lunes, enero 30, 2017

1000 razones para no dejar de leer. El negro del Narcissus de Joseph Conrad.

"Detener, por un instante, las manos ocupadas en los trabajos prácticos de la tierra, y obligar a hombres fascinados por la visión de metas distantes a contemplar por un momento el espectáculo de forma y color, del sol y sombra que los rodea; hacerlos detenerse el tiempo de una mirada, de un suspiro, de una sonrisa; tal es la finalidad, difícil y evanescente, y que poquísimos pueden alcanzar. Pero a veces los merecedores y los afortunados logran incluso realizar esa tarea. Y, cuando eso se logra. ¡prodigio!- toda la verdad sobre la vida está allí: un momento de visión, un suspiro, una sonrisa... y el retorno a un reposo eterno".

Prefacio a El negro del Narcissus de Joseph Conrad.

viernes, enero 27, 2017

TEATRO. A house in Asia. "No easy day".

De: Agrupacion Señor Serrano.
Creación: Alex Serrano, Pau Palacios y Ferran Dordal.
Con: Ferran Dordal, Vicenç Viaplana y Alberto Barberá.
Project Manager: Barbara Bloin.
Voces: James Phillips y Joe Lewis.
Videocreación: Jordi Soler.
Maquetas: Nuria Manzano.
Diseño de sonido y banda sonora: Roger Costa Vendrell.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 21 de enero de 2017.



Uno viene de escuchar el discurso de la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos Donald Trump, con su insistencia en el “American first” y le parece que este espectáculo hubiera sido creado ex profeso para poner el contrapunto a esa manifestación multitudinaria -que no unánime- de adhesión a los principios rectores de una presidencia que se postula como defensora de las esencias y los valores políticos y religiosos de la llamada “América profunda”.

A house in Asia, se inspira en el libro No easy day, la autobiografía del Navy Seal Mark Owen, integrante del grupo de fuerzas especiales de la armada que participó en el planeamiento y en la ejecución de la operación “Gerónimo” cuyo objetivo era capturar vivo o muerto a Osama Bin Laden como represalia por el atentado de las Torres Gemelas. El título, remite precisamente a la casa en Abbottabad, al oeste de Paquistán, donde residió sus últimos días Bin Laden, y a la copia exacta de la misma que las fuerzas especiales recrearon en una base militar de Carolina del Norte y que sirvió para su entrenamiento previo a la operación.

Pero sobre ese telón de fondo se teje una tupida red de referencias históricas relativas al enfrentamiento milenario de Occidente con el Islam (las Cruzadas incluidas, o las luchas del papado contra el imperio Otomano) y sobre la conquista del Oeste que no siempre escapan a una interpretación simplista de los hechos históricos y, por qué no decirlo, un tanto maniquea, solapando imágenes de las batallas de los cruzados contra el infiel con planos de la carga de la caballería ligera contra los Apaches. En ese coctel de imágenes, de pugna entre buenos y malos, Bin Laden no sale mejor parado, llegando a ser identificado -en ese imaginario colectivo de los EEUU que la obra caricaturiza- como la mismísima ballena blanca de Moby Dick a la que persigue con saña y ferocidad inusitadas el capitán Ahab.

El impacto visual de las imágenes es innegable, empero, y sugerente la evocación de la heróica del legendario “cowboy”, presente hoy apenas en el atuendo de los míticos vaqueros y el sombrero tejano y en las desgarradas baladas de la música country; disfraz, quizá, tras el que oculta sus dudas y temores el soldado de hoy, que celebra el éxito de una misión tomándose unas cervezas con sus compañeros de armas en un concurrido bar de carretera en una remota región de Illinois o de Missouri.

La puesta en escena se sirve simultáneamente de múltiples lenguajes y medios de expresión: música, video, juegos de sombras, etc., sin excluir la palabra de un narrador, en inglés, que contextualiza las imágenes y aporta reflexiones en voz alta del protagonista. Imágenes proyectadas sobre la pantalla del fondo que provienen de películas, o que son generadas directamente por ordenador o por los propios ejecutantes, grabando con minicámaras una serie de figuras y objetos ad hoc (maquetas, recortables, soldaditos de plástico y rótulos minúsculos de cartón preparados de antemano y dispuestos sobre una plataforma) todo ello en tiempo real. Un montaje multidisciplinar, en suma, concebido como una suerte de videoperformance o “Live Art”; una poética escénica de la que los aficionados de Guadalajara que vimos “Zoomwooz” de nuestro paisano Andrés Beladíez (en abril de 2013) ya teníamos algunos atisbos.

La presencia física de los manipuladores, ocasionales actores en poses estereotipadas, hace del conjunto una experiencia real y del escenario y la sala un espacio-tiempo compartido por todos los presentes, testigos y copartícipes del proceso mismo de generación de un espacio virtual a partir de un espacio real, concreto, objetual, constituido por la materialidad de los manipuladores y sus minúsculos objetos y artefactos.

Gordon Craig.


Teatro de la Abadía. A house in Asia.

domingo, enero 22, 2017

TEATRO. Un busto al cuerpo.


de Ernesto Caballero.
Con: Carmen Machi, Susana Hernández, Raquel Cordero.
Iluminación: Miguel Angel Camacho.
Dirección: Ernesto Caballero.
Teatro Moderno, Guadalajara. Año 1999.



            Noche de estreno en el Teatro Moderno. No es para envanecerse, pero suena bien. Hay un público muy fiel en Guadalajara, heterogéneo, joven en su mayor parte, que acude con asiduidad al teatro y que se merece de vez en cuando alguna alegría, disfrutar del ritual, de la magia y del glamour que destila el acontecimiento siempre extraordinario de un estreno absoluto. El ronroneo de los más allegados: invitaciones, sonrisas, saludos, parabienes; nervios, carreras, conversaciones subidas de tono. Expectación entre los incondicionales y buen ambiente general, contacto casi físico del público en el exiguo vestíbulo del teatro, hecho a la medida, no obstante, de este íntimo ceremonial. Además Ernesto Caballero había despertado un gran interés. El que fue encasillado como "joven dramaturgo", (en los manuales de teatro de los noventa), ha pasado -sin dejar de ser joven- a la madurez artística y nos ha deparado en las dos últimas temporadas sendos éxitos de crítica y público que le afianzan como un autor consagrado y representativo de la escena teatral contemporánea. Nos referimos a ¡Santiago(de Cuba) y cierra España!, año 1998 y a María Sarmiento, obra que vimos aquí mismo, en el Moderno, con ocasión de la campaña de teatro de la Junta "Escenarios de Primavera-99" a mediados del año que ahora termina.

            Dos valores sobresalen, a mi juicio en este dramaturgo, su extraordinaria capacidad de penetración para comprender el mundo que le circunda y sus no menos sobresalientes dotes para la escritura. Escritor de singularísima inspiración, de verbo fácil  y de una vasta cultura literaria, Ernesto Caballero es capaz de cultivar los más variados registros y de ponerlos al servicio del agudo análisis de la realidad que reflejan sus obras. Ya sea la realidad histórica, como en ¡Santiago (de Cuba) y cierra España!, donde reproduce con igual maestría la jerga grandilocuente y huera del cacique de turno que el lenguaje  coloquial de unas mulatas mambises; ya sea la realidad artística, com en María Sarmiento, parodiando con singular finura el manantial claro y desgarrado del verbo lorquiano; ya sea la realidad social más rabiosamente actual, como hace en la obra que reseñamos, parodiando igual la petulante e inflada retórica posmoderna de nuestra clase profesoral que el solipsismo autista de nuestros adolescentes.

En Un busto al cuerpo trata de hincarle el diente a un problema que en la actualidad ha cobrado unas dimensiones insospechadas: la obsesión por la imagen corporal. Tres mujeres protagonizan la obra. Tres mujeres representantes de tres generaciones distintas: Cristina-madre, Cristina-hija y Cristina-amiga-común (en lo sucesivo CM, CH y CAC, para abreviar). CAC no sabe si quiere hacerse un implante para aumentar el volumen del busto. CM quiere impedírselo a toda costa en contra del criterio de CH quien es del parecer de que cada uno puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana. Este mínimo esquema de partida se va complicando con una serie interminable de peripecias que brinda a nuestras amigas la oportunidad de quererse, de odiarse, de soportarse, de ignorarse, de engañarse, de todo, menos de comunicarse, para terminar reconciliándose y, a lo que parece, reencontrarse con su feminidad perdida y ofrecérnosla  con un mohín de ingenua complicidad en forma de tentadora manzana. Tras la cara amable de la risa, descubrimos a tres seres de carne y hueso, tres mujeres de nuestro tiempo que buscan desesperadamente su identidad; cada una desde su posición social, de madre, de hija, de amiga; desde sus deseos, desde sus dudas, desde sus convicciones; luchando contra sus propias contradicciones, combatiendo como buenamente pueden contra la influencia letal de la TV ("que lobotomiza los cerebros de los teleadictos"), contra los convencionalismos sociales, las modas, el machismo, el feminismo, la disneymanía y sus modelos asexuados, contra la blandenguería , en fin, y el psicologismo de que están contaminadas nuestras relaciones sociales y paternofiliales. 

De estructura caleidoscópica, proteica, la obra se desarrolla mediante la yuxtaposición de cuadros sucesivos cuya juntura no siempre está garantizada, echándose de menos una trama mejor definida que anude los múltiples episodios y que haga avanzar la acción dramática en una dirección más definida. Con la comicidad sustentada en gran medida en la sutileza de los diálogos y en el ritmo trepidante con que se intercambian ideas, argumentos, impertinencias o pequeñas maldades, da la impresión, a veces, de que la búsqueda de la frase ingeniosa se convierte en un fin en sí mismo ahogando el flujo espontáneo de las emociones. Quizá una toma de distancia respecto a los acontecimientos narrados, sea imprescindible para conseguir el efecto artístico; quizá, digo, no se; una mediación temporal, o de cualquier otra naturaleza que ayude al autor a "enfriar" la relación con su referente cultural inmediato, a mirar desde una cierta perspectiva. La contrapartida, obviamente, son unos personajes, que bajo un aspecto caricaturesco, nos seducen, por su proximidad, por su ternura y calor humano.

Lo que vimos la otra noche en el Moderno todavía se parece más a un ensayo general que a un estreno. Aún no se ha dado con el tono justo de muchas réplicas; probablemente sea necesario un pequeño rodaje para contrastar la respuesta del público a los diversos estímulos y a la multitud de sutiles alusiones que la obra contiene para ajustar las pausas y acertar con el ritmo del espectáculo. El movimiento de los actores resulta a veces un tanto errático y no parece integrarse del todo con el espacio escénico. Es difícil integrar un lugar tan indefinido y polivalente, de funcionalidad innegable, por otra parte, -mobiliario de diseño: metacrilato herido por una luz fría y cambiante cuyos destellos contribuyen a materializar el espejismo y el vacío-. Las actrices salieron bien paradas del trance. Ya se sabe, la veteranía es un grado. Y van a dar mucho más juego en cuanto cojan el pulso a la obra. 

Gordon Craig.
 

sábado, enero 21, 2017

jueves, enero 19, 2017

1000 Razones para no dejar de leer. Paolo Sorrentino sobre el espectador que busca para sus películas.

David Simon, creador de The Wire, dijo: ¡qué se joda el espectador medio! Decí­a que él filma para alguien dispuesto a seguirle a fondo. ¿Estás de acuerdo? Me parece muy interesante. El espectador a veces resulta muy obvio, del montón, cuando comenta lo que ha visto con conclusiones banales. Al no poder controlar al público, yo trato de satisfacer a un único espectador: yo mismo.

Entrevista completa a Paolo Sorrentino.

jueves, enero 12, 2017

TEATRO. Jardiel, un escritor de ida y vuelta. "El humor exquisito, inofensivo y absurdo de Jardiel".

Espectáculo creado a partir de la obra de Enrique Jardiel Poncela.
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Con: Chema Adeva, Felipe Andrés, Raquel Cordero, Paco Déniz, Jacobo Dicenta, Luis Flor, Carmen Gutiérrez, Paco Ochoa, Paloma Paso Jardiel, Lucía Quintana, Cayetana Recio, Macarena Sanz, Juan Carlos Talavera y Pepa Zaragoza.
Escenografía: Paco Azorín.
Iluminación: Ion Aníbal.
Vestuario: Juan Sebastián Domínguez.
Madrid. Teatro María Guerrero. Hasta el 12 de febrero de 2017.



Hay una corriente subterránea que vivifica toda la producción novelística y teatral de Jardiel Poncela; una corriente temática que se nutre de dos fuentes de inspiración: el amor y la mujer. Dos fuentes que brotan al unísono porque en realidad son tributarias de un único manantial: su atribulada biografía erótico-amorosa. Y hay, asimismo, una buena dosis de pesimismo y tristeza; la decepción del escritor incomprendido y la amargura del ciudadano injustamente señalado por el dedo acusador por sus supuestas simpatías políticas en una etapa tan crucial como la de la posguerra española.

De todo ello da cuenta este espléndido montaje de Ernesto Caballero que amplía el núcleo central de la trama de Un marido de ida y vuelta, obra que sirve de base al espectáculo, con un prólogo y unos entreactos de cosecha propia en los que se hace aparecer al propio Jardiel, que regresa de la tumba para ajustar cuentas con sus coetáneos, “imitadores” y críticos de todo pelaje, para rememorar las penalidades del final de sus días y para hacer un acto de contrición por sus errores de antaño.

Y el caso es que no podría haberse elegido mejor título que éste para esa labor de reconstrucción arqueológica del pasado, pues al igual que el espectro de Pepe -el protagonista de la pieza-, regresa dos años después de muerto para reclamar para sí a Leticia, el amor de su vida, ¿a quién le podrá extrañar que regrese a los escenarios el mismísimo Jardiel en carne y hueso para justificar sus opciones en la vida y en el arte, para exorcizar sus demonios interiores y para dialogar con sus actores, con sus personajes, incluso, e instruirles sobre su verdadera naturaleza de criaturas de ficción?

Como ya hiciera con Mihura en 2007 (en Las visitas deberían estar prohibidas por el código penal), Ernesto Caballero nos deleita ahora con una afinadísima incursión en el universo vital y creativo de Jardiel; un universo que muestra como ingredientes destacados su inconformismo y su beligerancia contra el tópico y contra toda una serie de convenciones sociales y artísticas. En su punto de mira sitúa la hipocresía, la pedantería o la vulgaridad que atenazan al individuo y le impiden ser feliz; pero también la astracanada, el chiste facilón o el recurso abusivo a las fórmulas lingüísticas costumbristas y al habla popular a las que opone un humor limpio de intenciones, inofensivo, frugal, basado en la concatenación de situaciones inverosímiles y absurdas, en la paradoja, en los juegos de palabras y en unos diálogos sin lógica aparente fruto de su declarado antirrealismo y de su asombrosa imaginación creadora.

El resultado es un deslumbrante ejercicio teatral cuyo mérito hay que repartir a partes iguales entre todos los responsables del montaje. Empezando por la dirección escénica y por los actores que sin excepción derrochan talento y sutileza para dar con el tono adecuado en cada momento para que la exquisita comicidad jardielesca y su fina ironía se revelen en toda su pureza, modulando la intencionalidad paródica de cada escena, alumbrando personajes que no caen nunca en la caricatura y subrayando con sus ademanes gestos y actitudes el contraste –y este es otro de los rasgos del humor de Jardiel- entre lo inverosímil, lo inesperado o pintoresco de muchas situaciones y el talante de ingenuidad, de despreocupación, de naturalidad con el que sus protagonistas las asumen.

Cabe destacar también la imaginativa escenografía de Paco Azorín que, inspirado tal vez en las acotaciones del propio Jardiel para su Eloísa está debajo de un almendro, reproduce a escala natural y con todo detalle la platea y los dos primeros pisos de palcos del teatro, imagen especular de la propia sala que produce en el espectador un raro efecto desrealizador. Y lo mismo cabría decir de la iluminación, y de los efectos especiales y del cuidado y elegante vestuario: una impecable recreación del atuendo habitual de los miembros de una clase acomodada y diletante -incluido el suntuoso y variado muestrario de disfraces de la escena del carnaval- que coadyuva a crear ese ambiente de distinción entre cosmopolita, frívolo y despreocupado en que se desenvuelven los personajes. Un ambiente y una atmósfera que parecen escapar a cualquier época o contexto histórico concretos para inscribirse en el reino intemporal de las fantasías poéticas.

Desde ese punto de vista -y sin demérito del resto del elenco, como queda dicho-, hay que quitarse el sombrero ante una Lucía Quintana en estado de gracia que en el papel de Leticia deslumbra literalmente con sus elegantes trajes de noche o luciendo su elegantísimo disfraz de Cleopatra. Su espectacular fondo de armario y el donaire con el que pasea sus trajes y enseñorea la escena desataría la envidia de más de una fémina de las asiduas a las portadas del papel couché.

Un espectáculo, en fin, de extraordinaria factura técnica, divertido, desenfadado y de una rara belleza plástica que encandiló al variopinto público, familiar en su mayoría, no asiduo a las salas de teatro, que jalonó el desarrollo de la representación con continuas carcajadas y prorrumpió en un cerrado y sostenido aplauso a la caída del telón.

Gordon Craig.

CDN. Jardiel, un escritor de ida y vuelta.

martes, enero 03, 2017

FOTOGRAFÍA. Pequeñas fotografías. Suances, Cantabria.

Pequeñas fotografías. Canon G7X.


Apartamentos. Suances.

TEATRO. Dreamsdances de Lindsay Kemp.

Lindsay Kemp Company.
Director : Lindsay Kemp.
Intérpretes : Lindsay Kemp, Nuria Moreno, Marco Berriel, François Testory y Fernando Solano.
Iluminación :John Spradbery.
Teatro Albéniz, Madrid. Año 1999.






Cuando la temporada teatral va camino de su culminación la cartelera madrileña mantiene todavía buen pulso y se renueva sin cesar con espectáculos de gran pujanza. Es el caso del Teatro Albéniz, que ofrece -sólo por unos días-, Dreamdances, montaje recopilatorio de una buena parte de los momentos álgidos de la dilatada carrera teatral de la Lindsay Kemp Company, un grupo de culto para muchos aficionados y que no se prodiga en nuestros escenarios.

Tras sus grandes producciones como Salomé, Sueño de una noche de verano, Nijinsky, Isadora Duncan, o Flowers (que vimos en España a finales de los setenta), con las que ha obtenido reconocimiento internacional, Lindsay Kemp nos devuelve con este montaje a la esencia de su concepción del arte teatral, a un teatro que se nutre de la música, de la danza, del mimo, de la luz y del color ; que sin ser ninguna de estas cosas en particular lo es todas a la vez y las supera en una síntesis creativa de sorprendente originalidad

Menos contundente y provocador que la mayoría de sus espectáculos anteriores Dreamdances nos retrotrae al mundo del sueño y de la fantasía, al de los símbolos primordiales de nuestra imaginación y de nuestra memoria, al lugar donde se funden los recuerdos individuales de pasadas experiencias vitales o artísticas (la danza, la música, la literatura, ...) con el imaginario colectivo. Porque el arte de Lindsay Kemp es por encima de todo el arte de la sugerencia y se sustenta sobre el tremendo potencial evocador de sus imágenes ; imágenes sin palabras, de una belleza plástica etérea e inmarcesible aunque no por ello menos perturbadora.

La obra se estructura como una sucesión de cuadros combinados de manera un tanto azarosa, como los torbellinos de recuerdos que se agolpan desordenadamente en nuestra mente en las noches de insomnio, formando un retablo mágico cuya coherencia y sentido de unidad se mantienen, no obstante, merced a la permanencia de unos motivos constantes : soledad, decadencia, muerte, locura, frustración ; el lado oscuro de la vida y del arte, en definitiva ; y gracias, también, a la atmósfera de irrealidad y de pesadilla que destilan el vestuario, el maquillaje y unos mínimos elementos escenográficos sometidos a la violencia sugeridora de la luz.

Todos los “movimientos” de esta sinfonía de luz y de sombras son igualmente inspirados y muestra el mismo grado de perfección formal pero algunos nos conmueven con mayor virulencia ; por ejemplo el Réquiem para Antonio Saliery que nos muestra la desesperación de este músico, ya anciano, carcomido por la envidia que no puede, empero, sustraerse a la atracción arrebatadora de la música de Mozart ; o la intensa pena que transmite la imagen rota y desolada de una bailarina coja (Nuria Moreno) tratando de interpretar El Cisne de Camile de Saint-Saëns ; o la evocación del manicomio donde el bailarín ruso Vaslav Nijisky pasó los últimos años de su vida, acosado por el recuerdo de sus éxitos pasados y por el tormento de su locura, en un escenario fantasmagórico que a ratos nos recordaba la imagen de aquellas bolitas de cristal que nos regalaban cuando niños con un paisaje nevado en su interior, que al agitarse, ponían en movimiento una infinitud de diminutas partículas.

Un espectáculo, en fin, que aunque despojado de la palabra -o quizá por eso-, constituye un verdadero disfrute para los sentidos. Así los supo reconocer el público que al final de la representación aplaudió con un inusitado entusiasmo.

Gordon Craig.