miércoles, mayo 30, 2012

1000 razones para no dejar de leer. Pedro G. Cuartango y el pesimismo.


<< Lo peor de esta crisis es que nos vamos metiendo en una espiral de pesimismo que acaba en que sólo percibimos todo lo malo que hay a nuestro alrededor. […] Es duro acostumbrarse a la incertidumbre, pero no nos queda otro remedio porque hemos perdido el control sobre nuestras vidas por razones que tampoco llegamos a comprender. Ni hay soluciones milagrosas ni las cosas volverán a ser como eran. Sólo nos queda sobrevivir en un mundo regido por el azar y el caos.>> 

 Pedro G. Cuartango, en El Mundo.

Lee aquí el artículo completo.

viernes, mayo 25, 2012

LIBROS. Teatro completo de García Lorca.


Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores.
Barcelona, febrero de 2011. Primera edición. 792 páginas.

“... Donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito”.




Si hay un escritor que pueda resumir en su vida y en su obra la sensibilidad de todo un pueblo y cuyo teatro aliente un tan hondo como incomprendido afán de renovación, sólo comparable al de los más grandes creadores, ese es Federico García Lorca. Y ello es debido a su extraordinario talento, a su capacidad productiva (de la que da buena cuenta el volumen que ahora reseñamos), a su profundo conocimiento de la tradición y a su originalidad; y en fin, a su manera de ir evolucionando desde sus orígenes pequeño burgueses hacia la comprensión cabal de las aspiraciones de la España del primer cuarto del siglo XX que tan bien reflejan muchos de los personajes de sus obras, desde caracteres de relevancia pública como Mariana Pineda, la heroína ajusticiada en Granada por bordar una bandera liberal, hasta personajes anónimos o puramente ficticios como Doña Rosita la soltera, metáfora de la frustración vital, de la tragedia íntima de la soledad no querida, cuando tal circunstancia en aquella España profunda de principios del siglo XX constituía para la mujer un oneroso baldón.

Crisol de múltiples influencias, desde el teatro clásico y del Barroco español, pasando por Shakespeare, Marquina, el teatro modernista o la veta más popular, representada por el teatro de títeres, la producción teatral de García Lorca recurre a muy diversos cauces formales para dar salida a su no menos variado y rico universo temático, desde las farsas para guiñol, como El retablillo de don Cristóbal, (1931) a la “farsa violenta”, apelativo con el que él mismo definió a La zapatera prodigiosa (1930); la tragedia de ambiente rural, la cima para muchos críticos de su teatro, y que incluye Bodas de sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda alba (1936) y el drama surrealista, o su teatro irrepresentable, como lo han llamado algunos (El Público, Así que pasen cinco años), obras llamadas a trasformar la escena y a sacudir la modorra del público, del “dragón de los bostezos”, para emplear la elocuente metáfora usada por él mismo para referirse a los espectadores.

Todas estas obras y otras no citadas, hasta 14 en total que completó el dramaturgo de Fuentevaqueros están recogidas en este volumen de casi ochocientas páginas que ahora reedita el sello de el Circulo de Lectores, a las que se añaden sus piezas inconclusas, como la Comedia sin título, -de la que vimos, por cierto, en 2005 una espléndida versión con dramaturgia y dirección de Luis Miguel Cintra-, diálogos y otras piezas breves y/o proyectos de obras que, como La destrucción de Sodoma, ni siquiera llegaría a comenzar.

Cada día que pasa se hace más y más evidente no sólo para la crítica especializada sino para el público en general, que junto al de Valle, el teatro de Lorca es el más importante de su tiempo, de modo que hay que saludar con entusiasmo iniciativas como esta de los editores de Galaxia Gutemberg que facilitan el conocimiento de su obra completa poniéndola al alcance del lector común; nada más próximo, por cierto, al espíritu lorquiano que este esfuerzo por divulgar su legado, ya que a su numen poético Lorca unió siempre un incansable afán pedagógico y su fe en las virtudes del teatro y su convencimiento del potencial que encerraba como palanca de transformación social.

Se echa en falta el atinado estudio introductorio y las notas de la edición de 1997 a cargo de Miguel García Posada o la aportación de algún otro estudioso de la obra del autor granadino (por ejemplo la Rafael Martínez Nadal que tiene una magnífica edición de algunas de sus obras); tales comentarios hubieran enriquecido la publicación. Ello no obsta para que podamos disfrutar de las sutilezas y la complejidad del universo del genial dramaturgo, de su sensibilidad exquisita, de su creatividad desbordante y, en fin, de la penetrante visión con la que nos aproxima, sin desvelarlos, a los grandes misterios de la existencia del hombre, a los arcanos que desde tiempos ancestrales han constituido para él una fuente de angustia y de zozobra, de inseguridades y miedos que la racionalidad positivista moderna no ha conseguido conjurar.

martes, mayo 22, 2012

1000 razones para no dejar de leer. Los inquilinos de Bernard Malamud.



<< A pesar de haber estado sentado ante su mesa durante horas, aquel día, por primera vez en más de un año, Lesser había sido incapaz de escribir una sola frase. Era como si el libro le exigiera que dijera más de lo que sabía; no podía hacer frente a sus despiadadas exigencias. Cada palabra pesaba como una roca. Cuando uno lleva diez años escribiendo un libro, el tiempo añade tiempo a cada palabra; pesan como rocas. El peso de esperar el final, de convertirse en libro. Por mucho que luchara por proseguir, el pensamiento y las decisiones se le resistían; Lesser sentía que la depresión se posaba en su cabeza como un cuervo enfermo. Cuando no conseguía escribir, dudaba de su propio yo y esta duda se manifestaba con reservas sobre la calidad de su talento y entonces se preguntaba si sería talento real o una mera ilusión que él había mantenido para seguir escribiendo. Y cuando dudaba de sí mismo no podía escribir. Sentado ante la mesa bajo la brillante luz de la mañana, mientras hojeaba las páginas escritas el día anterior, le habían entrado ganas de vomitar: lenguaje, forma, su plan, su finalidad. Aquel maldito, incompleto, interminable libro, lo mareaba. La disciplina de escribir, la vida totalmente entregada y en última instancia limitada del escritor >>.

Bernard Malamud, “ Los inquilinos “.

viernes, mayo 18, 2012

TEATRO. De ratones y hombres. "Unas millas al sur de Soledad".

De John Steinbeck.
Con: Fernando Cayo, Roberto Álamo, Antonio Canal, Rafael Martín, Josean Bengotxea, Irene Escolar, Eduardo Velasco, Diego Toucedo, Alberto Iglesias y Emilio Buale.
Espacio escénico de Eduardo Moreno.
Dirección: Miguel del Arco.
Madrid. Teatro Español

Pareciera que esta evocadora frase con la que se inicia el estremecedor relato de John Steinbeck que ahora sube Miguel del Arco a las tablas del teatro Español fuese sólo un hallazgo expresivo casual, un mero artificio retórico con el que -cosa habitual entre los grandes novelistas- tratase de captar la atención de sus lectores desde el umbral mismo de ese viaje imaginario al que nos invita su escritura; y sin embargo es mucho más que eso, es la localización exacta de un entorno físico concreto, de un paraje natural, junto al río Salinas, en California, que él conocía perfectamente, tan perfectamente como las durísimas condiciones de trabajo que tenían que soportar los braceros de las explotaciones agrícolas en las zonas rurales durante los años de la Gran Depresión. Y tampoco es casual, creo yo, la elección de este texto -exponente de la aguda conciencia social de su autor-, por parte de Miguel del Arco, un director cuyos últimos trabajos, sobre todo la premiada adaptación de Veraneantes, revelan una notable preocupación por los efectos de la profunda crisis económica y social que atravesamos y que está empujando a los más desfavorecidos hacia la pobreza y la marginación.




De hecho no hay nada casual en el devenir de los acontecimientos del relato y, como ocurre en las grandes tragedias clásicas, cada mínimo incidente en el que se ven inmersos los protagonistas de esta historia terrible y luminosa, desde la muerte accidental del ratoncillo entre las torpes manos de Lennie, hasta el sacrificio del viejo perro de Candy por un disparo de Carlson, no son sino manifestaciones de un destino implacable, atisbos premonitorios de un fatal desenlace. Y la habilidad mayor de Miguel del Arco ha consistido precisamente en ponderar la relevancia de estos episodios como desencadenantes o catalizadores de un conflicto dramático del que, sensu stricto, carece la obra, concebida como un relato lineal -bien que profusamente dialogado-, de las peripecias y afanes de esta atípica pareja de braceros itinerantes durante los escasos cuatro días que pasan en la granja. Tiempo suficiente en todo caso, para que, como en un buen drama, afloren con la máxima intensidad las frustraciones, la insatisfacción, la intolerancia y la violencia soterrada que anidan en los corazones de los personajes; pero también, como contrapunto esperanzador, la comprensión, la camaradería, la amistad y la ternura.




Del Arco mantiene con pulso firme la tensión del relato y consigue convertir algunos de sus episodios más relevantes, como el de la irrupción de Lennie en la cuadra donde descansa el negro Crooks, o su encuentro a solas con la mujer de Curley en el granero, en escenas vibrantes, de una belleza y de una fuerza dramática arrebatadoras; de hecho las dos últimas escenas son verdaderamente antológicas y justificarían por sí solas la asistencia al espectáculo. Todo ello, claro está, con el concurso de un atinado diseño de escenografía y ambientación a cargo de Eduardo Moreno y Juanjo Llorens, pero sobre todo merced al trabajo extraordinario de los actores.

El trabajo más destacado es sin discusión el de Roberto Álamo; su grandullón y desvalido Lennie, es la imagen viva, conmovedora y tierna a la vez de un ser inocente y puro, inerme ante la malevolencia, el engaño y las burlas de sus compañeros e incapaz de controlar sus propias reacciones; conmueve el apego que siente por George y su fe ciega en sus resoluciones, y su risa cándida y estúpida de niño grande y su inaplazable necesidad de afecto. De un perfil psicológico menos acusado, más impersonal, el papel de George (Fernando Cayo), no acaba de tomar forma hasta más de mediada la función; George se nos revela como un tipo jovial, afectuoso siempre con Lennie, quien pone permanentemente a prueba su paciencia. A medida que nos acercamos al final de la obra su personaje va creciendo hasta adquirir unos contornos perfectamente definidos mientras se hace más y más evidente la pesada carga que supone para él la responsabilidad que ha contraído con Lennie y que le llevará a tomar la decisión más trascendental y dolorosa que un ser humano puede tomar en relación con sus semejantes. Cabe señalar, en fin, el espléndido trabajo que lleva a cabo Irene Escolar dando vida al único personaje femenino de la pieza en violento contraste con ese mundo de hombres, duro y despiadado, en el que tiene que desenvolverse. Su frágil, casi evanescente encarnación de la mujer de Curley buscando confiadamente un rato de conversación con la que combatir su soledad o un poco de compañía con la que compartir sus sueños resulta enternecedora. Desenvuelta, afable, con el punto exacto de coquetería, ingenua hasta cierto punto, es consciente de su poder de seducción y de que su belleza desata en los hombres la sacudida del deseo. Desde su primera aparición en escena sabemos que su presencia luminosa ha accionado un mecanismo secreto que tarde o temprano terminará por abrir la caja de Pandora.

 Gordon Craig.

Gordon Craig en el Diario de Alcalá.
De ratones y hombres en el Teatro Español.

jueves, mayo 17, 2012

miércoles, mayo 16, 2012

1000 razones para no dejar de leer: “El dependiente” de Bernard Malamud.


<< […] Habían pasado los años sin pena ni gloria. ¿A quién echarle la culpa? Lo que el destino no hizo, él se lo hizo a si mismo. Lo decisivo es siempre acertar en las elecciones, cosa que nunca consiguió. Incluso cuando creía acertar se equivocaba. Para comprenderlo necesitaría poseer cultura. Pero tampoco esto tenía. Lo único cierto era que había deseado lo mejor y a través de todos aquellos años no había aprendido a conseguirlo. […] >>

El dependiente” de Bernard Malamud.

viernes, mayo 11, 2012

TEATRO. Nuestra clase. “Señor, Juez nuestro, mira dentro de nuestras almas”.


De Tadeusz Slobodzianek.
Con: Jordi Brunet, Ferrán Carvajal, Roger Casamajor, Llüisa Castell, Isak Ferriz, Gabriela Flores, Carlota Olcina, Albert Pérez, Jordi Rico y Xavier Ripoll.
Dirección: Carme Portaceli.
Madrid. Teatro Fernán Gómez.




Si paseando por alguno de los cementerios judíos existentes en tantas y tantas ciudades centroeuropeas -¡Cómo no recordar el de Berlín, o el impresionante Memorial del Holocausto junto a la Puerta de Branderburgo!- descubriéramos un epitafio como el que lee Abram sobre la lápida de Zygmunt, mientras pasea por entre las tumbas de sus antiguos compañeros de clase en el cementerio de Jedwabne, pensaríamos que quizás esa leyenda: “Señor Juez nuestro, mira dentro de nuestras almas”, no es sino el homenaje de un ser querido a una de esas víctimas inocentes de la barbarie nazi, a un alma piadosa que buscara la comprensión de un Dios misericordioso. Y sin embargo, no hay tal; quien allí yace, fue un traidor, que delató a su propio compañero de lucha clandestina contra los soviéticos Jakub Katz, y que luego se unió al grupo para atacar a los judíos, llegando a ser uno de los cabecillas autores de la masacre de Jedwabne, un pueblecito al noroeste de Polonia, donde en el verano de 1941, 1600 judíos fueron encerrados y quemados vivos en un granero por la chusma enardecida tras acusar a algunos miembros de esta comunidad de colaboracionistas con los soviéticos. Pero, quienes somos nosotros para juzgarlo. Hay que ver ese estremecedor testimonio que la obra de Tadeusz Slobodzianek ofrece para comprender cuan enraizado esta el mal en el ser más íntimo de la persona, y cuan presto está el hombre a sucumbir a sus temores y a su cobardía o a sus pulsiones de violencia y de muerte cuando las circunstancias le son adversas.

 La obra está inspirada en el controvertido libro Neighbors (2001), de Jan T. Gross (con algunas omisiones o simplificaciones que, según algún crítico, desvirtúan la verdad documentada en sus páginas) y repasa la vida de diez jóvenes de distinta extracción social, judíos y cristianos, compañeros de clase en una escuela de la citada ciudad de Jedwabne y su participación en un suceso que conmocionó a la opinión pública polaca, que hasta entonces había creído que fue una más de las atrocidades cometidas por los nazis. De algún modo estos diez jóvenes sintetizan el drama de todo un pueblo a lo largo de los violentos vaivenes que sacudieron a la sociedad polaca durante casi seis décadas del siglo pasado desde la invasión de Stalin en 1939, un pueblo objeto de las vejaciones y del horror de las sucesivas ocupaciones militares de que fue víctima, pero también de la intolerancia religiosa, del oscurantismo de la iglesia católica y de la explosión del nacionalismo polaco.

El montaje de Carme Portaceli respeta escrupulosamente la estructura coral de la pieza y su intenso dramatismo, sólo alterado por breves pinceladas de un humor amargo y sardónico. Hay un certero tratamiento del espacio apoyado en una versátil y aséptica escenografía de pupitres (que recuerda la escenografía de La clase muerta, de Kantor) y archivadores (símbolo del poder conferido a los servicios de información -dosieres, expedientes y documentos, etc.- por los estados totalitarios). Respecto al movimiento escénico, diversos lugares atraen la acción de los participantes directos en cada escena, mientras el resto de los actores permanece en un segundo plano corroborando con gestos o miradas la acción de sus compañeros y multiplicando los puntos de vista. Las acciones más truculentas y las que comportan mayor violencia física como la paliza con ensañamiento a Jakub o la violación de Dora por Heniek, Zygmunt y Rysiek prácticamente se coreografían mediante un acertado procedimiento de estilización del movimiento y la expresión corporal trasformándose en imágenes que sin atentar contra la sensibilidad del espectador reflejan igualmente la virulencia y la crudeza de las situaciones. Todo ello es en gran parte mérito de los actores que hacen, sin excepciones, un trabajo espléndido, agotador, si se piensa en las tres horas de duración del espectáculo. Me quedo, quizá, con quienes llevan el peso de la acción en la primera parte de la obra: la dulce y apacible Dora (Carlota Olcina), ponderada siempre incluso en los momentos de mayor dramatismo; el osado e implacable Rysiek (Xavier Ripoll); el frío y calculador Heniek (Ferrán Carvajal); el cínico, desleal y acomodaticio Zygmunt (Jordi Rico) o el comprensivo y atormentado Wladek (Albert Pérez).

Gordon Craig.

Gordon Craig en el Diario de Alcalá.

miércoles, mayo 09, 2012

1000 razones para no dejar de leer. La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa.


[la cultura no sólo está para entretener] “no sólo por el placer que produce leer una obra literaria o escuchar una hermosa sinfonía”, [sino porque cree que] “el tipo de sensibilidad, imaginación, apetitos y deseos que la alta cultura y el gran arte producen en un individuo lo arman y lo equipan para vivir mucho mejor y para ser mucho más consciente de la problemática en la que está inmerso, así como para ser más lúcido respecto a lo que anda bien y mal en el mundo en el que vive”.

 Reportaje de Ana Viñas sobre la presentación del nuevo libro de Mario Vargas Llosa: “La civilización del espectáculo”, en El Impacial.

 Lee aquí el reportaje completo.

lunes, mayo 07, 2012

1000 razones para no dejar de leer. Los inquilinos de Bernard Malamud.



"Realmente, Harry, no haces otra cosa que estar sentado sobre el culo escribiendo. Cuando vienes aquí, te sientas sobre el culo y lees.
-Pero no cuando estamos en la cama.
-Las cosas van así. Primero escribes, después lees, luego dedicas un poco de tiempo a echar un polvo, después vuelves a casa. Pero ¿qué vida hago yo? ¿Por qué no te tiras al libro y así ahorramos tiempo?
-La única manera de terminar un libro es no dejándolo. Si leo tus novelas policíacas, es para distraerme de la mía, aunque el sólo hecho de tener un libro en la mano me hace pensar en el mío. Pero mi intención es buena". 


Bernard Malamud, “Los inquilinos “.

jueves, mayo 03, 2012

TEATRO. Sueño, noche, verano y perejil. "So quick bright things go to confussion".



Adaptación de Rosa Valentina Sáez y Ana Lucía Pardo de El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare.
Con: Rosa Valentina Sáez, Ana Lucía Pardo , Jorge Gregorio y Pepe India.
Producciones Al alimón. Dirección Ana Lucía Pardo.
Guadalajara. Salón de Actos del I.E.S. “Luis de Lucena”. 23 de abril de 2012.

            Esta versión de El sueño de una noche de verano es la tercera incursión de la productora Al alimón, antes Titania, en el universo shakespeariano (Romeo y Julieta, o cuando es que no es que no, en 2004 y Jamlet (con jota) en 2009). Se trata de una adaptación también dirigida a un público infantil y concebida en clave de clown, una estética, por cierto, que se aviene bien con el carácter festivo y desenfadado de la pieza.

Pese a su desbordante fantasía y a la extrema complejidad de su estructura (¿o será quizá por eso?) esta obra parece ejercer una suerte de fascinación o de atracción fatal sobre compañías de todo tipo y condición, que una y otra vez abordan su montaje. En este caso pudiera pensarse casi en el “más difícil todavía” circense, y es que, tan sólo cuatro actores se las ingenian para dar vida a toda la pléyade de cortesanos, menestrales, gnomos, hadas y demás personajes fantásticos que pueblan el abigarrado universo de esta regocijante comedia, salvaguardando lo esencial de su alambicada trama aunque dejándose por el camino, obviamente, las sutilezas de un lenguaje que ya había alcanzado en Shakespeare un extraordinario grado de madurez artística. Claro que ¿cómo conectar, si no, con un alumnado de Secundaria varado en la jerga infame de las series televisivas de sobremesa, en las pedestres letras de las canciones de los grupos de moda o en la paupérrima sintaxis de los twitts o de los SMS’s?

            Es el tono lúdico de la obra y, en parte también, su dimensión metateatral, los aspectos que las autoras de la versión han potenciado, aunque abusando un tanto -a mi modesto entender-, del los procedimientos paródicos en el tratamiento de los personajes, en detrimento de una visión de conjunto quizá menos desmitificadora pero de mayor calado poético. En particular, se lleva al extremo ese carácter, digamos, irreverente de la puesta en escena por lo que refiere a la composición de la troupe de cómicos ocasionales elegidos por el intendente del duque Teseo para animar la velada con la que culminan los festejos de sus esponsales con Hipólita. El lugar del grupo de rústicos menestrales de la obra original lo ocupan un trío de monjas descocadas y jacarandosas que alucinan con la idea de abandonar temporalmente el convento para representar ante la concurrencia la desgraciada historia de los amantes Píramo y Tisbe. Lo que hacen, por cierto, con muy buen arte, en una escena que provocó la hilaridad del patio de butacas que estalló en sonoras y continuas carcajadas.

Pero no deja de haber otros momentos hilarantes a lo largo del desarrollo de la obra fruto de los malentendidos y de la confusión generada por el atolondramiento de Puck al interpretar equivocadamente las órdenes de Oberón y trocar los sentimientos de Demetrio con respecto a Hermia y a Elena y los de Titania con respecto a Bottom. Quizá una de las escenas más conseguidas es aquella en la que medio enderezado el entuerto, Elena, creyéndose burlada huye de ambos pretendientes, Demetrio y Lisandro, mientras Hermia languidece entre el asombro y la estupefacción.

Estamos ante un formidable ejercicio de transformismo; un montaje ingenioso, divertido, lleno de sorpresas, de invenciones, de humor y de guiños a los referentes más inmediatos del auditorio, cuya atención consiguió mantener durante casi una hora y media, toda una heroicidad si tomamos en cuenta la composición de dicho auditorio, tan heteróclito como poco habituado al teatro.