sábado, enero 05, 2008

TEATRO. El juego de Yalta. "La fidelidad a Chejov".

De Brian Friel. Basada en La dama del perrito, de Chejov.
Con: María Pastor y José Maya.
Piano: Belén Zaba; voz: Aridana Asiain.
Dirección: Juan Pastor
Madrid. Teatro de la Guindalera.



Ser fiel a un autor no significa plagiarlo. El plagio es un fraude -además de un delito-, es como endosar a alguien mercancía robada sin que se de cuenta, es apropiarse del genio o del esfuerzo ajenos y “venderlos” como propios. La fidelidad es otra cosa; es respeto por el autor y reconocimiento de la valía y de los merecimientos de la obra que se imita, que se parodia, que se parafrasea o que, simplemente, se evoca con la propia; y es riesgo aceptado, caballerosamente, de medirse con ella para explorar sus zonas oscuras, para aceptar sus incitaciones, para explotar las posibilidades expresivas que sugiere, para rendirle homenaje.

En El juego de Yalta Brian Friel ha elegido la fidelidad a Chejov y ha emprendido un viaje apasionante por los intersticios de su prosa revelando sin traicionarlas, dramáticamente, las líneas de fuerza de esa pasión amorosa que el relato describe, iniciada como juego, como ejercicio diletante de dos seres solitarios en pos de una aventura pasajera en un agradable lugar de vacaciones, y que se convierte enseguida en una relación obsesiva y absorbente, en una atracción que lejos de desaparecer, como ambos personajes esperaban, cuando precipitadamente tienen que separarse, se acrecienta con el paso de los días, hasta convertirse en algo esencial, que da sentido a su existencia y ante lo que palidecen como meras apariencias o fantasmagorías los lugares comunes de su vida cotidiana.
La monolítica figura del narrador en tercera persona del relato originario se conserva sólo ocasionalmente, en su lugar aparece una multiplicidad de perspectivas: los protagonistas son personajes que ora dialogan entre sí ora interpelan al público para hacerle partícipe de sus estados de ánimo o de sus sentimientos; que en los cambios de cuadro se distancian de los acontecimientos para reflexionar en voz alta sobre ellos, o que pueden interrumpir súbitamente una escena para enjuiciar las reacciones de su interlocutor o para exteriorizar sus emociones más allá de las convenciones de una técnica dramatúrgica naturalista, exteriorizando el contenido de un “subtexto” que recuerda, en ocasiones, a las pormenorizadísimas acotaciones de las mejores obras de O’Neill o a los “apartes” de la comedia barroca.

Todo un reto para el director y para los actores, del que salen airosos alumbrando un breve pero intenso y sutilísimo juego teatral que mantiene en suspenso a los espectadores. José Naya da vida al gris funcionario moscovita Gúrov, elegante, mundano, cortés, de modales agradables, parco en la expresión de sus emociones y que pareciera haber encontrado su hábitat natural en ese ambiente un tanto disipado, decadente, casi proustiano, del balneario; María Pastor encarna a la dulce y tímida Anna Serguéyevna una virtuosa e inexperta jovencita que se entrega con fruición a los momentos de libertad que le depara la ausencia del marido y el trato agradable de Gúrov. Modula con extraordinaria pericia los diversos estadios del enamoramiento a los que se ve arrastrado su personaje, desde el azoramiento y la torpeza iniciales del trato con un desconocido, hasta el éxtasis de la plenitud, pasando por las delicias del inocente coqueteo o por los más virulentos ataques de remordimiento en los que se siente la más indigna y despreciable de las mujeres.

Una atinada puesta en escena, lo que incluye al vestuario, y la ambientación, cuidadas escrupulosamente, hace del conjunto un delicioso espectáculo que nadie debería perderse. Y así lo ha debido entender el público que literalmente abarrotaba la exigua y recoleta sala de la Guindalera. Alguien se debería preguntar porqué esta modesta sala madrileña atrae a los espectadores mientras que los teatros nacionales, salvo honrosas excepciones, a duras penas consiguen llenar el patio de butacas.

Gordon Craig.

Teatro de la Guindalera. El juego de Yalta.

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