viernes, marzo 31, 2006

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. Divinas palabras. "Esperpentización del drama de honor".

De Ramón María del Valle-Inclán. Versión de Juan Mayorga.
Con: Fidel Almansa, Esther Belver, Gabriel Garbisu, Carlota Gaviño, Emilio Gavira, Elisabet Gelabert, Elena González, Alicia Hermida, Jesús Noguero, Pietro Oliveira, Fernando Sansegundo, Julieta Serrano, Julia Trujillo, Abel Vitón y otros.
Dirección: Gerardo Vera.
Madrid, Teatro Valle-Inclán. 21 de marzo de 2006.

Divinas palabras, "tragicomedia de aldea", como él mismo la denomina, presenta una historia truculenta y cruel ; sus protagonistas, gentes de un pueblo miserable e ignorante perdido en la Galicia profunda, viven en sus carnes los extremos de rigor y de violencia a que conduce la moral tradicional española en lo tocante al asunto de la honra. Valle nos devuelve a la tribu, a la inusual rudeza con que la comunidad responde ante el problema del adulterio. Pero hay más, detrás de esa atroz ceremonia de escarnio del final del cuadro tercero, cuando el pueblo trae a la adúltera desnuda ante el marido afrentado, existe un terror atávico a la liberación de las fuerzas de la naturaleza encarnadas en la figura de Mari-Gaila. Porque lo que los allegados y convecinos no pueden tolerar es que Mari-Gaila, la mujer, goce de autonomía para buscar el disfrute sexual fuera de la sacrosanta institución del matrimonio. Hay que descubrir a la adúltera "in fraganti", ponerla en la picota, escarnecerla públicamente, obligarla a confesar su pecado nefando, y después llevarla ante el marido engañado para que este ejecute su venganza. (Resulta estremecedor a este respecto, el comentario de una de las campesinas presentes en el brutal "prendimiento" de Mari-Gaila cuando alguien informa de que su amante ha huido corriendo: "Que se vaya libre. El hombre hace lo suyo propio. En las mujeres está el miramiento").

Solo que Valle no está por la labor. El desenlace no tiene ya nada que ver con la solución de Calderón, es más, el desarrollo entero del conflicto viene a ser el reverso del drama de honor calderoniano, su deformación grotesca, con un marido cobarde y envilecido (quiere satisfacer la lujuria con su propia hija Simoniña) incapaz de enfrentarse a la situación y con una mujer que ha tenido tratos con el mismo diablo. La chusma no sale mejor parada, sólo se detiene ante el temor supersticioso que producen en su ánimo unas palabras que no entienden, unos bíblicos "latines" que tienen la fuerza de un conjuro. Superstición y religión son intercambiables parece decirnos Valle-Inclán, ambas alimentan un temor reverente y atávico, único freno a las fuerzas naturales desatadas: la lujuria, la crueldad, el crimen.

Toda la acción se rodea de un gran aparato escénico. El montaje pone a prueba la maquinaria de este teatro recién estrenado; la caja, casi desnuda, está enmarcada por dos plataformas laterales y un fondo de puertas, trampillas, escaleras y bastimentos cuyas trasformaciones ayudan a delimitar los lugares de la acción, sin ahogarla en ningún momento, antes bien facilitando su desarrollo. El espacio sonoro a veces puede resultar un tanto agobiante, la recurrencia de truenos y relámpagos, chirridos y otros efectos sonoros asociados a las apariciones del perro Coimbra tienen que ver con la omnipresencia del maligno, elemento al que Gerardo Vera ha concedido excesiva importancia. Por lo demás la atmósfera cerrada de la vida de aldea y sus ciclos, la diversión en los días feriados, el trajinar de los chalanes y peregrinos, los maleantes perseguidos por la guardia Civil, y el ir y venir del carretón del tonto, por caminos y tabernas está bien conseguido. Como lo está el espectáculo de la ignorancia de la miseria y de la crueldad; las vidas de unos seres sumidos en la brutalidad, insensibles ante las desdichas ajenas e inmisericordes con sus debilidades. Cruel el desamparo en que muere sola, en medio de un camino, Juana la Reina; cruel y patética la desesperación del sacristán varado entre su cobardía y el “deber” de matar a su esposa ; atroz el escarnio de que es objeto el idiota en la taberna de Ludovina ; cruel y grotesco, en fin, la vergonzante utilización que hacen del baldadiño Mari-Gaila y Marica del Reino y como lo convierten en instrumento de su codicia.

Quizá por la necesidad de proyectar la voz hacia una platea tan grande, la entonación, desde el principio, está muy próxima al grito, lo que dificulta la modulación adecuada en las situaciones de mayor tensión dramática. Fuera de eso, el trabajo de los actores es excelente; todos son dueños y señores del espacio llegando a componer cuadros de gran belleza y son escrupulosos en el empleo del lenguaje. Un lenguaje altamente elaborado que reproduce, en su laconismo, el habla popular y las peculiaridades propias del castellano galaico, pero sin llegar a ser vulgar ni realista. Un verbo pletórico de símbolos, de imágenes, de sugerencias, de tonalidades que supone un verdadero disfrute para los sentidos. Destacan, quizá, la intrigante e infatigable Tatula (Julieta Serrano) una curiosa versión galaica de la trotaconventos; el chulesco y jactancioso Séptimo Miau (Jesús Noguero); la arrolladora personalidad de Mari-Gaila (espléndida Elisabet Gelabert) que aparece tocada por la gracia de un cuerpo esplendoroso y joven y una expresión alegre y vital, y por último la mezcla de inocencia y embrutecimiento de Laureano, una inédita y sorprendente creación de Emilio Gavira.

Gordon Craig.
24-II-06.

jueves, marzo 30, 2006

CINE. “El ocaso del samurai” de Yoji Yamada.

Seibei Iguchi es un guerrero samurai de bajo rango, viudo, que trabaja como burócrata en el Japón del siglo XIX para sacar adelante a dos hijas y a un madre en estado senil. Su vida da un cambio radical cuando se entera de que Tamoe, el amor de su vida, se ha divorciado de su marido, un borracho que la maltrataba.

Yoji Yamada nos ofrece una mirada íntima al mundo del samurai, donde el código de honor y las estrictas reglas del clan valen más que una vida. Seibei Iguchi, el samurai del ocaso, puso el precio de la libertad a la suya. La película de Yamada es un verdadero canto a la libertad y un testimonio fiel del paulatino desmoronamiento del mundo semifeudal de los samuráis en el Japón decimonónico.

Yamada nos presenta una historia de lucha constante, de sacrificio, de sinsabores, la de Seibei, pero en realidad es a la vida misma a la que representa, la de todos y cada uno de nosotros. A la vez el trabajo del japonés, también es un relato de amor, del amor inconfesable que se profesan Seibei y Tamoe.

Seibei es un personaje melancólico, triste, pero entrañable, íntegro, inolvidable. Sus gestos te persuaden uno tras otro, la ternura con que trata a sus hijas y a su anciana madre, la valentía con que afronta el duelo por Tamoe, la generosidad con la que empieza cada jornada de trabajo, la gallardía y la caballerosidad con que combate con el jefe de la guardia. Seibei emociona y cautiva. Tamoe, con su alegría y su inteligencia, cuando constantemente reivindica cual es su papel en la sociedad, no el que la tradición le tiene reservado, conmueve. La sensualidad y la belleza oriental de Tamoe, la sutileza de sus movimientos, su eterna sonrisa y sus inmensas ganas por encontrar la felicidad, enamoran, deleitan.

La cinta de Yamada es una verdadera joya del cine japonés de los últimos años. El ritmo del metraje es pausado, y los movimientos de cámara son escasos y cautelosos, tímidos, el cine oriental no necesita los vertiginosos efectos de los directores americanos comerciales para emocionar. La elección de los exteriores y la fotografía de la película es muy apropiada, representando la decadencia y la miseria del ocaso de una forma vida: la de los samuráis, en cada fotograma. Una exquisita banda sonora de Isao Tomita convierten al Ocaso del Samurai en una película que no hay que dejar pasar, hay que saborearla poco a poco, disfrutando de cada escena, empapándose de cada movimiento de sus protagonistas. Una grata sorpresa.

martes, marzo 28, 2006

VIAJES. El Lunatic Express.

Este fin de semana, en el suplemento de Viajes del diario El Mundo venía un especial de los trenes más famosos y más turísticos del mundo y sus recorridos. Uno de ellos era el Tren de la Luna en Kenia, que recorría los 500 y pico kilómetros que separan Nairobi de Mombasa en unas 14 horas.

No me sonaba para nada el nombre del Tren de la Luna que recogía el diario, pero este tren para mi siempre será el Lunatic Express. Nunca podré olvidar la noche que pasé en sus entrañas, allá por el mes de febrero en 2005.

La noche comenzó como muchas otras, con unas buenas y bien frías Tusker, una de las mejores cervezas de África, a las que siguieron unos cubatas de Bond 7 con Coca Cola. No recuerdo bien a qué hora vino a recogernos el taxi, pero lo que si recuerdo es que esta vez nuestro chofer era Elvis, llevaba un DVD instalado en el coche y nos martilleó todo el camino hasta la estación con videoclips occidentales a todo volumen.

Al llegar a la estación de Voi, todo cambió, como si hubiéramos retrocedido un par de siglos sin enterarnos. Nos abría las puertas de par en par y nos daba la bienvenida un edificio sacado del siglo diecinueve, con bancos destartalados, ventiladores, y paneles de madera dónde se indicaban los destinos y las horas. Tardamos una media hora en tramitar los billetes en una desvencijada oficina dónde el funcionario de los Ferrocarriles Keniatas nos entendía a medias o nosotros le comprendíamos tan poco como él a nosotros. Al fin tuvimos los billetes en la mano: íbamos a compartir un coche cama: cuatro literas en cada compartimento.

Todavía era noche cerrada, sobre las tres y media de la mañana, cuando la sirena y la luz delantera del Lunatic nos sobresaltaron. Tras un estrépito de ruidos y piezas chirriando entre si, el Lunatic se detuvo. Era el momento de subir, pero no había luz, ¿cómo hostias íbamos a encontrar nuestro vagón? No veníamos preparados, sin linternas y con ningún compañero fumador que con su encendedor nos pudiera sacar del aprieto. Al final entramos en un vagón cualquiera y con la luz de nuestros móviles encontramos a duras penas nuestro habitáculo, después de mil y uno “I’m sorry” a otros tantos pasajeros que dormían plácidamente y no esperaban que un occidental medio borracho entrara sin llamar a su compartimento.

Cuando los cuatro ya estábamos en nuestras literas, y el Lunatic ya surcaba la sabana africana del Tsavo National Park guiado por los constantes guiños de las estrellas, de repente y sin avisar alguien entró en nuestro compartimento. Tan fugaz fue su entrada como su salida, en treinta segundos nos explicó que nos dejaba una lámpara de gas por si necesitábamos luz durante el trayecto y se esfumó en la oscuridad de un pasillo estrecho y claustrofóbico que unía los vagones.

Dormimos un par de horas. A las seis de la mañana ya estábamos de pié, amanecía un nuevo día. El momento había llegado: una de las cosas más fascinantes que se pueden presenciar en el Lunatic es la salida del sol desde una de las ventanas del pasillo del vagón. Ves como los primeros rayos solares se dejan ver tímidamente entre la bruma mañanera de la sabana africana, y como poco a poco va ganando altura y la gama cromática de naranjas, rosas y amarillos va cambiando cada segundo delante de tus narices.

Ya sólo nos quedaba pasarnos por el coche cafetería y disfrutar de un buen desayuno. El vagón restaurante también parecía recién sacado del baúl de los recuerdos. Había dos filas de mesas, para cuatro comensales, una a cada lado de las ventanas. Los camareros iban de blanco satén y los cubiertos y resto de utilería de cafetería era de lo más cutre que recuerdo en años. El reportaje del diario el Mundo dice que aún te puedes encontrar con algún cubierto de plata de los tiempos del Uganda Railway, pero a mi no me tocó ninguno, porque si se llega a dar el caso, ese trofeo estaría ahora en un lugar privilegiado de mi estantería.

Sonido de sirenas y de nuevo chirridos. Murmullos por todos los lados, movimientos de pasajeros con equipajes. Destino final: Mombasa, otro pequeño universo por descubrir delante de nuestras narices. Para otro día el final de la historia.

jueves, marzo 23, 2006

CINE. “El Hundimiento”, de Oliver Hirschbiegel.

El Hundimiento es una película que ya el año pasado cuando se entrenó en la gran pantalla tenía ganas de ver, hasta pretendía atreverme a presenciarla en versión original, en alemán, para que el aterrador realismo que emana de la cinta de Hirschbiegel fuera aún si cabe más claustrofóbico, más intimidador. Una y otra vez los planes para acercarme al cine se terminaban cambiando y al final quitaron la película de la cartelera. Un día cualquiera, sin avisar, como ayer, calló en mis manos en DVD y por fin pude disfrutar de la cinta.

El Hundimiento narra los últimos días de Hitler, ya confinado en su bunker en Berlín, desde la mirada de una de sus secretarias personales: Traudl Junge. Berlín está cercada por los rusos y el Fürher no quiere abandonar la ciudad ni capitular: nunca se va a rendir. Sin embargo las circunstancias de la contienda lo acorralan bajo cuatro paredes de hormigón armado que se convierten en una ratonera y Hitler decide suicidarse.

La película de Hirschbiegel pone de relieve por un lado la barbarie y la crueldad de la guerra, reflejada en las calles de un Berlín destrozado por las bombas de la aviación aliada y de la artillería del Ejército Rojo que cerca la ciudad y por otro el enajenado, cruel y despiadado mensaje mesiático de Hitler y algunos de sus ministros a sus generales para no capitular, aunque la población civil, el pueblo que les ofreció su voto y los llevó al poder, esté siendo masacrado sin descanso.

Bruno Ganz encarna de forma magistral y camaleónica a un Hitler envejecido que siente, palpa la derrota, pero que su locura no le permite aceptar la realidad y aún en esas precarias circunstancias prefiere la muerte de todo alemán a la firma de la rendición incondicional. La figura de Hitler tiene doble cara, la de una persona “normal” cuando se relaciona con Eva Braun o con sus secretarias o personal más cercano, y la que le convierte en un demente y un degenerado, una bestia con forma de persona, cuando aborda con su generales las crueles pautas a seguir en el campo de batalla, o cuando pone de relieve, constantemente en la película, cuales son su principios políticos, exterminio de los judíos, preeminencia de la raza aria sobre el resto, conquista del mundo a cualquier precio, etc.

Es elogiable que sea un alemán, Hirschbiegel, quien se pone tras una cámara y nos muestra los últimos días de Hitler, la decadencia y el final de una aventura imperial preñada de locura, barbarie y desolación. Es un alemán, Hirschbiegel, el que nos demuestra como un país entero, Alemania, siguió los dictados de un loco, y que el mismo pueblo que lo erigió como Fürher permitió sus atrocidades, ya conociéndolas, y prefirió mirar hacia otro lado que acabar con aquella sinrazón. Hirschbiegel muestra a Hitler como algo más que un líder, un mesías, sus generales y ministros, cuando todo está perdido y saben que la realidad es distinta de la que Hitler les quiere hacer ver, callan, se miran unos a otros acobardados, sudan sin parar y agachan la cabeza mientras Hitler los vocea sin cuartel constantemente.

Conocer la Historia y hacerse una autocrítica personal para no volver a tropezar una vez más sobre la misma piedra es lo que nos quiere hacer ver Hirschbiegel con está película, su trasfondo es más importante que el testimonio histórico que nos narra: como un pueblo siguió los pasos de un loco que lo guiaba hasta la destrucción.

A las alturas que estamos, en pleno Siglo XXI, todavía muchos no han aprendido la lección, prefieren el pasar de página, el aquí no ha sucedido nada, el todo está claro, al esclarecimiento de los hechos, al conocimiento pormenorizado de todos los detalles de lo sucedido, para que con posterioridad se puedan sacar conclusiones fiables que permitan la autocrítica y que la barbarie nunca se vuelva a repetir. Estos mismos no conocen la Historia, o hipócritamente nos quieren hacer creer que no la conocen y nos ofrecen otra cara de la misma, la suya, la verdadera según ellos, desenterrando muertos y fantasmas ya olvidados para siempre. Mediante el mesianismo disfrazado de sonrisa maquiavélica y cruel y escondidos tras la amorfa y peligrosa masa, los nuestros - los otros, que magistralmente caracterizó Elías Canetti en su teoría de la Masa, y que choca de forma frontal con la figura del individuo libre que nació en 1789, nos quieren hacer mirar hacia otro lado, o cerrar los ojos ante la injusticia, la violencia, el engaño, la coacción, el chantaje.

WHISPERS’ GALLERY. Basic_B, 2004.

61. El soplo del ángel.



miércoles, marzo 22, 2006

ACTUALIDAD. Los árboles, según la sociedad española.

"La magia de los árboles".


Según un estudio reciente un porcentaje muy alto de la población española sólo sabe reconocer como especies arborícolas a: pinos (todas las especies de coníferas), palmeras (en cuanto las plantas tienen palmas en vez de hojas, palmeras), y árboles (todas las que no son ni pinos ni palmeras). Un porcentaje menor también podía distinguir como especie al abeto de Navidad.

¿Hemos bajado del árbol? ¿O fue de un pino o un palmera?

viernes, marzo 17, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Largo viaje hacia la noche. "Incruenta tragedia familiar".

De Eugene O’Neill.
Adaptación y dirección: Álex Rigola
Con: Chete Lera, Mercè Aranega, Israel Elejalde y Oriol Vila.
Madrid. Teatro de La Abadía. 9 de marzo de 2006.

Nos ofrece Eugene O’Neill en esta pieza autobiográfica de madurez, inmisericorde y terrible, uno de los más crudos y desoladores testimonios sobre la condición humana que haya producido el teatro contemporáneo occidental. Escrita con “sangre, dolor y lágrimas”, como asegura en la dedicatoria de la misma a su mujer que precede al texto original, la obra se nutre argumentalmente de su propio historial familiar, desde donde le alcanza la memoria hasta un momento indeterminado previo a su ingreso en el sanatorio en el que habría de recluirse hasta reponerse de una grave dolencia pulmonar.

James Tyrone es su propio padre, un histrión alcoholizado a quien la penurias de la niñez llevan a convertirse en un impenitente tacaño; Mary es su madre, adicta a la morfina desde que un medicucho barato le administró inadecuadamente esta droga para ayudarla a sobrellevar los dolores del parto; Jamie, su hermano, un vago, sin trabajo fijo, mujeriego y refugiado también en el alcohol por influencia paterna; y él mismo, Edmond, que hasta ahora ha vivido a salto de mata, sin un porvenir asegurado, enfermo y dependiente económicamente del padre e intentando sobrevivir en el infierno en que se ha convertido la vida en familia.

Un infierno de reproches, de desconfianza y de falsedades, hasta esa jornada fatídica que la obra dramatiza, en que se van a poner las cartas boca arriba y vamos a descubrir el verdadero rostro de los personajes, sus debilidades y su catadura moral. Alcanzada la masa crítica, la tensión acumulada explota en una terrible escena final en la que afloran, de golpe, todas las miserias y servidumbres que la vida en familia ha ido imponiendo a estos desventurados personajes sin que, al parecer, hayan podido hacer nada por evitarlo, limitándose a constatar que su convivencia ha constituido un rotundo fracaso.

El comportamiento de los personajes pareciera estar gobernado por una suerte de determinismo: una concatenación de hechos aciagos y de condicionantes externos que superan su capacidad de decisión, lo cual, si bien les exime de cierta responsabilidad personal, no disminuye un ápice su sufrimiento y su frustración. Su vida es un paisaje desolado del que tratan inútilmente de escapar engañándose a sí mismos y mintiendo a los demás, y solo logran momentos de felicidad cuando se refugian en los recuerdos, o en el alcohol, o en la morfina. Triste designio para unos seres que, por otro lado, no esperan nada más allá de esta vida.

Confieso desconocer el texto original de O’Neill, pero el espectáculo que a partir del mismo ha hecho Álex Rigola resulta coherente; evidencia esa mixtura de realismo y expresionismo que impregna la escritura del dramaturgo americano y transmite su visión desencantada, nihilista, de la vida, su denuncia de un existencia gobernada por un sistema de valores que se ha quedado obsoleto. La sequedad del ademán y la parquedad de movimientos refuerzan la idea de aislamiento e incomunicación; los personajes casi no se tocan, y salvo en contadas ocasiones apenas si levantan la voz, como si estuvieran convencidos de la inutilidad de cualquier esfuerzo por mostrar sus emociones. Más que dialogar parecen monologar, lamentarse de su situación o justificar sus actitudes y su comportamiento egoísta.

El lugar donde se desarrolla la acción es un salón o cuarto de estar -centro neurálgico de reunión para los integrantes de cualquier familia burguesa-, pero la escenografía no se limita a representarlo, sino que lo exhibe ante el espectador, lo somete a su escrutinio, dotándolo de autonomía y entidad propias; y de movimiento, para que podamos observar a los personajes desde dentro y desde fuera. Y si para alguien que está en el interior la perspectiva de convivir con esa realidad es difícilmente tolerable, desde el exterior, lo que percibe el espectador -convertido en un auténtico “voyeur”-, es la angustia misma de unos seres que se debaten en la nada absoluta, y ante ellos experimentamos la misma sensación de vacío que transmiten los interiores de los lienzos de Edward Hopper y la extrema indiferencia de sus moradores. Se trata, en cualquier caso, de una potente metáfora visual de efectos devastadores sobre la adormecida sensibilidad del espectador no habituado a un verdadero tratamiento poético del espacio escénico.

El trabajo de los actores es espléndido y funciona como una pieza más de este frío y despiadado ingenio de relojería que ha diseñado Álex Rigola. La aparente inexpresividad de su dicción parsimoniosa, la extrema contención del gesto y un patrón de movimiento intencionadamente desrealizado, traducen mejor que el grito, el exabrupto o el ademán ampuloso el variado muestrario de actitudes y emociones que experimentan los personajes, desde la frialdad e indiferencia de James (Chete Lera), al cinismo egoísta y canalla de Jamie (Israel Elejalde), pasando por el desvalimiento y carencia de ambición de Edmund (Oriol Vila), y la magistral transformación que lleva a cabo Mèrce Aranega en el papel de Mary, una mujer débil y vulnerable, varada entre la frustración presente y los dulces recuerdos, a los que se aferra como un náufrago a su salvavidas, mientras la amenazan de un lado su dependencia de la morfina y de otro un irreprimible y doloroso sentimiento de culpa.

Gordon Craig.
13-III-2006.

jueves, marzo 16, 2006

miércoles, marzo 15, 2006

TEATRO. Valle Inclán, el documentalista.

El pasado jueves, leyendo Portulanos, la columna semanal de Ignacio García May en El Cultural, que en esta ocasión dedicaba a los “esperpentos” del genial Don Ramón, me encontré con la siguiente apreciación del columnista: “Valle es un escritor naturalista; pero español, claro, y por tanto sometido a esta realidad extravagante de la cultura ibérica que no es comparable a las frialdades (emocionales, además de climáticas) de Chejov”. [...] “Valle, en resumen, es un documentalista”.

No estoy totalmente de acuerdo, por una vez, con los dictados del gran García May respecto a sus apreciaciones sobre la dimensión de la obra de Valle Inclán, pero lo que si me ha llegado al alma es que considere al Gallego Hiperbólico como un documentalista. Valle es un gran narrador y un portentoso dramaturgo, pero a partir de ahora y ello me llena de orgullo, también lo voy a considerar un documentalista. ¡Bienvenido al gremio!

Texto completo Portulanos

jueves, marzo 09, 2006

TEATRO. Leo Bassi, “La revelación”.

No he asistido, ni pienso ir a ver el último trabajo de Leo Bassi. Ya he visto a este bufón en alguno otra ocasión y sus trabajos hirientes y escatológicos no son de mi agrado. Para gustos, los colores.

Esta vez mi nota teatral tiene otras intenciones. La semana pasada un degenerado pudo provocar una catástrofe en el madrileño Teatro Alfil cuando colocó una caja con gran cantidad de pólvora en uno de los camerinos del teatro. Si no es por la diligente y preñada de suerte actuación de un empleado del local, ahora mismo estaríamos hablando de una catástrofe. Este tipo de actos son repugnantes y desde aquí mi más sentida condena de lo sucedido.

No creo que “La revelación” aporte nada nuevo a la escena contemporánea y al trabajo de Bassi, que constantemente y a lo largo de su trayectoria ha buscado y busca la provocación como reclamo de público. Pero lo que si creo adecuado, y en un momento como el que vivimos de rabiosa actualidad tras la crisis de las caricaturas de Mahoma, es pedirle al payaso Bassi que, porqué no propone para su próximo espectáculo una mofa, preñada de su personalísimo estilo, del mundo musulmán protagonizada por su profeta, Mahoma.

PD Querido Leo, no tires balones fuera, si no conoces el Islam, retírate una temporada, estudia el asunto en profundidad y después lanzas a bombo y platillo tu nuevo espectáculo. Quizás entonces, hasta cuentes con mi presencia en el patio de butacas.

lunes, marzo 06, 2006

MÚSICA. Debut de DJ CoolChonero. “Hang the DJ, hang de DJ, … Hang the DJ”.

No podía ser de otra manera, estaba escrito. El debut de DJ CoolChonero fue apoteósico, único, memorable, mítico en palabras de nuestro querido Chasky. Una reunión de amigos que en un principio se iba a circunscribir a un par de horas de compromiso y poco más, se convirtió en una noche eterna, inolvidable, de esas que nunca quieres que se acaben.

Todo sucedió el viernes pasado, en un marco incomparable, en la taberna La Trébede, a la sombra de ese gigante que llaman la Torre Picasso, cuando ya era noche cerrada y el viento polar soplaba sin parar y mientras su silbido se hacía notar en cada esquina y se colaba por cualquier resquicio, por minúsculo que este pudiera ser. Nos reunimos los incondicionales de siempre, aunque faltaron algunos fijos como Mancuso y Fre, a los que se echó de menos al principio, sólo durante los primeros momentos de incertidumbre y desasosiego, mientras la máquina se estaba engrasando. El momento mágico llegó, todo estaba preparado, DJ CoolChonero se colocó los auriculares, encendió el cerebro de la bestia, el “ampli” nos mostraba su cara más amable: nos decía “on” y de repente, sin avisar, los bafles del local empezaron a escupir a todo volumen música de alto voltaje: The Smiths, Sidonie, The Jayhawks, Niños Mutantes, Budapest, The Sunday Drivers, Wilco, Los Planetas, Pulp, Sexy Sadie, Franz Ferdinad, Cooper, The Chemical Brothers, Deluxe, Suede, Teenage Fanclub, y tantos otros.

DJ CoolChonero empezó la fiesta y calentó el ambiente, hasta que nos hizo flotar entre canciones memorables y más y más copas. El DJ cabeza de cartel tomó las riendas cuando todos estábamos envueltos en la magia de DJ CoolChonero, y todo cambió. Seguimos tomando copas, pero el ambiente se diluía, nuestros rostros mostraban la decepción, el desánimo y el aburrimiento. La monotonía nos rodeaba de tal manera que hasta llegamos a idear un futuro negocio a tres bandas Chasky, Brigato y la mente perversa del siempre omnipresente Sergio: el de las descargas a un euro a los gafachanclas en los festivales veraniegos. Como no podía ser de otra manera, la ocasión lo merecía, nos pusimos muy pesados y el DJ cabeza de cartel se dio cuenta de lo que ocurría: o dejaba de nuevo a DJ CoolChonero o se vaciaba el local.

De nuevo el éxtasis: DJ CoolChonero dando tralla a la mesa de mezclas otra vez. En esta ocasión la fiesta se convirtió en una petición tras otra, todas aceptadas, ya no había guión, la excitante magia del caos musical estaba delante de nosotros, para poner a prueba todos nuestros sentidos.

No me quedan más cosas que decir, a veces se agotan las palabras, pasa como con la música, se escucha con todo el cuerpo no sólo con los oídos, pero ¿cómo explicar lo sucedido entonces? Difícil pregunta. Supongo que asistiendo a la próxima sesión de nuestro querido DJ CoolChonero.

PD Algo que quedó en el aire y para los aludidos me presto a recordar: Real Madrid 2 Atlético 1. ¡Elecciones ya!

WHISPERS’ GALLERY. Basic_B, 2004.

59. Regata estelar.



jueves, marzo 02, 2006

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. Tragicomedia de don Duardos. "Que contra la muerte y amor / nadie no tiene valía".

De Gil Vicente.
Con: Francisco Merino, Fernando Cayo, Jesús Fuente, Fernando Sendino, Clara Sanchis, María Álvarez, José Ramón Iglesias, José Vicente Ramos, Savitri Ceballos, Daniel Albaladejo, Eva Trancón, Arturo Querejeta, Nuria Mencía y Ángel Ramón Jiménez.
Espacio sonoro: Alicia Lázaro. Iluminación: M. A. Camacho.
Dirección: Ana Zamora.
C.N.T.C. Madrid. Teatro Pavón. 19 de febrero de 2006.

Don Duardos es una adaptación dramática del Primaleón, segunda novela del ciclo de los Palmerines. Hunde, pues, sus raíces en el frondoso jardín de las novelas de caballerías tan en boga en los ambientes cortesanos de albores del siglo XVI constituyendo una pieza híbrida que combina a partes iguales lo caballeresco con lo cortesano.

Don Duardos llega a la corte de Constantinopla para desafiar a Primaleón. En el duelo interviene Flérida, y en un cruce de miradas enamora a Don Duardos que se olvida como por ensalmo de Gridonia, dedicándose desde este momento a ganar los favores de Flérida. En esta empresa va a revelarse como un maestro consumado de la retórica cortesana aunque sin desdeñar las argucias propias de los relatos caballerescos, lo que incluye hechos de armas pero también la ayuda de la maga Olimba, que es quien le sugiere disfrazarse de hortelano para poder estar cerca a la princesa y quien le regala una copa con poderes mágicos, de la que en bebiendo Flérida, se enamorará a su vez del caballero. Mas para vencer las últimas resistencias de Flérida y que la unión se materialice, quedan todavía algunos escollos, relacionados con el prejuicio de clase de la princesa que no quiere rendirse ante un vulgar hortelano y con la obsesión de Don Duardos de mantener en el anonimato su condición principesca para verificar la sinceridad del sentimiento de su enamorada.

Material dramático suficiente, como vemos, para mantener viva la intriga y alimentar la peripecia amorosa durante el tiempo que dura la representación, sin contar con los lances amorosos de los labradores Julián y Constança y con el chusco episodio de Camilote y Maimonda, que constituyen el contrapunto grotesco a la historia principal. Una trama alambicada con presencia de elementos heterogéneos, como pasajes cantados, danzas y recitativos de gran intensidad lírica, que da lugar a un conjunto sólidamente estructurado y de indudable potencial dramático -tragicómico, habría que decir, para ser más exactos-, que Ana Zamora, experimentada en estas lides, sabe aprovechar para montar un espectáculo divertido, jovial, lleno de encanto y de belleza

Un sobrio patio renacentista, la música de época ejecutada en directo, y unos diálogos brillantes, desenfadados, aun en la rígida envoltura de las estrofas de pie quebrado, nos trasladan a la pureza prístina de un pasado soñado, al manantial de una riquísima y fecunda tradición teatral sepultada en un aluvión de referencias culturales vacuas y esterilizantes, reiteradas hasta el hastío por los eruditos, pero que rara vez afloran a las tablas para disfrute de los espectadores. El tesón de Ana Zamora y el soporte material y humano de la C.N.T.C han obrado el milagro.

El elenco es el habitual en la primera de las dos compañías de repertorio que ha puesto en marcha Eduardo Vasco, y que ya vimos en El castigo sin venganza y en algunas producciones anteriores, al que habría que sumar el cuadro de músicos (espléndidos) que dirige Alicia Lázaro. Y repite el riguroso y entusiasta trabajo del conjunto, destacando quizá el gracejo y la socarronería que presta Nuria Mencía a la rústica Constança, la simpatía y franqueza de la pícara Artada (María Álvarez), los modales exquisitos de la ingenua Amandria (Savitri Ceballos), la obstinación un tanto cazurra del cuitado Don Duardos (Fernando Cayo) y el continente sereno, la extremada cortesía, la belleza frágil y delicada o el carácter dulce y un tanto porfiado de la princesa Flérida, a quien da vida una Clara Sanchis en estado de gracia y en pleno dominio de su madurez artística y cuya sola presencia enseñorea la escena.

Gordon Craig.
22-II-2006.