martes, septiembre 30, 2008

POESÍA. Reencuentro con “la sala de lo penal” de Gonzalo Munilla.

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Hoy he vuelto a releer el poemario “la sala de lo penal” de Gonzalo Munilla. Y porque la poesía tiene esa magia que conmueve cada vez que vuelves a poner tus ojos sobre unos versos y porque las sensaciones que provoca cambian con cada lectura, pero la primigenia emoción que sentiste vuelve a aparecer, pero aderezada con tenues matices nuevos, y porque se trata de algo que quería realizar desde hace tiempo pero no he podido llevar a cabo hasta hoy, quería dedicarle a Gonzalo unas palabras, cálidas y agradecidas.

No corren buenos tiempos para la poesía, pero la poesía es la vida, es la expresión más profunda del alma, de esa voz interior que contesta sin vergüenza a la razón, y fundamenta lo que es el hombre moderno. Y sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, no encontramos tiempo para disfrutar de ella, para aprehender la profundidad de su mensaje, para dejarnos contagiar por su humanidad, y no queremos entender su visionaria fotografía de la cruda realidad.

Sin embargo todavía existen valientes, como Gonzalo, que se atreven a sacar de dentro todo lo que sienten, y nos lo ofrecen gratuitamente, sin tapujos, sin caretas, y en vez de participar en un lacrimógeno programa vespertino de televisión, nos regalan unos conmovedores versos.

Como si tratase de un esbozo, una pincelada, de la teoría del “no” eterno retorno nietzscheciano, en la que no cabe una vuelta a atrás para remediar los errores ya cometidos, “su” historia de amor, cargada de cotidianidad, nos lleva hasta una encrucijada de final incierto, preñada de sinceridad, de ternura, de inocencia perdida y de lugares comunes; pero que deja abierto un pequeño resquicio por el que todavía entra luz, la luz de la ternura, del cariño, del amor.

Y mientras releo a Munilla, recuerdo una de las últimas escenas de “la insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, cuando Teresa y Tomás se enfrentan a la muerte de Karenin, su perro. Teresa reflexiona sobre la inseguridad de su amor y su continua infelicidad: “El tiempo humano no da vueltas en redondo [como el de los animales], sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir”. Pero a pesar de ello, creo, que como esa luz que nos muestra Gonzalo, algo dentro de nosotros nos lleva a continuar, a seguir, a volver a encontrar momentos de felicidad, diferentes, pero intensos y reales.

Sin permiso, pero esperando que el pequeño atrevimiento se olvide con unas cañas, os ofrezco unos cuantos poemas de Gonzalo Munilla.

“Casi besos”.

en mitad
de la noche
sus colillas
en carmines
bañadas
casi besos

“Punto medio”.

siempre me he preguntado
por esa línea
que dice si es Tirreno
o ya Mediterráneo
el mar en que te bañas...

parece que te ahogas
en ese punto
que establecen
los mapas
como medio

“Fantasmas”.

el día de verano
que tienda
mis fantasmas
ya no podrán secarse

serán cuerpos pesados por el llanto
quizá no sea oportuno hacer memoria

“Cenicienta”

las doce
menos cuarto
no sé
cómo decirte
lo que siento

“Una sola sombra”.

un susurro
al oído
y ese soplo
en la nuca
que despiertan al vello y los pezones
dormidos...

así recuerda el viento
que caminas
tras una sola sombra
en el otoño

“Confesión”

nadie ha vuelto a decirme
que te follen
que me dejes en paz
eres un crío
no entiendes
una mierda juramé
que no te subirás
en coches
de borrachos


Referencia: La sala de lo penal por Gonzalo Munilla. Sevilla: Editorial Point de lunettes, 2008. VI Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Morón” 2007.

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Editorial Point de lunettes.

lunes, septiembre 29, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. La puerta del Sol. "Un episodio nacional".

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Adaptación de Jerónimo López Mozo de El 19 de Marzo y El 2 de mayo, de Benito Pérez Galdós.Con: Carlos Álvarez Novoa, Jesús Noguero, Juan Díaz, María Valverde, Ramón Barea, Luis Perezagua, María Alfonsa Rosso, Zutoia Alarcia, Paco Racionero, Chete Lera y otros.Escenografía: José Hernández; vestuario: Javier Artiñano.Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Madrid. Teatro Albéniz. 26 de septiembre de 2008.



Vuelve a mostrarnos Pérez de la Fuente en este montaje, como ya lo hiciera en Pelo de tormenta, por ejemplo, su afición por la vertiente más espectacular del teatro, por su faceta de fiesta y de celebración, demostrándonos una vez más que sin minusvalorar las distancias cortas, el cara a cara de los personajes, los detalles más nimios de cada escena, se desenvuelve como nadie con los grandes movimientos de masas en el escenario. A título anecdótico, recuerdo haberle oído contar las dificultades que tuvo que superar en el María Guerrero, un teatro de caja estrecha para organizar el formidable movimiento procesional con María Jesús Valdés subida en unas andas y rodeada de sirvientes y eunucos en La visita de la vieja dama; pero es que las de este espectáculo superan lo imaginable. Ya me dirá cual es su secreto para movilizar en escena semejante tropel de actores, “caballería” y pertrechos de guerra sin provocar una auténtico caos.

La ocasión verdaderamente merecía el esfuerzo: dramatizar el tercero de los Episodios Nacionales de Galdós que refiere dos sucesos de enorme trascendencia histórica como son el Motín de Aranjuez y el levantamiento del 2 de mayo del pueblo de Madrid contra de las tropas francesas; y el resultado es más que notable, empezando por una meritoria adaptación de Jerónimo López Mozo, que ha hecho una espléndida labor de síntesis para reducir a dos horas y media una trama novelesca tan compleja y terminando por el ambicioso montaje, revelador en su grandiosidad y elevado tono épico del heroísmo desplegado por los protagonistas de una gesta que habría de cambiar el destino de España.

El expediente se resuelve por medio de una larga conversación de un joven Galdós con el anciano Gabriel Araceli a través de cuyos recuerdos y ensoñaciones se revive el pulso de la vida cotidiana en el Madrid de la época y van aflorando los gloriosos y truculentos acontecimientos que jalonan la historia y que son juiciosamente valorados por un Galdós ya adulto, que denuncia la incuria y cobardía de los gobernantes en contraposición con la gallardía del pueblo en armas; un pueblo, cuya ignorancia lamenta y al que moteja de “comparsa de la Historia” y del que afirma que se lleva siempre la peor parte.

El trabajo del elenco en su conjunto está a la altura de las circunstancias. Carlos Álvarez-Nóvoa lleva a cabo una ciclópea labor en el papel del octogenario Gabriel Araceli; ponderado en sus juicios del pasado, tiembla todavía ante la magnitud del horror de la represión de los franceses y recuerda emocionado y tierno al amor de su vida. En el ecuador de la obra, la aparición de Galdós adulto (espléndido Ramón Barea), reflexionando sobre la barbarie y sobre el ineluctable signo trágico de nuestras asonadas y pronunciamientos es sobrecogedora. Pero no desmerecen el trabajo de Luis Perezagua en el sentencioso clérigo Don Celestino; o el de la desvalida y sumisa Inés (María Valverde); el de la expansiva y lenguaraz comadre Doña Ambrosia (Zutoia Alarcia); o la pintoresca estampa del taimado y codicioso Don Mauro (Chete Lera); o la bellaquería del beodo rapavelas Santurrias (José Carlos Gómez); o la antológica pieza oratoria de Pujitos (Daniel Gallardo) arengando a los amotinados.

Gordon Craig.


28-IX-2008.

lunes, septiembre 22, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Las troyanas. " Los estragos de la guerra ".

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Autor: Eurípides. Versión de Ramón Irigoyen. Con: Eduardo Mac Gregor, Ángel Pavlovsky, Gloria Muñoz, Ricardo Moya, Anna Ycobalzeta, Mia Esteve, Luis Jiménez, Clara Sanchis Antonio Valero. Coro, soldados. Dirección y puesta en escena: Mario Gas. Madrid. Matadero. Naves del Español. 17 de septiembre de 2008.



La obra recrea las horas inmediatamente posteriores a la victoria de los griegos sobre Troya. Las horas subsiguientes a todas las victorias militares. En un paisaje desolado que evoca las arenas de una remota playa del Golfo Pérsico, entre estatuas semiderruídas, máquinas de guerra y bidones de petróleo, un grupo de “troyanas” se esconde de los agresores mientras se lamentan por sus hijos o maridos muertos en combate y por el aciago destino que les aguarda. Y de nada sirve la entereza de la anciana Hécuba cuyas palabras de aliento no pueden mitigar ni su dolor ni su desesperación. Ella misma ignora todavía cuan funesto y terrible será su propio destino; porque, al parecer, la derrota militar no es suficiente agravio, ni la aniquilación de los varones. Hay que aplacar el furor y el deseo de venganza acumulado durante diez años de combate y para ello los generales victoriosos no se arredran ante las más horrendas crueldades con las supervivientes.

Eurípides, que había vivido la terrible experiencia de las guerras del Peloponeso, denuncia los estragos de la contienda bélica y sus desastrosas consecuencias, en particular la indignidad de los vencedores, y su voz clara y potente atraviesa siglos de historia para traernos el mensaje de que nada ha cambiado desde entonces, y de que estamos destinados a cometer una y otra vez los mismos errores, porque la naturaleza humana sigue siendo la misma.

La puesta en escena es grandiosa, acorde con la dimensión épica de la tragedia, pródiga en efectos de luz y sonido y un vívido movimiento escénico, casi operístico; peca, quizá, de efectismo en la insistencia por establecer un paralelismo explícito con las guerras del presente: en los uniformes de los soldados o en la presencia del camión cargado de cadáveres. El trabajo de actuación es asimismo notable, en particular el de las actrices que tiene papeles destacados. Gloria Muñoz (Hécuba) transita por todas las etapas del dolor y de la desesperación; vemos como su entereza y presencia de ánimo se desmorona paso a paso a medida que se despeja su incertidumbre por la fortuna de sus hijas Casandra y Polixena, culminando en el desolador planto final ante la mortaja de su nieto, el pequeño Astianacte; conmovedor es, asimismo, el llanto de Andrómaca (Mia Esteve) en su emocionado recuerdo de Héctor y en la desgarradora despedida de su pequeño antes de entregarlo a sus verdugos; y aterradora es la profecía de Casandra (Anna Ycobalceta) atormentada por sus padecimientos y envenenada por la sed de venganza. Clara Sanchis, en fin, es una indómita y altiva Elena; la perspectiva de una muerte cierta no doblega su ánimo y los gritos e insultos con los que la recibe el coro de troyanas no parecen hacer mella en su orgullo; indiferente al dolor de Hécuba, impetuosa y vehemente en su alegato a favor de su inocencia, moviliza y todos sus encantos y armas de seducción para conseguir de nuevo el favor de Menelao.

Gordon Craig
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17-IX-2008.


Las Troyanas. Naves del Español.

martes, septiembre 16, 2008

VIDA. ¿Somos lo que quisimos ser o somos lo que la inercia nos llevó a ser?


Gordon Craig ya os brindó la oportunidad de acercaros y de presenciar Traición de Harold Pinter en la Sala Guindalera hace unos meses. Y también os regaló algunas pequeñas pinceladas de lo que sintió con la puesta en escena de Juan Pastor.

En Traición salen a la luz multitud de asuntos, la infidelidad, la amistad, el cariño, la mentira, etc. Pero sobre todo ello ya habló Gordon Craig, como he dicho antes. A mi me interesa, sin embargo, como trata el autor el paso del tiempo perdido, aquellas veces que uno dudó y no tomó la decisión correcta, o creyó que iba por el buen camino pero cuando el paso del tiempo le permitió un respiro y la posibilidad de volver la vista atrás, se dio cuenta de que se había equivocado y de que aquel momento de indecisión, o de no haber meditado lo suficiente lo que iba a llevar a cabo le hizo equivocarse, y luego la rutina, el conformarse, el dejarse llevar, le ha convertido en otra persona, en olvidar que es lo que realmente buscaba, que anhelaba y que no pudo ser.

Hay una escena en la que los dos amigos, Jerry y Robert quedan para almorzar. Uno quiere contarle y quizás también pedirle explicaciones de porqué se está acostando con su mujer, pero no puede decírselo, es uno de esos momentos en que una persona tiene que sacar todo lo que tiene dentro, pero sin embargo se achica y cobardemente prefiere empezar a olvidar y mirar hacia otro lado. Durante la cita, uno de los amigos echa la vista atrás y recuerda al otro los momentos en los que ambos eran brillantes alumnos de Filología de Oxford y Cambridge y como el destino los unió para crear ambos un sello editorial. Pero de repente uno le dice al otro: yo sigo leyendo a Yeats, y tú sin embargo tienes un olfato excepcional para los nuevos valores; ¿tanto hemos cambiado que yo no aprecio a esos mediocres escritores tuyos, pero tú has dejado de leer poesía? Después de este cruce de palabras se suceden unos eternos segundos de silencio. Y es entonces cuando un resorte dentro de nosotros se dispara y nuestra cabeza empieza a recordar.

¿En qué medida somos lo que quisimos, o soñamos, o imaginamos ser? ¿Cuándo elegimos un camino que nos llevó hacia un callejón sin salida, a empezar a vivir con el alma entristecida? ¿Nos llegó ese momento en realidad?

Imre Kertesz en su gran novela “Sin destino” viene a decirnos que si todo esta predispuesto por el destino no existe la verdadera libertad, porque si en algún sitio está escrito lo que va a suceder o no, nuestra ansiada libertad, ya desde que uno nace, es esclava del destino, y no se la puede llamar libertad. Yo creo que a algunas situaciones fortuitas que han hecho cambiar nuestra vida las denominamos suerte o desgracia y para generalizar decimos que nuestro destino estaba escrito, pero la realidad no es así. Modestamente creo que muchas veces nos dejamos llevar y nuestra comodidad y no asimilada cobardía nos empuja a vivir rápidamente y no mirar atrás hasta que es demasiado tarde. ¿En alguna ocasión es demasiado tarde? Es difícil darse cuenta de cual es la realidad que te rodea, ya que la vida real es dura y de por si complicada, pero nunca es tarde para rectificar y volver a empezar.

Mis abuelos me solían decir que la vida es demasiado larga en muchas ocasiones, que no hace falta correr tanto al principio, que de vez en cuando había que pararse a pensar lo que uno está haciendo o lo que está dejando a un lado. Pero para mi, todavía muy joven en esos momentos, era harto complicado poder asimilar sus palabras con la misma perspectiva que el paso del tiempo les daba a ellos. Ahora cuando ya han pasado unos cuantos años desde esas palabras, creo que llevaban toda la razón y que en alguna ocasión debería de haberme parado a reflexionar si lo que estaba llevando a cabo era realmente lo quería, lo que tenía que hacer para no defraudarme.

¿Estamos a tiempo todavía de dar un brusco giro de timón e intentar iniciar una nueva vida?


[Desgraciadamente ya no podéis disfrutar de Traición, de Harold Pinter en la Sala Guindalera, porque sus funciones terminaron en junio de 2008.]

Aquí puedes leer la reseña de Gordon Craig.

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Sonata de otoño. “El odio y la humillación”.

De Ingmar Bergman.
Con: Marisa Paredes, Nuria Gallardo, Chema Muñoz y Pilar Gil.
Dirección: José Carlos Plaza.
Madrid. Teatro Bellas Artes. Estreno 5 de septiembre de 2008.

Hace apenas un año, el 30 de julio de 2007, fallecía en su refugio de Farö el genial cineasta Ingmar Bergman; así que este montaje de José Carlos Plaza que estrena ahora el Bellas Artes puede interpretarse como una conmemoración de dicha efemérides y, a la vez, como un homenaje a una faceta menos conocida, aunque no por eso menos importante, del artista desaparecido, su trabajo de director teatral, que le llevó a visitar textos de Valle-Inclán, de Camus o de su compatriota August Stridberg.

De hecho, el montaje que comentamos, tanto en el tono como en la temática guarda muchas similitudes con el teatro de este último dramaturgo y reflexiona sobre algunos de los temas que les obsesionaron a ambos a lo largo de su carrera, indagando, en particular, en las relaciones de pareja -madre e hija en este caso-, en la imposibilidad de entenderse, de comunicarse, siquiera, empeñadas ambas en la lucha “strindberiana” por imponerse al otro, y las secuelas de odio y hasta de crueldad, que tal comportamiento acarrea.

Tras la muerte de su segundo marido, Leonardo, Charlotte, que durante largos años ha abandonado a su familia persiguiendo el triunfo como concertista de piano, vuelve a encontrase con sus hijas, la joven Elena, atada a una silla de ruedas debido a una gravísima enfermedad degenerativa, y Eva, la mayor, que se ha hecho cargo de su hermana, y que arrastra una existencia infeliz incapaz de superar el sentimiento de culpa por la pérdida de un hijo muerto prematuramente de manera accidental. Desde el primer momento nos damos cuenta de la rivalidad madre hija y a medida que se desarrolle la obra, efectivamente iremos descubriendo la distancia infranqueable que las separa y los extremos crueldad a los que pueden llegar dos seres humanos cuando en lugar de la ternura y la confianza, su vida en común se adereza con los ingredientes del odio y la humillación.

Se trata de un espectáculo de extraordinaria dureza, incómodo, por tanto para un espectador no acostumbrado a que le zarandeen la conciencia de un modo tan crudo e inmisericorde; valiente y hasta oportuno, diría yo, en este momento de naufragio de los valores en los que se sustentan las relaciones familiares, donde la abnegación y la entrega de la maternidad responsable se diluyen en un vacuo ejercicio hedonista.

Marisa Paredes (Charlotte) y Nuria Gallardo (Eva) son las protagonistas absolutas de la pieza. Hábilmente dirigidas por José Carlos Plaza que controla a la perfección los tiempos y el tono de cada escena, mantienen un intenso duelo interpretativo que alcanza cotas insuperables de tensión dramática. Desvelan dos personalidades torturadas, una por una maternidad no deseada, por el deseo de huída, por el miedo a la soledad; la otra por el anhelo insatisfecho de cariño y de intimidad con la madre, y por el sentimiento de culpa. Su extraordinaria labor está secundada por un trabajo riguroso de Chema Muñoz y Pilar Gil que obviamente tienen menores posibilidades de lucimiento, y por un sugerente y versátil espacio escénico-escenográfico de Francisco Leal, cuya técnica del claro oscuro recuerda los interiores en penumbra y las extáticas figuras de Dreyer.

En fin, una arriesgada apuesta de Jesús Cimarro y de la productora Pentación para el inicio de la temporada que ha puesto el listón muy alto al resto de los teatros madrileños públicos o no y que demuestra que la iniciativa privada funciona cuando hay talento, arrojo y falta de complejos de por medio y que vuelve estéril y falsa la polémica entre un teatro de calidad y un teatro rentable, porque a la larga el mejor criterio de rentabilidad no es otro que la calidad y la exigencia artística.

Gordon Craig.
7-IX-2008.

Estrella Digital. Soñata de Otoño.

viernes, septiembre 05, 2008

MÚSICA. Fly Music ha muerto.

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Este pequeño apunte debería de haberse escrito hace mucho tiempo, pero no pudo ser. Un refrán popular dice que más vale tarde que nunca. Unas palabras, para vosotros, los que hacíais Fly, los realmente importantes.

Nos hemos quedado sin Fly Music. El mundo de la tele está loco, lleva muchos años loco, y creo que ninguno de los que llevamos unos cuantos años trabajando en el medio sabemos hacia donde se dirige. Los parámetros que rigen la parrilla televisiva son tan desconcertantes y tan ambiguos que los conceptos de calidad y de rigor aplicados a una cadena de televisión o a un programa en concreto, no tienen valor alguno. En la actualidad el éxito catódico se fundamenta en la cuota de pantalla y en los ingresos publicitarios. Por lo tanto las propuestas que no cumplan estas dos premisas anteriores no tienen visos de supervivencia.

Fly Music era un proyecto diferente, cubría un espectro musical muy importante del que no se ocupaban ninguna otra cadena, y en poco tiempo se llegó a convertir en un refugio para los amantes de la música independiente y más experimental. Ni siquiera se la dejó llegar al apagón analógico, para poder competir de veras con las grandes cadenas y en igualdad de condiciones.

Tuve la suerte de formar parte del grupo humano que había detrás del logotipo de la mosca. Había muchas ganas de hacer cosas y grandes profesionales pero muy pocos medios y un vergonzoso apoyo desde la dirección. Tengo en mi cabeza grandes recuerdos de aquella etapa, pero hoy me quiero quedar con uno que quizás os sirva a muchos de los que dejáis el canal: el momento que yo abandoné Fly. Fue una decisión muy dura, porque dejaba atrás un proyecto que me llenaba por completo y sobre todo a un montón de gente de la que no me olvidaré jamás, pero me lo tomé como si se tratara de una etapa más de la vida. No quedaba otra, pasar página y seguir adelante con un nuevo proyecto. ¡Ánimo compañeros! Nos vemos en los bares, y en los conciertos.

BLOG. De vuelta.

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El día ha amanecido medio nublado. Todavía es septiembre pero hoy no quiere hacer acto de presencia el sol. Tímido se asoma entre las nubes de vez en cuando, pero parece que hoy quiere ceder parte de su protagonismo estival, o quizás se trate del comienzo del fin de verano.

No recuerdo cuanto tiempo llevaba sin escribir. La verdad es que me han tocado unos cuantos meses complicados, y a pesar de que la tentación de sentarme detrás del ordenador era muy grande, y de que en muchas ocasiones pasaban por delante de mi decenas de historias que quería compartir, me ha sido imposible disponer del tiempo necesario para poder narrarlas. Muchos de esos potenciales personajes ya han quedado en el olvido, alguno de ellos medio sobrevive entre tenebrosas neblinas, y espero que aguante todavía un poco para que podáis disfrutar de él.

El escribir se ha convertido en una necesidad, es como una droga dura, pero en plan sanote, y cuando pasas demasiado tiempo sin aporrear un teclado, algún resorte dentro de ti te recuerda todos los días, que algo te falta. Creo que te entristeces un poco cada vez que dejas pasar una ocasión de “contar” algo. Vayamos recuperando pues, poco a poco, esa alegría vital que sólo da la escritura.

El día de hoy estaba marcado en el calendario como el día de la vuelta, y como tengo tantas cosas que compartir, sin más dilación comienzo. Espero que este regreso sea para mucho tiempo.

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. "FESTIVAL CLASICOS DE ALCALA 2008". La vida es sueño. Calderón en estado puro".

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De Calderón de la Barca.
Con: Fernando Cayo, Ana Caleya, Jesús Ruymán, Daniel Huarte, Chete Lera, Joseph Albert, Victoria dal Vera, Víctor Anciones, Pedro Cuadrado, Joseba Gómez y Samuel Señas.
Compañía Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid. Versión: Pedro Manuel Víllora.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Alcalá de Henares. VIII festival “Clásicos en Alcalá”.
Teatro Salón Cervantes. Estreno 24 de junio de 2008.

La vida es sueño es la síntesis más acabada de la dramaturgia calderoniana y por ende de todo el teatro barroco español, une a la fuerza de la idea y a la habilidad constructiva la exuberancia del verso y de la imaginería culteranas a las que eleva a cotas no alcanzadas por ningún otro dramaturgo español; es, por tanto, el mayor reto al que puede enfrentarse un director de teatro y del que muy pocos salen indemnes. Pérez de la Fuente, al frente de esta joven formación, la Compañía del Siglo de Oro de Madrid, integrada por un elenco muy motivado y pletórico de recursos, y secundado por un solvente equipo artístico ha conseguido la proeza. Mi entusiasta enhorabuena.

Apoyado en una pulcra y respetuosa versión de Pedro Manuel Víllora, que ha podado algunos elementos espurios de la trama principal y de la secundaria, Pérez de la Fuente parece haber concentrado todos sus esfuerzos en hacer comprensible a un espectador de nuestro tiempo lo que a mi juicio es una de las ideas fuera de la obra, su valor fundamental, quizá, desde el punto de vista estrictamente dramático: la transformación anímica y espiritual de Segismundo, motivada por los raros sucesos que le acontecen en la pocas jornadas de su existencia que la obra dramatiza. A lo largo de los episodios que jalonan esta tan intensa como extraña peripecia se descubre la profunda humanidad de un personaje que es a la vez símbolo, anticipo de una modernidad donde se van a derrumbar todas las certezas sobre lo real, y un ser concreto, impetuoso, osado, honorable, necesitado de ternura y consciente de todas sus prerrogativas, empezando por la primera: el ejercicio de su libre albedrío.

Al fatalismo de Edipo de Sófocles, cuyo destino se cumple inexorablemente, Segismundo opone el imperio de su voluntad inquebrantable, y al carácter dubitativo, débil y taciturno de Hamlet -otro de los personajes literarios con los que Segismundo guarda innegables similitudes-, una fortaleza de ánimo y una vitalidad arrolladora, capaces de superar cualquier obstáculo. Quien presta cuerpo y voz a esa fuerza desatada de la naturaleza, “un compuesto de hombre y fiera”, que arrostra con entereza y frialdad encomiables los bruscos vaivenes de su azarosa fortuna es un espléndido Fernando Cayo en estado de gracia, que hace de este Segismundo una creación antológica. Ni un ápice de sobreactuación en los versos rotundos de sus conocidos monólogos, ni de desmesura en su conmiseración por su desgracia, en su fascinación por Rosaura o en su implacable juicio contra el padre. Él es el protagonista absoluto, es el centro de gravedad en cuyo derredor giran el resto de personajes como polillas alrededor de la luz. En particular, Estrella y Astolfo parecen personajes de opereta (quizá demasiado marcado el contraste entre ellos y Segismundo, demasiado evidente; aunque en efecto su rol está subordinado al asunto principal), pero también Basilio (Chete Lera) con su atuendo y larga melena de nigromante y su majestad un tanto afectada, inseguro como padre y derrotado como rey. Hay con todo un buen encaje del personaje por parte de los intérpretes.

Espléndido trabajo actoral hay también en la creación de los restantes personajes principales, que en la órbita de Segismundo, parecen tener mayor espesor psicológico. Clotaldo (Jesús Ruymán) se debate entre el amor a Rosaura y la lealtad a Basilio, su continente serio y reservado esconde unos sólidos principios morales que no está reñidos con la discreción y con el afecto que dispensa a Segismundo. Clarín (Daniel Huarte) es algo más que la mera figura de donaire lopesca; cuando conoce a Segismundo se convierte en intérprete de su alegrías, tristezas y cogitaciones, y aún tiene tiempo, antes de morir de ejercer de filósofo; y en fin, last but no least Rosaura (Ana Caleya), tras cuyo frágil hieratismo de cariátide esconde la dignidad de una hija ofendida, el despecho de una mujer engañada, los celos hacia su rival o la furia vengativa del soldado. Alguna de las escenas en las que participa, junto a los soliloquios de Segismundo, son sin duda lo mejor de la obra.

Vestuario y ambientación son atinados, y coherentes con una escenografía sobria a la que una iluminación efectista saca un partido extraordinario; hay un cierto halo de misterio y un punto de grandeza épica acrecentados por la tonalidad, ora mística ora guerrera de la música y no faltan cuadros de marcado tinte ritual al que los montajes de Pérez de la Fuente nos tiene acostumbrados.

Gordon Craig.

26-VI-2008