martes, febrero 27, 2007

TEATRO: Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen. “Convulsivo discurso de la sinrazón".

“Un enemigo del pueblo” de Henrik Ibsen . Dirección de Gerardo Vera y versión de Juan Mayorga.

El domingo pasado algo un poco fuera de lo normal nos dio la bienvenida en la entrada del Teatro Valle Inclán de Madrid. Una gran muchedumbre esperaba su turno para entrar en la sala, y como en las grandes ocasiones, algo que yo hacía mucho tiempo que no presenciaba, un gran ambiente reinaba antes del comienzo de la función. Los rumores previos de que el montaje estaba teniendo una gran expectación y que había bastantes problemas para adquirir localidades se estaban tornando como ciertos: allí había muchas personas y estaban agotadas las entradas para varias semanas.
Ante tal recibimiento, digamos que ya entras en el teatro como predispuesto a presenciar un gran acontecimiento, un montaje de altura con un texto universal de fondo. Pues de nuevo tengo que reconocer que esos buenos augurios iniciales se colmaron.

Yo no voy a quitar protagonismo al gran Gordon Craig, que ilustrará y os regalará en unas semanas su crónica sobre el montaje de Gerardo Vera, pero a lo que si estoy obligado es a dejar constancia y compartir con vosotros unas pequeñas pinceladas de las buenas sensaciones que me produjo la versión de Juan Mayorga de “Un enemigo del pueblo” el otro día.

Sin más dilaciones vayamos a lo serio, al conflicto que desencadena “Un enemigo del pueblo”. El texto de Ibsen, y correcto es reconocer la versión de Juan Mayorga sobre la que se sustenta este montaje, plantea a través de la figura del doctor Stockmann, uno de los protagonistas del drama, la problemática del riesgo de que las democracias degeneren en demagogia e hipocresía apoyándose en mayorías superfluas, y de la indefensión y el escarnio que tiene que sufrir cualquier persona, aún con la razón a su favor, que lucha por la verdad y va contra corriente. La puesta en escena de Vera y Mayorga también pone en evidencia el papel de esas mayorías que manipuladas pueden seguir a un descerebrado (como Hitler) que les dirige hacia el desastre, porque no se paran un momento a reflexionar sobre lo que sucede y a sacar sus propias conclusiones en vez de seguir en masa al eslogan de turno que pasa de boca en boca a ritmo de un silbato dirigido por unos pocos poderosos. El pitido de este silbato muchas veces es amplificado por los medio de comunicación, que se mueven, y cada vez más, guiados por el poder y el dinero. Tampoco me querría olvidar del nuevo papel del héroe en nuestros días, que el propio Mayorga lo identifica como: “el héroe más valeroso no es el encarna a la comunidad, sino el que es capaz de enfrentarse a ella [...] porque la razón siempre está en minoría”. 

Ante tal alubión de información el público se queda anonadado, casi sin respiración, y buena parte de los asistentes del otro día lo vivieron en sus propias carnes sentados en una butaca; ante la caída del telón y el comienzo de los entusiastas aplausos, pasaron unos segundos eternos, como si el respetable no hubiera todavía despertado del estado de “shock” al que le había infringido el doctor Stockmann y el texto de Ibsen. Y esto sucede porque la obra es lo suficientemente incómoda, para que gran parte del público se vea reflejado en alguna de las situaciones a las que se enfrenta el doctor, y porque nuestra sociedad, con la que convivimos cada día nosotros, se parece como una gota de agua a la descrita por Ibsen. 

Y ante tal cúmulo de aciertos del director y del autor de la versión actual no queda más que rendirse en elogios y darles las gracias por atreverse a plantear una problemática como esta en unos momentos tan convulsos y llenos de sinrazón como los que se viven actualmente en nuestro país. 

jueves, febrero 22, 2007

DIEZ LÍNEAS A PIE DE MAR.

[Hace ya un tiempo, un par de meses, unas cuantas semanas, pedí a un buen amigo, recién llegado de Costa Rica, que en unas cuantas líneas me describiera lo que en ese pequeño país centroamericano había descubierto, había sentido, había vivido. Ya pasado un tiempo prudencial de espera había desesperado y creía que la proposición había terminado en nada. Pero no fue así, para deleite de todos, hoy a buena hora llegó un mensaje para mi con unas hermosas líneas que exhalan frescura, sentimiento y alegría. No voy a añadir nada más, os dejo con el aire que vino de Costa Rica, y no para pasar y no volver, sino para quedarse, en su corazón, y en parte del nuestro. Gracias.]

Díez líneas a pie de mar.

Recuerdo que mi ojo se perdió, una vez, en el horizonte del Caribe, frente al océano. Varios días antes cuando aterrizamos cogimos un todoterreno siguiendo la Interamericana arriba y los bosques espesos, la catarata y su cráter, los puentes sobre las ramas, las caídas libres en cables, la sierra de Talamanca, los rápidos de los ríos, las copas de los árboles azotados por monos, el río de Tortuguero y otras aguas termales, el rugir del Atlántico de noche, los corales, el todoterreno y sus pistas, la supervivencia de las tortugas, los perezosos, las playas del Caribe, los bancos de peces, Parque Jurásico, el chino de Cahuita, los casados, el gallo pinto, Manuel Antonio y su arena de playa pacífica. Y de noche el volcán durmió exhalando un tórrido aliento. Seguimos Interamericana abajo con las habitaciones compartidas, Internet, la humedad, los paseos en barco, la pequeña tortuga que alcanzó la eternidad del mar, el cabreo de mi hermano, el puesto de policía, el miedo al océano, el “esnorquel”, las camas de Tinas Cabinas, las risas en la comida, la fruta al desayunar, el cansancio de conducir, el cabreo por decir, la ilusión de un atardecer y la rutina en el stress, todas fueron experiencias de un camino, cruzando el mar. Los cantos y sonidos del Bosque Nubloso seguirán anidando entre las rizadas lianas de mi pelo y no se me van a escapar. Un mes después quedamos un domingo de otoño por una Latina de primavera parte de esta tripulación. En nosotros persiste un poso de recuerdos de pura vida, de vivencias. La sonrisa nos invadió todo ese día. Lo malo se lo llevó el mar.


MACA

viernes, febrero 16, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Antígona. "El deber moral frente a las leyes del estado".

De Sófocles.
Con: Clara Segura, Pep Cruz, Pau Miró, Babou Cham, Marcia Cisteró, Enric Serra Y Xavier Serrano.
Dirección: Oriol Broggi.
Madrid. Teatro de la Abadía. 10 de febrero de 2007

Antígona conserva toda la sobriedad y la grandeza de la tragedia esquilea, y aunque sus personajes están aún sumidos en una atmósfera entre religiosa, mítica y legendaria, ya se han humanizado, son responsables de sus propias decisiones y arrostran conscientemente las consecuencias de sus actos. De ahí su modernidad, o mejor dicho, su intemporalidad, porque los conflictos que afligen a los personajes no han perdido la capacidad de interpelarnos, en tanto que seres humanos, a nosotros, espectadores del presente, desde la lejanía del tiempo.

Muerto Edipo, sus dos hijos Eteocles y Polinices pelean por el trono de Tebas pereciendo ambos en combate. El cetro de la ciudad recae en Creonte, su tío, quien promulga que, al segundo, acusado de traición, le sean negados el entierro y los honores fúnebres, decretando solemnemente la pena de muerte para quien se atreva a contravenir sus órdenes. El destino querrá que sea su propia sobrina, Antígona, hermana de Polinices, quien desobedezca sus ordenes e incurra en las iras del tirano. Pese a las sensatas reconvenciones de su propio hijo Hemón, prometido de Antígona, Creonte no da su brazo a torcer; interpreta la clemencia como un signo de debilidad y fragua un castigo ejemplar para fortalecer su autoridad en su recién estrenado mandato. Las consecuencias, como puede imaginarse, son calamitosas para toda la familia y Creonte tendrá que cargar con ellas el resto de sus días.

Hay, pues, en esta hermosa tragedia dos poderosas fuerzas enfrentadas: el rigor de las leyes de los hombres, de cuyo cumplimiento depende la supervivencia del estado –pues “no hay mayor desgracia que la anarquía”, dirá Creonte- y las “leyes no escritas de los dioses” por las que lucha y sufre Antígona y que en su formulación pura y simple no son sino normas éticas, concretadas en esta ocasión en el deber de enterrar a los muertos. Y hay una protagonista absoluta, la joven Antígona, a la vez símbolo de la virtud y de la piedad, de la insumisión contra la tiranía, y de la fortaleza para arrostrar las consecuencias que acarrea el mantenerse fiel a unos principios.

El montaje es sobrio, despojado, como corresponde a la sencillez argumental, a la precisa delimitación de los personajes y al rápido avance de la acción dramática; el planteamiento general del espectáculo (espacio y movimiento escénicos, contención en la actuación, control riguroso de las emociones, etc.) parece coherente. No hay resto de las ciclópeas murallas del palacio de Tebas, en su lugar, un estrecho corredor enarenado, flanqueado a ambos lados por las gradas de espectadores que simulan la asamblea de ancianos. Esta disposición del espacio tiene la virtud de acercar los actores al público y conferir a este un mayor protagonismo, pero nos condena casi de continuo a una visión de los actores de perfil, con lo que se pierde gran parte de su expresión facial, y algunas de sus palabras. Por lo demás, el tono un tanto frío y despersonalizado, narrativo, del coro, contamina a veces a los protagonistas, que se nos antojan distantes, embutidos en inverosímiles kimonos y en una atmósfera edulcorada por el punteo de las guitarras y por la serena sombra de dos olivos centenarios. No son estas las áridas planicies de la campiña tebana, por donde corren los perros salvajes con jirones del cuerpo muerto de Polinices o el sordo rumor de las aves carroñeras sobrevolando sobre su cadáver putrefacto, sino los dulces amaneceres del mediterráneo, que suavizan con su efecto balsámico una tragedia de tintes sangrientos.

Hasta donde se me alcanza, creo que Oriol Broggi ha sido respetuoso con el texto pulsando sobre todo la fibra humana de los personajes, encarnados por unos actores que cumplen su papel dignamente pero que emocionan en contadas ocasiones: el llanto que se resiste brotar de los ojos de Eurídice (Marcia Cisteró) cuando le comunican la muerte de su hijo; el estallido de cólera del orgulloso Creonte (Pep Cruz); la tensa diatriba de Memón (Babou Cham) contra su padre en su fracasado intento por hacerle rectificar; y sobre todo, el valor y la grandeza de ánimo que derrocha Antígona (Clara Segura) al enfrentarse a Creonte, y su desconsolado lamento ante la perspectiva de verse enterrada en vida sin haber gozado de los placeres del himeneo.
Un trabajo, en fin, bien hecho y, sobre todo, una oportuna lección ética, en momentos en los que la expresión “cumplir con el deber” no parece estar precisamente muy de moda, y en los que imperan una moral blandengue y acomodaticia y un cierto desistimiento frente al poder altanero y arbitrario del estado.

Gordon Craig.
13-II-2007.

miércoles, febrero 14, 2007

14 DE FEBRERO, DÍA DE LOS ENAMORADOS.

Hoy día de los enamorados regalemos besos y abrazos, y caricias y miradas cómplices, y cojamos de la mano a nuestras parejas... Y dejémonos, por una vez, de regalos insípidos e inútiles que la mayoría de las veces terminan en el fondo de un cajón.

Y tampoco olvidemos en día tan señalado a nuestros mayores y a nuestras familias, padres y hermanos, que también son seres queridos y necesitan de nuestro afecto.

domingo, febrero 11, 2007

BLOGUER@S. Carta abierta a la Mujer Tirita.

Querida Nu

Antes de nada quería decirte que no te tomes a mal estas letras, las escribo con todo el afecto que sabes que te tengo desde hace ya unos cuantos años. También me he decido a enviarte esta misiva porque tras la lectura de tu “post”
energías renovables, algo dentro me ha dicho que te tenía que dedicar esta carta.

Vayamos por partes…

Eduardo Mendoza es un gran escritor, tiene algunas novelas como: “La verdad sobre el caso Savolta” o “Sin noticias de Gurb” que denotan que es un gran narrador, pero luego tiene textos menores y sin menospreciar a nadie, sus últimos trabajos dejan mucho que desear. Quizás su obra, más bien sus últimas novelas, sean el reflejo de sus palabras, las que tú citas en tu “articulito”.

Quizás el señor Mendoza ya lo ha escrito todo (que me perdone si no es así) y prefiera el retiro; siempre hay saber decir adiós y es digna de todo elogio esa sabia decisión.

El no saber de que escribir, el síndrome del folio en blanco, es algo que sucede, muchas veces, pero se supera, te lo aseguro. Y se cura escribiendo una y otra vez, y tirando muchas malas líneas al cubo de la basura.

Yo te sigo desde que empezaste y creo que has logrado comunicar, mucha gente te sigue a diario y te necesita al otro lado. Tus “posts” hacen sentir cosas, y muchas personas, lectores anónimos te siguen porque mientras a la Mujer Tirita se le ve el hilillo del tanga cuando va al taller a llevar su Ibiza y señala al mecánico dentro del motor lo que cree que le sucede a su coche, muchos ojos detrás de una pantalla se sienten mejor viéndose reflejados en tus textos llenos de ironía, frescura y buen humor.

También me gustaría decirte que compartir la cotidianidad personal de cada uno con los demás, como tú haces semana tras semana, hace que uno mismo se sienta arropado y un poco liberado de la dura carga del vivir hoy en día en una sociedad tan agresiva y poco comunicativa, como la que compartimos a diario.

La valentía para afrontar la vida a cara de perro, el conocerse a uno mismo y sentirse a gusto consigo, tal cual uno es, es complicado de llevar para mucha gente, que prefiere prepararse su “matrix” personal y esconderse tras esa careta irreal. Tú, cada día “muestras tus pánicos, tus vergüenzas, tus vísceras”, y tu forma de ser, y eso, lo creas o no, anima a mucha gente a dejarse los complejos en casa y a intentar conocerse un poquito más, con arrojo y sin vergüenza.

Te animo a seguir. Sinceramente.

Coda. Y te propongo un pequeño reto voluntario. Aunque suene muy feo llamémoslo en principio “ejercicio”. Quizás te pueda servir para encontrar algo de aire fresco y abandonar la idea de dejar de escribir. Escríbeme una carta a la semana, o a los quince días, que trate sobre lo que quieras y que la extensión también sea libre. Yo contesto y tú contestas, en plan tormenta de ideas y aunque pueda parecer un poco surrealista, al menos puede ser gracioso. Cuando te aburras o me pase a mi lo mismo lo dejamos y tan amigos.
Ya me dirás.

Besos.

Doc.

domingo, febrero 04, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?. "Náufrago en un mar de ginebra y de tristeza".

De Alfonso Sastre.
Con: Chete Lera, Zutoia Alarcia, Camilo Rodríguez.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Madrid. Teatro Auditorio Adolfo Marsillach.

El título de la obra que comentamos rememora uno de los más bellos poemas elegiacos compuestos por Poe en memoria de su jovencísima mujer, Virginia, que la tuberculosis le arrebató con apenas 23 años, y cuya pérdida dejó una profunda herida en el alma del poeta. En sí mismo el poema constituye una fatídica premonición del abandono, la profunda tristeza y la desesperación que debieron colmar los últimas y penosas horas de vida de este desdichado escritor.

Como en otras ocasiones (Kant, Miguel Servet) la biografía funciona como referente de la ficción teatral cuyo intenso dramatismo emana en este caso de la concentración temporal. Mediante una hábil mezcla de acontecimientos del presente con recuerdos y con alucinaciones, toda una vida de luces y sombras se hace patente ante nuestros ojos en unos pocos días, el lapso de tiempo que va desde la madrugada del 27 de septiembre de 1849 en que Poe coge el barco cerca de Richmond, Virginia, hasta que lo encuentran en estado calamitoso en las calles de Baltimore, su traslado al hospital Washinton College, su muerte, y su entierro en la más absoluta soledad el 8 de octubre por la mañana. Las horas marcan de manera inapelable este peregrinaje fatídico por calles y tabernas hasta su encuentro último y definitivo con sus recuerdos y con el alcohol que le llevará al deilirium tremens y a la muerte.

La obra se estructura siguiendo un orden lineal en un total de XXI actos breves, que corresponden a otras tantos encuentros de Eddy con sucesivos personajes: Elmira, su novia de juventud que le despide en Richmond, Billy, el empleado de la consigna en la estación, el cantinero, Barbarroja -el marino borracho de la taberna del “Ciprés Rojo”-, el mendigo, Jimmy, que luego resulta se un enfermo escapado de un frenopático, etc. Y a lo largo de esos fugaces encuentros, a la vez que hace avanzar la acción dramática, Sastre se las ingenia para ir aportando datos biográficos de Poe, en la medida justa para que podamos reconstruir aquellos episodios de su vida pasada que son absolutamente necesarios para comprender su situación actual.

Pérez de la Fuente ha sabido entender el intenso dramatismo que la historia encierra, así como la atmósfera de misterio y pesadilla, mezcla inextricable de realidad y alucinación, que envuelve a los personajes y traducirlo a imágenes vívidas de fuerte carga expresionista que se resuelven, a veces, en un ceremonial sacro o demoníaco: el amanecer brumoso en los muelles, el ritual de la bebida y el aire viciado de las tabernas, la cháchara estúpida de los candidatos, el torbellino de la fiesta electoral o el frío glacial de la morgue. Obviamente nada de esta decrepitud, nada de esta desgarradora soledad, nada de ese infinito desamparo se podría transmitir sin el concurso de una espléndida labor de los actores. Zutoia Alarcia y Camilo Rodríguez, que se desdoblan, con varia fortuna, en una multiplicidad de personajes ocasionales, pero sobre todo el protagonista, Chete Lera, en una antológica recreación de un Poe crepuscular y maltrecho que se enfrenta, con las menguadas armas de una débil voluntad y un último resto de dignidad, al designio trágico de una existencia de penalidades sin cuento. El personaje incorpora muchos de los rasgos de la fisonomía del escritor que han recogido sus biógrafos: un aspecto atildado con una larga y sedosa cabellera; su continente apuesto, su palidez, su profunda mirada inquisitiva y su hablar lento y pausado que contrasta con la jerga popular y el hablar atropellado del resto de los personajes. Modula, asimismo, magistralmente, los cambiantes estados de ánimo del personaje, sus escasos momentos esperanzados, los instantes en los que le embarga la emoción de un recuerdo agradable, o aquellos otros en los que le atenaza el dolor físico, en los que le reclaman sus personajes literarios o en los que le torturan sus visiones del horror.

Excepción hecha del montaje de EOLO Teatro, en la temporada 94/95, cuatro años después de ser escrita la obra, y al parecer, en un dominio geográfico muy restringido del País Vasco, esta obra de Sastre no había subido a las tablas, por lo que el de anoche puede considerarse casi un estreno absoluto y, de nuevo, en un teatro de la periferia de Madrid, sin el respaldo institucional que se merece un autor de tan altas cualidades estéticas y de tan insobornable actitud ética. Una ocasión perdida, de nuevo, para mostrar el reconocimiento debido a la destacada trayectoria de nuestro eximio dramaturgo, sin duda uno de los más destacados de la segunda mitad del siglo XX.

Gordon Craig.

VIDA URBANA. La chica del Chupa Chups.

Me costó mucho tiempo olvidar el primer encuentro, la primera mirada furtiva que me ofreció sin complejos la chica del Chupa Chups. La escena se desarrolló en una heladería. Yo tenía mi cucurucho en la mano y entre grandes chupetones intentaba que la bola superior no terminara en el suelo. Una inocente criatura que no levantaba ni medio metro del suelo me miraba sin parpadear y entre dientes mascullaba algunas palabras. No alcanzaba a entender lo que quería decirme el pequeño hasta que su hermano mayor me sacó de dudas y me dijo que lo que me estaba intentando decir era que si no le daba un poco. No pude por más que soltar una gran carcajada y acariciar la cabecita del crío.

Mientras levantaba la cabeza y me disponía a abandonar la heladería, dejando atrás a los pequeños dilucidando que sabor de helado pedir y como convencer a sus padres de que les compraran el tamaño más grande, mi rostro se cruzó con el de ella. Sus ojos negros se clavaron en los míos, hacía tiempo que me observaban, no puedo asegurar cuanto, pero la firmeza con la que se mantenían enfrente de los míos y la valentía de su persuasivo gesto no podían significar otra cosa. Bajé la mirada unos segundos mientras avanzaba hacía la salida y cuando me encontraba frente a ella, a unos escasos centímetros de su cara, le ofrecí mis ojos y una inmensa sonrisa. Ella seguía mirándome sin reparo alguno, y la mínima distancia corporal que ahora nos separaba no le ofrecía ningún tipo de sonrojo. Me devolvió una sonrisa cálida y cariñosa al cruzarnos y cuando yo ya estaba en la calle, fuera de la heladería, no se volvió. Lo sé porque yo si lo hice.

Pasaron unos minutos eternos desde que salí de la heladería, haciéndome mil y una preguntas yo sólo para mis adentros sobre la misteriosa chiquilla que con tan sólo una mirada me había puesto en alerta en unos segundos, mientras el helado empezaba ya a chorrear por mis manos, la bocina de un coche oscuro me sobresaltó y me hizo volver a la vida real al instante, estaba cruzando la calle sin mirar fuera de ningún paso de peatones. La carcajada de mis amigos fue unánime y estruendosa.

Yo y mis colegas nos dirigíamos hacia una playa con un nombre muy andaluz, pero que he olvidado por completo. Los Planetas, los inmortales trovadores granadinos, nos iban a deleitar con uno de su inolvidables conciertos. Más grupos de la escena del pop independiente español formaban parte del cartel para aquella noche, pero a nosotros los que nos interesaban de verás eran Jota y su banda.

Los Planetas empezaban a calentar motores y Jota dirigía algunas palabras de agradecimiento a un público enfervorizado y entregado que había realizado muchos kilómetros para verlos en directo, pero yo todavía tenía la cabeza en otro sitio: la inquietante mirada de unos ojos negros que me fulminaron en unos segundos. Cuando sucede algo así hay que reaccionar al instante y coger la indirecta al vuelo. Así de fácil y de complicada a la vez es la solución. Aún con esas, todavía esperaba encontrarme con ella entre la muchedumbre de jóvenes que me rodeaba.

El destino quiso que hubiera una segunda oportunidad y ella apareció cuando “La caja del Diablo” nos estaba llevando hacia el éxtasis. Se acercó a mi, sigilosa y cauta y cuando estuvo bien cerca me volvió a mirar a los ojos y me susurró al oido hola. No hubo contestación. La besé con fuerza, como queriéndome desquitar del desliz anterior en la heladería. Mi lengua invadió el territorio de la suya y la saliva de ambos se convirtió en un lubricante mágico común. No se cuanto tiempo nos estuvimos besando, pero en un momento dado ella separó sus labios de los míos, me cogió de la mano y me llevó hacia la arena, hacia la orilla del mar. El runrún eterno de las olas del Mediterráneo nos acompañó mientras ambos gozábamos el uno del otro. Ella cerró los ojos unos instantes interminables de placer mientras su respiración se aceleraba y me permitió unos segundos de descanso, de satisfacción, y por primara vez fui consciente de que ella era real. Permanecimos abrazados hasta el amanecer, su cabecita apoyada en mi pecho y nuestros brazos entrelazados sobre su regazo.

Nunca olvidaré sus ojos, ni su mirada, ni su forma de besar. Tampoco aquel gracioso Chupa Chups verde fluorescente en miniatura que colgaba de su cuello a modo de amuleto. No puedo asegurar si en la heladería lo llevaba, supongo que si, porque quedé eclipsado por sus dos pupilas ardientes y el mundo se redujo a esas dos carbones incandescentes que no parpadeaban.

No hubo intercambio de teléfonos, ni tan siquiera un beso de despedida.

Adiós chica Chupa Chups. Hasta siempre.

viernes, febrero 02, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Las visitas deberían estar prohibidas por el código penal. "El humor inofensivo, tierno y absurdo de Mihura".

Espectáculo sobre textos de Miguel Mihura.
Dramaturgia: Ignacio del Moral y Ernesto Caballero.
Con: Natalia Hernández, Susana Hernández, María Jesús Llorente, David Lorente, Juan A. Lumbreras, Jorge Martín, Nerea Moreno, Carles Moreu, Rosa Savoini, Nathalie Seseña, Juan Carlos Talavera y Pepe Viyuela.
Dirección: Ernesto Caballero.
Madrid. Teatro María Guerrero. 23 de enero de 2007

Cual nuevo rey Midas de la escena, Ernesto Caballero parece tener el don de convertir en teatro todo lo que toca. Y esta vez le ha tocado el turno a Miguel Mihura, que a buen seguro estará dando saltos de alegría allá donde esté, al ver como sus criaturas han tomado de nuevo la escena, con todos los honores, y bajo el todopoderoso patrocinio del mismísimo Centro Dramático Nacional. Y aunque un olvido de años no puede repararse con dos o tres montajes, como los de Pérez Puig y Mara Recatero (con ocasión de la conmemoración del centenario de la muerte del autor), y ahora este de Ernesto Caballero, al menos se repara un tanto el agravio y se facilita a los más jóvenes el acceso a la obra del que fuera uno de los más representativos dramaturgos españoles de posguerra.

Y si con respecto a los montajes de Tres sombreros de copa y Melocotón en almíbar, a los que he aludido arriba, podríamos tener alguna reserva, este que comentamos satisface por entero nuestras expectativas y nos revela el peculiar universo poético de Mihura, intuido apenas -por los profanos- a través de la lectura de sus textos. Un universo que muestra como ingredientes destacados su inconformismo y su beligerancia contra el provincianismo, contra el tópico y contra toda una serie de convenciones sociales como la hipocresía, la pedantería o la vulgaridad que atenazan al individuo y le impiden ser feliz; un universo, que incorpora, asimismo, las armas del autor para combatir tales convenciones: su asombrosa imaginación creadora, la ternura, el lirismo y sobre todo el humor, un humor limpio de intenciones, inofensivo, -como dijera el mismo Mihura-, basado en los diálogos carentes de lógica, en los juegos de palabras y en la asociación de situaciones inverosímiles y absurdas.

Y tal es, en efecto, el principio organizador del material dramático: una concatenación de situaciones delirantes, de escenas a cual más pintorescas, desquiciantes y divertidas, autónomas en apariencia, pero que vienen a ensamblarse magistralmente y a formar un todo coherente mediante el sencillo expediente de reunir a sus protagonistas en una improbable cita con su destino de personajes de ficción; una cita con el autor que habrá de sacarlos del limbo de la indefinición y proporcionarles una identidad. Y hay que aplaudir el espléndido trabajo de dramaturgia y de dirección, la lectura atenta de los textos y el profundo conocimiento de la carpintería teatral que posibilitan el feliz reencuentro con las criaturas de Mihura convertido en un convincente ejercicio pirandeliano que destila una honda reflexión metateatral.

El mérito, empero, de un espectáculo tan sugestivo y grácil -podríamos decir- hay que repartirlo por igual entre el resto de integrantes del equipo. Ikerme Jiménez responsable de un vestuario de época sencillo y funcional, José Luis Raimond que firma una escenografía minimalista y naif iluminada impecablemente por Gómez Cornejo para crear un espacio un tanto irreal, hasta onírico, a veces, pero a la vez sobrio, casi desnudo de elementos que pudieran entorpecer la libertad de movimientos de los actores y restar protagonismo a su presencia física. Ellos son por lo demás, los artífices en última instancia del milagro; enseñorean la escena ora asumiendo el protagonismo coyuntural de un esquetch, de un monólogo, de un número de baile, ora manteniéndose en segundo plano pero respondiendo a los estímulos que provienen del lugar en el que se desarrolla la acción principal. Permanentemente en acción, asumiendo con encomiable disciplina el rol correspondiente al tipo genérico que les ha caído en suerte: “Nuestra señora de los calditos”, una “finolis”, la “lírica”, la “moderna”, el “bombero”, etc., pero a su vez saliéndose de su papel para desdoblarse en otros personajes distintos hasta completar la abigarrada y multiforme fauna de figuras de ficción que poblaron la fecunda imaginación de nuestro dramaturgo. Es como si el teatro, la teatralidad en estado puro, brotara una y otra vez sobre el escenario en forma de diálogos deslumbrantes, frases ingeniosas, poses individuales o cuadros colectivos de una extraordinaria belleza plástica en un alarde permanente de sutileza que hace las delicias del respetable.

Gordon Craig.
24-I-2007.