miércoles, febrero 29, 2012

TEATRO. Protect me. "Escenas del desconcierto, de la vulnerabilidad y de la inacción".

Schaubühne am Lehniner Platz & Anouk Van Dijk DC.
Con: Angie Lau, Philipp Fricke, Erhard Marggraf, Franz Rogowski, Judit Rosmair, Kay Bartholomäus Schulze, Stefan Stern, Luise Wolfram y Nina Wollny.
Dirección y coreografía: Falk Richter y Anouk Van Dijk.
Escenografía: Katrin Hoffmann. Música: Malte Beckenbach y Mattias Grübel.
Madrid. Naves del Matadero


              Es este uno de esos raros espectáculos que te dejan sin aliento, clavado literalmente a la butaca con la boca abierta y las antenas desplegadas para no perderte ni un detalle, zarandeado por los múltiples estímulos que proceden del escenario y que apenas puedes procesar en tiempo real mientras te las ingenias para sobreponerte a su poderoso impacto estético y para componer un hilo discursivo integrador a partir de la pluralidad de fuentes de sentido (texto, música y danza.) que reclaman simultáneamente tu atención.


            Tercera entrega de la fructífera colaboración del dramaturgo y director teatral Falk Richter con la coreógrafa holandesa Anouk Van Dijk en la Schaubühne berlinesa este intenso y desasosegante espectáculo de teatro formalista ahonda en el análisis de las dolorosas consecuencias que acarrea la imparable deriva consumista de las sociedades del bienestar gobernadas por las implacables leyes del mercado y en la exploración de las profundas heridas de una crisis que no es sólo, o no principalmente, económica sino crisis de valores y de identidad, con sus secuelas de inacción y fatalismo y que se ha cebado sobre todo en las generaciones más jóvenes.

En la línea de algunas obras de Müller o las de la primera época de Peter Handke, se produce una desintegración del típico diálogo teatral (sólo raramente los intérpretes hablan entre sí, y de esas contadas ocasiones muchas lo hacen a través del móvil o por medio de micrófonos), el pacto ficcional se ha roto y el espectador se siente interpelado desde el escenario por el discurso de unos intérpretes que sólo a duras penas pueden considerarse personajes, ayunos como están de una verdadera psicología. Así llega directamente a la platea, sin mediaciones temporales y/o circunstanciales externas (la lógica del doble artaudiana), el grito desgarrado de socorro de una generación vulnerable hasta la exasperación; jóvenes educados en una cultura hedonista, atraídos por múltiples y tentadoras instancias de consumo, pendientes de su psicoterapeuta, inermes y perplejos ante la magnitud de la catástrofe, incapaces ni siquiera de dar sentido a una relación, ahítos de soledad -terrorífica la escena que se desarrolla en el interior de esa especie de cabinas acolchadas sin comunicación posible con el exterior-, anhelantes por comunicarse con los demás pero incapacitados incluso para verbalizar algo que realmente les guste o les satisfaga, o para mostrar empatía, ternura o conmiseración, alcanzando a penas a canalizar su airada protesta en forma de exabrupto contra los adultos o contra los gerifaltes del capital.

Tampoco las secuencias de danza -a diferencia de, por ejemplo, los ballets románticos que pueden ser “leídos” e interpretados como un “texto”- poseen un verdadero valor representativo; el cuerpo y el movimiento se convierten en el centro de atención no en tanto que portadores de un sentido, sino en virtud de su propia realidad física, una gestualidad torturada y convulsa.

Pese a la aparente artificiosidad del montaje, el conjunto ofrece una sólida coherencia; todo fluye como una extraña armonía de contrarios donde la danza transmite la crispación y el dolor mejor que las palabras, que parecen, por el contrario, vehicular una cierta resignación, no exenta de exabruptos, como queda dicho. En conjunto, técnicamente, el montaje juega con un sistema de relaciones y de elementos expresivos más complejo que una puesta en escena convencional -digamos basada en la mera representación mimética de la realidad- y nos sitúa en la pista de una tradición teatral (Peter Stein, por ejemplo, o Pina Bausch y su Tanz-Theater) que no tiene desgraciadamente mucha presencia en nuestros escenarios pese a ser una de las fórmulas más prometedores para el desarrollo del futuro teatro, si hemos de hacer caso a las profecías de Robert Walser.

Un espectáculo trasgresor, de hiriente actualidad y que nos obliga, como espectadores, a revisar nuestros gastados hábitos perceptivos hijos de la pereza y de la desidia. Todo un revulsivo, en fin, para una dramaturgia española, en general enemiga declarada del riesgo y de la experimentación genuina.

 Gordon Craig.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Sobrecogedora, emocionante, desconcertante, de radiante actualidad.