viernes, diciembre 02, 2011

TEATRO. Dulcinea. “El dragón de los bostezos”.


Bialostocki Teatr Lalek. (Polonia).
Con: Sylwia Janowicz-Dobrowolska, Izabela Maria Wilczewska y Krzysztof Bitdorf.
Guión, dirección y música: Adam Frankiewicz.
Madrid, Sala Réplika.


En los múltiples intentos de aproximación del teatro a la figura de Don Quijote de los que tenemos constancia se ha prestado atención, como no podía ser de otra manera, a su condición de paranoico y se han destacado una y otra vez las ocasiones más celebradas en las que su desbocada imaginación enferma trasmutaba la realidad para adaptarla a sus deseos; cómo veía gigantes donde sólo había molinos de viento, o ejércitos donde rebaños, o el mismísimo yelmo de Mambrino donde sólo había una humilde bacía de barbero. En definitiva se trataba de meras paráfrasis o lecturas, en algunos casos inspiradas e ingeniosas, de episodios conocidos por cualquier lector de la obra cervantina. En el montaje de la compañía polaca Bialostocki Teatr Lalek que hemos visto anteanoche en la sala Réplika lo episódico pasa a un segundo plano. Alejados de cualquier tentación mimética construyen un universo autónomo de imágenes que por lo angustioso y desasosegante pudieran muy bien, eso sí, representar un viaje alucinatorio al interior de la locura que animaba los despropósitos de nuestro buen Alonso Quijano y su obsesión por poner permanentemente en cuestión lo real; o, tal vez, un viaje por los recovecos del proceso mismo de la escritura, como sugiere la imagen informe de esa máquina de escribir ensamblada a un complicado artilugio mecánico de ruedas, engranajes y pedales que parece activarse sólo al dictado de una nueva lógica extrañamente inhumana.

En esta ocasión, el efecto desrealizador de la marioneta coadyuva de manera definitiva a la creación de la fantasía: la tiranía de la nueva racionalidad caprichosa y absurda de un mundo tecnificado y gobernado por autómatas, negador de la experiencia subjetiva, que trata en vano de sobrevivir en las imágenes fugaces del rostro femenino de Dulcinea que apenas se insinúa, proyectado como un negativo fotográfico, para desvanecerse enseguida denunciando su condición de quimera, de desvarío o de creación efímera de una imaginación impotente; o en la patética la imagen enteca de un Quijote de alambre haciendo sus cabriolas y peleándose con sus propios fantasmas.

De clara inspiración vanguardista el montaje es tributario del simbolismo onírico de la pintura de Magritte, en ese simulacro de figuras humanas que manipulan los resortes del engendro mecánico, pero también de la fascinación por los objetos imposibles -los ready made- de Duchamp y de la celebración del maquinismo por parte de los futuristas, por no hablar de ese genial artista plástico, performer y apóstol de la experimentación formalista que fue Tadeusz Kantor, cuya huella es bien visible en la puesta en escena.

Es corriente al hablar de las poéticas de las Vanguardias caracterizarlas como movimientos efímeros, cada uno de los cuales fue dando paso al siguiente en una suerte de carrera desenfrenada que perseguía la innovación a toda costa durante aquellos deslumbrantes años de la época de entreguerras. Este montaje desmiente esa apreciación, reafirma, contrariamente, la vigencia de aquél impulso renovador en algunos reductos de la creación artística, en este caso, el teatro de títeres, cuando se dispone del suficiente talento y empeño para perseverar en la búsqueda y ensanchar las fronteras de la teatralidad. Quizá sea este el único camino para, como pretendía Lorca con su teatro último, sacudir la conciencia aletargada del público -“el dragón de los bostezos-, una conciencia viciada por la práctica generalizada del drama burgués de su tiempo y del nuestro.

Gordon Craig.

Teatro Réplika. Teatro nacional de Títeres de Bialystok (Polonia).

Gordon Craig en el Diario de Alcalá.

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