martes, septiembre 29, 2015

1000 razones para no dejar de leer. Juan Mayorga: "el teatro piensa y da que pensar".

"El teatro es un arte extraordinariamente acogedor. Piensa y da que pensar. Tiene la capacidad de presentar ante el espectador problemas para los que el filósofo todavía no tiene palabras.".

Entrevista a Juan Mayorga, dramaturgo, en El Español.

Lee aquí la entrevista completa.

lunes, septiembre 28, 2015

TEATRO.El arquitecto y el emperador de Asiria. "Ceremonial grotesco".

Con: Fernando Albizu y Alberto Jiménez.
Dirección: Corina Fiorillo.
Madrid.Naves del Español. Sala Max Aub.



Todavía recuerdo el impacto de Oye Patria mi aflicción. La imagen indeleble de una soberbia Aurora Bautísta/Agustina de Aragón, parapetada tras la cureña y con la antorcha en la mano a punto de prenderle fuego a la mecha del cañón, entre las ruinas de un destartalado castillo, sola frente al enemigo, como metáfora de la heroica defensa del solar patrio cuyas esencias se desmoronan ante el ímpetu del invasor.

Eran otros tiempos, quizá por el año 1976 o 1977, cuando Arrabal era casi un proscrito en España y cuando sus obras, por su carácter trasgresor, podían constituir un peligro para un régimen tambaleante. El halo de enfant terrible del autor y el sesgo provocador y hasta sacrílego de esas obras han quedado diluidos por la distancia y por el nuevo contexto social, de modo que revisitar hoy tales obras de los años cincuenta o sesenta corre el riesgo de convertirse en un mero ejercicio de antropología que, a lo peor, minimiza su potencial subversivo reduciéndolas a lo que tienen de ceremonial grotesco.

Nos movemos casi estrictamente en un plano metafórico, en el que desde los propios personajes hasta el lugar de la acción, la isla desierta, -como la de Robinson o la de Próspero-, pasando por multitud de alusiones, situaciones y escenas, como la del juicio inquisitorial del Emperador por el brutal asesinato de su madre, han de ser interpretados en clave simbólica. Dos únicos personajes, el Emperador y su pupilo -¿partenaire?, ¿criado? ¿alter ego?- divagan interminablemente sobre la voluntad de poder, sobre la culpa, sobre la sexualidad y sus perversiones, sobre sus creencias, miedos y temores ..., sobre su condición de hombres, en suma, hombres en soledad amenazados por los fantasmas del pasado, de una infancia inclemente, resucitando sus odios y rencores e intentando vanamente encontrar consolación en los resquicios de unas creencias o de una cultura maltrechas. ¿Vas a enseñarme por fin la Filosofía? Le espeta, sin éxito, en varias ocasiones el Arquitecto a su mentor.

Dos personajes que juegan a travestirse en otros muchos, a invertir los papeles de amo y criado; que pueden ser madre e hijo o juez y testigo, amigos y enemigos, para quienes lo único insoportable parece ser la soledad y la falta de afecto, enredados en juegos infantiles y simulaciones que pasan de la exaltación a la angustia, de la extrema contención al paroxismo en un discurso trufado de delirios y desvaríos, donde lo blasfemo, la obscenidad, la parodia inclemente o el escarnio tienen su asiento, revelando, convenientemente traspuestos a los personajes, los propios demonios del autor, cuya infancia desgraciada en medio de los rigores de la posguerra y su condición de exiliado, no sólo político, en virtud de su ideología, sino por su desarraigo y por su sistemática marginación por parte del establishment cultural español de la época son bien conocidas.

En un espacio onírico poblado de baúles, muebles y enseres que recuerdan los restos de un naufragio, el Emperador de Asiria (Fernado Albizu) vestido con un ajado albornoz de baño y envuelto en una astrosa toga de lana a modo de manto de armiño, es la patética imagen del poder caído aferrándose a los vagos recuerdos de glorias pretéritas y de cuya majestad supuesta sólo restan como indicios el tono imperioso de su voz, su actitud autoritaria y caprichosa y su corpulencia. Puede ser astuto o apocado; puede parecer angustiado, desvalido o mostrar la ferocidad tonante de un Segismundo. Frente a él el Arquitecto (un desconocido Alberto Jiménez) actúa permanentemente de comparsa, al son que toca su Emperador, secundando su locura y entrando el los juegos pueriles que la insania y el capricho de su mentor le proponen, rivalizando con él en la modulación de los más variados y pintorescos estados de ánimo, moviéndose siempre entre el susurro y el grito, entre el temor y la irreverencia, entre la incoherencia y el disparate de inspiración surrealista.

Gordon Craig.

El arquitecto y el emperador de Asiria. Naves del Español.

miércoles, septiembre 23, 2015

1000 razones para no dejar de leer. Lecciones de literatura de Vladimir Nabokov.

"Al leer uno debe notar y acariciar los detalles. Hay que tener en mente que la obra de arte crea siempre un nuevo mundo, de modo que lo primero que debemos hacer es estudiarlo tan de cerca como sea posible, acercarnos a él como algo por completo nuevo, que no guarda una obvia conexión con los mundos que ya conocemos".

Lecciones de literatura, Vladimir Nabokov.

lunes, septiembre 21, 2015

1000 razones para no dejar de leer. Entrevista a Josef Koudelka en Babelia. "¿Qué es una buena fotografía?"

P. ¿Y qué es una buena foto?

R. Me gustan muy pocas. Para mí se trata de una imagen que cuando la ves no la puedes olvidar, que permite que quienes la miren inventen diferentes historias, que los espectadores proyecten. No se trata de reportajes, sino de una única imagen que se te queda dentro. Tampoco creo que haya grandes fotógrafos sino grandes fotografías, que son un tipo de milagro, algo que ocurre muy pocas veces.

Lee aquí la entrevista completa.

FOTOGRAFÍA. Pequeñas fotografías. "Últimos retoques".

Pequeñas fotografías. Nokia Lumia 800. Lente Carl Zeiss Tessar, 8 mpx.


miércoles, septiembre 16, 2015

TEATRO. Canícula. "Todos somos hermanos. Crónica del resentimiento".

De Lola Blasco.
Con: Eva Trancón, Nerea Moreno, Rulo Pardo, Antonio Gómez, Juan Antonio Lumbreras y Joshean Mauleon.
Dirección: Vicente Colomar.
Madrid. Sala Cuarta Pared.




Uno acoge cada nueva temporada con el optimismo entusiasta del aficionado neófito y a las primeras de cambio advierte ese exasperante cosquilleo de desazón asociado irremediablemente a la sensación de lo déjà vu, de lo ya visto en otras ocasiones, quizá bajo diferente ropaje formal o estético, pero siempre con similar intencionalidad testimonial. Hablamos de Canícula, la pieza de Lola Blasco que se repone ahora en la Cuarta Pared, que con ligeras variantes de intensidad y de emoción -y con innegables destellos de genuino talento para la escritura- reproduce el mismo patrón jocoserio de drama-denuncia que a duras penas consigue soslayar los límites del alegato (¿desahogo?) generacional inserto en el contexto de una furibunda crítica social, familiar e ideológica genérica de la España actual. Bueno, quizá no esté de más, de vez en cuando, algún aldabonazo de esta naturaleza para sacudir las conciencias que se tornan más y más acomodaticias, pero a lo peor, como ocurre con los antibióticos, el abuso de esta fórmula genérica disminuye su efectividad y más que estimular inhibe la creación de anticuerpos.

El subtítulo de la pieza: Evangelio apócrifo de una familia, de un país, ya da una idea de esa perspectiva generalizadora, totalizadora, a la que aludíamos arriba y a su vez, de su inscripción en el terreno pantanoso de la “superestructura” ideológica y de creencias en la que como en un puré de guisantes chapotean nuestros protagonistas comandados, de un lado por esa suerte de Mesías redivivo, profeta de la igualdad y de la fraternidad universales (“mierda comunista” según El hermano mayor), a cuyo prendimiento, calvario, sacrificio y resurrección vamos a asistir a lo largo de la obra, y de otro por ese primogénito, atrabiliario y carca y portador de las esencias de una derecha ultramontana y cavernaria de brazo en alto (¡Qué miedo! ¡Temblad nostálgicos del franquismo!) secundado por el resto de hermanos y hermanas de una familia marcada, como tantas, -¿cómo todas?- por la envidia, el odio y el resentimiento y por el estigma de un hijo, que como Greogorio Samsa se despierta una mañana, o emerge de la cama hospitalaria donde yace aquejado de un “ligero malestar”, que para el caso es lo mismo, convertido en un bicho raro, en la voz caótica, contradictoria y vehemente de la conciencia.

Entre ambiguas y equívocas referencias neotestamentarias salpimentadas con multitud de pintorescas digresiones sobre lo divino y lo humano –nunca mejor dicho-, desde astronomía básica hasta otras menos edificantes sobre la actividad muscular posmorten, el racismo, el parto o los experimentos del Ángel de la Muerte, los personajes, tres hermanos y dos hermanas gemelas van descubriendo sus secretos y su historia aciaga llena de odio, de mentiras y de resentimiento. Sobre todo de resentimiento y frustración de la madre neurótica enterrada en un psiquiátrico; de envidia y de una irrefrenable pulsión cainita entre los hermanos.

Un relato apocalíptico, en fin, de una España profunda que nos remite al claroscuro solanesco, a las pinturas negras de goya, a puerto Urraco o a los recientes crímenes de Cuenca, difuminado muchas veces por la caricatura y lo grotesco; servido, eso sí, por un abnegado y solvente trabajo de los actores que se entregan en cuerpo y alma a poner en pié esta desmesurada, bufonesca y tétrica pesadilla.

Gordon Craig.

Sala Cuarta Pared. Canícula.