viernes, noviembre 27, 2015

1000 razones para no dejar de leer. Sven Birkerts: "Las elegías de Gutenberg".

"¿Qué historia hay que contar acerca del norteamericano medio cuya jornada consiste en dormir, trabajar delante de una pantalla de ordenador, ver la televisión y hablar por teléfono?"

Sven Birkerts: Las elegías de Gutenberg: El futuro de la lectura en la era electrónica. Alianza Editorial.

martes, noviembre 24, 2015

TEATRO. El Público. "La verdad en el teatro y la verdad del amor".


De Federico García Lorca.
Con: Nacho Vera, Pep Tosar, Nao Albert, Guillermo Weicker, Laia Duran, David Boceta, Jesús Barranco, Pau Roca, María Herranz, Jorge Varanda, Jaime Lorente, David Luque, Irene Escolar y Juan Codina.
Escenografía: Max Glaenzel.
Iluminación: Carlos Marqueríe.
Dirección: Álex Rigola.
Madrid. Teatro de la Abadía.
 

Es un lugar común entre la crítica académica calificar a las últimas obras dramáticas de Federico García Lorca (Asi que pasen cinco años, El Público y la inconclusa Comedia sin título) de “teatro imposible” o de “teatro irrepresentable” (el propio autor dudó de su “viabilidad” escénica, al menos para el teatro de su época, primeros años 30 del pasado siglo). El montaje de El público que ha hecho Álex Rigola y que puede verse en la sala San Juan de la Cruz del teatro de la Abadía hasta finales de noviembre desmiente taxativamente esta afirmación y constituye una gozosa y estimulante experiencia personal y estética, salvado el vértigo que supone adentrarse en el rico universo simbólico con el que el poeta desvela su convulso mundo interior, sin tapujos ni contemplaciones hasta en sus detalles más escabrosos.

La obra no se articula en un argumento de tipo convencional. En pleno proceso de indagación sobre la naturaleza misma del teatro, sobre los límites de la representación y de experimentación con el lenguaje poético, Lorca se va a servir de una imaginería marcadamente surrealista y de una complicada estructura en la que se conjugan tiempos y perspectivas distintas que cuajan en dos tramas paralelas -al modo de los dos planos realidad/ficción de Seis personajes en busca de Autor, de Pirandello-, la del mundo exterior, la del teatro “al aire libre” según expresión de uno de los personajes (teatro convencional, de puro divertimento), y la del teatro “bajo la arena”, el teatro verdadero que trataría de revelar realidades íntimas y sentimientos profundos y de despertar la conciencia aletargada de los espectadores viciados por la práctica generalizada del drama burgués.

 Teatro dentro del teatro, pues, con personajes traspuestos al pasar de uno a otro plano de la acción -por ejemplo, la “Figura de pámpanos” (Gonzalo) y la  “Figura de cascabeles” (Enrique) del cuadro segundo (“Ruina Romana”) son respectivamente las figuras del Hombre 1 y del Director del cuadro primero, o las de “Traje blanco de Arlequín” y  la del “Traje de bailarina” del cuadro cuarto-; lucha entre los diferentes disfraces tras los que se oculta la verdadera identidad, un desprenderse de la máscara de la moral que impide que se manifieste la verdadera personalidad del individuo. Teatro dentro del teatro en el cuadro cuarto, también, donde se evoca a través de la figura de una Julieta salida de su tumba, la máxima expresión de la tragedia amorosa protagonizada por los amantes de Verona; o en el cuadro quinto donde Lorca hace entrar en el mundo fantástico de la obra, envueltas en sus abrigos de pieles, a las Damas del mundo real, o en el que convierte al Público en personaje haciéndolo participar en la revuelta que se ha desencadenado contra el Director del montaje de la inmortal tragedia shakespeariana.

Lidiar con una trama de complejidad tan extrema no está al alcance de cualquiera, pero, como hemos dicho arriba, Álex Rigola sale más que airoso del empeño apoyado a nuestro juicio en dos pilares fundamentales: el riguroso tratamiento del lenguaje lorquiano, cuya deslumbrante imaginería y su crudo realismo encuentra el encaje apropiado en la voz y el cuerpo de los actores y en la acertadísima y, en ocasiones libérrima, interpretación del rico universo simbólico del dramaturgo. Consecuente con la sugerencia que nos hace en las breves líneas escritas para el programa de mano del espectáculo, en las que nos invita a introducirnos "freudianamente” en la cabeza de Lorca, todos los elementos plásticos y visuales del montaje parecen enderezados a sumergirnos en las profundidades del sueño y a contemplar imágenes que parecen sacadas del subconsciente, empezando por esa figuras de rostros enlutados de Magritte que nos reciben en el vestíbulo y terminado por la atmósfera marcadamente onírica -con vestigios del Music Hall- del espacio escénico creado Max Glaenzel y por la iluminación tenebrista de Carlos Marqueríe. Dejando de lado las acotaciones del propio autor, Rigola reinterpreta la iconografía tradicional aplicando una rigurosa labor de simplificación de elementos escenográficos (escaleras, biombos, arcadas, ..., y de estilización y despojamiento en el vestuario, como en los atuendos de Traje blanco de Arlequín (una simple gola) y Traje de bailarina (un tutú almidonado) o como en los desnudos integrales de los Caballos blancos (dos viriles garañones y una jaca de ijares de junco y de broncíneos pechos) que constituyen quizá la mejor plasmación posible de las fantasías eróticas del Director; siguen la misma tónica la figura de Elena, una estilizada y hierática mujer-maniquí con vestido rojo de cola; o el Centurión del cuadro segundo metamorfoseado en un gigantesco conejo de peluche, émulo de Bugs Bunny, ensangrentado y pertrechado de un bate de béisbol. Al extremo de simplificación metonímica se llega en la metamorfosis del Director y del Hombre 2 mediante un ligero toque de lápiz de labios o en las contorsiones y en la gesticulación grotesca de la Dama 5 (impresionante María Herranz) de la que se sirve Rigola para representar la colección de caretas que llenan el armario que preside el solo del Pastor Bobo.

El elenco en su conjunto hace un trabajo espléndido desdoblándose en una multiplicidad de papeles y en una interminable gama de tonos, gestos y actitudes, desde el sutilísimo intercambio de miradas y poses insinuantes del cortejo del cuadro segundo que bordan Jorge Varanda (Figura de Pámpanos) y Jaime Llorente (Figura de Cascabeles), abandonados a la voluptuosidad de los cuerpos desnudos o contrariados en la riña de amantes lanzándose inocentes reproches, pullas e invectivas, hasta la inquietante figura de andar cimbreante y ademanes cautelosos del Caballo Negro/Prestidigitador de un Juan Codina en estado de gracia. Su rostro impenetrable, de mirada fría y sibilina, su estudiada gestualidad de nigromante hacen de su figura enjuta embutida en un traje negro la efigie del mismísimo Ángel de la Muerte. Last but not least y sin hacer demérito del resto del elenco que como digo está muy acertado en la construcción, en muchos casos, de personajes-símbolo, no puedo dejar de mencionar a Irene Escolar, que es una verdadera fuerza de la naturaleza, ya como dama enlutada y doliente madre de Gonzalo que se presenta como la Virgen María ante los soldados del sepulcro para reclamar el cuerpo de su hijo, ya como una Julieta rebelde, enardecida y vehemente que parece tener su ascendiente en otras heroínas de Lorca más que en la amante de Verona. El final del cuadro cuarto rodeada de los tres lúbricos Caballos blancos que quieren subirla a su grupa constituye una escena antológica de una fuerza dramática y de una belleza plástica  turbadoras.

Gordon Craig.


martes, noviembre 17, 2015

1000 razones para no dejar de leer. El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald.

"No existe fuego ni lozanía capaz de desafiar a lo que un hombre es capaz de almacenar en su fantasmal corazón". 

El Gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald.

domingo, noviembre 15, 2015

TEATRO. No daré hijos, daré versos. "Placeres prohibidos".

De Marianella Morena. A partir de la vida y la obra de Delmira Agustini.
Con: Lucía Trentini, Agustín Urrutia, Mané Pérez, Cristina Amacoria, Laura Báez y Domingo Milesi
Escenografía y vestuario: Johanna Bresque.
Dirección: Marianella Morena.
Madrid. Naves del Español. Sala Max Aub. 



Decididamente, los jirones de la vida y de la obra de la malograda poetisa uruguaya Delmira Agustini ( 1886-1914) recreados en este montaje recuerdan la angustia y la frustración tan descarnadamente expresados una y otra vez por Cernuda en sus poemas ante la imposibilidad de satisfacer por completo su deseo, en pugna con una realidad mezquina, tozuda e inclemente. “Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, / como nace un deseo sobre torres de espanto, / amenazadores barrotes, hiel descolorida, / noche petrificada a fuerza de puños ...”  Corre por los versos de la autora de Los cálices vacíos el mismo espíritu de rebeldía e inconformismo del poeta sevillano, de negativa a aceptar los roles sociales asignados por la moral de su tiempo, definidos férreamente en función de su condición de homosexual en un caso o de la condición femenina en el caso de Delmira Agustini.

Sería muy fácil recurrir a la noción freudiana de sublimación para  explicar la deriva artística de la poetisa, la escritura, como actividad compensatoria -o quizá sea mejor decir sustitutoria-, a través de la cual  dar cauce a su pulsión sexual insatisfecha, pero me temo que eso sería simplificar las cosas. Más bien habría que hablar de dos heridas igualmente dolorosas, causantes de la frustración permanentemente evidenciada a lo largo de la obra: la incapacidad de la protagonista para alcanzar la plenitud erótica y la creativa. Esa situación se articula como conflicto dramático enfrentando a la Delmira Agustini mujer y amante con el doble muro de incomprensión de su familia y de su novio. Una familia castradora dominada por el orden y el respeto incuestionable a la figura paterna -espléndidamente parodiada en el segundo cuadro- que ridiculiza la vocación literaria de Delmira y reprime cualquier manifestación de afecto o contacto carnal no acorde con su moral pequeñoburguesa. Y un novio timorato, superficial, cursi, no menos esclavo de los convencionalismos sociales e incapaz de aceptar la iniciativa de la mujer en materia de sexo, de comprender sus fantasías eróticas, la sinceridad y la vehemencia de su caudalosa sensualidad, incapaz de compartir y alentar, desde luego,  su pasión por la escritura.

De inspiración brechtiana, el montaje de Marianella Morena se estructura en tres cuadros que constituyen visiones complementarias, desde perspectivas distintas, de aspectos de la vida de Delmira Agustini para que cada espectador pueda construir su propio relato; desde el más breve, despersonalizado y distante cuadro final en el que una pareja de jóvenes enamorados mitómanos  y unas aplicadas estudiosas de la obra de la poetisa, relatan las peripecias de la subasta en la que consiguieron hacerse con sus exiguas pertenencias, incluidas unas cartas de amor a su marido y amante y la pistola del crimen,  hasta el cuadro segundo, ya mencionado, una hilarante parodia de una velada familiar en clave metateatral, con directora-maestra de ceremonias incluida, en el sancta sanctorun de la vivienda paterna: el salón donde se ha entronizado como pieza clave de la decoración un cómodo y florido sofá en torno al que se reúne a platicar los integrantes de la saga. Para entonces ya hemos asistido, en el primer acto, a los encuentros de la pareja en la intimidad de la alcoba, tálamo nupcial o cama de habitación de pensión de mala muerte donde tuvieron lugar sus citas como amantes. Abandonados a la voluptuosidad de los cuerpos, al desmayo, a la exaltación, pero también a las quejas, a los reproches o a la réplica airada, unos amantes se multiplican -literalmente- en abrazos y caricias en una suntuosa estancia que recuerda por su atmósfera entre mórbida y galante a los versos de su poema “Capricho”: “Entre el raso y los encajes de la alcoba /.../ Se revuelven en las espumas de su lecho de marfil.


Una espléndida evocación, en fin, de la atribulada existencia y de la prematura y trágica muerte de esta singular poetisa por tantos conceptos adelantada a su tiempo. Una visión personalísima que combina la sátira social con escenas de un intenso lirismo. Una muestra de excelente teatro.

Gordon Craig.