martes, diciembre 21, 2010

TEATRO. "Beaumarchais". Comedia ligera con tintes vodevilescos.


De Sacha Guitry. Traducción de Mauro Armiño.
Con: Josep-Maria Flotats, María Adanez, Raúl Arévalo, Ramón Barea, Pedro Casablanch, Carmen Conesa, Manuel Gutiérrez-Cuevas, Constantino Romero y otros.
Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino.
Dirección: Josep-Maria Flotats.
Teatro Español, Madrid. 19 de diciembre de 2010.


Estamos ante uno de los montajes teatrales más ambiciosos que hemos visto las últimas temporadas en la cartelera madrileña. No es extraño que su producción venga auspiciada por el teatro Español, o lo que es lo mismo, por Mario Gas, que ya nos tiene acostumbrados a estos derroches de espectacularidad, recuérdese como meros ejemplos sus propios montajes de Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny (2007) y de Las troyanas (2008), ambas en las naves del Matadero, pero este Beaumarchais de Joseph-María Flotats que ahora comentamos excede con mucho a los anteriores, no sólo por lo que atañe al número de personajes, casi ochenta, servidos por un elenco de nada menos que treinta y dos actores y actrices -entre los cuales se incluyen algunas primerísimas figuras-, sino por lo que respecta a la puesta en escena y ambientación a cargo de dos reconocidos pesos pesados como son Ezio Frigerio y Franca Squarciapino.


Quizá sea Flotats, formado él mismo en la “Comedie Fraçaise” y muy buen conocedor del teatro francés (ha firmado espléndidos montajes de sendas obras de Jean-Claude Brisville), el único director capaz de secundar el vasto proyecto de Sacha Guitry de llevar a escena la vida de este complejo personaje de mediados del siglo XVIII, músico, relojero, libelista, comerciante, espía, dramaturgo y defensor de los derechos de autor, que fue Pierre Agustín Caron de Beaumarchais. Proyecto, por cierto, que le llevó varios años de trabajo y que no pudo consumar antes de su muerte, aunque nos legó un texto que constituye un documentado anecdotario de episodios relativos a la vida del protagonista y de sus relaciones con lo más granado de la sociedad de su tiempo entreverado de reflexiones morales expresadas a través de diálogos preñados de frases lapidarias y réplicas ingeniosas.
Acentuando el sarcasmo, la ironía y los elementos de humor vodevilesco y frívolo que tiene la obra, Flotats hace más llevadero un texto asaz sentencioso, carente de intriga y atomizado en una secuencia de cuadros inconexos en los que aparecen multitud de personajes históricos de primer orden (como Benjamin Franklin, Luis XIV, Lafayette, Guillotin, o un joven Napoleón) apenas esbozados cuando no simple y llanamente caricaturizados.

Fallido como teatro histórico en el sentido que propugna Mayorga de un teatro que nos permita hacer una experiencia de la historia, se trata más bien de una mera ilustración esos episodios a los que hemos aludido aureolados, eso sí, por la grandeur de la época -evidenciada en la grandiosidad de los decorados/proyecciones o en la suntuosidad del vestuario-, episodios que proporcionan la ocasión para el lucimiento del propio Flotats, que enseñorea la escena dando cuenta por enésima vez de sus extraordinarias dotes interpretativas (aunque a veces, todo hay que decirlo, se torna un tanto reiterativo en sus ademanes, actitudes y entonaciones) y de otros muchos actores del elenco en algunas escenas antológicas, como la del encuentro de Beaumarchais en Londres con el Caballero d’Éon (espléndidos Raúl Arévalo y Richard Collins-Moore, su ama de llaves), llena de guiños maliciosos, sobreentendidos e insinuaciones, o la del encuentro que mantiene con Luis XIV (muy bien Ramón Barea) tras el que consigue superar las reticencias del rey y ser nombrado agente en Inglaterra.

Si pudiéramos utilizar la odiosa palabra competitividad como criterio artístico (y ¿por qué no?, sobre todo ahora, en esta época de crisis) se nos ocurre que habría que optimizar más los recursos. Dicho por derecho, y siempre a nuestro modesto entender, no parece que los resultados se correspondan con el extraordinario despliegue de medios materiales y humanos empleados. ¿Habrá que volver al teatro pobre?.

Gordon Craig.

Teatro Español. Beaumarchais.

martes, diciembre 14, 2010

TEATRO. Siempre fiesta. "Carcajadas para tiempos de crisis".


De J. L. García Aráus, Susana Sánchez y J. García Yagüe.
Con: María Antón, Luciana Drago, José Melchor, Javier Pérez-Acebrón, Asu Rivero y José Sánchez.
Dirección: Javier García Yagüe.
Sala Cuarta Pared. Madrid.


Decía Mihura acerca del humorismo en una de sus últimas entrevistas: “Es lo más limpio de intenciones, el juego más inofensivo, lo mejor para pasar la tarde”. Definición que viene como anillo al dedo para caracterizar esta pieza con la que la compañía de la Cuarta Pared cierra este año 2010, y que según los productores ha constituido todo un éxito de público.


Y es que en efecto, se trata de una humorada inofensiva que se ríe de la sarta de tópicos que rodean a ese ritual vacuo y delirante en que año tras año convertimos la cena de Navidad. Por circunstancias que no hace al caso mencionar, para no desvelar el contenido de la obra, los cinco miembros que componen esta típica familia de clase media, se verán obligados a repetir ese ceremonial de manera reiterada, revelándose precisamente en esa reiteración lo falso y estereotipado de los comportamientos, sentimientos y actitudes de los personajes. Los equívocos, meteduras de pata, anticipaciones, frases extemporáneas o fuera de lugar y la chispa de los diálogos son los principales ingredientes de la comicidad y el principal activo de la obra, porque la leve sátira social vertida ocasionalmente entre líneas o ciertas reflexiones de naturaleza moralizante formuladas en voz alta por el “narrador” de la obra carecen, creo yo de enjundia y de fuerza suficiente para atravesar la batería y tocar al respetable.

Pese a la entrega y oficio de los actores, que muestran buenas dotes para la comedia, la reiteración en el mismo patrón constructivo hace que su energía y esfuerzo por reinventarse cada nueva velada termine por agotarse; ello se hace evidente sobre todo después de haber echado el último cuarto a espadas con ocasión de la celebración de la cena en agosto. Con todo, el público parece divertirse hasta el final.

La risa es liberadora, es una válvula de escape momentánea para huir de la realidad, es un consuelo en las tribulaciones y hasta una terapia, y si llega a la carcajada puede constituir un estupendo relajante muscular que tonifica los abdominales; bien está, por tanto, recurrir a la risa como lenitivo para mitigar los efectos deletéreos de la crisis sobre los espectadores. No estoy tan seguro, en cambio, de que sea justificable -artísticamente hablando, al menos-, servirse de la risa para aminorar la crisis “de espectadores”, o dicho de una manera menos complicada, para buscar en los caladeros de un público más complaciente y menos amigo del riesgo, de la experimentación y de planteamientos genuinamente “alternativos” que otrora fueron la marca de la casa. ¡Denostamos tanto a Mihura, y a Jardiel, a Paso y a tantos otros, para volver ahora por la misma senda del realismo un tanto naïf con pizcas de absurdo al servicio de una sátira edulcorada de personajes convencionales y de ambiente navideño! Pero no nos dejemos abatir por la nostalgia. Todo sea por que la sala se mantenga llena en estos tiempos difíciles.

Gordon Craig.

Cuarta Pared. Siempre fiesta.

martes, diciembre 07, 2010

TEATRO. Romeo y Julieta. "Bye bye happiness".


Versión de Francisco Vidal y Antonio de Cos a partir de textos de William Shakespeare.
Con: Fernando Escudero, Carlota Romero, Ana Bettschen, Francisco Vidal, Antonio de Cos, Sergio Álvarez, Joaquín Navamuel, Pablo Méndez, Sol de la Barreda y Fernando Sola.
Dirección: Francisco Vidal.
Teatro Galileo, Madrid. 27 de noviembre de 2010.


Los acordes del Bye bye love, de Roy Orbison (un rockero coutry-pop británico de los años sesenta), que acompañan la caída del telón del montaje que comentamos, con su acento entre doliente y resignado por la pérdida de la amada, (Bye bye love, bye bye happiness/ hello loneliness I think I’m gonna cry/... ) dan una idea bastante aproximada de la atmósfera sentimental levemente romántica en la que Francisco Vidal quiere envolver, como si fuera papel de celofán, los desventurados amores de los celebrados amantes de Verona.

Conocido de sobra el argumento de esta tragedia, el acicate para asistir a un nuevo montaje de Romeo y Julieta radica, por un lado, en volver a escuchar por enésima vez los hermosos versos de Shakespeare y sus inspiradas imágenes de la seducción y el deseo, del odio y la violencia entre rivales, de la amistad, del amor y de la muerte, y por otro, en someter a una comprobación de rutina el nivel del trabajo de los actores jóvenes y su idoneidad para enfrentarse con éxito a los textos canónicos, máxime cuando la compañía responsable de dar vida a esos inolvidables personajes (al voluble e impetuoso Romeo, a la dulce y apasionada Julieta, al noble y sarcástico Mercucio o al orgulloso y vengativo Teobaldo), se dice depositaria del prestigio de William Layton y su teatro laboratorio.

Y a fuer de sinceros cabe decir que estas expectativas quedan sólo a medias satisfechas. Mas que de una versión, se trata de una adaptación en toda regla en la que se han suprimido multitud de escenas y personajes. Puestos a ello, parece acertada la decisión de respetar y potenciar las tres líneas básicas del conflicto: la rivalidad entre Montescos y Capuletos, la relación de Julieta con su nodriza y la peripecia de los amantes, complementada con la labor mediadora de Fray Lorenzo; no es tan acertado, en cambio, -salvo en las escenas cumbre donde se respeta en su literalidad el contenido de los diálogos-, el trabajo de dramaturgia; de hecho, en las interpolaciones y arreglos necesarios para salvar el escollo de las escenas suprimidas el lenguaje se ha sometido a un proceso de actualización errático y escasamente consistente. El trabajo de los actores también ofrece luces y sombras. En general muestran un mejor nivel de trabajo los actores que representan a los personajes más jóvenes, quizá porque tienen mayores oportunidades de lucimiento. Está muy logrado el ambiente de camaradería que se genera entre Romeo, Benvolio y Mercucio, sus bromas, chanzas y francachelas dan una idea bastante atinada de la impetuosidad, sinceridad, espíritu de rebeldía y un cierto atolondramiento que guía el comportamiento de estos alegres y despreocupados adolescentes. Antonio de Cos, en particular, hace un espléndido papel de Mercucio, un bromista impenitente, irónico, ingenioso y sagaz, que muestra una notable presencia de ánimo y seguridad en sí mismo. Muy en sazón están también algunas escenas en las que comparten protagonismo Julieta y la nodriza (Ana Bettschen), un personaje este último, por lo demás, de caracterización imprecisa y con remembranzas celestinescas. Lo más destacado, en fin, por lo que al trabajo de actuación se refiere está constituido por varios monólogos de Julieta (Carlota Romero) y por sus vis a vis con Romeo; en dichos monólogos (por ejemplo sus reflexiones en voz alta antes de tomar el narcótico) hay una genuina labor introspectiva, y hay una entonación y una gestualidad que nacen de necesidades expresivas verdaderamente sentidas y que son fruto de un profundo conocimiento del personaje y muestras de indudable talento. Menos convincente es Fernando Escudero en un Romeo asaz enfático y atropellado aunque su trabajo ocasionalmente depara momentos para el disfrute y el regocijo.

Gordon Craig.


Romeo y Julieta. Compañía Laboratorio de Teatro William Layton.