), un don nadie que bajo su jovialidad y aspecto inofensivo esconde a un aprovechado y un arribista un tanto infantiloide; ambos parecen asumir su infidelidad como la cosa más natural del mundo aunque no dejan de acusar los daños colaterales de sus escaramuzas amatorias.

Gordon Craig.