jueves, enero 31, 2008

LECTURA. José Luis Sampedro: "¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos?"

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[Texto leído en David Bravo y reproducido por su interés.]

José Luis Sampedro: "¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos?"
In Propiedad Intelectual

POR LA LECTURA
José Luis Sampedro

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.

Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con
simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos. Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada.

Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.

Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.

Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:

a) obtiene algo a cambio.
b) es objeto de una sanción.

Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?

Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación?.¿Acaso dejaron de cobrar por el libro?. ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas?.¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.

Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.

¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!

Autor: José Luis Sampedro

martes, enero 29, 2008

ACTUALIDAD. Kenia al borde del abismo.

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El 2007 terminó igual que empezó el 2008, con la sabana keniata manchada de sangre inocente. Cientos de cadáveres se amontonan en las morgues como si se tratara de trastos viejos o de desperdicios que empiezan a oler mal. Y mientras la batalla campal entre partidarios del aparato progubernamental y de la oposición continúa en las calles, en los barrios más pobres de las ciudades, en los suburbios marginales donde la vida no vale ni medio shilling.

Ni a la comunidad internacional, ni a las grandes potencias mundiales les interesa en absoluto lo que sucede en este país africano. Kenia se desangra por los cuatro costados y todos miran hacia otro lado. El odio tribal que parecía que en esta sociedad había desaparecido, como una mala bicha, ha vuelto a salir de su escondrijo y ha dado un zarpazo mortal inesperado que ha causado cientos de muertos y miles de desplazados.

Una clase política corrupta e irresponsable ha sido la detonante del comienzo de la barbarie, que ni siquiera ha respetado una de las economías más prósperas del África negra. Cuando parecía que a pesar de los saqueos de las arcas públicas y del despotismo de sus dirigentes, el país tiraba para adelante, con la economía en pleno crecimiento por el motor del turismo, con unas jóvenes generaciones con estudios superiores, y olvidado ya el problema del hambre, llega de nuevo la barbarie, el abismo, la sangre y la muerte: el odio tribal.

No esperemos milagros desde ninguna parte, porque no los va a haber. Confiemos en que la propia sociedad keniata sepa poner freno a las muertes y a la impunidad por si sola, porque sino la sangre y el dolor volverán a formar parte de los luces y sombras de la eterna sabana africana.

viernes, enero 25, 2008

TEATRO. Argelino, servidor de dos amos."Adattare, tradire".

De Alberto San Juan a partir de Arlequino, servidor de dos amos, de Carlo Goldoni.
Con: Elisabeth Gelabert, Javier Gutiérrez, Alberto Jiménez, Rosa Manteiga, Daniel Moreno, Nerea Moreno y Pepa Zaragoza.
Dirección: Andrés Lima.
Madrid. Teatro de la Abadía.



El Arlequino o Arlequín es una de los personaje típicos de la Comedia dell’Arte cuyo origen se remonta a las máscaras de los mimos e histriones del teatro popular latino que desarrollaron, sobre todo, las compañías de cómicos italianas de los siglos XVI y XVII hasta darle la estructura que actualmente conocemos. Constituye una forma de teatralidad fuertemente codificada, no sólo por lo que respecta a los elementos externos del personaje, “máscaras”, vestuario, ademanes, habla, edad, etc., sino por lo que se refiere a su psicología y roles sociales. La creación de Goldoni, ya en el siglo XVIII, cataliza los elementos citados en una intriga teatral más elaborada que los guiones -o lazzi-, sobre los que se desarrollaban, mediante improvisaciones, este tipo de espectáculos y aporta una mayor dosis de contendido social, aunque los personajes adolecen todavía de falta de espesor psicológico y obedecen a los tópicos y estereotipos de una tradición teatral férreamente establecida.

Dando por sentada la condición servil a que se ven reducidos muchos inmigrantes en los países de acogida -no menor, por cierto, de la que padecen muchos autóctonos-, es comprensible la tentación de establecer un paralelismo entre ellos y los “zanni” venecianos, en quienes se inspira el Arlequino de Goldoni. No menos tentador, pienso, ha debido ser el asimilar los inagotables resortes de la comicidad primaria que manejaban los actores de la Comedia dell’Arte al tipo de humor bronco, sardónico, patibulario, y a la actitud de permanente provocación de que han hecho gala los chicos de Animalario en otros espectáculos. A fuer de sinceros, creo que ese intento de fusión de lenguajes expresivos, se ha quedado en eso, en un intento, que sólo ocasionalmente se traduce en resultados plausibles, derrochándose el talento y la energía de un elenco de primerísima fila en esfuerzos estériles por traspasar la batería.

El espectador vincula rápidamente al personaje de nueva planta con un modelo archiconocido y espera que se establezcan la red de correspondencias concomitantes entre el protagonista y los restantes personajes, a quienes hay que trasladar obviamente al tiempo y circunstancias del presente; y una vez más se siente frustrado porque esperaba quizá un análisis más escrupuloso, o dicho de otra manera, menos sectario, de las motivaciones de dichos personajes y de su funcionalidad en términos estrictamente dramáticos. En su lugar encuentra que se ha roto el equilibrio entre medios y fines, y que el leve tono ejemplarizante de la comedia de Goldoni se convierte en una virulenta sátira de costumbres en la que se arremete contra todo lo divino y lo humano y en la que adaptador y director, brechtianos impenitentes, presos de un celo casi inquisitorial se empeñan en aleccionar a toda costa a los espectadores, suponiéndoles quizá miembros conspicuos de la burguesa tribu de explotadores sin entrañas que esclaviza a estos pobres extranjeros que simbolizan Argelino y Esmeraldina.

Repito, la obra depara numerosas ocasiones para el disfrute y la reflexión, muchas de ellas ligadas a las peripecias de Argelino y a su aciaga fortuna y a su encomiable y obstinada decisión de seguir adelante pese a todas las dificultades; otras de extremo dramatismo (como la trágica premonición de su muerte por el espectro de su amigo ahogado en la travesía); pero también las hay para el desconcierto, como el caótico final del banquete de Beatriz y Florindo/a que culmina en un frenético paroxismo de gritos y confusión; y también para la confusión y el adocenamiento, como los reiterados alegatos antisistema o la extemporánea soflama reivindicativa de Esmeraldina al final del cuadro IV. En fin, luces y sombras en un montaje al que salva el magnífico trabajo de los actores, y al que, todo hay que decirlo, el público premió con un cerrado y largo aplauso a la caída del telón, desmintiendo las reservas e incluso la frialdad con las que, me pareció, fue acogido su desarrollo.

Gordon Craig.

Teatro de la Abadia. Argelino.

viernes, enero 18, 2008

TEATRO. Hay que purgar a Totó. "Sainete insustancial".


De Georges Feydeau.
Con: Nuria Espert, Jordi Bosch, Gonzalo de Castro, Tomás Pozzi y otros.
Dirección: Georges Lavaudant.
Madrid. Teatro Español.



Muchos adalides de la “renovación” teatral, militantes acérrimos de un llamado “teatro comprometido” ponían el grito en el cielo cuando el antecesor de Mario Gas en la dirección del teatro Español, Gustavo Pérez Puig, montaba obras como La venganza de Don Mendo, del ínclito Muñoz Seca, o cuando programaba a Benavente o a Jardiel; incluso llegaron a criticar acremente muchas de las decisiones de Juan Carlos Pérez de la Fuente durante su etapa como rector del María Guerrero por excesivamente conservadoras; situados ahora en las poltronas de los teatros públicos y aledaños no mueven un músculo ante naderías como el regalito navideño que nos ofrece el Español, que bajo la edulcorada etiqueta de “vodevil” no esconde sino una insustancial astracanada.

Con unos personajes apenas esbozados y con el exiguo argumento característico de los sainetes, como en éstos, todo se fía al humor que destila el ingenio de los diálogos y a lo inverosímil de algunas situaciones, y a fe que este Georges Feydeau conocía su oficio y era capaz de sacarle punta al más inocente de los malentendidos o de convertir la más nimia de las contrariedades en una verdadera tragedia familiar, verbigracia, el casual estreñimiento de Totó y su secuela de altercados, riñas y discusiones que desencadenarán la ruina del suculento negocio en ciernes de monsieur Sebastián y la ruptura de su matrimonio.

Como se ve, el conflicto no puede tener un motivo más tópico y peregrino; todo gira en torno a “aguas sucias”, orinales, laxantes y purgativos. Los exabruptos del niño grande y malcriado, Totó, o las desavenencias matrimoniales de Julia y Sebastián, no son sino un poco de picante que se añade para fijar el sabor de una salsa cuyo ingrediente principal es lo escatológico, y de ellas no puede derivarse ninguna intencionalidad social; a lo sumo exhalan un rancio aroma costumbrista, sabor a viejo, si se compara con la frescura de montajes como Arte, o La cena de los idiotas, por poner sólo un par de ejemplos recientes de obras cuya poética es deudora, seguramente, de la dramaturgia de Feydeau.

Con ese material, obviamente, no pueden hacerse milagros, pese al buen trabajo de Georges Lavaudant, que ha sabido tomarle la temperatura al texto y al esfuerzo de los actores que sacan el máximo jugo posible a una pieza sin otras pretensiones que entretener al respetable. Sin el oficio de Jordi Bosch y de Gonzalo de Castro, y por qué no, el de Tomás Pozzi, en su breve aparición, el invento no saldría adelante; eso sí, no acierto a comprender que se le ha perdido a Nuria Espert en este espectáculo.

Gordon Craig.


Teatro Español. Hay que purgar a Totó.

martes, enero 15, 2008

VIDA. Otra vez a vueltas con Chejov. Reflexión sobre los primeros encuentros con la real realidad.


Todavía perplejo e intentando asimilar en parte el potencial de “la gaviota” de Chejov, me he detenido en un fragmento del diálogo final entre Nina y Kostia. Nina, al reencontrarse con Kostia, y haber sufrido en sus propias carnes la crudeza de la vida, tras huir de su hogar por su amor desenfrenado hacia Treplev y para intentar que su sueño de ser actriz se pudiera convertir en realidad, le dice al joven escritor:

Nina: “ [...] Ahora sé, ahora comprendo, Kostia que en nuestros trabajos, como actores o escritores, lo importante no es la fama ni la gloria con la que yo soñaba, sino saber resistir manteniendo la fe. Debemos llevar nuestra cruz y confiar. Saber sufrir y tener fe. Yo tengo fe y por eso sufro tanto. Cuando pienso en mi vocación, no le tengo miedo a la vida [...]”.

Muchos de nosotros nacemos con una idea preconcebida de lo que nos rodea, de la realidad que nos espera una vez comenzamos a perder la inocencia propia de la niñez. En muchas ocasiones esa imagen idealizada de la realidad no coincide en nada con lo que nos rodea de verdad. Gran parte de los sueños, de los principios sobre los que sustentábamos el mundo que nos esperaba ahí fuera, se desvanecen, y otra gran cantidad se torna en pesadillas.

Ante tal desconcierto, algunos de nosotros, los que están preparados, afrontan las adversidades con una sonrisa y con fe, como sostiene Nina; pero muchos, optan por encerrarse en su mundo de Peter Pan, y sufriendo de veras, en vez de enfrentarse a la realidad tal cual es, se ausentan, huyen de las responsabilidades, y cada día que pasa se convierten en algo más cobardes, en seres asustadizos, y sobre todo comienzan a olvidarse de cada uno de ellos, de su ser, empiezan a desnaturalizar al ser humano y buscan responsabilidades siempre ajenas a uno mismo.

El gran Chejov todavía nos tiene que enseñar muchas cosas, y en una sociedad como la nuestra, agresiva e individualista, asfixiantemente inhumana, cada día que pasa se hace más acuciante volver al genio ruso, como cita Vasili Grossman en “Vida y destino” poniendo las palabras de Chejov en boca de su personaje Madiárov: “dejemos a un lado a Dios y las así llamadas grandes ideas progresistas; comencemos por el hombre, seamos buenos y atentos para con el hombre sea éste lo que sea: obispo, campesino, magnate industrial, prisionero de Sajalín, camarero de un restaurante; comencemos por amar, respetar y compadecer al hombre; sin eso no funcionará nada. A eso se le llama democracia”.

sábado, enero 05, 2008

TEATRO. El juego de Yalta. "La fidelidad a Chejov".

De Brian Friel. Basada en La dama del perrito, de Chejov.
Con: María Pastor y José Maya.
Piano: Belén Zaba; voz: Aridana Asiain.
Dirección: Juan Pastor
Madrid. Teatro de la Guindalera.



Ser fiel a un autor no significa plagiarlo. El plagio es un fraude -además de un delito-, es como endosar a alguien mercancía robada sin que se de cuenta, es apropiarse del genio o del esfuerzo ajenos y “venderlos” como propios. La fidelidad es otra cosa; es respeto por el autor y reconocimiento de la valía y de los merecimientos de la obra que se imita, que se parodia, que se parafrasea o que, simplemente, se evoca con la propia; y es riesgo aceptado, caballerosamente, de medirse con ella para explorar sus zonas oscuras, para aceptar sus incitaciones, para explotar las posibilidades expresivas que sugiere, para rendirle homenaje.

En El juego de Yalta Brian Friel ha elegido la fidelidad a Chejov y ha emprendido un viaje apasionante por los intersticios de su prosa revelando sin traicionarlas, dramáticamente, las líneas de fuerza de esa pasión amorosa que el relato describe, iniciada como juego, como ejercicio diletante de dos seres solitarios en pos de una aventura pasajera en un agradable lugar de vacaciones, y que se convierte enseguida en una relación obsesiva y absorbente, en una atracción que lejos de desaparecer, como ambos personajes esperaban, cuando precipitadamente tienen que separarse, se acrecienta con el paso de los días, hasta convertirse en algo esencial, que da sentido a su existencia y ante lo que palidecen como meras apariencias o fantasmagorías los lugares comunes de su vida cotidiana.
La monolítica figura del narrador en tercera persona del relato originario se conserva sólo ocasionalmente, en su lugar aparece una multiplicidad de perspectivas: los protagonistas son personajes que ora dialogan entre sí ora interpelan al público para hacerle partícipe de sus estados de ánimo o de sus sentimientos; que en los cambios de cuadro se distancian de los acontecimientos para reflexionar en voz alta sobre ellos, o que pueden interrumpir súbitamente una escena para enjuiciar las reacciones de su interlocutor o para exteriorizar sus emociones más allá de las convenciones de una técnica dramatúrgica naturalista, exteriorizando el contenido de un “subtexto” que recuerda, en ocasiones, a las pormenorizadísimas acotaciones de las mejores obras de O’Neill o a los “apartes” de la comedia barroca.

Todo un reto para el director y para los actores, del que salen airosos alumbrando un breve pero intenso y sutilísimo juego teatral que mantiene en suspenso a los espectadores. José Naya da vida al gris funcionario moscovita Gúrov, elegante, mundano, cortés, de modales agradables, parco en la expresión de sus emociones y que pareciera haber encontrado su hábitat natural en ese ambiente un tanto disipado, decadente, casi proustiano, del balneario; María Pastor encarna a la dulce y tímida Anna Serguéyevna una virtuosa e inexperta jovencita que se entrega con fruición a los momentos de libertad que le depara la ausencia del marido y el trato agradable de Gúrov. Modula con extraordinaria pericia los diversos estadios del enamoramiento a los que se ve arrastrado su personaje, desde el azoramiento y la torpeza iniciales del trato con un desconocido, hasta el éxtasis de la plenitud, pasando por las delicias del inocente coqueteo o por los más virulentos ataques de remordimiento en los que se siente la más indigna y despreciable de las mujeres.

Una atinada puesta en escena, lo que incluye al vestuario, y la ambientación, cuidadas escrupulosamente, hace del conjunto un delicioso espectáculo que nadie debería perderse. Y así lo ha debido entender el público que literalmente abarrotaba la exigua y recoleta sala de la Guindalera. Alguien se debería preguntar porqué esta modesta sala madrileña atrae a los espectadores mientras que los teatros nacionales, salvo honrosas excepciones, a duras penas consiguen llenar el patio de butacas.

Gordon Craig.

Teatro de la Guindalera. El juego de Yalta.