miércoles, febrero 29, 2012

TEATRO. Protect me. "Escenas del desconcierto, de la vulnerabilidad y de la inacción".

Schaubühne am Lehniner Platz & Anouk Van Dijk DC.
Con: Angie Lau, Philipp Fricke, Erhard Marggraf, Franz Rogowski, Judit Rosmair, Kay Bartholomäus Schulze, Stefan Stern, Luise Wolfram y Nina Wollny.
Dirección y coreografía: Falk Richter y Anouk Van Dijk.
Escenografía: Katrin Hoffmann. Música: Malte Beckenbach y Mattias Grübel.
Madrid. Naves del Matadero


              Es este uno de esos raros espectáculos que te dejan sin aliento, clavado literalmente a la butaca con la boca abierta y las antenas desplegadas para no perderte ni un detalle, zarandeado por los múltiples estímulos que proceden del escenario y que apenas puedes procesar en tiempo real mientras te las ingenias para sobreponerte a su poderoso impacto estético y para componer un hilo discursivo integrador a partir de la pluralidad de fuentes de sentido (texto, música y danza.) que reclaman simultáneamente tu atención.


            Tercera entrega de la fructífera colaboración del dramaturgo y director teatral Falk Richter con la coreógrafa holandesa Anouk Van Dijk en la Schaubühne berlinesa este intenso y desasosegante espectáculo de teatro formalista ahonda en el análisis de las dolorosas consecuencias que acarrea la imparable deriva consumista de las sociedades del bienestar gobernadas por las implacables leyes del mercado y en la exploración de las profundas heridas de una crisis que no es sólo, o no principalmente, económica sino crisis de valores y de identidad, con sus secuelas de inacción y fatalismo y que se ha cebado sobre todo en las generaciones más jóvenes.

En la línea de algunas obras de Müller o las de la primera época de Peter Handke, se produce una desintegración del típico diálogo teatral (sólo raramente los intérpretes hablan entre sí, y de esas contadas ocasiones muchas lo hacen a través del móvil o por medio de micrófonos), el pacto ficcional se ha roto y el espectador se siente interpelado desde el escenario por el discurso de unos intérpretes que sólo a duras penas pueden considerarse personajes, ayunos como están de una verdadera psicología. Así llega directamente a la platea, sin mediaciones temporales y/o circunstanciales externas (la lógica del doble artaudiana), el grito desgarrado de socorro de una generación vulnerable hasta la exasperación; jóvenes educados en una cultura hedonista, atraídos por múltiples y tentadoras instancias de consumo, pendientes de su psicoterapeuta, inermes y perplejos ante la magnitud de la catástrofe, incapaces ni siquiera de dar sentido a una relación, ahítos de soledad -terrorífica la escena que se desarrolla en el interior de esa especie de cabinas acolchadas sin comunicación posible con el exterior-, anhelantes por comunicarse con los demás pero incapacitados incluso para verbalizar algo que realmente les guste o les satisfaga, o para mostrar empatía, ternura o conmiseración, alcanzando a penas a canalizar su airada protesta en forma de exabrupto contra los adultos o contra los gerifaltes del capital.

Tampoco las secuencias de danza -a diferencia de, por ejemplo, los ballets románticos que pueden ser “leídos” e interpretados como un “texto”- poseen un verdadero valor representativo; el cuerpo y el movimiento se convierten en el centro de atención no en tanto que portadores de un sentido, sino en virtud de su propia realidad física, una gestualidad torturada y convulsa.

Pese a la aparente artificiosidad del montaje, el conjunto ofrece una sólida coherencia; todo fluye como una extraña armonía de contrarios donde la danza transmite la crispación y el dolor mejor que las palabras, que parecen, por el contrario, vehicular una cierta resignación, no exenta de exabruptos, como queda dicho. En conjunto, técnicamente, el montaje juega con un sistema de relaciones y de elementos expresivos más complejo que una puesta en escena convencional -digamos basada en la mera representación mimética de la realidad- y nos sitúa en la pista de una tradición teatral (Peter Stein, por ejemplo, o Pina Bausch y su Tanz-Theater) que no tiene desgraciadamente mucha presencia en nuestros escenarios pese a ser una de las fórmulas más prometedores para el desarrollo del futuro teatro, si hemos de hacer caso a las profecías de Robert Walser.

Un espectáculo trasgresor, de hiriente actualidad y que nos obliga, como espectadores, a revisar nuestros gastados hábitos perceptivos hijos de la pereza y de la desidia. Todo un revulsivo, en fin, para una dramaturgia española, en general enemiga declarada del riesgo y de la experimentación genuina.

 Gordon Craig.


lunes, febrero 27, 2012

1000 razones para no dejar de leer. Dios bendiga a James Salter.

<< […] A menudo se dice que un gran escritor no puede pasar inadvertido. Es mentira. Entre innumerables ejemplos refulge el caso de James Salter, a quien el reconocimiento le llegó cumplidos los setenta. […] Leo a Salter porque sus páginas arrojan la certeza, tan común en los grandes escritores, de que conoce un buen puñado de verdades sobre la vida y los hombres; verdades que te atraviesan como un rayo e iluminan, de repente, un fragmento de realidad haciéndote verla como nunca la habías visto. […] >>

Dios bendiga a James Salter” en El hombre que fue jueves (El País) de Marcos Ordoñez.

jueves, febrero 23, 2012

TEATRO. Volpone. "El moribundo imaginario".

De Ben Jonson.
Con: Marcos Mayor, Óscar Riofrío, Jesús Chicharo, Florencio Expósito, Julio Prego, Jorge Bermejo, Concha Castro, Gema Fernández/Villacañas, Elena Cubo, Jaime García, José Manuel López y Álvaro Domínguez.
Teatro Artefasto. Dirección: Roberto Lacroz y Marcos Mayor.
Guadalajara. Teatro Moderno.
 
Puesto en un brete por sus acreedores, el viejo y acaudalado comerciante Volpone, con ayuda de su parásito Mosca, urde un plan para enriquecerse y, de paso, satisfacer sus deseos libidinosos. Fingiéndose enfermo al borde de la muerte hace correr el rumor entre unos cuantos próceres venecianos de que figuran en su testamento como herederos universales de su fortuna. Movidos por su codicia, uno a uno aparecen por su casa a rendirle pleitesía a la vez que le obsequian con ricos presentes para ganarse su voluntad. Hasta tal punto llega su avaricia, que el mercader Corvino, el más necio y endeudado de todos está dispuesto incluso a cederle provisionalmente el uso y disfrute de su propia esposa Celia (Colomba, en la adaptación de la obra realizada para este montaje) para conseguir sus propósitos. El capitán Bonario (Léon en la adapación), hijo de Corbaccio y enamorado en secreto de Colomba descubre el engaño y Volpone es llevado a juicio, del que sale naturalmente absuelto a causa de la hipocresía de los testigos, que no quieren descubrir cuales eran sus verdaderas intenciones. 

La drástica reducción de la adaptación mengua bastante la complejidad de los personajes que escoran demasiado hacia el estereotipo; aunque esta simplificación tiene algo de positivo al hacer asequible una trama tan alambicada a un público más predispuesto al chiste y a la bufonada que a las sutilezas de un lenguaje ingenioso, picante, trufado de indirectas e insinuaciones. El texto adaptado privilegia asimismo la vertiente puramente cómica en detrimento de la intencionalidad satírica de la obra original que queda un tanto desdibujada entre el torbellino de situaciones y episodios a cual más chuscos y pintorescos en los que se ven inmersos los personajes a causa de su idiocia y de su desmedido afán de riquezas.

Pese a esas, llamémosle restricciones, queda todavía suficiente material dramático, argucias, engaños, amores y amistades fingidas y todo tipo de peripecias para mantener vivo el interés del espectador durante más de una hora y media, y desde luego, para poner a prueba la aptitud y la preparación para el difícil arte de la comedia de un elenco todavía en proceso de formación. Y cabe apresurarse a decir que los resultados son alentadores. Merecen especial mención Marcos Mayor y Óscar Riofrío que encarnan con acierto los papeles principales; el primero se mete en la piel de un infatigable Mosca dicharachero y burlón, convincente en su rol de embaucador celestinesco; obsequioso y enfático en exceso nos gustaría verle algún momento quieto y no saltando sin parar de un escalón a otro de ese palenque improvisado que constituye la escenografía con riesgo evidente para su integridad física; respecto al segundo, firma un Volpone orondo como un buda de fraseo un poco atropellado que lo fía todo al gracejo de sus ojillos picarones y a su carcajada sarcástica. Está mejor tumbado en la cama haciéndose pasar por lo que no es y atento a lo que ocurre a su alrededor; de pié su movimiento corporal tiene notorias limitaciones, en parte quizá debido a la estrechez del espacio. El resto de personajes se alimentan con mayor o menor fortuna de la estética de lo grotesco: Voltore (Jesús Chicharo) es un Dómine Cabra intrigante, malencarado y ampuloso; Corvaccio (Florencio Expósito) es una sanguijuela, un viejo carcamal de andares vacilantes y pinta de sacristán aguijoneado por la codicia. Corvino (Jorge Bermejo) es un amanerado galán de tres al cuarto con ínfulas de grandeza, escrupuloso guardián de su honra (que él juzga instalada en la entrepierna de su mujer) enamoradizo y fatuo. Los personajes femeninos, aunque tienen menos oportunidades de lucimiento hacen también un buen trabajo y participan en alguna de las escenas más celebradas del espectáculo, como son sus respectivos lances con un Volpone encamado y menos grave de lo que aparenta. Más circunspecta y remilgada Colomba (Gema Fernández-Villacañas) más pícara, desenvuelta y ardiente doña Gallina (Elena Cubo).

Un trabajo en fin, entusiasta y esforzado que arrancó numerosas carcajadas del público a lo largo de la representación y un cerrado aplauso a la caída del telón; con la sala abarrotada e incluso público que se quedó en la calle. Y ¿por qué no se programan los espectáculos tres o cuatro días o, al menos, el fin de semana?

Gordon Craig.

Gordon Craig en el Diario de Alcalá: Volpone.

miércoles, febrero 22, 2012

1000 razones para no dejar de leer: “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger.

" […] Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura".

J.D. Salinger, “El guardián entre el centeno”.

viernes, febrero 17, 2012

TEATRO. Grooming. "El lado oscuro".


De Paco Bezerra.
Con: Nausicaa Bonnín y Antonio de la Torre.
Dirección: José Luis Gómez
Madrid. Teatro de la Abadía.
 
El ciberacoso sexual a menores, esa inicua y reciente manifestación de la pederastia, se ha convertido, y no sin motivo, en una de las mayores preocupaciones de los padres de familia con hijos de edades comprendidas entre la infancia y la adolescencia. Elementos coadyuvantes para su desarrollo son la imparable expansión de las redes sociales y el desarme moral de los miembros más jóvenes de una sociedad posmoderna, hipernormativizada pero ferviente defensora de la libertad sin trabas en la esfera de lo privado. Sensible, por tanto, a una problemática de rigurosa actualidad, con casos a cual más espeluznantes que un día sí y otro también nos asaltan desde las páginas de los periódicos, Paco Bezerra ha construido un texto donde se aborda precisamente este asunto con la pretensión de indagar en las posibles causas que desencadenan estos comportamientos ilícitos o aberrantes. 


Al Amparo de un conocidísimo episodio de Alicia en el país de las maravillas de LewisCarroll, en el que se narra como Alicia, persiguiendo a un conejo blanco, desciende por un túnel oscuro y angosto que parece no tener final, la protagonista de Grooming también accede al parque en el que se ha citado con su acosador bajando por una larga escalera, una imagen que funciona como metáfora, quizá, de su particular descenso a los infiernos, no sólo como víctima inmediata del hombre que la espera para someterla a la violencia física y a vejaciones sexuales sino también como víctima de las pulsiones de su lado más oscuro e inconfesable, del universo de sus propias perversiones, fruto en parte, como en el caso del hombre, de una concatenación de circunstancias que escapan al control de su voluntad. Nos previene así el autor de la propensión a juzgar demasiado a la ligera la conducta de los demás -algo que hacemos, por cierto, constantemente-, sin pararnos a analizar las razones de fondo que motivan tales conductas y nos induce a reflexionar sobre nosotros mismos. 




 La ambientación y puesta en escena aciertan a sugerir ese ambiente desangelado y solitario del parque donde tiene lugar la cita a la caída de la noche; parque que también es trampa, y pozo sin fondo, y espacio de la represión, con algo de pesadillesco en el tamaño desmesurado del mobiliario urbano. La dirección del montaje ha sacado a mi juicio el máximo partido posible a un texto valiente, incisivo y perturbador, crudo a veces y también humorístico a su manera, de una comicidad colindante con la del teatro del absurdo. Mantiene, asimismo, la tensión de una trama bien planteada y de un desarrollo de la acción que incluye saltos temporales, inversión de los papeles de los personajes y elementos de thriller psicológico. Todo ello garantiza la intriga hasta el final, aunque con altibajos, alternado escenas brillantemente resueltas, con momentos de impasse, indecisiones y ambigüedades no sé si siempre buscadas a propósito. Buen trabajo de actuación en general, que refleja esos altibajos a los que nos hemos referido; Antonio de la Torre (Cecilio) da el perfil de pobre diablo, graciosillo, prepotente, que babea de placer ante las expectativas que le ofrece una cita tan atípica en la que él se cree dueño de la situación. Cuando cambian las tornas apenas puede disimular su desconcierto y se transforma en un ser vulnerable y digno de conmiseración. Nausicca Bonnín (la Chica) sigue el proceso inverso; su mutismo y actitud pesarosa del inicio se trasforma después en activa resolución para devolver punto por punto las vejaciones de que ha sido objeto hasta que descubre finalmente sus cartas demostrando una insólita madurez.

En todo caso, hay que dar la bienvenida a la escena a un autor jovencísimo pero que ya apunta maneras. Y hay que aplaudir la iniciativa del teatro de la Abadía de dar cabida en su sede a nuevos autores para que sus textos pasen la prueba del público, único camino para el desarrollo y perfeccionamiento de la escritura dramática. 

Gordon Craig.
Teatro de la Abadía. Grooming.

 Gordon Craig Diario de Alcalá.

lunes, febrero 13, 2012

1000 razones para no dejar de leer: “El agente secreto” de Joseph Conrad.


<< […] El comisario estaba ya encargando su cena al camarero de un pequeño restaurante italiano a la vuelta de la esquina: una de esas trampas para hambrientos, larga y estrecha, aparejada con el cebo de una perspectiva de espejos y mantelería blanca; sin aire, pero con una atmósfera propia; una atmósfera de cocina fraudulenta burlándose de una humanidad menesterosa en la más ineludible de sus miserables necesidades. […] >>

Joseph Conrad, “El agente secreto”.

miércoles, febrero 08, 2012

TEATRO. En la vida todo es verdad y todo es mentira. "Heraclio o Leonido, he ahí la cuestión".


De Pedro Calderón de la Barca.
Con: Carmen del Valle, Ramón Barea, Karina Garantivá, José Luis Esteban, Iñaki Rikarte, Jorge Machín, Paco Ochoa, Jorge Basanta, Jesús Barranco, Carles Moreu, Mirnada Gas, Sandra Arpa, Diana Bernedo, Marta Aledo, Georgina de Yebra, Borja Luna y Paco Déniz.
Músicos: Serguey Saprichev y Javier Coble.
Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Madrid. Teatro Pavón.


El mayor reto al que se enfrenta el adaptador de una obra de Calderón -y adaptar, no nos engañemos, significa actualizar de alguna manera el texto original- es el de buscar un equilibrio entre fondo y forma, es decir, rescatar los elementos esenciales de la acción dramática impidiendo que estos queden asfixiados o diluidos en las anfractuosidades de la retórica barroca, pero salvaguardando al mismo tiempo elementos vitales de esa elaboradísima imaginería poética que a no dudar constituye uno de los mayores valores de todo el teatro de la época áurea. Pues bien, en líneas generales, Ernesto Caballero sale airoso del trance, y siendo bastante respetuoso con el texto de Calderón consigue hacer comprensible y atractiva una trama como la de la obra que comentamos asaz alambicada y rocambolesca.



Como en La vida es sueño, drama de referencia entre sus obras de carácter filosófico, y entre otras cuestiones de carácter moral o político de no menor importancia, Calderón aborda aquí la problemática típicamente barroca de la imposibilidad de separar apariencia y realidad. Para ello somete a sus personajes a una suerte de encantamiento, obra del mago Lisipo, por el que todos ellos mudan de aspecto y son trasladados súbitamente de las breñas de lo más impenetrable del bosque donde Focas ha encontrado por fin a quien cree ser su hijo a las estancias suntuosas de un palacio de ensueño, para ser devueltos de nuevo tras el hechizo a su condición primera. Todo ello resulta no ser más que una prueba por medio de la cual el usurpador Focas pretende resolver el terrible dilema al que se enfrenta: averiguar cual de los dos jóvenes encontrados, Heraclio o Leonido, es su propio hijo y cual el de su oponente, el emperador Mauricio, del que obviamente desea desembarazarse para mantenerse en el trono.

Desde el comienzo -como nos previene Lisipo en su breve proemio- nos vemos sumergidos en una atmósfera mágica, parecida a la del bosque de las hadas en el Sueño de una noche de verano, en un ambiente donde el raciocinio queda en suspenso mientras asistimos asombrados, como los propios personajes, a toda suerte de ilusiones y prodigios que constituyen una muestra de la más pura teatralidad barroca. Coadyuvantes necesarios de esta celebración del teatro son la luz irreal que inunda la escena y el sonido de dulces melodías fundido con el eco de voces extrañas surgidas de la profundidad del bosque que acompañan las peripecias de nuestros protagonistas; pero también los son el espacio escénico y el vestuario informal y naif de José Luis Raymond y de Kurt Allen Willmer, y desde luego, un estudiado esquema de movimiento escénico.

Mención aparte quizá merece el trabajo estupendo de los actores, tanto en las escenas corales en la que participan los soldados y las amazonas (náyades o cortesanas) como en aquellas en las que los actores intervienen a título individual. Tres parejas, si se nos permite expresarnos así, destacan por su protagonismo en una obra que explota conscientemente el juego de las duplicidades, las simetrías y las antítesis: la pareja Focas-Astolfo, la que forman Heraclio y Leonido y la de las damas Cintia y Libia. De las tres, ésta última es la que presenta menores contrastes, dos bellezas exóticas que parecen sacadas de las sagas escandinavas, más rebelde y aguerrida la primera (Carmen del Valle), más dulce y obsequiosa la segunda (Karina Garantivá); Respecto a Heraclio y Leonido, de su condición de gemelos del inicio de la obra, dos jóvenes montaraces e impetuosos, iguales en su asombro ante la presencia femenina y en su respeto y devoción por Astolfo, pasan por un proceso de individuación que hace del segundo (Jorge Machín) un ser taimado y egoísta y del primero (Iñaki Rikarte) un ser generoso y comprensivo. Astolfo (José Luis Esteban) modula un venerable anciano de ademanes torpes y voz oracular, leal vasallo y fiel servidor de los jóvenes; su tozudez y empecinamiento sacan de quicio a Focas, el fiero tirano a quien da vida Ramón Barea en un papel que parece hecho a su medida; su impetuosidad y deseo de venganza del principio dejan paso a una desazonadora sensación impotencia y desesperación, y la incredulidad, y a una cierta complacencia, incluso, cuando revestido de armiño cede a la tentación de confiar en el hechizo de Lisipo para resolver su disyuntiva. Y todavía quedaría por mencionar la puntual aparición del conde Federico (Carles Moreu), y su escenografía de resonancias musolinianas o el gracejo de los pastores Luquete y Sabañón (Paco Ochoa y Jorge Basanta) los dos graciosos, embutidos en su particular versión de traje tirolés que provocan la risa del respetable.

Gordon Craig.

Compañía Nacional de Teatro Clásico. En la vida todo es verdad y todo es mentira.
Gordon Craig Diario de Alcalá.

martes, febrero 07, 2012

lunes, febrero 06, 2012

1000 razones para no dejar de leer: “Dramaturgia española de hoy” Fermín Cabal. Entrevista a Rodrigo García.

<< […] ¿Cuál es la poesía del cotidiano de un europeo medio? Se relaciona estrechamente con lugares de trabajo, hogares, centros de ocio y centros comerciales. Esos sitios ofrecen experiencias demasiado elementales y tristes, generan un enorme vacío. […] >>

Fermín Cabal, “Dramaturgia española de hoy”. Entrevista a Rodrigo García.

miércoles, febrero 01, 2012

TEATRO. El tiempo y los Conway. "Seguros por el mundo".

Con: Luisa Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Martínez.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.


El argumento de El tiempo y los Conway casi podría tildarse de convencional: el declive y desmoronamiento de una familia acomodada en una ciudad de provincias durante el periodo de entre guerras motivado por la ruina económica, moral y afectiva de sus miembros bajo la férula de una madre viuda, dominante y aferrada a sus prejuicios de clase. Y sin embargo, merced a la meticulosa articulación de la trama y al penetrante análisis de la psicología de los personajes el autor consigue conjurar el tópico y construir una pieza brillante. Si a ello unimos el innegable talento de Pérez de la Fuente para la dirección de actores y su pericia como creador de atmósferas, el resultado puede calificarse sin ambages de excepcional.




El tiempo y los Conway es quizá la mejor de una serie de obras dedicadas a reflexionar sobre el tiempo escritas por el autor. Tiene la novedad de que el desenlace, si puede decirse así, se lleva al segundo acto, de forma que el espectador puede relativizar el contenido de todo el tercer acto (el final de la fiesta de celebración del cumpleaños de Kay iniciada en el primero) y advertir con toda nitidez cuan impredecible puede ser el futuro y cuan fútiles e inestables pueden ser nuestros deseos y nuestras ilusiones. Cada detalle vivido como al paso por los personajes durante este acto, sin darle la menor importancia, cada gesto, cada actitud (el menosprecio de la familia hacia el advenedizo Ernest, el flirteo de la señora Conway con Gerald, cortando cualquier intento de aproximación de éste hacia su hija Madge, o el despecho de Alan, enamorado de Joan, al constatar la inclinación de la joven por su hermano Robin), tiene el valor de una auténtica revelación para el espectador que conoce de antemano sus terribles consecuencias. Y contemplamos a estos personajes desvalidos, inermes ante los caprichosos vaivenes del destino, que nos contagian su desasosiego, y comprendemos a Alan intentando aferrarse a una sola idea consoladora, la expresada en los versos de Blake que le recita a su hermana:

“El hombre fue creado para la alegría y el dolor
   que están firmemente entretejidos.
   Y cuando llegamos a saberlo de verdad,
   podemos ir seguros por el mundo”.

La ambientación y la puesta en escena como ya he dicho son espléndidas. No se limitan a establecer los contrastes exigibles para marcar el lapso de tiempo de veinte años que separan los actos primero y tercero del segundo. Pérez de la Fuente trasciende el costumbrismo inherente a la acción incorporando elementos de contenido simbólico, en los espejos-relojes, o en la luz, cálida y brillante en el primero y tercer acto subrayando el optimismo y la alegría desbordante de las jóvenes; una luz que se torna fría, espectral, casi fantasmagórica en el segundo, acentuando la sensación de pesadilla; o la progresiva y casi imperceptible inclinación de los paneles del decorado como metáfora del hundimiento, de la descomposición de los fundamentos que habían mantenido unida a la familia, pero también del ambiente opresivo marcado por el carácter de la madre, la presencia del padre ausente o el dolor por la prematura muerte de Carol.

En el movimiento escénico y en la disposición de los actores, en las entradas y salidas, en el ritmo, en cada cruce de miradas, en cada detalle, se ve la mano sabia del director que no parece dejar nada al azar. Multitud de hallazgos expresivos dan muestra también de la sintonía del director con los actores y del buen hacer de estos, sin excepciones, en un trabajo que por momentos alcanza altísimas cotas de calidad artística. Todo ello al servicio de un argumento complejo que es un compendio de emociones y sentimientos contrapuestos: de ilusiones y alegría, de sueños y esperanzas, pero también, de tristeza, de frustración y de resentimiento, y de la más negra sensación de fracaso.

Un espectáculo, en fin, imprescindible, que pone en evidencia que se puede ver buen teatro en los llamados circuitos comerciales promovido por la iniciativa privada y que no hace falta halagar al espectador con propuestas facilonas para convocarle a las salas; que los espectadores, por último, agradecemos que se nos trate como adultos y no como a niños a los que se puede engatusar con fruslerías.

Gordon Craig.

Gordon Craig Diario de Alcalá.

El tiempo y los Conway en los Teatros del Canal.