jueves, enero 31, 2013

TEATRO. Sé de un lugar: "Todo era un malentendido".


De Iván Morales.
Con: Anna Alarcón y Xavier Sáez.
Dirección: Iván Morales.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.




Comedia al fin, con equívocos signos de melodrama, resulta que toda esta laberíntica sucesión de encuentros y desencuentros de los protagonistas, todos esos intentos frustrados de restablecer una relación de pareja que funcionó durante un tiempo y que ahora parece condenada irremisiblemente al fracaso, eran fruto de un malentendido. Acabáramos. He visto comedias con argumentos delirantes y tramas rocambolescas pero nunca el desencadenante del conflicto había sido una elemento tan nimio y aleatorio como la confusión de dos CD`s.

 Claro que la parejita que forman Simón y Berenice se las trae. Dicen que la política hace extraños compañeros de cama, pero al parecer el desencanto y la decepción extremos también, porque si no, no se acaba de comprender como han podido llegar a convivir esta pintoresca pareja de inadaptados que ahora tratan infructuosamente de recomponer su relación, un dúo formado por una colgada de carácter endiablado, adicta a todo tipo de sustancias psicotrópicas, de experiencias “liberadoras” y de viajes a paraísos terrenales y por un guionista de televisión ególatra, un neurótico de carácter apocado e infantiloide y aquejado de una suerte de misantropía crónica que lo mantiene por interminables periodos de tiempo encerrado entre las cuatro paredes de su casa lamiéndose las heridas y despotricando contra todo lo divino y lo humano. Porque esa es otra, a través de este personaje enfermizo y enclenque el autor, como los cazadores de gatillo fácil, dispara contra todo lo que se mueve, tildando a todo quisque de despojo humano y retratando a la sociedad en su conjunto como una cloaca putrefacta, nido de maldad y de corrupción. Y la verdad es que razones no le faltan para juzgar así a sus semejantes, pero quizá hay un punto de desmesura en la crítica, de distorsión en la visión de la realidad que, probablemente permite que funcione la obra en tanto que artefacto cómico, pero que invalida aun la mínima pretensión moralizadora.

Con las luces de la sala encendidas y el público en derredor de los actores, platea y escenario juntos se transforman en una especie de ágora en la que los espectadores adquieren circunstancialmente la condición de actores, de copartícipes de la acción y por ende se hacen corresponsables de las tribulaciones y desdichas de los personajes; todo así como muy experimental, en plan performance “ma non troppo”. Bien está. Es verdad que los actores se emplean a fondo ingeniándoselas para atraer permanentemente atención del respetable, lo que no es poco. Y consiguen hacerle reír con ganas, y contener la respiración en los clímax y en el transcurso de alguna pausas tensas, cargadas de genuina emoción.

En fin, habrá que estar atentos para ver lo que da de sí este joven Iván Morales, autor y director del espectáculo. Apunta maneras. Y aunque a la salida había división de opiniones, no puede negarse que las divertidas y esperpénticas peripecias de esta pareja de treintañeros no dejaron indiferente al público, que aplaudió calurosamente al final de la función.

 Gordon Craig.

 Sé de un lugar. Corral de Comedías de Alcalá de Henares.

martes, enero 22, 2013

1000 razones para no dejar de leer. La felicidad, desesperadamente, por André Comte-Sponville

<< […] ¡Qué feliz sería si fuese feliz!’ estas palabras de Woody Allen quizá dicen lo esencial: que estamos separados de la felicidad por la misma esperanza que la persigue la sabiduría, al contrario, sería vivir de veras, en lugar de esperar vivir. En esa dirección apuntan las lecciones de Epicuro, de los estoicos, de Spinoza, o, en Oriente, de Buda. Solamente tendremos una felicidad proporcional a la desesperación que seamos capaces de atravesar. La sabiduría es exactamente eso: la felicidad desesperadamente. […] >>

La felicidad, desesperadamente, por André Comte-Sponville.

jueves, enero 17, 2013

TEATRO. Si supiera cantar, me salvaría. El crítico. "La verdad y sus máscaras".


De: Juan Mayorga.
Con: Juanjo Puigcorbé y Pere Ponce.
Dirección: Juan José Afonso.
Madrid. Teatro Marquina. 10 de enero de 2013.




Si hay un tema que, como una corriente subterránea, recorre toda la obra de Juan
Mayorga y fecunda su escritura es el tema de la impostura. Para muchos de sus personajes
la búsqueda de la verdad, su salvaguarda frente a la mentira es una exigencia insoslayable.
Abel, un personaje de Más ceniza, una de sus primeras obras, está obsesionado por la
falsedad hasta el punto de pensar que faltar a la verdad acaba anulando la propia identidad.
“La mentira es la muerte.” “El que miente, ¿dónde vive? ¿En que cuerpo?”, llega a decirle
a la Mujer. En otras ocasiones se nos induce a una reflexión sobre la verdad mostrando
las múltiples artimañas de que se sirven los personajes para soslayarla, para suavizarla
con lenitivos, para tergiversarla o para manipularla en su beneficio; recuérdese, como
ejemplo, la mascarada urdida por el comandante del campo de exterminio en Himmelweg
para engañar al representante de la Cruz Roja e instrumentalizar sus testimonios con fines
propagandísticos. Y los ejemplos podrían multiplicarse.

La obra que hoy nos ocupa no es una excepción. El tenso cruce de argumentos y
reproches que mantienen los personajes está impulsado también por ese mismo imperativo
ético: encontrar la verdad del teatro y, por extensión, que escritor y crítico se puedan
desembarazar de las sucesivas máscaras que ocultan el verdadero sentido de sus vidas.
El encuentro tiene lugar en casa de Volodia, el crítico, la misma noche del estreno, a
donde acude Scarpa, el escritor, para brindar por el éxito de su obra (“Quince minutos
de aplausos, el público puesto en pié ...”). Pero lo que parece una visita de cortesía
se transforma de inmediato en un enconado duelo dialéctico que termina por poner al
descubierto a dos seres solitarios y menesterosos que se han estado buscando el uno al otro
a través de sus escritos sin llegar a confesarlo hasta este momento crucial y definitivo de
sus vidas.

Se trata de una obra de texto en la que todo el protagonismo es para la palabra.
Densa, enjundiosa y con reflexiones de calado sobre ambas, la función de la escritura y
la función de la crítica, que a buen seguro no van a dejar indiferentes ni a críticos ni a
autores de teatro. La acción transcurre en tiempo real y a un ritmo endiablado, saltando
permanentemente de uno a otro de los dos planos, por así decirlo, en los que se estructura
la narración y sin que parezca que ninguno de los contendientes quiera dar tregua a su
oponente. Los argumentos se suceden en cascada, a veces mediante largas réplicas que
son auténticos monólogos, lo que añade mayor dificultad al trabajo de los actores ya de
por sí complicado debido a la duplicidad de roles que tienen que adoptar y a su presencia
permanente en escena durante las casi dos agotadoras horas que dura el espectáculo.

Dada esa complejidad y la contundencia de un texto que huye
decididamente de los caminos trillados todavía cabe agradecer más a los responsables del
montaje y a la productora que se hayan tirado a la piscina. El esfuerzo ha merecido la pena
y lo prueba, para empezar, la expectación que ha generado el estreno del espectáculo en
 Madrid después de su etapa de rodaje fuera de la capital. Había tensión en la sala,
impaciencia derivada del interés por ver lo nuevo de un dramaturgo español ya plenamente
consolidado y silencio expectante emanado de la propia intensidad de lo que ocurría en
escena; y esa tensión se proyectó sobre el escenario en forma de un cierto nerviosismo que
supongo disminuirá a medida que el espectáculo se vaya asentando. Porque, y ese es el
primer acierto del montaje, los personajes están en buenas manos. Tanto Pere Ponce, que
ya ha trabajado antes en obras de Mayorga, como Juanjo Puigcorbé son dos actores
experimentados y pletóricos de recursos. Haberlos reunido es un verdadero hallazgo,
porque en ambos casos su fisonomía trabaja a favor del personaje; y además es un lujo para
los aficionados al teatro. Pero más allá del contraste de su apariencia física, la figura
menuda y un tanto desmedrada de Scarpa (Pere Ponce) frente al porte y envergadura de
Volodia (Juanjo Puigcorbé), es sobre todo el proceso psicológico y emotivo el que cuenta.
En guardia, expectante al principio, recién llegado a la “gruta del ogro”, el escritor va
ganando enteros hasta llegar a tomar la iniciativa en lo últimos asaltos. Su mirada
anhelante y su tono quejumbroso, en todo caso, revelan un reducto de amargura, de
inseguridad y un deseo de aprobación narcisista. Cuando se trasmuta en Eric o en Taubes y
teatraliza (en una secuencia memorable) los movimientos, fintas y golpes de un púgil en el
cuadrilátero puede mostrar la destreza y agilidad de un felino. Juanjo Puigcorbé es un
Volodia seguro de sí mismo, correcto, afable y hasta paternalista. Su aplomo deja traslucir,
no obstante, un cierto cansancio y una sensación de derrota ante la futilidad de sus
esfuerzos para hacer de Scarpa el dramaturgo que había soñado. Sentado en su escritorio,
entre montones de libros y de recuerdos, con una pluma en la mano es como una reliquia
del pasado, como el último representante de una raza de seres excepcionales, autónomos e
independientes que todavía consideraba como un elevado quehacer intelectual el ejercicio
de una crítica exigente y severa. Solo altera su semblante y su espíritu la mención de la
mujer que amó y que seguramente sigue amando en secreto.

El inventario de aciertos de este montaje se completa, por un lado, con un trabajo
de dirección solvente que revela los aspectos más ocultos del texto y atiende a las
fluctuaciones de su intensidad dramática, y por otro, con una sugerente escenografía: la
reconstrucción naturalista del estudio-despacho-biblioteca de Volodia cuya atmósfera
crepuscular tan bien se acomoda con el carácter del personaje y que no sé por qué me
recuerda al ambiente decadente y caduco también que impregna la acción de El canto del
cisne de Chejov.


Gordon Craig.


miércoles, enero 16, 2013

viernes, enero 11, 2013

TEATRO. Tres tiki tigres. “The variety show”. Más “cornás” da el hambre.

Un espectáculo de “Tigre tigre teatro”.
Con: Isabel Arévalo, Ignacio García May, Jesús Hierónides y José Luis Patiño.
Madrid. Sala Cuarta Pared.



Al escuchar la descacharrante elegía al jamón (de pata negra, supongo) con la que José Luis Patiño rememora aquella lejana ya, estando tan próxima, etapa de la opulencia de tantos teatreros mamando de las fecundas ubres del presupuesto, me ha venido a las mientes la famosa respuesta que dio creo que fue “El cordobés”, matador en ciernes, a la pregunta de algún entrevistador espabilado que le inquirió acerca de los peligros de ponerse delante de un morlaco para ganarse la vida: “más cornás da el hambre”.

Sintetizaba con esa frase lapidaria toda una filosofía de la vida, que muchos, adictos al maná de la subvención, parecían haber olvidado y que ahora van a tener que aprender en un curso acelerado; en “dos tardes”, vamos, el tiempo en el que aprendió todo lo que había que aprender de economía para llevar la riendas de este país un ínclito inquilino de la Moncloa de cuyo nombre no quiero acordarme. Así nos va.

Por seguir con la metáfora taurina, esta terna de showmen sobrevenidos integrada por Ignacio García May, Jesús Hierónides y José Luis Patiño han decidido lanzarse al ruedo y coger al toro por los cuernos con una electrizante parodia de los espectáculos de variedades en un trabajo al que daría su bendición el mismísimo Konstatin Stanislavski si pudiera levantarse de la tumba. Y es que, haciendo de la necesidad virtud, llevan el principio del “sí mágico” hasta sus últimas consecuencias elevando la técnica de la alusión a la categoría de obra de arte, secundados apenas, en sus poses, piruetas y pantomimas por la música en directo del piano de Isabel Arévalo.

Aunque el espectáculo se articula como una parodia de los números más conspicuos del teatro de variedades -desde las típicas sesiones de magia e ilusionismo hasta la actuación de un ventrílocuo y su muñeco (¡magistrales Patiño y Hierónides!) -, hay una reflexión de fondo sobre la condición precaria del teatro y sobre el afán, vano, de ciertos creadores fatuos de desligarlo de su condición primera, artesanal, bufonesca y satírica; una crítica desde dentro a esos creadores reducidos, por la falta de presupuesto, a la mera condición de plañideras que andan por ahí, como Casandra, mascullando los más lúgubres vaticinios sobre la suerte del teatro. Consecuentes con esa actitud rebelde, satírica, estos tres primeros espadas, diestros en el arte de Talía, no pierden la ocasión de fustigar otros múltiples tópicos de la vida cotidiana, desde los estragos de la LOGSE, a la actitud acomodaticia de un público pastueño y bobalicón que aplaude todo lo que le echen, incluyendo ese canon de excelencia constituido por el star system holiwoodiense. Pero cuando se rompen los diques de contención de la risa es cuando el blanco de las invectivas se desplaza al terreno de la política. Una simple e inocua alusión a Ana Botella desencadena una riada de carcajadas y cuando el mariachi (actuación estelar de García May) hilvana en forma de corrido mexicano las trapacerías y la impunidad del yerno del Rey la hilaridad alcanza dimensiones homéricas.

En fin, quien se atreva a negar que para crear un buen montaje teatral puedan ponerse en relación la poesía simbolista del visionario William Blake con el trabajo de una truope de equilibristas chinos pásese uno de estos días por la Cuarta Pared y vea este espectáculo desternillante y disparatado: caerá en la cuenta de su error y verá cómo, combinando unas atinadas dosis de ingenio, mucho desparpajo y suficiente talento interpretativo es posible casi cualquier cosa.

Gordon Craig.

 Tres tiki tigres en la Sala Cuarta Pared

viernes, enero 04, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Misterioso Modiano, por Marcos Ordóñez.

<< […] Un hombre solitario vuelve a un barrio de su juventud, un domingo por la tarde, cuando comienza a anochecer, y trata de recuperar su pasado. Se abre una brecha de tiempo y brotan calles borrosas, datos confusos, sombras de gente a la que frecuentó durante un tiempo y no ha vuelto a ver. “Y sin embargo no lo soñé”, dice el narrador. Así comienza L’herbe des nuits y así comienzan, en esencia, casi todos los libros de Patrick Modiano. […] >>

Misterioso Modiano, por Marcos Ordóñez en El País.

 

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