jueves, noviembre 23, 2017

lunes, noviembre 20, 2017

1000 razones para no dejar de leer. El teatro y Juan Mayorga.

[...] El teatro -el arte-, por el contrario, ha de ayudar a cada espectador a descubrir y defender su singularidad. Ha de ser capaz de hablar a cada espectador al oído. [...] El teatro es, sí, arte del conflicto. Pero conviene recordar que el conflicto más importante en un teatro no se da en el escenario, sino entre el escenario y el patio de butacas, entre el actor y el espectador. El mejor teatro se enfrenta al patio de butacas y a cada espectador. [...].

Entrevista a Juan Mayorga en El Cultural.

Lee aquí la entrevista completa.

domingo, noviembre 19, 2017

sábado, noviembre 18, 2017

TEATRO. Missing. "Perpetuum mobile".

Creador: Amit Lahav.
Intérpretes: Chris Evans, Anna Finkel, Ryen Perkins-Gangnrd, Amit Lahav y Katie Lusby.
Escenografía: Rhys Jarman y Amit Lahav
Diseño de luces: Chris Swain y Amit Lahav.
Música original: Dave Price.
XXXIV edición del Festival de Otoño a Primavera. Madrid. Teatros del Canal. 17 de noviembre de 2017.



Para el insigne escenógrafo, figurinista y director teatral Arthur Gordon Craig el Arte del Teatro surgió de la acción, del movimiento y de la danza. En un pasaje de su ensayo On the Art of the Theatre, de 1911, dirigido a los “creadores del teatro del futuro” en el que pondera precisamente las cualidades del movimiento leemos específicamente: “You now will reveal by means of movement the invisible things, those seen trough the eye not with the eye, by the wonderful and divine power of movement”.

El espectáculo de la compañía Gecko que vimos anoche en los teatros del Canal evidencia que esta vehemente exhortación del visionario director de escena británico no ha caído en saco roto, y que un siglo después, sus geniales intuiciones se han materializado y han fructificado en espléndidas realizaciones, como en la obra que comentamos, Missing, del creador israelí afincado en Gran Bretaña Amit Lahav.

Y es que el movimiento, desde la utilización de una cinta transportadora -sobre la que se desarrollan muchas escenas de la obra- hasta las evoluciones sobre el tablado de una bailarina de flamenco, pasando por el desplazamiento incesante de los intérpretes dentro de unos “marcos” luminosos que se achican o agrandan, suben o bajan, se acercan o se alejan del espectador, según los caprichosos vaivenes de la memoria de la protagonista, parece constituir unos de los elementos expresivos fundamentales a los que recurre el autor para mostrar las emociones de los personajes, en una suerte de celebración, de exaltación, casi, diríamos, de el “perpetuum mobile”, esa máquina de movimiento continuo que tantos físicos han perseguido infructuosamente desde la antigüedad.

La sensación de fatiga, de estrés, casi, con la que uno llega al final del espectáculo, sometido a los bruscos contrastes del claroscuro, a los hirientes fogonazos de la luz estroboscópica, a los violentos efectos sonoros y al frenesí del movimiento corroboran esta interpretación, e iluminan esas fulguraciones de la memoria en forma de recuerdo que invaden la mente de Lily en convulso y desordenado tropel.

Con un leve trasfondo autobiográfico -al parecer el padre de Amit Lahav fue músico, su madre bailarina y se conocieron en un salón de baile-, la pieza es una exploración de las profundidades de la psique humana, un viaje al lugar ignoto donde residen aquellos sucesos que marcaron nuestras vidas: la dulzura y las desdichas de la infancia y la adolescencia, las experiencias felices o traumáticas de la madurez, los amigos la pareja, etc…Pero más que una reflexión racional al uso, seguida mediante procedimientos discursivos, la obra apela a nuestro inconsciente, proporcionado imágenes llamadas a estimular la imaginación de cada espectador y a que éste haga suyo este viaje de exploración.

En conjunto, y más allá del contenido temático -si cabe expresarlo así-, de la obra, o en estrechísima vinculación él, cabe resaltar que estamos ante una extraordinaria experiencia estética ideada y ejecutada con la rigurosa meticulosidad del orfebre y pulida con cada encuentro con el público a lo largo de los más de cinco años que lleva rodando por los escenarios; ante la obra de un autor, que como los grandes creadores de la escena contemporánea llámense estos Etienne Decroux o Pina Bausch, Lloyd Newson o Romeo Castellucci, a quien vimos aquí hace un par de años, ha creado un lenguaje propio hecho de música, luz, palabras y movimiento  (“Action, words, line, color, rhythm”, como quería Craig), ensambladas armónicamente en un “espectáculo total”, de una excepcional calidad artística y que aúna verdaderos alardes de perfeccionismo formal por parte de los intérpretes con una genuina capacidad para establecer una conexión emocional con el público.

Gordon Craig.

Missing. Teatros del Canal.


miércoles, noviembre 01, 2017

TEATRO. Terrenal. Pequeño misterio ácrata. "Desmitificadora y escandalosamente divertida".

Autor: Mauricio Kartun.
Con: Claudio Da Passano, Claudio Martínez Bel y Rafael Bruza.
Escenografía y vestuario: Gabriela Aurora Fernández.
Iluminación: Leandra Rodríguez.
Dirección: Mauricio Kartun.
XXXIV edición del Festival de Otoño a Primavera. Madrid. Teatro de La Abadía. 20 de octubre de 2017.



Terrenal es una relectura sui géneris del relato bíblico de Caín y Abel. O quizá sería más acertado decir -de acuerdo con los postulados sobre la técnica dramatúrgica que el propio Mauricio Kartun defiende en sus escritos teóricos- que este mito bíblico ha sido tratado por el autor como un “ready made”, como un “objet trouvé”, a la manera en que Marcel Duchamp se servía de un urinario o de una rueda de bicicleta para convertirlos en obras de arte.

Descontextualizado del corpus de textos sagrados del Antiguo Testamento (libro del Génesis, 4) Mauricio Kartun nos obliga a mirar este relato de rivalidad entre dos hermanos con final trágico desde otro punto de vista, trastocando así su significado primitivo unívoco y estableciendo una prudente y saludable distancia irónica que abre el relato a nuevas significaciones. De hecho, estos entes de ficción que responden a los nombres de Caín y Abel, vendrían a representar, el primero, a un empresario de éxito defensor del ahorro y de la propiedad privada, y el segundo, a un marginado social, indolente, ocioso a tiempo casi completo y dispuesto a gozar en libertad de los dones que le ofrece la madre naturaleza; dos actitudes contrapuestas, dos visiones del mundo, que podría interpretarse -como ha insinuado algún crítico-, como el resultado de abrazar hasta sus últimas consecuencias uno y otro de los modelos organizativos de la vida civilizada: el capitalista y el ecosocialista.

Respecto a la conformación del tercero de los personajes, Tatita, no se lleva menos lejos esa voluntad de resignificación de la que hablamos arriba: trasciende con creces su referente bíblico, Yaveh, que se limita a interpelar a Caín acerca de la muerte de su hermano y a condenarle a llevar una vida errante. Aquí resulta ser un hibrido de deidad y progenitor/abuelo de los susodichos que vuelve tras largos años de ausencia para aclarar los términos de la herencia -cosa que preocupa sobremanera a Caín-, correrse una juerguecita y cotejar cual ha sido el resultado de la educación de sus vástagos. Su manifiesta predilección por Abel, sirve de catalizador de la envidia que ya de por sí le profesa Caín y que será el desencadenante del homicidio, pero no sólo. En una vibrante escena final reconviene a Caín por haberse dejado arrastrar por los peores de los males, el odio, la ambición y la vanidad; entona un vibrante y solemne canto a la controversia, a la lucha -dialéctica- como motor del progreso y realiza un juicio sumarísimo -en la persona de Caín- a la humanidad toda, por haber puesto una “letra” equivocada a la “música”, a la armonía, del universo, única creación, por cierto, de la que este peculiar Hacedor se considera responsable.

Se trata de un texto enjundioso, plagado de reflexiones de fondo sobre la condición humana, de citas bíblicas o de referencias a conceptos de economía política que se abren paso como alusiones o a través de las asociaciones libres de palabras, dentro de un intercambio verbal rápido, fluido cifrado en un léxico rabiosamente de coloquial trufado de figuras retóricas, refranes populares y de argot gauchesco, como corresponde a unos personajes ubicados no en los aledaños del Paraíso Terrenal sino en una indefinida región de la Pampa Argentina. En cualquier caso un lenguaje de un altísimo grado de elaboración artística que trasciende lo local y contribuye a universalizar el mensaje y que constituye uno de los alicientes de este montaje.

Los otros focos de interés, desde luego, tiene que ver con la concepción del espectáculo y con el trabajo de actuación -soberbio- y de construcción de personaje. Mauricio Kartun está en posesión de ese sentido instintivo de la teatralidad que hace creíbles las situaciones más inverosímiles; su historia se sitúa en un tiempo, pero también “fuera del tiempo”, protagonizada por unos seres que son muy reales pese a semejar verdaderos espectros surgidos de entre los ajados cortinajes bambalinas y rompimientos de un escenario decrépito. Y es que el autor y director argentino insiste en mostrarnos que estamos en el reino del Teatro. No el grandilocuente Teatrum Mundi como desearía el jactancioso Caín, sino un vulgar teatrito de variedades.

Émulos del Vladimiro y Estragón becquetianos -en su fisonomía clownesca, en su inacción y en la desesperante circularidad y reiteración de sus argumentos- los hermanos aguardan, también, una aparición que tiene el efecto contrario del esperado: confirmarles en sus respectivas posturas vitales antitéticas, irreconciliables. Uno y otro nos conmueven por su ingenuidad, por su ternura, casi; sus querellas se dirimen como si se tratara de un juego de niños enrabietados por un quítame allá esas pajas. Y es que los términos del conflicto se desplazan por completo al plano de la farsa: desde el atuendo, hasta la caracterización -y ello puede hacerse extensivo también a Tatita embutido en un adusto traje de gaucho- pasando por los cachiporrazos y los efectos sonoros, todo nos retrotrae al mundo del circo y se advierte en todo el trabajo actoral, con el cuerpo, con el gesto, un deliberado intento de ir hasta el fondo de lo grotesco, de la caricatura, de la carga paródica extrema; y lo mismo con la interpretación verbal del papel: en un riguroso ejercicio de coherencia artística los intérpretes consiguen teatralizar al máximo la palabra, llevarla -como quería Ionesco- al paroxismo, a la desmesura.

Una obra desmitificadora, que plantea una honda reflexión sobre el ser humano y sobre la evolución de la sociedad, desarrollada en términos de una comicidad desbordante y servida por un extraordinario trabajo actoral. Una velada memorable.

Gordon Craig.

Teatro de la Abadía. Terrenal.