miércoles, diciembre 17, 2008

TEATRO. Molly Sweeney. "La identidad fracturada".

De Brian Friel.
Con: María Pastor, José Maya y Raúl Fernández.
Dirección: Juan Pastor.
Madrid. Teatro de La Guindalera.



Cuán lejos está Molly del protagonista de En la ardiente oscuridad de Buero Vallejo. Y es que a diferencia de Ignacio, que no se resigna a aceptar su ceguera porque la considera una tara física, Molly Sweeney, invidente como él, parece haber asumido sin reservas esa condición y se ha construido un universo pleno, una identidad diferenciada, autónoma, que la permite ser perfectamente feliz. Así se nos muestra desde la obertura de la pieza, jubilosa, segura de sí misma y llena de entusiasmo y energía en la rememoración de su infancia y aprendizaje al lado de su padre en un impresionante monólogo que constituye toda una celebración de la vida y de la naturaleza.

El conflicto, empero, surge cuando irrumpen en su vida Frank, con el que se casará de inmediato, y el doctor Rice, otrora famoso cirujano que ha venido a establecer su consulta en el perdido pueblecito que ha visto crecer a la dulce Molly, y que se empeña, para satisfacer su -como él dice- “insana fantasía de médico”, en operar a la joven. Porque ¿por qué tendría ella que operarse? ¿No había interiorizado plenamente la realidad a través de sus otros sentidos y se había fabricado un mundo a su medida en el que cada cosa estaba en su lugar? ¿Es sólo condescendencia con los deseos de su marido, o acaso sueña, como Ignacio, con el hermoso espectáculo de la luz de un cielo estrellado, con abrir una nueva puerta al misterio de la naturaleza?

La obra no proporciona respuestas a todas estas preguntas aunque nos permite acceder al complicado proceso de toma de decisión de Molly y conjeturar la titánica lucha interior de la protagonista antes de ceder a las sugerencias de Frank y del doctor Rice para que se someta a la operación. ¡Qué espléndida manifestación de su rebeldía la virulencia y el frenesí con los que se entrega a la danza tradicional irlandesa en la fiesta que se organiza en su honor la noche antes de ser internada en la clínica! Y nos permite, también, vislumbrar la alegría momentánea, efímera, de su ingreso en el mundo de la luz y de las formas, y las primeras dificultades para atribuir un sentido a las imágenes que la inundan, que la aturden; y la frustración, después; y el pavor del exilio de su universo anterior y la desolación por la nostalgia, ... y la locura de una identidad fracturada.

Para relatar esta historia Brian Friel se sirve de una hábil traslación al teatro del estilo indirecto narrativo y lleva hasta sus últimas consecuencias la técnica perspectivista. Consigue así, desde esa multiplicidad de puntos de vista, enriquecer la percepción que los espectadores tenemos de los personajes y del conflicto, a la vez que provoca un raro efecto de extrañamiento que convierte la recepción en una suerte de proceso analítico sumamente estimulante. Se trata de un juego muy sutil al que el director los actores han sabido sacar todo su partido, o sea, todo su potencial dramático. El director, porque sin su talento para descubrir las líneas de fuerza de este texto complejo y deslumbrante y su rara morfología el montaje no habría sido viable. Los actores por su sensibilidad para captar y transmitir su atmósfera íntima y familiar, sus pizcas de humor, su fina ironía y su elevado vuelo poético, además de encarnar, naturalmente, cada uno de ellos a caracteres funcional y temperamentalmente muy diferentes.

Y No hay reservas en la valoración de estos tres consumados intérpretes, sólo admiración y gratitud porque su trabajo es espléndido, sobre todo el de la protagonista, María Pastor, en un papel que parece hecho a su medida. Ya hemos dado cuenta en párrafos precedentes de algunos momentos particularmente brillantes de su actuación, pero su trabajo no se agota en ellos sino que ilumina, en cada escena, con la modulación de su voz, con sus manos prodigiosas, con los imperceptibles cambios de su respiración anhelante o sosegada, cada uno de los rincones de la mente lúcida y perspicaz y del corazón noble y generoso de Molly Sweeney. Raúl Fernández compone a un pintoresco, vital y entrañable Frank, aturullado, vehemente, parece tener averiado el mecanismo de orientación de su sentido práctico, porque se embarca en inverosímiles aventuras destinadas al fracaso, entre ellas, su bienintencionado empeño en que Molly recobre la visión. José Maya encarna a las mil maravillas al doctor Rice, una vieja gloria de la medicina ahora venido a menos; es un tipo correcto y atildado que vive vuelto al pasado, aferrado a la nostalgia y aceptando a duras penas su derrota; le obsesiona la idea de redimirse de su fracaso, para lo que no dudará en utilizar a Molly.

Gordon Craig.

Guindalera. Molly Sweeney.

jueves, diciembre 04, 2008

TEATRO. Un dios salvaje. "El dudosos poder civilizador de la cultura".

De Yasmina Reza.
Con: Aitana Sánchez-Gijón, Pere Ponce, Maribel Verdú y Antonio Molero.
Dirección: Tamzin Townsend. Madrid. Teatro Alcázar.



De nuevo Yasmina Reza vuelve por sus fueros con una comedia ácida y desternillante que lleva dos meses arrasando en el teatro Alcázar de Madrid. Tras el éxito clamoroso de Arte (que ahora sube a los escenarios madrileños por tercera vez consecutiva), el estreno de Un dios salvaje, precedido por su triunfo en París y en Londres, había generado unas expectativas que se han visto plenamente confirmadas, como atestigua la afluencia masiva de público a sus representaciones y los aplausos que noche tras noche cosecha la función.

Y es que no es para menos. Estamos ante un texto inteligente, que suma a su aguda penetración psicológica el planteamiento de problemas de la más estricta actualidad con un lenguaje conciso y directo; a su vez el elenco está integrado por conocidísimas caras del “show business” que además son intérpretes de aquilatada solvencia; y por último, cuenta con la atinada labor de Tamzin Townsend como maestra de ceremonias.

La historia, insulsa, en apariencia, recrea el encuentro de dos matrimonios de la clase media acomodada que se reúnen una tarde para solventar un pequeño incidente familiar: una pelea entre sus hijos, a la sazón compañeros de colegio, en la que uno ha propinado al otro un golpe con un palo y le ha roto dos dientes. La intención mutua de resolver el contencioso civilizadamente pronto se ve superada por las circunstancias y las buenas maneras se truecan en un comportamiento violento y atrabiliario viniendo a quedar de manifiesto que la cortesía, el respeto y la consideración no son sino máscaras que esconden la verdadera naturaleza de los protagonistas: la vulgaridad, la agresividad y la intolerancia.

La acción avanza imparable hacia un desenlace anunciado ya casi desde los primeros compases, pese a ello la tensión dramática no decae en ningún momento gracias a la constante inversión de las situaciones y al intercambio de “alianzas”, si es que puede llamarse así, ya que los bandos en conflicto no están integrados siempre por los mismos contendientes. Al principio el conflicto es entre parejas para desplazarse enseguida al interior de cada pareja; luego son los hombres quienes hacen piña frente a las mujeres y viceversa; a veces, tres de ellos se alinean frente a la intransigencia de un cuarto que quiere imponer a toda costa su criterio. Y vuelta a empezar, en un carrusel de clímax y anticlímax que constituyen un verdadero prodigio de construcción dramática un continuum de situaciones a cual más pintorescas y descabelladas que hacen las delicias del público, a la vez que le obligan a replantearse el tópico comúnmente admitido del poder civilizatorio de la cultura.

Gran parte del mérito, como ya hemos dicho, cabe atribuírselo a la directora, que ha cogido el punto entre tragicómico y burlesco con ribetes de alta comedia de la obra y que controla con pulso firme unas situaciones que en manos menos expertas derivarían en excesos de zafiedad o de histrionismo. Pero el mérito mayor corresponde sin duda a los intérpretes, que bordan literalmente sus personajes aportándoles una riqueza de matices realmente apabullante. Antonio Molero es el bonachón y conciliador Miguel, ha cedido, obviamente, la iniciativa a su mujer, Verónica, aunque no desaprovecha la ocasión de sacudirse de encima sus complejos y plantarle cara cuando se encuentra respaldado. Lástima que no haya conseguido limar del todo ciertos tics televisivos que se manifiesta aquí y allá en un impostación forzada y un tanto artificiosa. Maribel Verdú es Ana, tras cuya pose de resignada madre de familia y esposa feliz se esconden la frustración y el resentimiento que afloran de forma virulenta a la menor ocasión. Pere Ponce es su marido, un displicente y hosco especimen de macho ibérico convencido de que desde que el mundo es mundo las relaciones humanas se gobiernan por la ley del mas fuerte; grosero y desagradable hasta la exasperación considera que esa reunión es una pérdida de tiempo y sólo se anima cuando la discusión amenaza con convertirse en auténtica batalla campal. Una espléndida creación de personaje, contrapunto del de Verónica (Aitana Sánchez-Gijón), una fervorosa defensora de los buenos modales y del fair play, hasta que se le lleva la contraria, naturalmente, porque entonces se pone hecha una furia y es incapaz como los demás de controlar sus emociones y su histerismo. El personaje más redondo, quizá, de los que ha creado hasta ahora la dramaturga francesa, esta mujer abanderada de las bondades del progreso y paradigma de un cierto feminismo militante parece haber encontrado en Aitana Sánchez-Gijón el molde perfecto para materializarse en escena, en una conjunción casi milagrosa que raramente tenemos oportunidad disfrutar.

En fin una obra de comicidad desbordante aunque su mensaje último sea un tanto desesperanzador. El tipo de montaje con el que sueña cualquier productor para sanear la cuenta de resultados de su empresa durante una larga temporada. Un espectáculo divertido y muy bien hecho que nadie debería perderse.

Gordon Craig.

Un dios salvaje. Teatro Alcázar.

lunes, noviembre 24, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. El gordo y el flaco. "Pas à deux".

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De Juan Mayorga. Con: Víctor Duplá y Luis Moreno. Dirección: Carlos Marchena. Madrid. Sala Cuarta Pared. 8 de noviembre de 2008.



El Gordo y el Flaco no pretende llevar a cabo una reconstrucción documental de esta conocidísima pareja de cómicos que junto a Charlot, por ejemplo, o a los hermanos Marx, integran la lista de celebridades de los gloriosos inicios del cine hablado americano, ni recrear ninguna de sus películas, (ni siquiera tienen su mismo aspecto físico), aunque su mera evocación conlleva un cierto tributo de gratitud hacia esta inolvidable pareja vinculado probablemente a experiencias personales del autor. Me inclino a pensar que, como en el caso de Copito de Nieve, Juan Mayorga procede a una degradación del mito por medio de la parodia, en una operación de desmantelamiento de los tópicos surgidos en torno a dichos mitos que se han alojado en el imaginario de los espectadores.

De nuevo encontramos en esta pieza de Mayorga esa mixtura de realismo y simbolismo tan característica de su teatro, obras que desarrollan conflictos que trascienden la anécdota particular, -aquí, la de dos actores en paro que esperan inútilmente la llamada de un empresario-, y que son susceptibles de una interpretación simbólica, universalizadora, sobre la condición humana, en nuestro caso, sobre como el tiempo corrompe las relaciones de pareja y la convivencia se trueca en una suerte de parasitismo malsano que acaba por convertir la vida en común en un infierno.

Antes que réplicas del atrabiliario Laurel y del mojigato Hardy, aunque comparten con ellos el hecho de ser actores y algunos rasgos de carácter, el Gordo y el Flaco son más bien una especie de Vladimir y Estragón reencarnados; como ellos, esperan la aparición de algo que de sentido a su vacía existencia, mientras rememoran días mejores y consumen su vida en acciones reiteradas y sin sentido en las que encuentran, eso sí, oportunidades para zaherirse y maltratarse mutuamente. El paisaje desolado de Esperando a Godot, es ahora una desnuda habitación de hotel donde cohabitan voluntariamente exiliados del mundo exterior ambos protagonistas, embarcados en la imposible tarea de reconstruir una identidad perdida, el ideal de la proporción exacta de gordura-y-delgadez que una vez encandiló a los productores y que ahora se diluye inexorablemente con el paso del tiempo.

Creo que Carlos Marchena ha acertado con el tono entre irónico y paródico que imprime a la puesta en escena, también con la atmósfera un tanto deprimente que impregnaba las películas de este inseparable binomio. Y los actores, desde luego, hacen una creación magistral de sus respectivos personajes, sirviéndose de un inventario inagotable de recursos de la comicidad gestual y corporal que se avienen bien con el humor de situación que empapa la acción y con ciertos ribetes de la poética del absurdo -otra de las influencias que exhibe, a mi juicio, este texto de Mayorga-, presentes en muchos diálogos.

Un montaje sobrio, en fin, desnudo de artificio, que persigue una teatralidad esencial, con un lenguaje muy plástico y una técnica de actuación depurada que transmite, mientras nos hace reír un rato, el sabor amargo de la derrota, el drama de dos seres muy próximos a nosotros cuyo universo vital de valores, ilusiones y experiencias compartidas se resquebraja sin que puedan hacer nada por evitarlo.

Gordon Craig.
10-XI-08

Cuarta Pared. El gordo y el Flaco.

viernes, noviembre 07, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. En attendant le songe. "So quick bright things go to confussion".

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Inspirado en El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare.
Con: Hovnatan Avedikian, Vicent Berger, Jerry di Giacomo, Geral Depasian, Christian Pelisssier y Augustin Ruhabura.
Compañía: Irina Brook.
Dirección: Irina Brook.
XXV Festival de Otoño.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 1 de noviembre de 2008.



Ironizaba hace pocos días García May en su ya imprescindible columna de teatro de “El Cultural” acerca de cómo podría venir a afectar la tan traída y llevada crisis económica en la programación de la presente edición del Festival de Otoño, aludiendo, en concreto, a la presencia de Irina Brook, como una posible alternativa más barata a la de su padre, el consagrado, octogenario y habitual en anteriores ediciones, Peter Brook. Ignoro si habrá visto el espectáculo que comentamos, pero de ser así, supongo que estará de acuerdo conmigo en que no se puede hacer un montaje más sobrio -ni el mismísimo Grotowsky lo haría-, de una obra de tan gran aliento poético y tan desbordante fantasía.

Alumna privilegiada, Irina Brook ha aprendido de primera mano la lección magistral de teatro que su padre sistematizó en El espacio vacío, y consigue, con una encomiable economía de medios, arrastrar al espectador a la estimulante experiencia de descubrir lo que el propio Brook denominara el “rostro de lo invisible”. Y es que con ausencia casi total de elementos escenográficos y con sólo seis actores, varones por más señas, recrea toda la pléyade de cortesanos, menestrales, gnomos, elfos, hadas y demás personajes fantásticos que pueblan el abigarrado universo de esta regocijante comedia shakespeariana salvaguardando lo esencial de su alambicada trama y conservando su carácter festivo y desenfadado.

Diría más, son el tono lúdico de la obra y su dimensión metateatral los aspectos que la autora ha potenciado, resaltando el componente paródico y elevando a protagonistas de la pieza a la troupe de cómicos ocasionales seleccionados finalmente por el intendente del duque Teseo para animar la velada con la que culminan los festejos de sus esponsales con Hipólita. Y parece como si todo el desarrollo de la obra no fuera sino una preparación para ese colofón en el que por fin nuestros humildes currantes van a tener su momento de gloria representando ante la concurrencia la desgraciada historia de los amantes Píramo y Tisbe. Esta escena final es realmente antológica y el patio de butacas estalló en sonoras y continuas carcajadas; aunque no deja de haber momentos hilarantes a lo largo del desarrollo de la pieza fruto de los malentendidos y de la confusión generada por el atolondramiento de Puck al interpretar equivocadamente las órdenes de Oberón y trocar los sentimientos de Demetrio con respecto a Hermia y a Elena.

Es realmente un derroche de ingenio el que llevan a cabo estos seis actores, privilegiados y poseedores de un vasto muestrario de recursos de la comicidad primaria que administran con largueza y con una exquisita sensibilidad, hasta en los detalles más procaces. El resultado es un virtuoso ejercicio de transformismo servido por un exigente control del movimiento, la voz y el gesto; un espléndido trabajo de actuación, en suma, que franquea la barrera del idioma acaparando la atención de los espectadores, haciéndoles -haciéndonos- disfrutar una vez más de esta ingeniosa y divertidísima comedia.

Gordon Craig.
3-IX-2008

lunes, noviembre 03, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. El llanto. "El misterio de la vida y de la muerte."

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Espectáculo de Jaume Villanueva basada en El llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca.
Con: Juana García “La gitana catalana” (cantaora), Nacho Blanco y Frederic Gómez (bailarines) y Rafel Plana (piano, percusión).
Dirección: Jaume Villanueva.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias, 25 de octubre de 2008.



Une aquí Jaume Villanueva el duende del cante y baile flamencos con el hondo sentimiento y el acendrado dramatismo de la elegía lorquiana. Espectáculo híbrido de lírica, música y danza, su mérito mayor radica en la atinada fusión de lenguajes distintos que se complementan mutuamente en una espléndida síntesis de expresión artística.

La simbología e iconografía taurinas, presentes en el vestuario y en la coreografía potencian, sin desvirtuarlas, la vívidas imágenes poéticas lorquianas, y aunque muchos pasajes bailados tiene entidad en sí mismos y obedecen, supongo -porque ignoro los más mínimos detalles de la técnica- a patrones de composición específicos, en el diálogo de los cuerpos o en el ritmo y timbre de los zapateados, en conjunto, parecen subordinados a los motivos centrales del poema, a la lidia, a la cogida y muerte del torero, al estremecimiento ante la sangre derramada o la desolación ante el cuerpo exánime del torero en la fría piedra del depósito de cadáveres, cuando no sugieren aspectos relativos a la amistad de Ignacio Sánchez Mejías con el poeta o constituyen variaciones sobre el tema de la angustia ante la muerte o sobre el destino trágico del hombre que tanto preocuparon a Lorca.

Pero es la música, un variado muestrario de arreglos de Rafael Plana de temas de música española, (copla, cante hondo, habanera, etc.) del maestro Enrique Granados la que cobra especial protagonismo habilitando un acompañamiento -o quizá sería mejor decir un cauce- sonoro para el torrencial verbo lorquiano, que modula la expresividad de los versos potenciando sus tonalidades emotivas: la desolación y la rabia por la pérdida o el horror ante los aspectos más crueles de la herida y de la muerte, pero también la alegría del encendido homenaje a las virtudes del amigo y del torero o la serena aceptación de la desaparición definitiva y del olvido.

La puesta en escena es de extrema sobriedad, apenas un círculo de luz en el albero o la tímida presencia luminosa de la luna; depurado el estilo de los bailarines (Nacho Blanco y Frederic Gómez), ceñido el cuerpo a cuerpo en la lidia, en la reyerta o en el traslado del desmadejado cuerpo muerto del torero, con composiciones que evocan la pietá de Miguel Ángel; ajustada y pletórica de matices la voz cálida y tierna y saltarina y rota por le dolor de la cantaora Juana García.

Un espectáculo, en fin, con toda la belleza plástica y con toda la fuerza poética y la solemnidad de un rito ancestral: el que celebra el misterio de la vida y de la muerte.

Gordon Craig.
27-X-08.

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. Gatas. "Historia y feminidad".

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Adaptación de Porteñas, de Manuel González Gil y Daniel Bolti.
Con: María Pujalte, Blanca Oteiza, Cuca Escribano, Miriam Montilla, Paloma Gómez y Paloma Montero. Dirección: Manuel González Gil.
Madrid. Teatro Fernán Gómez. 19 de octubre de 2008.



La idea es original, y arriesgada, y llena de trampas, que el autor ha sabido sortear; empezando por el prejuicio y terminado por la mixtificación, que casi siempre se cuelan arteramente -ideológicamente- por los intersticios de la reflexión sobre cualquiera de ambos asuntos, historia y feminidad, en este solar patrio tan dado a los exabruptos y a la impostura. Y el resultado es brillante: un entusiasta canto a la tolerancia y el gozoso descubrimiento de lo que nos une, por encima de las naturales diferencias de clase, de sexo, de condición, y más allá de los trágicos designios de una historia común de incomprensión, de sufrimiento y de sangre.

Todo eso es Gatas, una apretada síntesis de un siglo de vida en común, desde una lejana tarde de octubre de 1909, una tarde de revueltas y tumultos en Madrid a raíz del ajusticiamiento en Monjuïc del pedagogo libertario Francisco Ferrer Guardia, hasta una mañana aciaga, la del terrible atentado contra los trenes de cercanías en la estación madrileña de Atocha el 11 de marzo de 2004. Y cinco personajes en escena, cinco mujeres reunidas en casa de Cayetana de forma fortuita y que solo tienen en común su feminidad y una apuesta decidida por entender lo que eso significa y por entenderse entre sí, pese a las dificultades, casi insalvables, a veces, y por demostrarse a sí mismas que la concordia es posible.

Un “programa” difícil , como vemos, pero el teatro es así y de vez en cuando nos reserva gratas sorpresas cuando nos ponemos en buenas manos y cuando a la inteligencia del texto se une el talento de las intérpretes. Cinco actrices que progresivamente van cobrando protagonismo, por encima incluso del rico anecdotario que jalona el desarrollo de la obra y acaparando más y más atención del espectador. Su trabajo de construcción del personaje es espléndido, y todas ellas consiguen individualizar a unos caracteres, en principio genéricos, y dotarlos de hondura psicológica y de una textura humana rica y sugerente. Aun con sus altibajos debido a ciertas concesiones al tópico y a una construcción dramática que se hace algo reiterativa la obra fluye con viveza y tiene momentos vibrantes que no dejan indiferente a nadie, como la toma de posición de las protagonistas ante los acontecimientos más luctuosos de nuestra historia, en particular, durante la ofensiva contra Madrid, en los comienzos de la guerra o durante los llamados años de plomo, donde la represión se reveló más feroz y despiadada.

De alguna manera el autor se las ingenia para que cada una de las protagonistas tenga su momento de gloria en escenas que se resuelven por lo general de manera brillante. Con María (Paloma Gómez), por ejemplo, en la reivindicación de su condición de abnegada madre de familia enamorada a su manera de Jenaro; o con Fátima (Cuca Escribano) y Clara (Miriam Montilla), dos personalidades fuertes e irreconciliables enfrentadas a cara de perro y cuya incompatibilidad está a punto en varias ocasiones de dar al traste con una relación de amistad trabajosamente labrada y mantenida a flote por el empecinamiento y la comprensión de Cayetana (María Pujalte); sus respectivos monólogos tras el atentado terrorista de que son víctimas sus familiares cercanos y el intento desesperado de encontrar alguna justificación a la barbarie indiscriminada que minimice el sentimiento de culpa que las embarga constituyen un testimonio estremecedor. Como desolador también el triste desenlace del “noviazgo” de la feminista militante Alicia (Blanca Oteiza), ya vestida de blanco y casi en las escaleras del altar, tras su lúcida y emotiva reflexión sobre el alcance y límites de la relación de pareja.

En fin, sobradas razones para disfrutar dos horas arrellanado en la butaca en la oscuridad de la sala y para afirmar que ha merecido la pena renunciar a un soleado y apacible atardecer del otoño de Madrid, uno de los pocos que restan antes que el inclemente invierno se enseñoree de sus calles, plazas y bulevares.

Gordon Craig. 21-X-08.

martes, octubre 28, 2008

Unas palabras cariñosas desde el desierto Omaní. A proposito del derribo de la cúpula de la antigua cárcel de Carabanchel.

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Hace ya tiempo que no se lee Manolito Gafotas entre nosotros pero hay cosas que secan la memoria. Sobre todo cuándo hablamos del parque del ahorcado y el monolito a la represión que vigilaba tan fantasmagórico sitio literario (porque solo existió en la neuronas de Elvira Lindo).

Ruego un minuto de silencio para la muerte de la cúpula de la cárcel de Carabanchel.

El skyline de Aluche no será el mismo sin ese ovni de infancia y temor, de cemento y terror, cercano al cementerio de Carabanchel. Aun suena en mi cabeza la sirena de cambio de turno mientras jugaba a la pelota en la plazoleta. Plazoleta que despareció cuándo en mi colonia se construyo el aparcamiento. Cúpula que desaparece para construir más pisos. Ya no hay niños en la plazoleta, ni, separados por la vía del metro, antes línea 10 y línea 5 (ahora solo línea 5), presos en la cárcel. Pero siguen ahí los muertos del cementerio.

Las autoridades han pensado que Carabanchel necesita un lifting.

En mis instantáneas mentales sigue el recuerdo, suena la sirena.

Quién dijo que las cosas no cambian.

miércoles, octubre 15, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Maniquís. "Ni sufrir ni gozar (...) perfección de la línea".

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De Ernesto Caballero.
Con: Carina Garantivá, Arantxa Martí, Julia Mopyano, Alexandra Nicod y Ainhoa Santamaría.
Dirección: Ernesto Caballero.
Madrid. Teatro Arenal. 14 de octubre de 2008.



Al presenciar este espectáculo de Ernesto Caballero se me viene a la cabeza un poema de Pedro Salinas -creo que de El contemplado-, que siempre me ha fascinado, porque proporciona una visión nítida y estremecedora del destino del hombre moderno que ha resultado profética. Está “ambientado” en Nueva York, la nueva Civitas Dei agustiniana, y con su habitual finura y elegancia el poeta va repasando en leves dísticos asonantados, diversos aspectos de la vida en la gran urbe allá por los años cincuenta, evocando las oficinas, los cines, los rascacielos, los crepúsculos y el apresurado y errático hormigueo de sus avenidas y bulevares; y casualmente, se detiene también en los escaparates de unos grandes almacenes donde:

Los maniquíes su lección ofrecen,
moral desde vitrinas;
ni sufrir ni gozar, ni bien ni mal,
perfección de la línea.


Parece que Ernesto Caballero hubiera percibido también esta desoladora metáfora de la deshumanización que representan estos maniquíes, pero antes de caer en una actitud contemplativa y pesimista ante tan irrevocable constatación opera un radical cambio de perspectiva insuflando en estas inexpresivas muñecas de cartón plastificado justamente el deseo de vivir, de gozar, de sufrir, de sentirse humanas, en definitiva, por unas horas, las que dura un viaje fantasmal, nocturno, por las restantes plantas deshabitadas de los grandes almacenes.

Tentado por la alegoría (véase, su reciente montaje Auto) y preocupado por los conflictos cercanos (como el culto a la belleza corporal en Un busto al cuerpo) escribe Ernesto Caballero una parábola cuyo sentido último se nos escapa, aunque se advierte una mirada nostálgica por el hombre (la mujer) adánico, candoroso, anterior a su expulsión del paraíso, así como una reflexión sobre la pesada carga de la consciencia, de la que quiere desprenderse a toda costa Mari Claire, incapaz de soportar su anonadante tiranía.

Una puesta en escena pulcra de José Luis Raymond y un espléndido trabajo corporal que confiere una extraña verosimilitud a la manera de moverse y comportarse de estas “princesas tetrapléjicas” como las denomina el vigilante nocturno, nos traslada a un universo hiperreal, como de pesadilla, aunque matizado por el tono humorístico general de la obra y la leve ironía con la que el autor fustiga nuestras veleidades consumistas; pero ya digo, en un tono nada hiriente, ingenuo, casi lírico que evidencian al niño grande que hay en el director de inolvidables trabajos recientes, como los Sainetes, de D. Ramón de la Cruz, o el inteligentísimo último montaje sobre textos de Mihura que ya hemos reseñado.

Gordon Craig.
14-X-2008
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Maniquís. Metropoli.

viernes, octubre 10, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. El enfermo imaginario. "Farsa bufonesca".

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de Molière.
Con: Fernando Aguado, Eva del Palacio, Ana Burrel, Alejandra Llorente, Malena Gutiérrez, Diego Morales, Félix Casales, Gabriel I. Sánchez, Jorge Basanta y otros.
Espacio escéncio, vestuario y ambientación: Miguel Brayda, Eva del Palacio y Fernando Aguado.
Versión y dirección: Eva del Palacio.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 5 de octubre de 2008.



Molière fue un genial creador de tipos que han pasado a formar parte de la galería de personajes inmortales que integran nuestro acervo cultural, como el “tartufo” o el “avaro”. Los personajes de la obra que comentamos no alcanzan, quizá, el mismo grado de espesor psicológico que aquellos, pero le sirven a nuestro dramaturgo para llevar a cabo un incisivo análisis de ciertos vicios y costumbres reprobables de su tiempo que, con frecuencia, lo siguen siendo también del nuestro. En este caso le toca el turno a los hipocondríacos, representados en la figura del protagonista, Argán, un pobre diablo obsesionado por la enfermedad que no puede sustraerse a imaginar gravísimas dolencias detrás de los más mínimos cambios de humor o de la más ligera indisposición; pero además de hacer burla de los aprensivos, El enfermo imaginario es una inclemente invectiva contra los profesionales de la medicina que, ayunos de cualquier ciencia positiva, se aprovechan de sus pacientes envolviendo sus escasos conocimientos en una vacua jerigonza más propia de nigromantes que de los seguidores de Galeno.

Más que un satírico implacable o un torvo moralista al estilo de Fenelón, fue Molière un cómico extraordinario que puso su conocimiento profundo del alma humana y su dominio absoluto de los recursos del humor y de la carpintería teatral al servicio de una dramaturgia ingeniosa y divertida, hilarante a veces, a ratos descarada, pero nunca soez ni chocarrera. De ahí que sea muy difícil encontrar el punto de equilibrio, el tono adecuado de farsa bufonesca que impregna muchas de sus obras teatrales y de ésta en particular.

Visualmente, el montaje de Morboria es irreprochable y acorde con una plástica que es marca de la casa por lo se refiere a la escenografía al vestuario y la caracterización de los personajes, a los que convierten en auténticas figuras de retablo de marionetas. Otra cosa es que esa estilización de la forma, soberbia, como digo, que da lugar a vívidos cuadros de inspiración galante, se lleve luego hasta sus últimas consecuencias y se integre en un genuino proceso de construcción de personaje. Con frecuencia, pese a los esfuerzos de los actores, la máscara no se percibe como una emanación espontánea de la realidad esperpéntica de los personajes; además, aquí y allá escenas o situaciones hilarantes en sí mismas se corrompen contaminadas por innecesarias referencias a elementos socioculturales de un contexto histórico inmediato, como las alusiones al “morir de amor” de Camilo Sesto o al conocidísimo y manoseado concurso televisivo del Un, dos, tres.

Pese a todo, el espectáculo proporciona numerosos oportunidades para el regocijo y la carcajada que el público agradeció y premió con su aplauso.

Gordon Craig.
7-X-2008.

El enfermo imaginario. Metropoli.

martes, septiembre 30, 2008

POESÍA. Reencuentro con “la sala de lo penal” de Gonzalo Munilla.

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Hoy he vuelto a releer el poemario “la sala de lo penal” de Gonzalo Munilla. Y porque la poesía tiene esa magia que conmueve cada vez que vuelves a poner tus ojos sobre unos versos y porque las sensaciones que provoca cambian con cada lectura, pero la primigenia emoción que sentiste vuelve a aparecer, pero aderezada con tenues matices nuevos, y porque se trata de algo que quería realizar desde hace tiempo pero no he podido llevar a cabo hasta hoy, quería dedicarle a Gonzalo unas palabras, cálidas y agradecidas.

No corren buenos tiempos para la poesía, pero la poesía es la vida, es la expresión más profunda del alma, de esa voz interior que contesta sin vergüenza a la razón, y fundamenta lo que es el hombre moderno. Y sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, no encontramos tiempo para disfrutar de ella, para aprehender la profundidad de su mensaje, para dejarnos contagiar por su humanidad, y no queremos entender su visionaria fotografía de la cruda realidad.

Sin embargo todavía existen valientes, como Gonzalo, que se atreven a sacar de dentro todo lo que sienten, y nos lo ofrecen gratuitamente, sin tapujos, sin caretas, y en vez de participar en un lacrimógeno programa vespertino de televisión, nos regalan unos conmovedores versos.

Como si tratase de un esbozo, una pincelada, de la teoría del “no” eterno retorno nietzscheciano, en la que no cabe una vuelta a atrás para remediar los errores ya cometidos, “su” historia de amor, cargada de cotidianidad, nos lleva hasta una encrucijada de final incierto, preñada de sinceridad, de ternura, de inocencia perdida y de lugares comunes; pero que deja abierto un pequeño resquicio por el que todavía entra luz, la luz de la ternura, del cariño, del amor.

Y mientras releo a Munilla, recuerdo una de las últimas escenas de “la insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, cuando Teresa y Tomás se enfrentan a la muerte de Karenin, su perro. Teresa reflexiona sobre la inseguridad de su amor y su continua infelicidad: “El tiempo humano no da vueltas en redondo [como el de los animales], sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir”. Pero a pesar de ello, creo, que como esa luz que nos muestra Gonzalo, algo dentro de nosotros nos lleva a continuar, a seguir, a volver a encontrar momentos de felicidad, diferentes, pero intensos y reales.

Sin permiso, pero esperando que el pequeño atrevimiento se olvide con unas cañas, os ofrezco unos cuantos poemas de Gonzalo Munilla.

“Casi besos”.

en mitad
de la noche
sus colillas
en carmines
bañadas
casi besos

“Punto medio”.

siempre me he preguntado
por esa línea
que dice si es Tirreno
o ya Mediterráneo
el mar en que te bañas...

parece que te ahogas
en ese punto
que establecen
los mapas
como medio

“Fantasmas”.

el día de verano
que tienda
mis fantasmas
ya no podrán secarse

serán cuerpos pesados por el llanto
quizá no sea oportuno hacer memoria

“Cenicienta”

las doce
menos cuarto
no sé
cómo decirte
lo que siento

“Una sola sombra”.

un susurro
al oído
y ese soplo
en la nuca
que despiertan al vello y los pezones
dormidos...

así recuerda el viento
que caminas
tras una sola sombra
en el otoño

“Confesión”

nadie ha vuelto a decirme
que te follen
que me dejes en paz
eres un crío
no entiendes
una mierda juramé
que no te subirás
en coches
de borrachos


Referencia: La sala de lo penal por Gonzalo Munilla. Sevilla: Editorial Point de lunettes, 2008. VI Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Morón” 2007.

Comprar La sala de lo penal.

Editorial Point de lunettes.

lunes, septiembre 29, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. La puerta del Sol. "Un episodio nacional".

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Adaptación de Jerónimo López Mozo de El 19 de Marzo y El 2 de mayo, de Benito Pérez Galdós.Con: Carlos Álvarez Novoa, Jesús Noguero, Juan Díaz, María Valverde, Ramón Barea, Luis Perezagua, María Alfonsa Rosso, Zutoia Alarcia, Paco Racionero, Chete Lera y otros.Escenografía: José Hernández; vestuario: Javier Artiñano.Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Madrid. Teatro Albéniz. 26 de septiembre de 2008.



Vuelve a mostrarnos Pérez de la Fuente en este montaje, como ya lo hiciera en Pelo de tormenta, por ejemplo, su afición por la vertiente más espectacular del teatro, por su faceta de fiesta y de celebración, demostrándonos una vez más que sin minusvalorar las distancias cortas, el cara a cara de los personajes, los detalles más nimios de cada escena, se desenvuelve como nadie con los grandes movimientos de masas en el escenario. A título anecdótico, recuerdo haberle oído contar las dificultades que tuvo que superar en el María Guerrero, un teatro de caja estrecha para organizar el formidable movimiento procesional con María Jesús Valdés subida en unas andas y rodeada de sirvientes y eunucos en La visita de la vieja dama; pero es que las de este espectáculo superan lo imaginable. Ya me dirá cual es su secreto para movilizar en escena semejante tropel de actores, “caballería” y pertrechos de guerra sin provocar una auténtico caos.

La ocasión verdaderamente merecía el esfuerzo: dramatizar el tercero de los Episodios Nacionales de Galdós que refiere dos sucesos de enorme trascendencia histórica como son el Motín de Aranjuez y el levantamiento del 2 de mayo del pueblo de Madrid contra de las tropas francesas; y el resultado es más que notable, empezando por una meritoria adaptación de Jerónimo López Mozo, que ha hecho una espléndida labor de síntesis para reducir a dos horas y media una trama novelesca tan compleja y terminando por el ambicioso montaje, revelador en su grandiosidad y elevado tono épico del heroísmo desplegado por los protagonistas de una gesta que habría de cambiar el destino de España.

El expediente se resuelve por medio de una larga conversación de un joven Galdós con el anciano Gabriel Araceli a través de cuyos recuerdos y ensoñaciones se revive el pulso de la vida cotidiana en el Madrid de la época y van aflorando los gloriosos y truculentos acontecimientos que jalonan la historia y que son juiciosamente valorados por un Galdós ya adulto, que denuncia la incuria y cobardía de los gobernantes en contraposición con la gallardía del pueblo en armas; un pueblo, cuya ignorancia lamenta y al que moteja de “comparsa de la Historia” y del que afirma que se lleva siempre la peor parte.

El trabajo del elenco en su conjunto está a la altura de las circunstancias. Carlos Álvarez-Nóvoa lleva a cabo una ciclópea labor en el papel del octogenario Gabriel Araceli; ponderado en sus juicios del pasado, tiembla todavía ante la magnitud del horror de la represión de los franceses y recuerda emocionado y tierno al amor de su vida. En el ecuador de la obra, la aparición de Galdós adulto (espléndido Ramón Barea), reflexionando sobre la barbarie y sobre el ineluctable signo trágico de nuestras asonadas y pronunciamientos es sobrecogedora. Pero no desmerecen el trabajo de Luis Perezagua en el sentencioso clérigo Don Celestino; o el de la desvalida y sumisa Inés (María Valverde); el de la expansiva y lenguaraz comadre Doña Ambrosia (Zutoia Alarcia); o la pintoresca estampa del taimado y codicioso Don Mauro (Chete Lera); o la bellaquería del beodo rapavelas Santurrias (José Carlos Gómez); o la antológica pieza oratoria de Pujitos (Daniel Gallardo) arengando a los amotinados.

Gordon Craig.


28-IX-2008.

lunes, septiembre 22, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Las troyanas. " Los estragos de la guerra ".

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Autor: Eurípides. Versión de Ramón Irigoyen. Con: Eduardo Mac Gregor, Ángel Pavlovsky, Gloria Muñoz, Ricardo Moya, Anna Ycobalzeta, Mia Esteve, Luis Jiménez, Clara Sanchis Antonio Valero. Coro, soldados. Dirección y puesta en escena: Mario Gas. Madrid. Matadero. Naves del Español. 17 de septiembre de 2008.



La obra recrea las horas inmediatamente posteriores a la victoria de los griegos sobre Troya. Las horas subsiguientes a todas las victorias militares. En un paisaje desolado que evoca las arenas de una remota playa del Golfo Pérsico, entre estatuas semiderruídas, máquinas de guerra y bidones de petróleo, un grupo de “troyanas” se esconde de los agresores mientras se lamentan por sus hijos o maridos muertos en combate y por el aciago destino que les aguarda. Y de nada sirve la entereza de la anciana Hécuba cuyas palabras de aliento no pueden mitigar ni su dolor ni su desesperación. Ella misma ignora todavía cuan funesto y terrible será su propio destino; porque, al parecer, la derrota militar no es suficiente agravio, ni la aniquilación de los varones. Hay que aplacar el furor y el deseo de venganza acumulado durante diez años de combate y para ello los generales victoriosos no se arredran ante las más horrendas crueldades con las supervivientes.

Eurípides, que había vivido la terrible experiencia de las guerras del Peloponeso, denuncia los estragos de la contienda bélica y sus desastrosas consecuencias, en particular la indignidad de los vencedores, y su voz clara y potente atraviesa siglos de historia para traernos el mensaje de que nada ha cambiado desde entonces, y de que estamos destinados a cometer una y otra vez los mismos errores, porque la naturaleza humana sigue siendo la misma.

La puesta en escena es grandiosa, acorde con la dimensión épica de la tragedia, pródiga en efectos de luz y sonido y un vívido movimiento escénico, casi operístico; peca, quizá, de efectismo en la insistencia por establecer un paralelismo explícito con las guerras del presente: en los uniformes de los soldados o en la presencia del camión cargado de cadáveres. El trabajo de actuación es asimismo notable, en particular el de las actrices que tiene papeles destacados. Gloria Muñoz (Hécuba) transita por todas las etapas del dolor y de la desesperación; vemos como su entereza y presencia de ánimo se desmorona paso a paso a medida que se despeja su incertidumbre por la fortuna de sus hijas Casandra y Polixena, culminando en el desolador planto final ante la mortaja de su nieto, el pequeño Astianacte; conmovedor es, asimismo, el llanto de Andrómaca (Mia Esteve) en su emocionado recuerdo de Héctor y en la desgarradora despedida de su pequeño antes de entregarlo a sus verdugos; y aterradora es la profecía de Casandra (Anna Ycobalceta) atormentada por sus padecimientos y envenenada por la sed de venganza. Clara Sanchis, en fin, es una indómita y altiva Elena; la perspectiva de una muerte cierta no doblega su ánimo y los gritos e insultos con los que la recibe el coro de troyanas no parecen hacer mella en su orgullo; indiferente al dolor de Hécuba, impetuosa y vehemente en su alegato a favor de su inocencia, moviliza y todos sus encantos y armas de seducción para conseguir de nuevo el favor de Menelao.

Gordon Craig
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17-IX-2008.


Las Troyanas. Naves del Español.

martes, septiembre 16, 2008

VIDA. ¿Somos lo que quisimos ser o somos lo que la inercia nos llevó a ser?


Gordon Craig ya os brindó la oportunidad de acercaros y de presenciar Traición de Harold Pinter en la Sala Guindalera hace unos meses. Y también os regaló algunas pequeñas pinceladas de lo que sintió con la puesta en escena de Juan Pastor.

En Traición salen a la luz multitud de asuntos, la infidelidad, la amistad, el cariño, la mentira, etc. Pero sobre todo ello ya habló Gordon Craig, como he dicho antes. A mi me interesa, sin embargo, como trata el autor el paso del tiempo perdido, aquellas veces que uno dudó y no tomó la decisión correcta, o creyó que iba por el buen camino pero cuando el paso del tiempo le permitió un respiro y la posibilidad de volver la vista atrás, se dio cuenta de que se había equivocado y de que aquel momento de indecisión, o de no haber meditado lo suficiente lo que iba a llevar a cabo le hizo equivocarse, y luego la rutina, el conformarse, el dejarse llevar, le ha convertido en otra persona, en olvidar que es lo que realmente buscaba, que anhelaba y que no pudo ser.

Hay una escena en la que los dos amigos, Jerry y Robert quedan para almorzar. Uno quiere contarle y quizás también pedirle explicaciones de porqué se está acostando con su mujer, pero no puede decírselo, es uno de esos momentos en que una persona tiene que sacar todo lo que tiene dentro, pero sin embargo se achica y cobardemente prefiere empezar a olvidar y mirar hacia otro lado. Durante la cita, uno de los amigos echa la vista atrás y recuerda al otro los momentos en los que ambos eran brillantes alumnos de Filología de Oxford y Cambridge y como el destino los unió para crear ambos un sello editorial. Pero de repente uno le dice al otro: yo sigo leyendo a Yeats, y tú sin embargo tienes un olfato excepcional para los nuevos valores; ¿tanto hemos cambiado que yo no aprecio a esos mediocres escritores tuyos, pero tú has dejado de leer poesía? Después de este cruce de palabras se suceden unos eternos segundos de silencio. Y es entonces cuando un resorte dentro de nosotros se dispara y nuestra cabeza empieza a recordar.

¿En qué medida somos lo que quisimos, o soñamos, o imaginamos ser? ¿Cuándo elegimos un camino que nos llevó hacia un callejón sin salida, a empezar a vivir con el alma entristecida? ¿Nos llegó ese momento en realidad?

Imre Kertesz en su gran novela “Sin destino” viene a decirnos que si todo esta predispuesto por el destino no existe la verdadera libertad, porque si en algún sitio está escrito lo que va a suceder o no, nuestra ansiada libertad, ya desde que uno nace, es esclava del destino, y no se la puede llamar libertad. Yo creo que a algunas situaciones fortuitas que han hecho cambiar nuestra vida las denominamos suerte o desgracia y para generalizar decimos que nuestro destino estaba escrito, pero la realidad no es así. Modestamente creo que muchas veces nos dejamos llevar y nuestra comodidad y no asimilada cobardía nos empuja a vivir rápidamente y no mirar atrás hasta que es demasiado tarde. ¿En alguna ocasión es demasiado tarde? Es difícil darse cuenta de cual es la realidad que te rodea, ya que la vida real es dura y de por si complicada, pero nunca es tarde para rectificar y volver a empezar.

Mis abuelos me solían decir que la vida es demasiado larga en muchas ocasiones, que no hace falta correr tanto al principio, que de vez en cuando había que pararse a pensar lo que uno está haciendo o lo que está dejando a un lado. Pero para mi, todavía muy joven en esos momentos, era harto complicado poder asimilar sus palabras con la misma perspectiva que el paso del tiempo les daba a ellos. Ahora cuando ya han pasado unos cuantos años desde esas palabras, creo que llevaban toda la razón y que en alguna ocasión debería de haberme parado a reflexionar si lo que estaba llevando a cabo era realmente lo quería, lo que tenía que hacer para no defraudarme.

¿Estamos a tiempo todavía de dar un brusco giro de timón e intentar iniciar una nueva vida?


[Desgraciadamente ya no podéis disfrutar de Traición, de Harold Pinter en la Sala Guindalera, porque sus funciones terminaron en junio de 2008.]

Aquí puedes leer la reseña de Gordon Craig.

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Sonata de otoño. “El odio y la humillación”.

De Ingmar Bergman.
Con: Marisa Paredes, Nuria Gallardo, Chema Muñoz y Pilar Gil.
Dirección: José Carlos Plaza.
Madrid. Teatro Bellas Artes. Estreno 5 de septiembre de 2008.

Hace apenas un año, el 30 de julio de 2007, fallecía en su refugio de Farö el genial cineasta Ingmar Bergman; así que este montaje de José Carlos Plaza que estrena ahora el Bellas Artes puede interpretarse como una conmemoración de dicha efemérides y, a la vez, como un homenaje a una faceta menos conocida, aunque no por eso menos importante, del artista desaparecido, su trabajo de director teatral, que le llevó a visitar textos de Valle-Inclán, de Camus o de su compatriota August Stridberg.

De hecho, el montaje que comentamos, tanto en el tono como en la temática guarda muchas similitudes con el teatro de este último dramaturgo y reflexiona sobre algunos de los temas que les obsesionaron a ambos a lo largo de su carrera, indagando, en particular, en las relaciones de pareja -madre e hija en este caso-, en la imposibilidad de entenderse, de comunicarse, siquiera, empeñadas ambas en la lucha “strindberiana” por imponerse al otro, y las secuelas de odio y hasta de crueldad, que tal comportamiento acarrea.

Tras la muerte de su segundo marido, Leonardo, Charlotte, que durante largos años ha abandonado a su familia persiguiendo el triunfo como concertista de piano, vuelve a encontrase con sus hijas, la joven Elena, atada a una silla de ruedas debido a una gravísima enfermedad degenerativa, y Eva, la mayor, que se ha hecho cargo de su hermana, y que arrastra una existencia infeliz incapaz de superar el sentimiento de culpa por la pérdida de un hijo muerto prematuramente de manera accidental. Desde el primer momento nos damos cuenta de la rivalidad madre hija y a medida que se desarrolle la obra, efectivamente iremos descubriendo la distancia infranqueable que las separa y los extremos crueldad a los que pueden llegar dos seres humanos cuando en lugar de la ternura y la confianza, su vida en común se adereza con los ingredientes del odio y la humillación.

Se trata de un espectáculo de extraordinaria dureza, incómodo, por tanto para un espectador no acostumbrado a que le zarandeen la conciencia de un modo tan crudo e inmisericorde; valiente y hasta oportuno, diría yo, en este momento de naufragio de los valores en los que se sustentan las relaciones familiares, donde la abnegación y la entrega de la maternidad responsable se diluyen en un vacuo ejercicio hedonista.

Marisa Paredes (Charlotte) y Nuria Gallardo (Eva) son las protagonistas absolutas de la pieza. Hábilmente dirigidas por José Carlos Plaza que controla a la perfección los tiempos y el tono de cada escena, mantienen un intenso duelo interpretativo que alcanza cotas insuperables de tensión dramática. Desvelan dos personalidades torturadas, una por una maternidad no deseada, por el deseo de huída, por el miedo a la soledad; la otra por el anhelo insatisfecho de cariño y de intimidad con la madre, y por el sentimiento de culpa. Su extraordinaria labor está secundada por un trabajo riguroso de Chema Muñoz y Pilar Gil que obviamente tienen menores posibilidades de lucimiento, y por un sugerente y versátil espacio escénico-escenográfico de Francisco Leal, cuya técnica del claro oscuro recuerda los interiores en penumbra y las extáticas figuras de Dreyer.

En fin, una arriesgada apuesta de Jesús Cimarro y de la productora Pentación para el inicio de la temporada que ha puesto el listón muy alto al resto de los teatros madrileños públicos o no y que demuestra que la iniciativa privada funciona cuando hay talento, arrojo y falta de complejos de por medio y que vuelve estéril y falsa la polémica entre un teatro de calidad y un teatro rentable, porque a la larga el mejor criterio de rentabilidad no es otro que la calidad y la exigencia artística.

Gordon Craig.
7-IX-2008.

Estrella Digital. Soñata de Otoño.

viernes, septiembre 05, 2008

MÚSICA. Fly Music ha muerto.

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Este pequeño apunte debería de haberse escrito hace mucho tiempo, pero no pudo ser. Un refrán popular dice que más vale tarde que nunca. Unas palabras, para vosotros, los que hacíais Fly, los realmente importantes.

Nos hemos quedado sin Fly Music. El mundo de la tele está loco, lleva muchos años loco, y creo que ninguno de los que llevamos unos cuantos años trabajando en el medio sabemos hacia donde se dirige. Los parámetros que rigen la parrilla televisiva son tan desconcertantes y tan ambiguos que los conceptos de calidad y de rigor aplicados a una cadena de televisión o a un programa en concreto, no tienen valor alguno. En la actualidad el éxito catódico se fundamenta en la cuota de pantalla y en los ingresos publicitarios. Por lo tanto las propuestas que no cumplan estas dos premisas anteriores no tienen visos de supervivencia.

Fly Music era un proyecto diferente, cubría un espectro musical muy importante del que no se ocupaban ninguna otra cadena, y en poco tiempo se llegó a convertir en un refugio para los amantes de la música independiente y más experimental. Ni siquiera se la dejó llegar al apagón analógico, para poder competir de veras con las grandes cadenas y en igualdad de condiciones.

Tuve la suerte de formar parte del grupo humano que había detrás del logotipo de la mosca. Había muchas ganas de hacer cosas y grandes profesionales pero muy pocos medios y un vergonzoso apoyo desde la dirección. Tengo en mi cabeza grandes recuerdos de aquella etapa, pero hoy me quiero quedar con uno que quizás os sirva a muchos de los que dejáis el canal: el momento que yo abandoné Fly. Fue una decisión muy dura, porque dejaba atrás un proyecto que me llenaba por completo y sobre todo a un montón de gente de la que no me olvidaré jamás, pero me lo tomé como si se tratara de una etapa más de la vida. No quedaba otra, pasar página y seguir adelante con un nuevo proyecto. ¡Ánimo compañeros! Nos vemos en los bares, y en los conciertos.

BLOG. De vuelta.

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El día ha amanecido medio nublado. Todavía es septiembre pero hoy no quiere hacer acto de presencia el sol. Tímido se asoma entre las nubes de vez en cuando, pero parece que hoy quiere ceder parte de su protagonismo estival, o quizás se trate del comienzo del fin de verano.

No recuerdo cuanto tiempo llevaba sin escribir. La verdad es que me han tocado unos cuantos meses complicados, y a pesar de que la tentación de sentarme detrás del ordenador era muy grande, y de que en muchas ocasiones pasaban por delante de mi decenas de historias que quería compartir, me ha sido imposible disponer del tiempo necesario para poder narrarlas. Muchos de esos potenciales personajes ya han quedado en el olvido, alguno de ellos medio sobrevive entre tenebrosas neblinas, y espero que aguante todavía un poco para que podáis disfrutar de él.

El escribir se ha convertido en una necesidad, es como una droga dura, pero en plan sanote, y cuando pasas demasiado tiempo sin aporrear un teclado, algún resorte dentro de ti te recuerda todos los días, que algo te falta. Creo que te entristeces un poco cada vez que dejas pasar una ocasión de “contar” algo. Vayamos recuperando pues, poco a poco, esa alegría vital que sólo da la escritura.

El día de hoy estaba marcado en el calendario como el día de la vuelta, y como tengo tantas cosas que compartir, sin más dilación comienzo. Espero que este regreso sea para mucho tiempo.

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. "FESTIVAL CLASICOS DE ALCALA 2008". La vida es sueño. Calderón en estado puro".

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De Calderón de la Barca.
Con: Fernando Cayo, Ana Caleya, Jesús Ruymán, Daniel Huarte, Chete Lera, Joseph Albert, Victoria dal Vera, Víctor Anciones, Pedro Cuadrado, Joseba Gómez y Samuel Señas.
Compañía Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid. Versión: Pedro Manuel Víllora.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Alcalá de Henares. VIII festival “Clásicos en Alcalá”.
Teatro Salón Cervantes. Estreno 24 de junio de 2008.

La vida es sueño es la síntesis más acabada de la dramaturgia calderoniana y por ende de todo el teatro barroco español, une a la fuerza de la idea y a la habilidad constructiva la exuberancia del verso y de la imaginería culteranas a las que eleva a cotas no alcanzadas por ningún otro dramaturgo español; es, por tanto, el mayor reto al que puede enfrentarse un director de teatro y del que muy pocos salen indemnes. Pérez de la Fuente, al frente de esta joven formación, la Compañía del Siglo de Oro de Madrid, integrada por un elenco muy motivado y pletórico de recursos, y secundado por un solvente equipo artístico ha conseguido la proeza. Mi entusiasta enhorabuena.

Apoyado en una pulcra y respetuosa versión de Pedro Manuel Víllora, que ha podado algunos elementos espurios de la trama principal y de la secundaria, Pérez de la Fuente parece haber concentrado todos sus esfuerzos en hacer comprensible a un espectador de nuestro tiempo lo que a mi juicio es una de las ideas fuera de la obra, su valor fundamental, quizá, desde el punto de vista estrictamente dramático: la transformación anímica y espiritual de Segismundo, motivada por los raros sucesos que le acontecen en la pocas jornadas de su existencia que la obra dramatiza. A lo largo de los episodios que jalonan esta tan intensa como extraña peripecia se descubre la profunda humanidad de un personaje que es a la vez símbolo, anticipo de una modernidad donde se van a derrumbar todas las certezas sobre lo real, y un ser concreto, impetuoso, osado, honorable, necesitado de ternura y consciente de todas sus prerrogativas, empezando por la primera: el ejercicio de su libre albedrío.

Al fatalismo de Edipo de Sófocles, cuyo destino se cumple inexorablemente, Segismundo opone el imperio de su voluntad inquebrantable, y al carácter dubitativo, débil y taciturno de Hamlet -otro de los personajes literarios con los que Segismundo guarda innegables similitudes-, una fortaleza de ánimo y una vitalidad arrolladora, capaces de superar cualquier obstáculo. Quien presta cuerpo y voz a esa fuerza desatada de la naturaleza, “un compuesto de hombre y fiera”, que arrostra con entereza y frialdad encomiables los bruscos vaivenes de su azarosa fortuna es un espléndido Fernando Cayo en estado de gracia, que hace de este Segismundo una creación antológica. Ni un ápice de sobreactuación en los versos rotundos de sus conocidos monólogos, ni de desmesura en su conmiseración por su desgracia, en su fascinación por Rosaura o en su implacable juicio contra el padre. Él es el protagonista absoluto, es el centro de gravedad en cuyo derredor giran el resto de personajes como polillas alrededor de la luz. En particular, Estrella y Astolfo parecen personajes de opereta (quizá demasiado marcado el contraste entre ellos y Segismundo, demasiado evidente; aunque en efecto su rol está subordinado al asunto principal), pero también Basilio (Chete Lera) con su atuendo y larga melena de nigromante y su majestad un tanto afectada, inseguro como padre y derrotado como rey. Hay con todo un buen encaje del personaje por parte de los intérpretes.

Espléndido trabajo actoral hay también en la creación de los restantes personajes principales, que en la órbita de Segismundo, parecen tener mayor espesor psicológico. Clotaldo (Jesús Ruymán) se debate entre el amor a Rosaura y la lealtad a Basilio, su continente serio y reservado esconde unos sólidos principios morales que no está reñidos con la discreción y con el afecto que dispensa a Segismundo. Clarín (Daniel Huarte) es algo más que la mera figura de donaire lopesca; cuando conoce a Segismundo se convierte en intérprete de su alegrías, tristezas y cogitaciones, y aún tiene tiempo, antes de morir de ejercer de filósofo; y en fin, last but no least Rosaura (Ana Caleya), tras cuyo frágil hieratismo de cariátide esconde la dignidad de una hija ofendida, el despecho de una mujer engañada, los celos hacia su rival o la furia vengativa del soldado. Alguna de las escenas en las que participa, junto a los soliloquios de Segismundo, son sin duda lo mejor de la obra.

Vestuario y ambientación son atinados, y coherentes con una escenografía sobria a la que una iluminación efectista saca un partido extraordinario; hay un cierto halo de misterio y un punto de grandeza épica acrecentados por la tonalidad, ora mística ora guerrera de la música y no faltan cuadros de marcado tinte ritual al que los montajes de Pérez de la Fuente nos tiene acostumbrados.

Gordon Craig.

26-VI-2008

sábado, agosto 02, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. "FESTIVAL CLASICOS DE ALCALA 2008". El cuerdo loco. "¿Recreo estético o lectura intencionada?"

De Lope de Vega.
Con: Israel Elejalde, Juan Ribó, Quique Fernández, Alex García, Emilio Gómez, Beatriz Segura y Manuela Paso.
Teatro en Tránsito. Versión, dramaturgia y dirección: Carlos Aladro.
Alcalá de Henares. VIII festival “Clásicos en Alcalá”.
Corral de Comedias. Estreno 18 de junio de 2008.

Si nos atenemos a la caracterización de la obra del Fénix que ha hecho la crítica especializada ella estaría determinada por la fuerza dominante de la trama; una trama ficticia, urdida sobre un argumento novelesco o histórico no necesariamente verosímil, a la que se someten también los personajes, pertenecientes a todos los niveles sociales; y unido a ello, el valor de los lances, la sorpresa y la mezcla de elementos heterogéneos: lo lírico, lo narrativo, lo cómico y lo trágico. A tenor de esta descripción -y perdóneseme la simplificación-, alguien podría ver en la obra que comentamos, estrenada ayer en el Corral de Comedias, el paradigma del teatro de Lope, y sin embargo no hay tal. Obra de su primera época, de tanteo, por tanto, de una nueva poética, que habría de culminar en el Arte Nuevo de hacer comedias, muestra ya todo su potencial imaginativo pero enredado en una trama en exceso artificiosa y rocambolesca que el montaje de Carlos Aladro no contribuye a clarificar.

Ignoro lo que habrá visto este joven y sagaz director en este texto, quizá sus estrechas relaciones con el Hamlet de Shakespeare, que las tiene, por ejemplo, en la locura fingida de Antonio para desenmascarar a su madrastra; o sus elementos históricos; o su vaga vinculación histórica también con los conflictos étnicos y/o bélicos actuales que pudiera dar pié a una reflexión, digamos, política. No lo sé, pero sea lo que sea, creo que no ha acertado a trasmitirlo, o por lo menos yo no lo he comprendido. Se me dirá que no hacen falta razones especiales para traer a escena obras de nuestro teatro áureo más allá del mero recreo estético, y ¿qué mejor ocasión que estos festivales de verano para divulgar una pieza apenas conocida del “príncipe de los ingenios”? De acuerdo, pero entonces hay que encarar el reto con algo más de rigor. Bien está no caer en la “trampa de la solemnidad” como escribe hoy mismo García May en El Cultural, pero tampoco en la irreverencia infantil de buscar a cualquier precio el beneplácito del respetable. Porque ¿qué objeto tiene si no esa transformación del Sultán en un seductor y atildado gigoló con un acento pegajoso que nos recuerda a la media lengua de los inmigrantes magrebíes del “todo barato”, o ese fin de fiesta en plan guerra de la galaxias, espadas láser incluidas y con nuestros patriotas albaneses metamorfoseados en guerreros Sith y Jedi?.

En fin, la cosa podría pasar si se tratara de escenas aisladas fallidas, pero es el tono general del espectáculo el que se mantiene por debajo del punto crítico, ese punto en el que sentimientos y emociones emergen como un precipitado necesario de las reacciones que el cuerpo del actor experimenta al contacto con la palabra poética y se convierte en cauce y proyección de su sentido. Una escenografía agobiante y un movimiento escénico errático no contribuyen tampoco a aminorar estas carencias, por lo que el montaje se salda con un magro resultado, compensado por el esfuerzo puesto en el empeño, que no es poco. Por emplear un símil taurino, ciertamente hemos visto en tardes mejores a Carlos Aladro, a Juan Ribó y a Israel Elejalde. Con todo, a fuer de veraces, hay que consignar que el montaje cosechó un cerrado aplauso del público. Espero que no del vulgo al que se refería Lope en aquellos conocidos versos del Arte Nuevo en los que hablando de sus comedias decía:
… porque como las paga el vulgo es justo,
hablarle en necio y darle el gusto.


Gordon Craig.
19-VI-2008.

miércoles, julio 02, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. La noche de San Juan. "Tirana fuerza, amor."

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De Lope de Vega. Adaptación de Yolanda Pallín.
Con: Eva Rufo, Rebeca Hernando, David Boceta, Alejandro Saá, David Lázaro, Javier Lara, Isabel Rodes, María Benito, Iñigo Rodríguez, Mónica Buiza, Cristina Bernal, Rafael Ortiz y José Rodríguez.
Escenografía y Vestuario: José Tomé. Iluminación: Ángel Camacho. Piano: Ángel Galán
Compañía Joven de Teatro Clásico. Dirección de Helena Pimenta.
Clásicos en Alcalá 2008”. Alcalá de Henares. Corral de Comedias. Estreno 12 de junio de 2007



Escribía Juan Mayorga con ocasión del estreno de La dama boba, por cierto, espléndido montaje, también con dirección de Helena Pimenta, que el desafío mayor del dramaturgo es el de representar experiencias severas desde su lado más divertido pero sin enmascararlas ni trivializarlas. Y, añadiría yo, que el reto equivalente del responsable de un montaje es el de no traicionar el espíritu del texto revelando sus aspectos menos explícitos para el público de su tiempo. Eso es lo que modestamente creo que ha hecho Helena Pimenta en este nuevo espectáculo, por lo que los espectadores gozamos por partida doble.

Escribo, por tanto estas líneas desde la gratitud y desde el asombro. La gratitud por darnos la oportunidad de disfrutar una vez más del Lope más festivo, del ingenio de sus tramas, de su penetración psicológica, de la belleza y hondura de sus versos; y asombro ante el entusiasmo y el rigor con el que estos jóvenes intérpretes se entregan a la tarea ímproba de desvelar lo mejor de nuestra tradición cultural y de conectar con ella mientras una marea de mediocridad, o de espectacularidad, que es casi lo mismo, amenazan la creación y la búsqueda de la excelencia.

De nuevo tenemos aquí a la mujer como protagonista, defendiendo su derecho a la felicidad frente a la autoridad de los padres -los hermanos, en este caso-, poniendo en juego su inteligencia y sus armas de seducción para sortear las dificultades y conseguir sus propósitos. Para cuando Don Luis decide, como moneda de cambio por Blanca, dar en matrimonio a su hermana Leonor a Don Bernardo, Leonor ya está enamorada de Don Juan Hurtado, y no está dispuesta a aceptar el trueque así como así. Y tendrá que luchar no sólo contra la voluntad de su hermano sino contra la indecisión del timorato Don Juan que, pese a estar enamorado de ella, no parece estar dispuesto a presentar batalla. Y lo mismo ocurre con Blanca, antes del trueque acordado ella ya se ha decidido por el caballero Don Pedro, por quien luchará con uñas y dientes. La noche mágica del solsticio de verano, propicia a las confidencias y la efusión sentimental y amorosa, estimula la osadía y la determinación de nuestras protagonistas y facilita el éxito de su empresa.

La rigurosa adaptación de Yolanda Pallín desnuda el texto de sus posibles excrecencias barrocas reduciendo el conflicto a sus términos esenciales, de ahí que cada escena, cada monólogo, casi cada réplica, tenga trascendencia para el desarrollo ulterior de la acción. Y de ahí que directora e intérpretes se hayan dedicado con ahínco, en un proceso casi artesanal, a sacarle el máximo partido a cada una de esas secuencias; y vaya si lo consiguen, convirtiendo la hora y pico largo que dura el espectáculo en un auténtico recital de teatro, con incontables escenas memorables como la del desmayo fingido de Leonor y su súbita vuelta en sí para sorpresa y regocijo de Don Juan, o el encantador monólogo de Blanca evocando su primer encuentro con Don Pedro, o su lamento al descubrir que su enamorado alberga en su casa a otra mujer y el azoramiento y la desesperación de éste. En fin, sin demérito del resto de los actores y actrices, que todos hacen un trabajo excelente, las parejas protagonistas Alejandro Saá (Don Juan) y Eva Rufo en su papel de Leonor, Iñigo Rodríguez (Don Pedro) e Isabel Rodes en el papel de Blanca ofrecen una muestra acabada de lo que puede dar de sí el talento y el oficio cuando obedecen a un propósito claro y definido.

La escenografía y la ambientación son excelentes también; la plataforma móvil por la que deambulan los personajes recuerda la distribución del escenario de los corrales de comedias del setecientos posibilitando acciones simultaneas en dos niveles, rompiendo con la horizontalidad y ampliando las posibilidades de composición en una poética escénica que no descuida los elementos plásticos y visuales, antes bien los potencia creando cuadros de extraordinaria belleza y preñados de valores simbólicos, como ese velo virginal que se precipita desde el balcón de la casa de Don Pedro y que es preludio del himeneo. Tampoco se descuida la veta popular presente en toda la obra de Lope que tiene aquí su reflejo en requiebros, tonadas y canciones que constituyen sugerentes estampas del Madrid más castizo y bullanguero.

Gordon Craig.
14-VI-2008
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El Cultural. La noche de San Juan.

viernes, junio 27, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON GRAIG. Nunca estuviste tan adorable. "La imposible reconstrucción del pasado".

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Texto y dirección: Javier Daulte.
Con: Anabel Alonso, Rubén Ametllé, Albert Ausellé, Lurdes Barba, Francesc Lucchetti, Carme Poll y Mireia Sanmartín
Madrid. Teatro Valle-Inclán. 1 de junio de 2008.



Escribe Javier Daulte en el programa de mano que nos facilitan a la entrada que la obra cuenta la historia de la familia de su madre. Autobiográfica o no, eso es lo que menos importa, porque, a fin de cuentas, ¿qué obra literaria o teatral no exhibe más o menos pudorosamente alguna herida sin cicatrizar, fruto de las innumerables escaramuzas que el autor -al igual que el común de los mortales-, libra día a día consigo mismo o con quienes le rodean para combatir aquello que coarta su libertad, que entorpece la realización de sus sueños, o que, simplemente, le hace un poco más infeliz? Aquí el dramaturgo exhibe claramente la herida del tiempo: el fracaso en el empeño de la reconstrucción de lo imposible.

La sucesión de escenas que articulan Nunca estuviste tan adorable parecen haber sido rescatadas caprichosamente por la memoria de un anecdotario interminable, pero tal selección obedece a un criterio definido: la pieza recrea, ante todo, un paisaje emocional: la evocación de un tiempo feliz, de los asombros e inocencia de la infancia, de la madre, (sobre todo de la madre), de las lecturas y los juegos de la juventud, de la amistad o de la tibia y problemática iniciación erótica. Y en su aparente insignificancia y cotidianeidad todos y cada uno de esos recuerdos están aureolados de una atmósfera de intenso lirismo y tienen la marca indeleble de lo imperecedero.

Escenografía y vestuario de pulcra factura y definitivo aire retro, incluida la ambientación musical “sesentera”, coadyuvan eficazmente a ubicarnos en el pasado en el que la acción se desarrolla y a mostrarnos un mundo caduco sobre el que se extiende, empero, un velo de indulgencia a través de la nostalgia de la mirada.

Y en el fondo parece como si se añorase ese núcleo familiar sui géneris, con su vida plácida y sin sobresaltos, con sus recelos ante cualquier incidencia que amenazase el precario equilibrio sentimental, con el padre abnegado y ausente, con la madre obsesiva y neurótica, halagada por sus “admiradores”, preocupada por las manchas de la moqueta o por el lugar exacto que ocupa el cenicero sobre la mesita del cuarto de estar mientras el mundo se transforma o se derrumba a su alrededor sin que acierte a darse cuenta hasta que ya es demasiado tarde.

El trabajo de dirección es espléndido. Javier Daulte maneja los tiempos con soltura dosificando adecuadamente los climax y anticlímax y convirtiendo el montaje en una auténtica caja de sorpresas, con escenas chuscas, disparatadas y algunas que son verdaderamente antológicas, como la de la primera visita a la casa familiar del pretendiente de Noe, o el sorprendente y glamouroso final, propio de una superproducción de Hollywood, que atestigua el valor de la fantasía como antídoto contra la pérdida. El trabajo de actuación es asimismo impecable, dentro de una muy buena tónica general, destaca quizá la versatilidad de Anabel Alonso, que dentro de su línea habitual hace una sólida creación en el papel de Blanca; o el de Lourdes Barba en el de Marta, esforzándose por conservar sus lazos afectivos y su dignidad mientras lucha contra los estragos del tiempo.

Gordon Craig.
4-VI-08

CDN. Nunca estuviste tan adorable.

domingo, junio 22, 2008

TEATRO. Comedia repugnante de una madre. "La representación como trasgresión".

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De Stanislav Witkiewicz.
Con M. J. Gallego, Amelia Franco, Rosario Velilla, Adrián Veloso, Eduardo Tato, Fernando Álvarez, Sara Sanz e Isabel Marínez.
Dirección Jaroslaw Bielski.
Madrid. Réplika Teatro. 25 mayo de 2008.



Ha sido quizá Tadeusz Kantor quien mejor ha interpretado el concepto de la “forma pura” en el teatro teorizada por Stanislaw Witkiewicz allá por los años 20, y una de las escasas referencias, aunque deslumbrante, que tenemos -los más viejos del lugar- de uno de los intentos más serios de formalización de los lenguajes teatrales iniciados en el periodo de entreguerras en Polonia, y de cuyos fecundos hallazgos sólo tenemos débiles ecos en la escena española contemporánea. El montaje que comentamos, cuya versión y dirección corresponde a Jaroslaw Bielski, es sin duda heredero de aquella poética antinaturalista que perseguía crear una realidad escénica autónoma del texto “un campo de tensiones que fuera capaz de reventar la cáscara anecdótica del drama”, por decirlo en palabras del propio Kantor.

La obra es una parodia grotesca del drama psicológico; bajo la envoltura de una anécdota convencional, -la historia de la emancipación de la tutela materna de un joven artista incomprendido y su conversión en un adulto frustrado, en un parásito social que tras casarse con una prostituta vive a costa de las mujeres-, el texto de esta Comedia repugnante de una madre es ya en sí mismo un auténtico revulsivo para conciencias bien pensantes; pero es la representación la que rompe las costuras de un teatro convencional y se constituye una auténtica trasgresión, alejada de la más mínima tentación de realismo. Estamos, en efecto, ante un nuevo lenguaje que afecta a las capas más profundas del espectáculo teatral, diría más, a la concepción misma del teatro. Composición, movimiento escénico y construcción de personajes, en inusual connivencia con la singularidad del texto, nos arrojan a un universo plástico de auténtica pesadilla, violentamente desrealizado, que refuerza la idea de caos, de ruina moral y física que aqueja a los personajes, y por extensión, al conjunto de una sociedad absurda y abocada a la catástrofe que guarda un inquietante parecido con la que nos estamos fabricando.

El protagonista absoluto del espectáculo es el actor. Su expresividad corporal, su gestualidad, -la conformación de la “máscara” mediante la musculatura facial-, la artificialidad de los timbres de voz, y una actuación en la frontera del trance nos recuerdan las técnicas de Grotowski, en atinada simbiosis con ciertos elementos surreales, del teatro del absurdo y de la farsa grotesca. Encontramos, en general, a un elenco disciplinado, lleno de energía y que muestran una extraordinaria concentración a lo largo del espectáculo, pese a la exigua presencia de espectadores, y que mantiene de principio a fin sus roles haciendo gala de una rigurosa preparación técnica. La tensión dramática es constante de principio a fin, y aunque algunas metáforas visuales resultan ambiguas, y a veces la verbalización del texto resulte un tanto atropellada, el espectáculo discurre, entiendo, por los cauces previstos, los de un discurso intempestivo y trasgresor que interpela al espectador pulsando las fibras más delicadas de su sensibilidad moral y estética.
Gordon Craig
27-V-08.


Réplika Teatro.

martes, junio 17, 2008

MÚSICA. Sigur Ros al rescate. Una vez más.

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El viernes pasado me volví a reencontrar con Sigur Ros. Un amigo me pasó el último disco de los islandeses, que llevaba buscando infructuosamente por Internet desde hace semanas, un par de días antes.
Casi había comenzado el fin de semana, y digo casi porque cuando estaba cerca de casa, un atasco monumental volvió a recordarme que todavía no era libre del todo. Tras una semana de inclementes madrugones y de horas y horas al volante, en gran parte debidas a la brutal huelga de transportistas que hemos sufrido muchos inocentes ciudadanos durante estos pasados días, me esperaban aún un par de horas de tráfico lento, jalonadas con mil y una paradas intermitentes que iban a terminar de crispar mi ya de por si exigua paciencia.
Y bajo este escenario se deslizó hasta mis manos el último disco de Sigur Ros. Aflojé un poco la presión del cinturón de seguridad, recliné un poco más de lo normal el asiento delantero, encendí el aire acondicionado, subí el volumen de la radio y dejé que la música me transportara a cualquier otro lugar en el que no hubiera cientos de vehículos expulsando dióxido de carbono y conductores soltando improperios cada dos minutos.
Prueba superada. He de reconocerlo sin tapujos. Sigur Ros volvió a emocionarme, y en esta ocasión jugando fuera de casa, con un ambiente hostil rodeándolos y con un público desanimado y a punto de rendirse.
La Mujer Tirita nos dijo hace tiempo que lloró la primera vez que los vio en directo. Yo y unos amigos llegamos tarde a la cita que nos tenían reservada Sigur Ros en un inolvidable Summercase de hace casi dos años, pero aún así no pudimos por más que rendirnos ante la belleza y la solemnidad de su música. No podré olvidar nunca la capacidad de los islandeses para despertar dentro de cada uno de nosotros los sentimientos más profundos que todos guardamos cerca del corazón, debe de ser algo parecido al alma, y hacer que todo tu cuerpo, que tus sentidos al completo, se impregnen de la magia, de la sobriedad, de la exuberancia de sus melodías. Recuerdo, tras el espectacular concierto de Sigur Ros, nuestras caras exhaustas, nuestros ojos medio extraviados, nuestros corazones acelerados, y lo duro que fue volver a la realidad. Pero a pesar del complicado despertar sobrevivimos para contarlo, y puedo afirmar en su nombre, creo que sin equivocarme, que desde aquella noche iniciática los islandeses nos convirtieron en personas diferentes, no sabría definir bien en que consistió el cambio, pero algo ahí dentro nunca volvió a ser igual.
El nuevo disco suena épico, sus envolventes y progresivas melodías te cogen de la mano y te llevan hasta lo más profundo del bosque, allí donde, indefenso, no puedes más que rendirte y disfrutar. Pero sus pretensiones van más allá del simple disfrute, porque consiguen emocionarte en muchas ocasiones, ponen a prueba tus sentidos en cada tema, y sobre todo no permiten que tus pensamientos abandonen el momento que estás viviendo. Sus letras, en un ininteligible islandés, pero que más da una vez más, comunican serenidad, éxtasis, placer. ¿Y qué es entonces la música si no también esto?
La nueva propuesta de Sigur Ros es seria, los islandeses no se han relajado para vivir de las rentas, y quizás “Með suð í eyrum við spilum endalaust” pueda llegar a convertirse en “su disco”, en el mejor trabajo hasta el momento, porque la verdad es que sería demasiado intrépido afirmar lo contrario ahora cuando no sabemos todavía lo que estos músicos pueden dar de si. Para ir resumiendo, se oyen ecos entre sus canciones de los Cocteau Twins, de Mercury Rev, pero que más eso, porque sobre todo se escucha a Sigur Ros, y eso para los privilegiados que los conocemos ya es más que suficiente.


Sigur Ros. Escúchalos.
Summercase 2006. Sigur Ros.

viernes, junio 06, 2008

EL RINCON DE GORDON CRAIG. Teatro Delusio. "Entre bastidores".

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De Paco González, Björn Leese, Hajo Schüller y Michael Vogel.Con: Paco González, Sebastián Kautz y Björn Leese. Familie Flöz.
Dirección: Michael Vogel. Madrid. Teatro de la Abadía. 18 de mayo de 2008.



La gestualidad corporal, el misterioso poder evocador de la máscara y el singular universo expresivo de la marioneta, han sido desde la noche de los tiempos, antes incluso de la aparición de la palabra hablada, poderosísimos elementos de la teatralidad primaria, cultivados y desarrollados a lo largo del tiempo por una tradición teatral que desafortunadamente, salvo contadas excepciones, no ha tenido mucho arraigo en España. Por eso hay que agradecer la oportunidad que nos brinda el teatro de la Abadía de asistir a un espectáculo como este de la troupe Familie Flöz que combina todos esos elementos elevándolos a auténtica categoría artística.

A muchos dramaturgos les ha tentado la idea de mostrarnos el envés del teatro, su cara oculta, lo que ocurre entre bastidores mientras tiene lugar la representación o cuando esta ya ha terminado (Tom Stoppard, por ejemplo, en su Rosencrantz y Guildenstern han muerto, o Chejov, en El canto del cisne); en Teatro Delusio, la obra que comentamos, van a ser unos modestos operarios de sala, técnicos de luces, maquinistas, etc., quienes se erijan momentáneamente en protagonistas de una función que discurre simultanea a la que tiene lugar al otro lado de forillos y bastidores, y de cuya acción ficticia son también responsables, merced al milagroso don de la ubicuidad del que parecieran estar dotados. Pero no hay nada misterioso en esa multiplicidad de personajes a los que dan vida tan sólo tres actores. Hay un control exhaustivo del movimiento escénico, un alarde sin precedentes de sincronía en las entradas a escena y en los mutis, por los lugares más inverosímiles, y con el cuerpo integrando cada nueva máscara con asombrosa naturalidad dando lugar a escenas que llegan a veces a un virtuosismo insuperable.

Sin dar tregua al espectador la acción avanza imparable, trufada de gags de una comicidad desbordante, y mientras en el escenario ficticio tiene lugar la “muerte del cisne” o escuchamos la imponente aria de Madame Butterfly, entre bastidores, nuestros pacíficos técnicos, contagiados quizá por la magia del teatro, arrastrados por la sugestión de la música y enardecidos por el rutilante glamour de las prima donas, se ven impelidos a realizar sus sueños, convirtiendo sus particulares conflictos y sus rivalidades cotidianas en un cruento duelo de espadachines, o haciendo momentáneamente realidad sus fantasías eróticas, o inventando bromas macabras e inverosímiles trucos de magia para escapar al desencanto y a la rutina.

Y contrastando con esta acción trepidante, elevada a veces al paroxismo y al vértigo de una pesadilla grotesca, hay momentos en los que el tiempo se congela y las pausas y el silencio enseñorean la escena en una quietud apenas vulnerada por pausados ademanes y ligerísimos movimientos de cabeza. Si el teatro tiene ángel, duende, como dicen de los grades cantaores y bailaores de flamenco, los integrantes de esta prodigiosa troupe de cómicos nos permiten intuirlo al asomarnos a las miradas absortas de unas cuencas vacías que nos interrogan mientras trasmiten una infinita nostalgia por el insondable misterio del teatro, un misterio que se resiste a ser revelado.

Gordon Craig.

20-V-2008.

Familia Flöez.

miércoles, junio 04, 2008

VIDA URBANA. La huída continua. El fin se acerca.

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Me llegan noticias de ti. Inesperadas. Efímeras. Casi fúnebres.

Parece que el tiempo no ha pasado. Sigues odiando a tu madre. Has vuelto al lugar en el que nos conocimos. Tu nuevo trabajo ha vuelto a ser el de hace tres años. Has vuelto, porque quizás sigues sin querer conocerte. No te atreves a saber nada de ti. Continúas dando importancia a la opinión que los demás tienen de tu persona. Lloras de noche, a solas. Como antes. Pocas cosas han cambiado. Quizás tu peinado, o la sombra de tus ojos. Nada más.

¿Qué buscas? Todavía no lo sabes. Tu aventura europea fracasó. Y se fue al traste una vez más porque sigues teniendo miedo de ti misma. El destino, la suerte, la casualidad, no existen, son inventos humanos que sólo pretenden hacer sonreír a los mediocres, a todas esas personas grises, tristes, melancólicas que no quieren vivir, que esperan el final de la vida sin ni tan siquiera intentar amar a alguien.

Decía vida, y bien digo. ¡Qué complicada es la vida! ¡Qué difícil es aguantarse cada día! Hasta el simple hecho de mirarse al espejo cada mañana puede convertirse en un esfuerzo sobrehumano. Recuerdo ahora, ya transcurrido un sano espacio de tiempo desde que nos separamos, algo que hablamos unas cuantas veces: la única manera de que cada mañana podamos ofrecer nuestra mejor sonrisa al que tenemos enfrente se basa en aceptarse uno mismo, en conocerse plenamente y de esta manera poder disfrutar al máximo de nuestra libertad. Respirando libres, amando sin complejos, viviendo, quizás sobreviviendo, pero plenos, alegres, realizados.

No quedas en mi más que en vagos recuerdos, escondida tras una nebulosa que cada día que acaba se vuelve más densa, más tupida. Una niebla casi oscura, un siniestro bosque en una noche lluviosa, cada noche que cae, sin descanso, cubre sin remedio lo poco que resta de ti en mi. Esto se acaba. Unos seguimos caminando. Tú sigues volviendo al ayer para ver si el pasado te puede dar las respuestas que nunca te concedió. Poco a poco de esta manera desapareces, y pronto morirás para siempre. El espectro que de ti quedará, vagará por esos lugares comunes que no quieres abandonar, los laberintos que tú misma creaste para esconderte de los demás y de un cobarde y frío corazón que late dentro de tu pecho.

domingo, junio 01, 2008

TEATRO. Animales artificiales. "Antinatural por anturaleza."


Creación y dirección: Ana Vallés.
Con: Helen Bertels, José Campanari, Mónica García, Mauricio González, Iván Marcos, Ricardo Santana, Ana Vallés y Hugo Portas.
Voz contratenor: Ramón Vázquez.:
Espacio escénico e iluminación: Baltasar Patiño.
Madrid. Teatro Fernán Gómez



Como sugiere el título que encabeza este comentario, extraído de una de las múltiples disquisiciones sobre la naturaleza humana en las que ocasionalmente se enzarzan los protagonistas de Animales artificiales, todo este espectáculo va enderezado a resaltar la maraña de paradojas, o sería mejor decir de dislates, o de despropósitos, que so capa de normas de conducta comúnmente aceptadas, determinan nuestro comportamiento cotidiano dándole un barniz de falsa respetabilidad a cambio de coartar nuestra espontaneidad y las manifestaciones libres de un cierta inclinación innata para el placer, para el juego y para la exteriorización de lo instintivo.

Pero no hay que alarmarse; los pasajes dialogados sólo ocupan sólo un lugar secundario en el teatro de Ana Vallés, y se sirve de ellos para parodiar la solemnidad de los discursos de “profundo” calado filosófico, a la vez que actúan de contrapunto jocoso, de antítesis de los mensajes cifrados en clave de imágenes, de una plasticidad fresca, rozagante, que son el núcleo esencial de la pieza que comentamos. Porque Ana Vallés es sobre todo una creadora de ambientes (como ya tiene acreditado en sus anteriores montajes), que en esta ocasión sume a la escena en una densa atmósfera onírica a mitad de camino entre las imágenes surrealistas de Buñuel y las fantasías circenses de Fellini, convirtiendo a sus personajes en figuras del sueño o del subconsciente, a las que un geniecillo caprichoso y burlón sometiera a deformaciones grotescas en un intento de poner a prueba nuestros hábitos perceptivos y nuestra maltrecha capacidad de asombro.

Haciendo gala de una extraordinaria libertad compositiva, la obra se articula en una serie de acciones o cuadros que vienen a representar de manera desenfadada y un tanto caótica las escaramuzas del pensamiento racional para imponer su criterio: las infructuosas tentativas del “Cisne con sobrero” para instruir al chimpancé, o las de la “Payasa del taburete” por escapar “al abrazo del desnudo”. Una racionalidad de salón, en cualquier caso, nostálgica del decadente glamour de una aria de ópera, del mustio y desvaído aroma que destila un número de music hall, o del patético y ridículo ritual del five o’clock tea.

¿Provocación? ¿Trasgresión? ¿Irreverencia? algo de ello hay en este montaje de Ana Vallés; pero sobre todo ironía, parodia de las formas vicarias de una cultura elitista que cierra los cuerpos y las mentes a una genuina y abierta relación con nuestro ser más intimo y con nuestros semejantes. Una crítica que nunca es agria o violenta, antes bien proviene de una mirada indulgente y comprensiva de la naturaleza humana. Un espectáculo, en fin, hecho de imágenes, que apela -como en ocasiones anteriores- a la fibra sensorial del espectador y a su dimensión imaginativa, y que encierra una nada desdeñable carga de energía liberadora.

Gordon Craig.

El Cultural. Animales artificiales.