martes, enero 30, 2007

COMUNICACIÓN. Sánchez Dragó y Ortega Lara.

Ayer Diario de la Noche, el informativo de medianoche de Telemadrid, estrenaba nuevo director y presentador: Fernando Sánchez Dragó. Tras muchos rumores y cotilleos se confirmó que este inclasificable narrador se hacia con las riendas de este telediario tras la marcha de Germán Yankee y el periodo de transición dirigido por un inspirado y cada vez más asentado Armando Huerta.



Sánchez Dragó prometió un informativo diferente y muy “personal”, pero ayer, tras la primera edición de esta nueva etapa no pudimos vislumbrar las muchas novedades que nos esperan, porque en ese primer programa el protagonista era otro: José Antonio Ortega Lara, funcionario de prisiones que fue secuestrado por ETA durante quinientos treinta y dos días.

Ortega Lara hasta la fecha no había accedido a dejarse entrevistar y tan sólo Isabel San Sebastián mantuvo una charla con él, para incluir su testimonio en el libro “Los años de plomo”, dónde por primera vez se describe como se trataba a las Víctimas del Terrorismo hasta la llegada de Aznar a la presidencia del Gobierno: funerales y ataúdes que salían por la puerta de atrás de las iglesias, Víctimas señaladas con el dedo como si fueran culpables de lo que les había sucedido, etc.

Sánchez Dragó realizó una entrevista a Ortega Lara de altura, muy bien documentada y en tono muy distendido lanzó una batería de preguntas al ex funcionario de prisiones que detalló con pelos y señales los pormenores de su cautiverio, su liberación por la Guardia Civil y como ha sido su vida durante estos once años que ya han pasado desde su regreso a la libertad. Sánchez Dragó mostró el lado más humano de Ortega Lara: su humildad, su valentía y entereza y nos desnudó al personaje, al icono, a aquella imagen de un ser humano demacrado, excesivamente delgado y pálido, y con esa extensa barba, que todos recordamos llegando del brazo de su mujer a su domicilio de Burgos.

Sánchez Dragó no cayó en sensacionalismos y no buscó en ningún momento el titular, la frase grandilocuente que llenara titulares de periódico la mañana siguiente. A mi humilde entender Ortega Lara quería decir más de lo que dijo en torno a la negociación con ETA que está llevando a cabo el Gobierno de ZP, pero Sánchez Dragó lo dejó meditar sus respuestas y medir sus palabras y no lo agobió con mil y una disquisiciones sobre el asunto, y Ortega Lara dijo lo suficiente: que un gobierno no puede rendirse ante el chantaje de una banda de asesinos y que no se tiene que sentar a negociar con ellos.

Bravo por Sánchez Dragó en su inauguración. Enhorabuena por la entrevista, por un lado por ofrecernos la primicia de Ortega Lara, y por otro por la lectura de la misma. Mucha suerte para su nuevo informativo.

Coda. Corren otros tiempos, y los protagonistas, los que sustentan el poder ejecutivo en la actualidad son otros, pero hoy urge recordar y homenajear a los que no se rindieron ante el chantaje de ETA en momentos muy complicados, aún con el secuestro de Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco de por medio. Y a toda la ciudadanía que demostró su mayoría de edad y se dejó el miedo olvidado para siempre y salió a la calle para gritar basta ya. Entre todos, todos, teníamos a la banda de asesinos contra la pared y de rodillas. Pedían a gritos su certificado de defunción.

Pero, ¿después de tanto sufrimiento y dolor nos merecemos, todos los ciudadanos sin excepción, lo que está sucediendo hoy en día?

viernes, enero 26, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Las mujeres sabias. "Alambicado y pretencioso"..

De Molière.
Adaptación de Fernando Romo y Ángel Facio.
Con: Juan Morillo, Jesús Hierónides, Lidia Palazuelos, Ana Ruiz, Arantxa Orellana, Enrique Asenjo, Juan Antonio Olivares, J. David Fernández y Cesar Maroto.
Dirección: Fernando Romo
Teatro Moderno, 18 de enero de 2007

Lamento no estar de acuerdo con el recibimiento entusiasta que tributaba al espectáculo que subió ayer a las tablas del teatro Moderno la compañera de estas páginas de La Tribuna que firmaba la información sobre el mismo, ni compartir la larga serie de ditirambos que le propinó. Creo que el montaje tiene aciertos y desaciertos pero que en su conjunto es manifiestamente mejorable.

La obra, bien conocida, por otra parte, plantea cómo la hipocresía y la petulancia de Belisa, Armanda y Filaminta se interponen entre los enamorados Clitandro y Enriqueta y están a punto de dar al traste con su matrimonio, que salva, in extremis, una estratagema del alcahuete Aristo. El conflicto principal, pues, es bien sencillo y no había necesidad de complicarlo con la presencia de ese “narrador” (¿alter ego de Molière? ¿Intermediario, relator de los fragmentos textuales suprimidos?) que viene a enturbiar todo el desarrollo de la acción en lugar de clarificarla. Y es que las dramaturgias las carga el diablo y a veces sale el tiro por la culata.

La envoltura formal del montaje es en general atinada, destacando la iluminación y la escenografía, que reproduce de manera estilizada la arquitectura un tanto primitiva de los corrales de comedias, con sus dos niveles superpuestos y sus múltiples entradas y salidas que facilitan el deambular de los personajes y se aviene con la naturaleza y las exigencias de la acción; empero, a veces tenemos la sensación de aglomeración quizá por las exiguas dimensiones del escenario o por un inadecuado diseño del movimiento escénico.

El trabajo de actuación es asimismo meritorio aunque irregular; junto a brillantes hallazgos expresivos propios la poética de la farsa grotesca, hay momentos en los se cae en la más insufrible e innecesaria chabacanería. La farsa tiene sus propias reglas y un efecto cómico perseguido con esfuerzo a través de la míminca, la entonación o la gestualidad corporal se neutraliza, es más se vuelve en contra del actor y contra el trabajo de conjunto cuando se reitera abusivamente un gag, cuando se vocifera desmesuradamente perdiéndose toda posibilidad de matizar una réplica, o cuando se resuelve esa situación de manera precipitada permitiéndose la interferencia de un gesto inapropiado o de una palabra soez que convierten lo grotesco en una mera bufonada. Parecen más creíbles y más concienzudamente construidos los personajes femeninos que los masculinos y en su ejecutoria, tanto ellos como ellas, luchan denodadamente para remediar la falta de acción de la que la obra adolece, consiguiendo en muchas ocasiones superar este escollo; dentro de una aceptable tónica general, destaca quizá César Maroto, que presta a Chrysale una gran verosimilitud, humanizándolo y conjurando en todo momento la tentación del histrionismo, mediante la contención del gesto y una notable capacidad para interiorizar las emociones del personaje.

Un montaje, en fin, ambicioso que moviliza grandes dosis de esfuerzo y significativos recursos técnicos y humanos -es decir, económicos-, que a nuestro juicio no acaba de cuajar, aunque, es de justicia decirlo, el público asistente lo recibió con alborozo.

Recomendación: habría que fijar en lugar bien visible en el vestíbulo del teatro un rótulo que dijera: “Se ruega puntualidad. No se permitirá la entrada en la sala cuando el espectáculo haya comenzado”. Y cumplirlo, naturalmente, para no asistir al lamentable espectáculo de la otra noche.

Gordon Craig.
19-I-2007.

martes, enero 23, 2007

Lecturas Convulsivas. "Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945". Anthony Beevor y Luba Vinogradova, eds.

Anthony Beevor y Luba Vinogradova nos ofrecen la posibilidad, con este volumen, de revivir la 2ª Guerra Mundial, pero en esta ocasión desde el punto de vista de un escritor que acompañó al Ejército Ruso en el frente oriental durante cinco años: Vasili Grossman. Hasta ahora la historia de la 2ª Guerra Mundial estaba muy bien retratada y descrita con gran detalle, por escritores y reporteros que acompañaron a las fuerzas aliadas, británicas y americanas, en su camino hacia Berlín. Esta obra, sin embargo, supone, por un lado, toda una novedad respecto a este tema al ofrecernos la visión de la derrota nazi desde el otro frente, el soviético, pero también por primera vez se publican los diarios de guerra de Grossman, intercalados entre breves apuntes históricos y los propios artículos del escritor en el Estrella Roja, el periódico del Ejército Rojo en el cual nuestro autor escribía, inéditos hasta la fecha debido a la persecución que llevó a cabo el KGB y las sucesivas dictaduras soviéticas sobre la figura de Grossman.




La invasión de Rusia por los nazis pilló por sorpresa hasta el mismísimo Stalin, y por lo tanto también al recién creado Ejército y Rojo, y en general a toda la sociedad soviética. Grossman, nada más conocer la noticia, se presenta como voluntario para el ejército, pero su endeble complexión física lo va a apartar de la milicia. Un Grossman valiente y muy dolido por la invasión alemana, lo intenta mil y una veces, y al fin, dadas sus sobresalientes dotes para la escritura, se convierte en corresponsal de guerra para el Estrella Roja.

Grossman vive en primera línea de frente cuando los alemanes invaden Ucrania, Bielorrusia, y cercan Moscú, ante la inoperancia de un Ejército Rojo al que no para de criticar por su desorganización y caos en la retirada. Sus artículos que también narran como una desolada población civil huye despavorida y aterrorizada ante el avance nazi, uno a uno, son censurados o simplemente no publicados por estos hechos durante este periodo. El invierno llega por fin y los alemanes no pueden tomar Moscú por unos pocos kilómetros, pero sin embargo cruzan el Don y se adentran en la estepa rusa, hasta que el Volga y más en concreto la ciudad de Stalingado se cruza en su camino y la guerra da un giro radical. Grossman, el autor de Vida y Destino, una de las más grandes novelas del siglo XX, sufre en sus propias carnes la llegada del invierno y es protagonista de excepción de lo mal que lo pasan los soldados alemanes, poco preparados para aguantar temperaturas tan bajas, y como muchos de los cuales mueren congelados. Respecto a este hecho el escritor judío nos cuenta como los soldados rusos juegan con estos cuerpos ya sin vida y como “fabrican” macabras estatuas en posiciones obscenas que jalonan las cunetas de caminos y carreteras.

En el cerco a Stalingrado mientras el frente se paraliza durante meses y meses, Grossman puede hablar con muchos de sus protagonistas: altos mandos como Chuikov, famosos francotiradores como Chejov y Zaitsev, cientos de héroes anónimos pertenecientes a las tropas asediadas o a la simple y llana población civil. Pero cuando los soviéticos van a dar la vuelta a la batalla y se prepara la pinza que va a encerrar en una bolsa al Ejército alemán dirigido por Paulus, inexplicablemente el director de su periódico, Ortenberg, lo destina a otro sitio, a la zona de Elista, más allá del Mar Negro, dónde los tropas rusas están ganando terreno a las alemanas. Aquí es dónde por primera vez nuestro escritor ve con sus ojos lo que los alemanes han hecho con pueblos y ciudades, y con sus gentes: asesinar y no dejar huella de lo anterior.





Tras la batalla de Kurst, dónde los rusos emplearon perros antitanque, que utilizando los experimentos de Paulov, eran alimentados bajo carros de combate y después tras día de hambruna se les soltaba en el campo de batalla y se les hacía estallar tras los Panzer alemanes, el Ejército Rojo cogió un ritmo endiablado de avance y pronto entra en Ucrania y Polonia. En esta parte del libro, cuando las tropas soviéticas entran en Polonia hay que hacer una mención especial al capítulo dedicado a Treblinka, en el que Grossman llega por primera vez a un campo de exterminio y describe con pelos y señales todo lo que allí acontecía. Esta parte del volumen te retuerce las entrañas desde su primera frase, y toda la visión humana que exhala el escritor durante su relato anterior, que nos muestra la crueldad de la guerra sin tapujos pero te permite algún respiro para esbozar una sonrisa, gira 180 grados y se convierte en un discurso del odio hacia la raza humana de proporciones mayúsculas por su cruda objetividad y terrible testimonio.

De aquí al final, Grossman acompaña a las tropas rusas por territorio alemán hasta la toma de Berlín y narra en primera persona como los soldados soviéticos no son los mismos una vez que han abandonado territorio ruso: violaciones, robos y asesinatos son una constante diaria durante estas semanas. Cabe reseñar, por anecdótico y curioso, tras la toma de Berlín, el “paseo” que Grossman realiza al bunker de Hitler y como se lleva algunos objetos personales que todavía están guardados en algún museo moscovita.

Para finalizar esta reseña me gustaría dejar en el aire dos preguntas que el propio Grossman se lanzó a si mismo una vez que entró en territorio alemán: ¿por qué los alemanes unas vez que sus tropas habían sido derrotadas colaboraban con tanta rapidez y diligencia con los tropas invasoras y no sabotearon desde dentro a su Régimen conociendo el tipo de atrocidades que se estaban cometiendo en nombre de Alemania? y ¿por qué los alemanes, viviendo tan bien como lo hacían, con grandes haciendas, casa de campo fastuosas, excelentes carreteras y servicios, invadieron países tan pobres y poco desarrollados como Polonia y Rusia?

Sin lugar a dudas el relato de Grossman cala en lo más profundo de tu ser, en esa parte incorpórea humana que algunos se aventuran en llamar alma, como dice el propio autor: “a veces te trastorna tanto lo que has visto que se te acelera el corazón y sabes que la terrible imagen que acabas de ver pesará sobre tu alma toda tu vida”. El discurso de Grossman, dejando a un lado su papel de crónica histórica de primer nivel, tiene una mayor importancia en tanto como testimonio vivo de la barbarie de la guerra y sus consecuencias, algo que nosotros tenemos que tener muy presente hoy en día para no olvidar jamás lo sucedido y para evitar que se vuelva a repetir. Volumen imprescindible, de perentoria y obligada lectura.


Doctor Faustus.
Referencia bibliográfica: Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945. Anthony Beevor y Luba Vinogradova, eds. Crítica 2006.

viernes, enero 19, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Johnny cogió su fusil. "Born in the U. S. A."

Adaptación de Antonio Álamo y Jesús Cracio de la novela homónima de Dalton Trumbo.
Con: Sergio Otegui, Beatriz Bergamín, Ramón Pons, Paca Mencía y Marcos Fernández.
Dirección: Jesús Cracio
Madrid. Sala Cuarta Pared. 13 de enero de 2007



La novela de referencia de la que han partido Antonio Álamo y Jesús Cracio para realizar la versión que ahora presenta “Fundiciones Teatrales C” es un truculento alegato antibelicista que se dio a conocer al gran público por la espléndida adaptación al cine que de la misma hiciera en el año 1971 el propio Dalton Trumbo con Luis Buñuel de coguionista.

Se trata del estremecedor relato de la convalecencia hospitalaria de un joven de tan sólo veinte años, combatiente de la Segunda Guerra, mundial que vuelve del frente de batalla convertido en un verdadero despojo humano. Como consecuencia de sus gravísimas heridas le han sido amputados brazos, piernas, cara e incluso parte de los lóbulos frontales del cerebro, por lo que los médicos que le atienden consideran imposible que el paciente muestre la más mínima actividad cerebral consciente. Pronto una voz en off, que reproduce el pensamiento del propio Johnny, nos alerta de que el diagnóstico del médico era erróneo, y de que un resto de consciencia bulle en algún lugar del cerebro dañado del muchacho arrojando destellos de luz en la impenetrable noche en que se halla sumida su mente. Progresivamente y de manera caótica se van superponiendo las imágenes del horror presente -la constatación de que le faltan sus miembros, su boca, la vista, el oído-, con luminosas imágenes de su pasado feliz con Kareen, con las de las atroces pesadillas que le atormentan y con desesperantes reflexiones acerca de la inutilidad y de la barbarie de la guerra. La comprensión y el trato dulce y cariñoso de una de las enfermeras que le cuida le permite descubrir momentáneamente placeres olvidados, salir de su incomunicación y entrar en contacto con la realidad exterior. Pero pronto sus esperanzas se ven frustradas, tras angustiados y no atendidos mensajes de petición de ayuda cae en la más absoluta desesperación y reclama que acaben con su “vida”.

Hay, nos parece, un planteamiento escénico adecuado a la complejidad del contenido. El espacio aparece dividido en dos partes, que corresponden a un antes y un después de la fatídica explosión: un primer plano que representa la habitación de hospital con la cama en la que yace lo que queda de Johnny y un segundo plano sobreelevado en el que se desarrollan algunas escenas de la vida anterior del protagonista, sirviendo la gasa que los separa como pantalla de proyección de las confusas imágenes que pueblan su mente. El desdoblamiento del personaje es asimismo útil para el desarrollo de la acción que de otro modo resultaría monótona, pero además, porque permite al espectador percibir vivo y operante durante toda la representación el contraste entre la vitalidad, el entusiasmo, las ganas de vivir, en suma, del joven Johnny y el muñón sanguinolento del soldado Bonham que se adivina tras los vendajes. Beatriz Bergamín (Kareen/ la enfermera nueva) muestra los únicos vestigios de ternura y Sergio Otegui (Johnny vivo) nos proporciona los momentos de mayor intensidad dramática: la promesa de felicidad, la dulzura de los recuerdos, pero sobre todo la tragedia terrible de una vida truncada justo en sus inicios, el desvalimiento absoluto de un ser condenado a una existencia estéril, en estado cuasi vegetativo, desposeído hasta de las facultades humanas más elementales. E incapaz de encontrar justificación alguna para lo sucedido.

El montaje, empero, tiene sus puntos débiles. La contextualización tan precisa del horror (con imágenes reconocibles de Apocalipse Now: helicópteros, bombardeos con NAPALM, música de fondo de Springsteen o de Metallica, contrapuesta a la de los Beach Boys) hace demasiado evidente un antiamericanismo trasnochado y no ayuda nada a conjurar un cierto tufo de maniqueísmo que se cierne también sobre ciertos juicios demasiado simplistas en torno al problema de la libertad. Asimismo, el discurrir de Johnny sobre su horrible peripecia o sus reflexiones de fondo sobre la legitimidad de la guerra están a un tris de convertirse en un insufrible y patético sermón cuando se abandona la perspectiva del monólogo interior y se opta por convertir al público en interlocutor directo de las elucubraciones del personaje. Apelar a Mickey Mouse y a Betsie, en fin, resulta un tanto impúdico, su presencia distrae innecesariamente la atención del espectador, rebaja la tensión dramática y trivializa el mensaje.
Gordon Craig.
15-I-2007.

miércoles, enero 17, 2007

MÚSICA. Leonard Cohen. I’m your man.

Tras la resaca de las Navidades y la vuelta a la normalidad, llega el turno del sosiego, del regreso a la cotidianidad, del reencuentro con los momentos de intimidad, esos instantes que te hacen acercarte de nuevo a la música, a la lectura...


Uno de mis regalos de Reyes ha sido un “cd”. “I’m your man” es una colección de canciones de Leonard Cohen interpretadas por amigos o grandes admiradores. La selección de temas es muy cuidada y algunas de las versiones son sólo aptas para paladares muy finos, por poner algunos ejemplos, de arbitraria elección, citaré los siguientes: “Tower of song” interpretado por U2 y el propio Cohen, o “Chelsea hotel nº2” que interpreta Rufus Wainwright, sin olvidar a la preciosista “Suzanne” de Nick Cave y Julie Christensen.

Se echa de menos la voz ronca y grave del eterno poeta que siempre ha llenado de melodía las habitaciones solitarias de los hoteles de medio mundo, pero al escuchar sus canciones a través de otras voces uno se da cuenta de que el canadiense empieza a ser inmortal, y que muchos de sus temas sin que el paso del tiempo los entierre bajo capas y capas de olvido, muy al contrario, comienzan a convertirse en verdaderos himnos melancólicos y referencias para los creadores de generaciones posteriores.

Para la ocasión, aparte de los artistas nombrados anteriormente, Martha Wainwrihgt, Teddy Thompson, Kate & Anna McGarrigle, Beth Orton, Antonym Jarvis Cocker, The Handsome Family y Perla Batalla se han unido para homenajear a uno de los poetas del siglo XX. ¡Disfrutadlo!

Coda: se echa en falta una canción encantadora: “talk this waltz”. El mundo no puede ser perfecto siempre.

jueves, enero 11, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Otelo. "Frío, efectista, abstracto".

De William Shakespeare.
Con: Chantal Aimée, Pere Arquillué, Joan Carreras, Pere Eugeni Font, Ángela Jove, Natalie Labiano, Norbert Martínez, Sandra Nonclús, Alicia Pérez, Ernest Villegas y otros.
Teatre Lliure. Dirección: Carlota Subirós.
Madrid. Teatro Español. 26 de diciembre de 2006.



El Teatre Lliure cumple esta temporada sus treinta años de existencia y acaba de aterrizar en el Teatro Español de Madrid con tres montajes ofreciendo al espectador capitalino una muestra de sus actuales líneas de trabajo. Dos de ellos corren a cargo de Alex Rigola, actual director artístico de la institución, el tercero, que vimos anteayer, es una versión de Otelo de Shakespeare, cuya adaptación y dirección corre a cargo de la joven Carlota Subirós.

Siempre he pensado, quizá erróneamente, que los directores de teatro deberían de tener una buena razón para llevar a escena las obras consagradas (o canónicas, digamos, para emplear la más precisa terminología de Bloom) de la tradición teatral occidental. Me refiero a hacer un trabajo innovador pero coherente, que proporcione un enfoque realmente nuevo artísticamente hablando, o que profundice en alguno de sus aspectos temáticos relevantes, o que ofrezca una auténtica lectura contemporánea de la obra en cuestión inscribiéndola en un contexto ideológico o social concreto que la ilumine, revelando valores o motivos para la reflexión o para el deleite, que en el pasado hayan quedado necesariamente ocultos. Y quizá hay algo de todo eso en este montaje de Carlota Subirós, aunque esa “buena razón” a que aludía más arriba, no acierto a descubrir cual es, más allá de la seducción que un texto de tan honda entraña humana debe de ejercer sobre cualquier director (directora, en este caso) con un mínimo de sensibilidad teatral, o del reflejo feminista que convierte al noble Otelo, una vez presa del monstruo de ojos verdes de los celos, en un macho zafio y desconsiderado a un tris de convertirse en un repulsivo maltratador.

El montaje ha salvaguardado los elementos fundamentales de la trama y las motivaciones de los personajes -que se hacen demasiado explícitas, a veces, como si se dudara de la capacidad del público para penetrar en los recovecos y anfractuosidades de tales motivaciones-, quedan, asimismo, formulados los términos esenciales del conflicto, un triángulo de celos, violencia y ambición; a lo que se suma una voluntad evidente de explorar nuevas posibilidades técnicas de expresión, como proyecciones y efectos sonoros, que resultan, a mi juicio, redundantes. Se ha desposeído, en cambio, a los protagonistas de todo lo que se relaciona con la voluptuosidad, eximiéndolos de la complacencia en cualquier alusión sensual o morbosa y situando su relación erótica en las antípodas del “imperio de los sentidos”.

El resultado es un espectáculo frío y distante, a lo que contribuye no poco el escenario desnudo ayuno de cualquier elemento de ambientación reconocible a no ser el verde oliva de los uniformes militares, las botas altas, o las pinceladas vagamente orientalizantes en los entorchados de las casacas de Otelo y sus lugartenientes en el acto primero de la obra. Después todo es convencional, despersonalizado, como el entallado vestido corto de Emilia, el atuendo informal de Blanca o la discreta ropa interior de Desdémona

El trabajo de los actores se compadece con este sesgo decididamente abstracto que la directora ha querido imprimir a la puesta en escena. A excepción de la vehemencia de Emilia (Chantal Aimée) en la escena en que descubre los tejemanejes de Yago, de la violencia desatada en la pelea de Rodrigo con Casio, de la que sale muerto el primero y malherido el segundo a manos de Yago, o del efectista y sangriento final, con tajo en la yugular incluido, los personajes someten sus impulsos al riguroso control del raciocinio. Otelo mismo (Pere Arquillué) parece jovial en demasía, resta importancia a cuanto le ocurre, y tan sólo un grito desgarrado (proferido de espaldas al público) da muestra de la hondura de su despecho al creerse traicionado. Desdémona (Alicia Pérez) es una esfinge atlética y madura que dosifica sus caricias a Otelo y las muestras de afecto por Casio. Tan sólo Yago (Joan Carreras) se muestra como el consumado cínico y sin escrúpulos que es; su entonación sinuosa y su gesto repulsivo ponen en guardia a los espectadores acerca de sus aviesas intenciones, aunque, irónicamente, los personajes de la obra no se den cuenta hasta que ya es demasiado tarde.

Gordon Craig.
27-XII-2006.