Seibei Iguchi es un guerrero samurai de bajo rango, viudo, que trabaja como burócrata en el Japón del siglo XIX para sacar adelante a dos hijas y a un madre en estado senil. Su vida da un cambio radical cuando se entera de que Tamoe, el amor de su vida, se ha divorciado de su marido, un borracho que la maltrataba.
Yoji Yamada nos ofrece una mirada íntima al mundo del samurai, donde el código de honor y las estrictas reglas del clan valen más que una vida. Seibei Iguchi, el samurai del ocaso, puso el precio de la libertad a la suya. La película de Yamada es un verdadero canto a la libertad y un testimonio fiel del paulatino desmoronamiento del mundo semifeudal de los samuráis en el Japón decimonónico.
Yamada nos presenta una historia de lucha constante, de sacrificio, de sinsabores, la de Seibei, pero en realidad es a la vida misma a la que representa, la de todos y cada uno de nosotros. A la vez el trabajo del japonés, también es un relato de amor, del amor inconfesable que se profesan Seibei y Tamoe.
Seibei es un personaje melancólico, triste, pero entrañable, íntegro, inolvidable. Sus gestos te persuaden uno tras otro, la ternura con que trata a sus hijas y a su anciana madre, la valentía con que afronta el duelo por Tamoe, la generosidad con la que empieza cada jornada de trabajo, la gallardía y la caballerosidad con que combate con el jefe de la guardia. Seibei emociona y cautiva. Tamoe, con su alegría y su inteligencia, cuando constantemente reivindica cual es su papel en la sociedad, no el que la tradición le tiene reservado, conmueve. La sensualidad y la belleza oriental de Tamoe, la sutileza de sus movimientos, su eterna sonrisa y sus inmensas ganas por encontrar la felicidad, enamoran, deleitan.
La cinta de Yamada es una verdadera joya del cine japonés de los últimos años. El ritmo del metraje es pausado, y los movimientos de cámara son escasos y cautelosos, tímidos, el cine oriental no necesita los vertiginosos efectos de los directores americanos comerciales para emocionar. La elección de los exteriores y la fotografía de la película es muy apropiada, representando la decadencia y la miseria del ocaso de una forma vida: la de los samuráis, en cada fotograma. Una exquisita banda sonora de Isao Tomita convierten al Ocaso del Samurai en una película que no hay que dejar pasar, hay que saborearla poco a poco, disfrutando de cada escena, empapándose de cada movimiento de sus protagonistas. Una grata sorpresa.
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