viernes, diciembre 23, 2011

miércoles, diciembre 21, 2011

TEATRO. ï "Pan(carta) y circo".


Idea e interpretación: Blaï Mateu Trias.
Dirección: Michel Cerda.
Alcalá de Henares, Corral de Comedias.


Creado e interpretado por el polifacético performer Blaï Mateu Trias vimos el domingo pasado en el Corral de Comedias un espectáculo que podríamos calificar de circo-denuncia, (algo así como la canción-protesta de los sesenta), un espectáculo de difícil clasificación en el que el intérprete se sirve de su arte o habilidades particulares para vehicular una crítica social y política o simplemente para inducir al espectador, más allá del mero disfrute de su variada exhibición de técnicas circense-clownescas, a una reflexión de fondo sobre el exilio o sobre la falta de libertad.

Cabe decir que no siempre “idea e interpretación” corren parejos en ese difícil equilibrio entre fondo y forma que los clásicos invocaban como marca inequívoca de la calidad de una obra. La pericia indudable de Blaï Mateu en el cultivo de múltiples registros del lenguaje del circo, incluida su habilidad para interactuar con los más diversos objetos construyendo imágenes de fuerte contenido simbólico, no se compadece, a nuestro juicio, con sus dotes de filósofo o de moralista y el resultado en conjunto de su trabajo se hace difícil de digerir, aunque no lo manifestemos con síntomas tan evidentes y tan molestos como los que parece provocarle a él mismo la indigestión de aquellos aciagos años 38 y 39 del siglo pasado de nuestra historia patria.

Lástima, porque el planteamiento resultaba prometedor, si consideramos la vinculación misma del circo a una idea de itinerancia, de nomadismo, -de marginalidad, incluso-, de mestizaje, de espectáculo sin fronteras, que tan bien se aviene con esa incidencia en el exilio que es una de las ideas motrices del espectáculo. Pero ya desde sus primeros compases, con el dibujo de una pancarta cuyas señas de identidad son la A de anarquismo, la “G” y “F” de general Franco o la sopa de siglas de los partidos políticos del año 36 nos tememos lo peor. Y es que, como se dice en lenguaje coloquial, vuelta la burra al trigo. Y me pregunto si hay alguien que niegue a estas alturas el drama terrible, inimaginable, doloroso, de los quinientos mil españoles republicanos cruzando los Pirineos huyendo del ejército nacional -para morir, por cierto, infinidad de ellos, de disentería en los campos de refugiados del sur de Francia-; si hay necesidad de levantar una y otra vez la misma pancarta. ¿Qué tal si, para variar, dirigimos la lupa a los doscientos mil exiliados de las vascongadas -¡y al casi un millar de muertos víctimas del terrorismo etarra!-, o a los incontables “exiliados en su país” de los que habla el profesor Francisco Caja dentro de la misma comunidad autónoma catalana, por poner sólo un par de ejemplos? En fin es sólo una sugerencia que los creadores del espectáculo son muy libres de no aceptar. Faltaría más.

Gordon Craig.

ï en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

Gordon Craig en el Diario de Alcalá.

lunes, diciembre 19, 2011

1000 razones para no dejar de leer. “La metamorfosis de las novelas” por Antonio Muñoz Molina.


<< […] Lo que distingue a las mejores novelas es su capacidad perpetua de metamorfosis. Al llamarlas clásicas se les atribuye de manera instintiva una inmovilidad de mármol. El término obras maestras las falsifica al convertirlas en monumentos solemnes, y por lo tanto ajenos al presente, más adecuados para la reverencia y la retórica que para la lectura verdadera, pretextos para discursos y centenarios. […] >>.

Antonia Muñoz Molina, en Babelia, 10 de diciembre de 2011.

Lee aquí el artículo completo.

viernes, diciembre 16, 2011

jueves, diciembre 15, 2011

1000 razones para no dejar de leer: , “Dramaturgia española de hoy” de Fermín Cabal. Entrevista a Rodrigo García.


<< […] La educación es indisociable del amor. Un niño no se educa jamás en una escuela. Ahí hay solamente desconocidos. Un niño se educa en un hogar o como llamemos al lugar donde hay “tiempo disponible”. Ahora, ¿ves algún niño que se educa en algún hogar? Yo veo los hogares vacíos. Los padres están trabajando fuera. Los niños están en guarderías desde los dos años de edad o antes. ¿Ves amor, algo parecido al amor? Si no hay tiempo, no hay conocimiento. De generación, en generación se transmite la desesperación y el vacío. Eso es lo que un padre y una madre transmiten a sus hijos: vacío y locura. […] >>

Fermín Cabal, “Dramaturgia española de hoy”. Entrevista a Rodrigo García.

martes, diciembre 13, 2011

TEATRO. Macbeth. "Poética tenebrista".


De William Shakespeare.
Con: José Tomé, Pepa Pedroche, Óscar Sánchez Zafra, Javier Hernández-Simón, Tito Asorey, Belén de Santiago y Anabel Maurín.
Versión y dirección: Helena Pimenta.
Madrid. Teatros del Canal.


Cuanto más nos acercamos a las obras de Shakespeare, sobre todo a sus grandes tragedias, más se acrecienta en nosotros la deprimente sensación de que son inabarcables. El foso que separa la hondura humana y la complejidad psicológica de los personajes de sus obras de la materialización escénica de tal complejidad en montajes concretos se agranda cada día, por eso es de agradecer que alguien consiga tender un puente levadizo que una esas dos orillas, que comunique esas dos realidades. El esfuerzo es doblemente meritorio si, como es el caso de Ur Teatro, se hace desde la iniciativa privada; entonces ya estamos hablando de un doble salto mortal sin red y no queda sino quitarse el sobrero, o el cráneo, que diría Valle Inclán.

Luego está la cuestión de la oportunidad. Claro que el fatal itinerario del sanguinario Macbeth impulsado por su ambición desmedida nos concierne, Helena, porque Macbeth puede representar a un personaje individual, pero también es un símbolo, el símbolo de un monstruo, individual o colectivo (¿en qué estaría yo pensando cuando en repetidas ocasiones a lo largo de la representación creí entender País Vasco o Guipúzcoa cuando, obviamente, los personajes hablaban del usurpador del trono de Escocia?) que no desdeña ningún género de violencia por más abominable que parezca para conseguir sus fines, una pulsión de muerte y de destrucción, totalitaria, ante la que hay que estar siempre prevenido y sobre la que cualquier recordatorio es no sólo pertinente sino necesario.

Escribe Harold Bloom en La invención de lo humano, que esta pieza es la más “nocturna” de todas la de Shakespeare. Helena Pimenta también parece haberse dado cuenta de ello y adopta para su montaje una poética decididamente tenebrista, en la línea de Gutiérrez Solana o de los aguafuertes y las pinturas negras de Goya, sirviéndose para ello del claroscuro en la iluminación y de proyecciones en blanco y negro, excepcionalmente teñidas por el rojo de la sangre derramada. El recurso a los medios audiovisuales sustituye con ventaja a los decorados convencionales en la creación de esa atmósfera de pesadilla que impregna toda la historia y facilita la representación de las brujas o de los espectros de Duncan o de Banquo y sus hijos; tienen, asimismo, un papel multiplicador de los integrantes del coro -un recurso muy atinado, por cierto, que contribuye a dar al espectáculo un cierto aire operístico- resolviendo con pocos efectivos las escenas de masas, imposibles para una producción modesta, pero a veces se cae en la tentación de delegar en el universo virtual el protagonismo en la creación de imágenes que corresponden únicamente al potencial evocador de la palabra.

El trabajo de actuación y de dirección de actores es muy sólido y riguroso. El tempo, quizá algo rápido, nos impide disfrutar con calma la compleja evolución de las emociones; hay, en cambio, una rara coherencia entre le texto y la plástica del montaje, vestuario e iconografía incluidos, de una época indefinida de barbarie militarista que retrotrae a un imaginario ampliamente compartido por los espectadores. Pepa Pedroche es una espléndida lady Macbeth llena de energía y determinación, aparece poseída por la ambición desde que lee con avidez la misiva de su marido con la profecía de las brujas que espolea sus sueños de grandeza; expeditiva, malévola, distante, despierta nuestra conmiseración cuando aparece presa de la locura. Vibrante es la breve aparición de Lady MacDuff (Anabel Maurín) aterrorizada ante la inminencia de su trágico final a manos de los esbirros de Macbeth; ponderado es asimismo el trabajo de Óscar Sánchez en su doble cometido (Duncan/MacDuff) y el de Javier Hernández-Simón en el papel de Baquo a quienes prestan el continente solemne de la majestad, la mirada fiera del soldado o la desesperación y la rabia del marido y padre agraviados. José Tomé acomete el papel quizá más difícil de su carrera dando muestras de una notable madurez artística; recrea un Macbeth humano que transita desde la seguridad en sí mismo de un soldado fiero y leal, a las violentas emociones que lo trastornan tras mancharse las manos de sangre; un personaje dubitativo, presa del miedo, del desconcierto y de la confusión, sometido a cambios bruscos de humor, atenazado como está por los remordimientos y por las visiones del horror de las acciones criminales que ha cometido.

Gordon Craig.

Macbeth en los Teatros del Canal.

lunes, diciembre 12, 2011

1000 razones para no dejar de leer. Helena Pimenta: "uno de los peores peligros es el miedo".


<< [...] Uno de los peores peligros, y que ahora veo muy presente, es el miedo. Tenemos miedo a perder nuestra juventud, a que no nos quieran... vivimos dominados por el miedo como también lo hacía Macbeth. Y este miedo le domina porque prefiere seguir su ambición sin ningún límite moral. Y así se lo mostramos al público. El mal se mira de frente. Así que una obra supuestamente terrible, a mí me ha dado un optimismo enorme. [...] >>.

Helena Pimenta, diario El Mundo, 30 de noviembre de 2011.

Lea aquí la entrevista completa.

viernes, diciembre 09, 2011

TEATRO. Purgatorio. Sobre el arrepentimiento y el perdón.


De Ariel Dorfman.
Con: Viggo Mortensen y Carme Elías.
Dirección: Josep María Mestres.
Madrid. Naves del Matadero.


He estado tentado de encabezar esta reseña sobre la obra de Ariel Dorfman que puede verse estos días en las Naves del Matadero con el siguiente título: Medea en el diván. Quizá tal titular hubiera sido más descriptivo en el plano argumental del contenido de esta pieza amarga y perturbadora que protagonizan Viggo Mortensen y Carme Elías, aunque habría privado al lector de un primer atisbo, de un primer enunciado de alguno de los temas de fondo que la obra contempla, cuestiones de una enorme trascendencia moral, como la culpa, la expiación, la venganza, el arrepentimiento o el perdón que han preocupado y siguen preocupando al también autor de la inolvidable película La muerte y la doncella.


Y es que, en efecto, es el mito de Medea el que vivifica este intrincado recorrido emocional por la mente y el corazón de una mujer, que despechada por el abandono y la traición del marido decide -como la heroína de Eurípides-, dar muerte a sus propios hijos para vengarse de él. La diferencia fundamental, si puede decirse así, es que Purgatorio empieza donde Medea termina, pues arranca con la Mujer (que así es como se denomina al personaje femenino autor de esos horrendos crímenes) recluida en una especie de psiquiátrico para ser sometida a un tratamiento de “purificación” similar al que debían experimentar las almas de los condenados según la escatología cristiana para purgar sus culpas antes de acceder al Paraíso.

Este no es el caso, sin embargo, en este texto tortuoso e intrincado de Dorfman; vedado cualquier vestigio de consuelo o posibilidad de redención que proporcionaría la fe, abandonados los personajes a su suerte y a sus propias limitaciones, este supuesto purgatorio se convierte en un verdadero infierno para ellos, condenados a hacerse daño el uno al otro eternamente para expiar sus faltas: el desprecio y la traición, el Hombre; el crimen y la incapacidad para el arrepentimiento sincero y el perdón, la Mujer, y un irreductible poso de resentimiento sustentado en la constatación de que el menosprecio del Hombre hacia ella emana precisamente de su incapacidad para considerarla su igual.

A la complejidad en sí de los personajes se suma la circunstancia del cambio de rol, es decir que los mismos actores (actor y actriz) desempeñan los papeles de paciente y psicoterapeuta alternativamente en varias ocasiones a lo largo de la obra. Eso dificulta aun más el trabajo de interpretación y lo convierte en un verdadero reto del que, hay que apresurarse a decir, que ambos salen airosos, incluso con nota, en ocasiones. Como médico de esa institución -que a veces recuerda la mezcla de cárcel y manicomio de La Fundación de Buero Vallejo-, El Hombre (Viggo Mortensen) se comporta de una manera fría y distante, profesoral, con un falso aire de jovialidad para ganarse la confianza de su paciente; parco, en general, denota un cierto amaneramiento en algunas poses de científico distraído. Como paciente trata de llevar siempre la iniciativa para dar muestras de una seguridad en sí mismo que está lejos de poseer y simula tranquilidad para ocultar un desequilibrio evidente; trata de mostrarse obsequioso, cortés en extremo y dispuesto a dar la razón a la Mujer como parte de una estrategia calculada para congraciarse con ella. Respecto a la Mujer (Carme Elías), como terapeuta parece más implicada emocionalmente en el caso, más insegura; la saca de sus casillas la complacencia y el aire de autosuficiencia que adopta su paciente y no se jacta de tenderle añagazas para desentrañar las inconsistencias de su relato complaciéndose un tanto sádicamente cuando descubre sus puntos débiles. Esa misma inseguridad, sobre todo al principio la traslada Carme Elías a su rol de paciente; una actuación más monocorde, con menos salientes, debido en parte a que es una etapa de tanteos, mientras el interrogatorio va desbaratando los múltiples cortafuegos que su memoria ha impuesto para cerrar el paso a las capas más profundas de su conciencia atormentada. No obstante, a medida que nos acercamos al final de la obra destapa el tarro de las esencias y da muestras de un brío y una fuerza dramática arrolladora que conmueve hasta las lágrimas en el relato de los detalles más truculentos y atroces de la matanza de sus hijos o en la desgarradora confesión de su incapacidad de perdonar la traición. Vale la pena, en fin, soportar la retórica un tanto alambicada, en ocasiones incluso farragosa, de los inicios para disfrutar de un desenlace soberbio. Así lo entendió el publico que abarrotaba la sala a juzgar por su sostenida atención a lo largo de la obra y por su cerrado aplauso final.

Gordon Craig.

Teatro Español. Purgatorio.

Gordon Craig en el Diaro de Alcalá.

miércoles, diciembre 07, 2011

ARTE. Nueva exposición de Bea de las Heras en Guadalajara. "Love and Respect".


Nueva exposición de Bea de las Heras en Guadalajara. "Love and Respect".

Cafetería El tren, Plaza de Marlasca 1. Guadalajara.



Visita el blog de Bea de las Heras y conoce su obra.

viernes, diciembre 02, 2011

TEATRO. Dulcinea. “El dragón de los bostezos”.


Bialostocki Teatr Lalek. (Polonia).
Con: Sylwia Janowicz-Dobrowolska, Izabela Maria Wilczewska y Krzysztof Bitdorf.
Guión, dirección y música: Adam Frankiewicz.
Madrid, Sala Réplika.


En los múltiples intentos de aproximación del teatro a la figura de Don Quijote de los que tenemos constancia se ha prestado atención, como no podía ser de otra manera, a su condición de paranoico y se han destacado una y otra vez las ocasiones más celebradas en las que su desbocada imaginación enferma trasmutaba la realidad para adaptarla a sus deseos; cómo veía gigantes donde sólo había molinos de viento, o ejércitos donde rebaños, o el mismísimo yelmo de Mambrino donde sólo había una humilde bacía de barbero. En definitiva se trataba de meras paráfrasis o lecturas, en algunos casos inspiradas e ingeniosas, de episodios conocidos por cualquier lector de la obra cervantina. En el montaje de la compañía polaca Bialostocki Teatr Lalek que hemos visto anteanoche en la sala Réplika lo episódico pasa a un segundo plano. Alejados de cualquier tentación mimética construyen un universo autónomo de imágenes que por lo angustioso y desasosegante pudieran muy bien, eso sí, representar un viaje alucinatorio al interior de la locura que animaba los despropósitos de nuestro buen Alonso Quijano y su obsesión por poner permanentemente en cuestión lo real; o, tal vez, un viaje por los recovecos del proceso mismo de la escritura, como sugiere la imagen informe de esa máquina de escribir ensamblada a un complicado artilugio mecánico de ruedas, engranajes y pedales que parece activarse sólo al dictado de una nueva lógica extrañamente inhumana.

En esta ocasión, el efecto desrealizador de la marioneta coadyuva de manera definitiva a la creación de la fantasía: la tiranía de la nueva racionalidad caprichosa y absurda de un mundo tecnificado y gobernado por autómatas, negador de la experiencia subjetiva, que trata en vano de sobrevivir en las imágenes fugaces del rostro femenino de Dulcinea que apenas se insinúa, proyectado como un negativo fotográfico, para desvanecerse enseguida denunciando su condición de quimera, de desvarío o de creación efímera de una imaginación impotente; o en la patética la imagen enteca de un Quijote de alambre haciendo sus cabriolas y peleándose con sus propios fantasmas.

De clara inspiración vanguardista el montaje es tributario del simbolismo onírico de la pintura de Magritte, en ese simulacro de figuras humanas que manipulan los resortes del engendro mecánico, pero también de la fascinación por los objetos imposibles -los ready made- de Duchamp y de la celebración del maquinismo por parte de los futuristas, por no hablar de ese genial artista plástico, performer y apóstol de la experimentación formalista que fue Tadeusz Kantor, cuya huella es bien visible en la puesta en escena.

Es corriente al hablar de las poéticas de las Vanguardias caracterizarlas como movimientos efímeros, cada uno de los cuales fue dando paso al siguiente en una suerte de carrera desenfrenada que perseguía la innovación a toda costa durante aquellos deslumbrantes años de la época de entreguerras. Este montaje desmiente esa apreciación, reafirma, contrariamente, la vigencia de aquél impulso renovador en algunos reductos de la creación artística, en este caso, el teatro de títeres, cuando se dispone del suficiente talento y empeño para perseverar en la búsqueda y ensanchar las fronteras de la teatralidad. Quizá sea este el único camino para, como pretendía Lorca con su teatro último, sacudir la conciencia aletargada del público -“el dragón de los bostezos-, una conciencia viciada por la práctica generalizada del drama burgués de su tiempo y del nuestro.

Gordon Craig.

Teatro Réplika. Teatro nacional de Títeres de Bialystok (Polonia).

Gordon Craig en el Diario de Alcalá.