jueves, septiembre 30, 2010

martes, septiembre 28, 2010

TEATRO. Todos eran mis hijos. "El precio de la verdad".


De Arthur Miller.
Con: Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Fran Perea, Manuela Velasco, Jorge Bosch, Nicolás Vega, María Isasi, Alberto Castrillo-Ferrer y Ainoa Santamaría.
Adapatación y dirección: Claudio Tolcachir.
Madrid. Teatro Español.


O’Neill y Miller son quizá los dos dramaturgos americanos de la segunda mitad del siglo XX en cuyos personajes late un aliento trágico parejo al que animaba a los héroes de la tragedia clásica; sus actos les acarrean consecuencias dramáticas sin que haya manera de escabullirse ni de escapar a la diabólica concatenación de sucesos desatada a partir de una decisión inicial, injusta, inmoral, o simplemente equivocada pero que ha provocado un daño irreparable.


Aquí, el protagonista es Joe Keller, un acomodado industrial del medio oeste, portador de un horrible secreto y que ha logrado acallar durante años su conciencia mediante engaños y subterfugios hasta que, desvelada la verdad de lo sucedido, es su propio hijo Chris quien le obliga a enfrentarse con su responsabilidad. Para entonces, todos y cada uno de los restantes personajes principales de la obra se ven obligados a plantearse la imperiosa necesidad de enfrentarse a la verdad, cualesquiera sean las consecuencias que ello tenga para su éxito o su felicidad presente o futura.


El carácter testimonial de la pieza -inspirada en un el relato de un suceso real del que tuvo conocimiento el autor- se acrecienta por el fuerte marchamo de realismo, tanto en la escenografía y puesta en escena como en el trabajo de actuación de los actores que imprime Claudio Tolcachir. La dirección de actores es rigurosa y también la adaptación que, en general, respeta los términos esenciales del conflicto, complejo y a varias bandas que plantea Miller, aunque algunas escenas resultan un tanto esquemáticas, todo hay que decirlo.

Notable es asimismo el trabajo de los actores, aunque Carlos Hipólito quizá no estuvo en su mejor noche, con unos cambios de actitud demasiado abruptos y sin transiciones entre la indolente jovialidad de algunas escenas y sus explosiones de cólera incontrolada. Gloria Muñoz encarna con solvencia a una atormentada y neurótica Kate Keller, esposa y madre solícita que tras su cortesía y sus modales suaves esconde un carácter enérgico e implacable. Fran Perea personifica convincentemente a Chris, más allá de un cierto amaneramiento en sus movimientos y en sus entonaciones -que he visto calcado, inexplicablemente, en otras recreaciones de personajes de Miller, sin ir más lejos en los hijos de Willy Lomann, de La muerte de un viajante- da muestras sobradas de madurez artística al abordar un personaje tan difícil como éste, un joven traumatizado por la experiencia de la guerra, por una educación autoritaria y atenazado por un sentimiento de culpa que le genera el creerse usurpador del lugar de su hermano desaparecido en el corazón de Ann. Manuela Velasco sale airosa de su cometido en el personaje de Ann Deever, una joven dulce y comprensiva cuya apariencia de fragilidad apenas si oculta una obstinada resolución, un ser libre marcado por la adversidad y retratado por el autor justo en el trance de la pérdida de la inocencia.

Gordon Craig.


Teatro Español. Todos eran mis hijos.

viernes, septiembre 24, 2010

miércoles, septiembre 22, 2010

TEATRO. Próspero sueña a Julieta, o viceversa. "Mísero Próspero; desventurada Julieta".


Variaciones sobre Shakespeare. Textos de José Sanchis Sinisterra. Con: Héctor Colomé y Clara Sanchis. Dirección María Ruiz. Teatro Español, Sala Pequeña.


No se si esto es “la obra de arte viviente” que quería Adolphe Appia pero, desde luego, se le parece mucho. Verbo, música, ritmo, cuerpo, gestualidad y movimiento escénico se funden orgánicamente en una suerte de “texto total” autónomo, no mimético, que sale al encuentro del espectador, salta sobre él y lo interpela, invitándole a sumergirse en un universo de imágenes que trasmiten la misma viva impresión que esas terribles pesadillas que a menudo nos atenazan en las noches de insomnio y que no son sino la traslación subconsciente de nuestros más ocultos temores. Y es que como Próspero dice, estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños.


Hay un punto de locura en estos dos personajes -prodigiosmente plasmado por Clara Sanchis en el papel de Julieta-, cuyo maltrecho equilibrio emocional les hace bascular desde las espesas brumas del delirio a los dolorosos momentos de lucidez en los que, sometidos al imperio de un todopoderoso principio de realidad constatan, bien la pérdida de sus otrora ilimitados poderes o la evidencia de la extrema decrepitud, en el caso del anciano y achacoso Próspero, bien la imposibilidad de encontrar una explicación o una justificación razonables para su malogrado destino, en el caso de la desafortunada Julieta.


Ambos son, asimismo, esclavos de su memoria o víctimas de su pérdida y de sus omisiones. En un diálogo, que es soliloquio, con su hija Miranda, Próspero se envanece una y otra vez de sus poderes mágicos ahora perdidos, se enerva ante el recuerdo de la perfidia de su hermano o se emociona evocando la llegada del apuesto Fernando y la dulzura de las caricias de su hija adorada; Julieta, trata de mantener vivo el recuerdo de sus fugaces momentos de dicha asiéndose desesperadamente a unos cuantos objetos, únicos vestigios del pasado: la daga de Romeo, el sable de Paris o el pomo con el veneno de Fray Lorenzo. Y mientras se resiste a entregarse definitivamente a los brazos de la muerte ironiza sobre la impetuosidad de Romeo en la mismísima noche de bodas, se lamenta del destino sangriento de los miembros de dos familias enfrentadas por el odio, de la soledad de sus padres o elucubra sobre una vida feliz casada con el conde Paris rodeada de hijos y nietos.

Y como trasfondo, esa bella y terrible metáfora del teatro que se adivina en las palabras de Próspero cuando equipara la sórdida gruta en la vive a la oscura cavidad del escenario, con sus candilejas, sus bambalinas y los complejos engranajes de esa máquina de crear ilusión que es el teatro.


Espléndida la música que es etérea presencia de los espíritus, sonido hiriente de los desvaríos de Próspero, violencia del viento, fragor de la tormenta, o dulce nana que trae paz al corazón atribulado de Julieta. Rigurosas son la dirección musical y la dirección escénica y estupendo el trabajo de los actores. Sin menospreciar el oficio y la energía de Héctor Colomé, para llevar al límite de la decadencia, de la decrepitud y del desvalimiento al anciano nigromante, hay que destacar el extraordinario talento de Clara Sanchis para encarnar esa inimaginable y sin embargo verdadera Julieta crepuscular, sensata, juiciosa, irónica, con un encomiable sentido práctico en el que ya han empezado a hacer mella de manera perceptible los estragos del tiempo. Hace una creación realmente soberbia, deslumbrante, en su presencia espectral y sin embargo profundamente humana, con su pizca de coquetería, de malicia, de sarcasmo, con sus momentos de enajenación y sus explosiones de ira, que trasmite con la prodigiosa y cambiante modulación de la voz, de las manos, del cuerpo; una Julieta que puede ser tierna o frágil o comprensiva, pero también rigurosa y amenazadora. En fin, una rara avis en el panorama actoral español cuyo trabajo nadie debería de perderse.

Gordon Craig.

Teatro Español, Próspero sueña Julieta o viceversa.

lunes, septiembre 20, 2010

CINE. Federico Fellini.


Me enamoré de Federico Fellini hace poco. Recuerdo un fugaz primer encuentro cuando cayó entre mis manos “Ginger and Fred”. Pero no se dieron las condiciones para que su embrujo me cautivara; quizás Cupido estuviera mirando para otro lado en ese momento, o tal vez, ya estuvo trabajando para mi la noche anterior y no me rondaba esa tarde de cine en casa.


Tardé un buen tiempo en volver a cruzarme con Fellini. Yo me encontraba en una biblioteca de pueblo, mirando la colección de películas. Hacia un tiempo terrible, no paraba de llover, y las adversas circunstancias auguraban una larga tarde de televisión. Le di varias vueltas a las estanterías, no había gran variedad, pero si muchas películas del Oeste. Cogí un poco por curiosidad y por descarte, La Dolce Vita.

En La Dolce Vita, Roma se ha convertido en un pequeño estudio de Hollywood y muchas de las estrellas del celuloide se pasean por las calles de la Ciudad Eterna, entre rodaje y rodaje. Algunos italianos, hartos de penurias tras una posguerra larga y dura, se dedican a perseguir a los actores y las actrices y a retratarlos con su cámaras fotográficas, para con un poco de suerte ser portada de algunas de las revistas de petardeo, que llevan a la gente corriente el glamour del cine hasta sus hogares. La llegada de una gran actriz (Anita Ekberg) casada con un famoso escritor, trastorna la cotidianidad de la ciudad, y la del buscavidas Marcello (Mastroianni) y su joven acompañante Papparazzo, fotógrafo.


La película ya te sorprende desde la primera secuencia, cuando un helicóptero sobrevuela Roma transportando una estatua de Jesucristo para el Vaticano. Y desde este sorpresivo comienzo, La Dolce Vita no para de conmover al espectador, el glamouroso aterrizaje en Roma de Anita Ekberg rodeada de fotógrafos, la energía que derrocha el zapateo de esta última en la fiesta que organiza con un grupo de rock and roll incluido, en uno de los más conocidos garitos de Roma, el inolvidable chapuzón entre Anita y Mastroianni en La Fontana de Trevi, donde se respira el erotismo y la exuberancia de una secuencia mágica que los convierte en mitos, y que les permite formar parte de la Historia del Cine. Podía seguir enumerando una a una decenas de secuencias que todavía sobreviven en mi retina, pero creo que es mejor invitaros a que vosotros mismos disfrutéis de la película, sin complejos y con alegría, y saquéis vuestras propias conclusiones.

Sin lugar a dudas, Fellini es un mago del cine, controla perfectamente el lenguaje cinematográfico, es un gran narrador de historias con imágenes (a él le gustaba decir: “no quiero demostrar nada, lo que quiero es mostrar”), pero va un poco más allá que muchos otros, porque cruza la línea que separa a los directores de cine, de los maestros, consigue crear un lenguaje propio. Y lo más importante de todo, que a los amantes del cine, nos hace disfrutar, evadirnos de la sucia realidad durante un buen rato.

El Caixa Forum de Madrid ofrece hasta 26 de diciembre una fabulosa exposición que pretende, y consigue con creces, retratar al cineasta italiano: “Federico Fellini: el circo de las ilusiones”. La muestra nos ofrece un recorrido cronológico sobre su obra, apoyándose en vídeos, fotografías y material de periódicos y revistas de época, para que comprendamos cual fue la evolución de la cinematografía de Fellini. La exposición también nos detalla como Fellini comenzó a contar historias con imágenes: dibujando caricaturas y chistes para diarios de información, o creando personajes fantásticos para comics (el Mago Mandrake). Sam Stourdze, comisario de la exhibición, nos presenta numerosos recortes de prensa que nos desvelan como Fellini creaba sus guiones bebiendo de lo que sucedía en la cotidianidad de la sociedad de su tiempo, de la más radiante actualidad; y como trabajada en sus guiones, rodeado de amigos, siempre sonriente y alegre y eternamente fascinado por las mujeres.

No me quiero olvidar que el Caixa Forum de Madrid también ha programado la proyección de algunas de las películas de Fellini en el auditorio de la propia Fundación. El programa es el siguiente:

- Amarcord, jueves 23 de septiembre a las 19 horas.
- La Dolce Vita, jueves 30 de septiembre a las 19 horas.
- El jeque blanco, jueves 7 de octubre a las 19 horas.
- 8 1/2, jueves 14 de octubre a las 19 horas.


PD. Un pequeña cita para todos llos amigos que trabajan en televisión: “Para mi la televisión no tiene nada que ver con el cine. La televisión limita, perjudica a las películas. Además yo no creo que exista un estilo televisivo […] El televisor es un aparato doméstico, no puede restituir las imágenes de un auténtico cineasta” (Federico Fellini).

Federico Fellini: el circo de los sueños.

lunes, septiembre 13, 2010

TEATRO. El proyecto Youkali. "Le pays de nos desires".


Escrito y dirigido por Miguel del Arco.
Con: Dulcinea Juárez, Donat Mbuyi, Genoveva Caro, Sonia Ofelia Santos, Pedro Forero, Cristóbal Juárez, Mar Fernández-Sousa, Kati Dada, Ángel Ruiz, Alberto Sánchez, Wenceslao Scyzoryk y otros.
Madrid. Naves del Matadero.


Miguel del Arco, que nos sorprendió la temporada pasada con La función por hacer (una inteligente y divertida puesta al día de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello) vuelve a la carga de nuevo en el mismísimo arranque de la temporada con una denuncia cruda y entusiasta de la indiferencia con que los miembros de las sociedades acomodadas asistimos a la tragedia de los refugiados. Nació, al parecer, el espectáculo, auspiciado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado para conmemorar el día mundial del refugiado (20 de junio) y después ha ido creciendo hasta convertirse en un montaje teatral tout court; de ahí su carácter de performance, miscelánea de testimonios “reales” cohesionados por una débil trama que los da cobertura dramática convirtiéndolos en material para un reality televisivo.


La trama parece sobrevenida; eficaz a veces, para aglutinar las cuatro historias terribles que integran el relato, otras, se despeña hacia un desenlace inverosímil, como en la grabación clandestina de un espacio llamado a denunciar las presiones de la dirección de la cadena, ¡casualmente propiedad de un político de derechas!; o se pierde en un alegato antisistema lleno de tópicos y generalidades. Fuera de ese sesgo ¿cómo llamarlo?, ¿progre?, el valor testimonial de las cuestiones abordadas -violencia de género, represión de la libertad de expresión, discriminación en razón de la orientación sexual y las deletéreas secuelas de la corrupción política- es innegable, y queda claro el mensaje de que hay que reaccionar ante la impostura y ante la tiranía antes de que sea demasiado tarde y el miedo nos agarrote imposibilitándonos para la acción en defensa de la libertad y de la dignidad.

El trabajo de actuación es riguroso y responde a las necesidades del espectáculo. El tenue aroma interétnico, el recurso al lenguaje audiovisual y un sugerente espacio sonoro, con deliciosas canciones incluidas (de hecho, la bellísima habanera Youkali, de Kurt Weill y Roger Fernay con su canto a una isla utópica donde reine la paz y la armonía universales es el leit motiv de la obra) hacen en exceso digerible, a mi modesto entender, un plato que debería de resultar indigesto. Aunque, en fin, cada cual es muy libre de elegir el papel en el que envuelve su mercancía; faltaría más.
Es de justicia decir, empero, que el acomodado público asistente disfrutó del espectáculo y aplaudió larga y calurosamente al final.

Gordon Craig.
Arte en la Red. Proyecto Youkali.