martes, septiembre 28, 2010

TEATRO. Todos eran mis hijos. "El precio de la verdad".


De Arthur Miller.
Con: Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Fran Perea, Manuela Velasco, Jorge Bosch, Nicolás Vega, María Isasi, Alberto Castrillo-Ferrer y Ainoa Santamaría.
Adapatación y dirección: Claudio Tolcachir.
Madrid. Teatro Español.


O’Neill y Miller son quizá los dos dramaturgos americanos de la segunda mitad del siglo XX en cuyos personajes late un aliento trágico parejo al que animaba a los héroes de la tragedia clásica; sus actos les acarrean consecuencias dramáticas sin que haya manera de escabullirse ni de escapar a la diabólica concatenación de sucesos desatada a partir de una decisión inicial, injusta, inmoral, o simplemente equivocada pero que ha provocado un daño irreparable.


Aquí, el protagonista es Joe Keller, un acomodado industrial del medio oeste, portador de un horrible secreto y que ha logrado acallar durante años su conciencia mediante engaños y subterfugios hasta que, desvelada la verdad de lo sucedido, es su propio hijo Chris quien le obliga a enfrentarse con su responsabilidad. Para entonces, todos y cada uno de los restantes personajes principales de la obra se ven obligados a plantearse la imperiosa necesidad de enfrentarse a la verdad, cualesquiera sean las consecuencias que ello tenga para su éxito o su felicidad presente o futura.


El carácter testimonial de la pieza -inspirada en un el relato de un suceso real del que tuvo conocimiento el autor- se acrecienta por el fuerte marchamo de realismo, tanto en la escenografía y puesta en escena como en el trabajo de actuación de los actores que imprime Claudio Tolcachir. La dirección de actores es rigurosa y también la adaptación que, en general, respeta los términos esenciales del conflicto, complejo y a varias bandas que plantea Miller, aunque algunas escenas resultan un tanto esquemáticas, todo hay que decirlo.

Notable es asimismo el trabajo de los actores, aunque Carlos Hipólito quizá no estuvo en su mejor noche, con unos cambios de actitud demasiado abruptos y sin transiciones entre la indolente jovialidad de algunas escenas y sus explosiones de cólera incontrolada. Gloria Muñoz encarna con solvencia a una atormentada y neurótica Kate Keller, esposa y madre solícita que tras su cortesía y sus modales suaves esconde un carácter enérgico e implacable. Fran Perea personifica convincentemente a Chris, más allá de un cierto amaneramiento en sus movimientos y en sus entonaciones -que he visto calcado, inexplicablemente, en otras recreaciones de personajes de Miller, sin ir más lejos en los hijos de Willy Lomann, de La muerte de un viajante- da muestras sobradas de madurez artística al abordar un personaje tan difícil como éste, un joven traumatizado por la experiencia de la guerra, por una educación autoritaria y atenazado por un sentimiento de culpa que le genera el creerse usurpador del lugar de su hermano desaparecido en el corazón de Ann. Manuela Velasco sale airosa de su cometido en el personaje de Ann Deever, una joven dulce y comprensiva cuya apariencia de fragilidad apenas si oculta una obstinada resolución, un ser libre marcado por la adversidad y retratado por el autor justo en el trance de la pérdida de la inocencia.

Gordon Craig.


Teatro Español. Todos eran mis hijos.

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