sábado, septiembre 26, 2009

TEATRO. Hotel Paradiso. "'Elm street’ en el Tirol".


Creación de Anna Kistel, Sebastián Kautz, Thomas Rasher y Frederick Rohm, Hajo Schüler y Michael Vogel.
Con: Anna Kistel, Sebastián Kautz, Thomas Rasher y Frederick Rohm.
Dirección: Michael Vogel.
Madrid. Teatro de La Abadía.



En momentos como los que estamos atravesando caracterizados por la masificación mediática, por la apabullante presencia de la tecnología y por la tiranía de lo espectacular, uno agradece ver un montaje teatral fruto de un trabajo decididamente artesanal; un espectáculo sustentado en un concepto de teatro que no reniega de su origen primitivo, arcaico, o por decirlo con palabras de Enzo Cormann, un teatro que encuentra su necesidad en su arcaísmo, en lo que constituye una bolsa de resistencia al “todo maquínico” que amenaza con engullirnos.

Cómo lo diría, asistir a los espectáculos de esta troupe de cómicos, de esta gran familia que es Familie Flöz, y a éste último en particular, constituye una auténtica liberación. Y no sólo por el humor que destila, un humor fresco, rozagante y un pelín macabro, que constituye siempre una eficaz válvula de escape para nuestras preocupaciones cotidianas; mientras asistimos hipnotizados a las peripecias de estos personajes inverosímiles escondidos tras esa deformes máscaras de cartón y nos colamos en su pequeño mundo -que es el nuestro-, de mezquindades, de renuncias y de sueños, podemos bajar tranquilamente la guardia, relajar la tensión con la que de continuo nos enfrentamos a ese dominio de la mistificación, de la hipocresía y de la sospecha que es el dominio de la palabra. Y es que, paradójicamente las máscaras que cubren el rostro de los actores no enmascaran la realidad de los afanes, sentimientos y emociones de los personajes; antes bien se nos aparecen transparentes, diáfanos desposeídos de la verdadera careta, de esa casi segunda naturaleza que nos fabricamos a medida en lo que decimos.

Por lo demás encontramos el mismo mobiliario ajado y marchito que en piezas anteriores, la misma reiteración en los gestos de una cotidianeidad tediosa e inane, interrumpida esporádicamente por la intrusión de lo extraordinario, las mismas ilusiones rotas. La compañía derrocha el mismo rigor que siempre en el trabajo corporal para incorporar la máscara, para conferir una cierta verosimilitud a esas fisonomías imposibles, de una expresividad siempre turbadora e inquietante tras la mirada de unas cuencas vacías y la inmutabilidad de unas facciones deformes. El mismo ritmo trepidante, la sorpresa constante, el gag de la mejor factura; y la misma atmósfera de nostalgia por un mundo preterido que languidece en el recuerdo o que reaparece en las pesadillas de los vivos tamizado por una luz espectral y acentuado por el triste sonido del acordeón.

Gordon Craig.


Teatro de la Abadía. Hotel Paradiso.