Este fin de semana, en el suplemento de Viajes del diario El Mundo venía un especial de los trenes más famosos y más turísticos del mundo y sus recorridos. Uno de ellos era el Tren de la Luna en Kenia, que recorría los 500 y pico kilómetros que separan Nairobi de Mombasa en unas 14 horas.
No me sonaba para nada el nombre del Tren de la Luna que recogía el diario, pero este tren para mi siempre será el Lunatic Express. Nunca podré olvidar la noche que pasé en sus entrañas, allá por el mes de febrero en 2005.
La noche comenzó como muchas otras, con unas buenas y bien frías Tusker, una de las mejores cervezas de África, a las que siguieron unos cubatas de Bond 7 con Coca Cola. No recuerdo bien a qué hora vino a recogernos el taxi, pero lo que si recuerdo es que esta vez nuestro chofer era Elvis, llevaba un DVD instalado en el coche y nos martilleó todo el camino hasta la estación con videoclips occidentales a todo volumen.
Al llegar a la estación de Voi, todo cambió, como si hubiéramos retrocedido un par de siglos sin enterarnos. Nos abría las puertas de par en par y nos daba la bienvenida un edificio sacado del siglo diecinueve, con bancos destartalados, ventiladores, y paneles de madera dónde se indicaban los destinos y las horas. Tardamos una media hora en tramitar los billetes en una desvencijada oficina dónde el funcionario de los Ferrocarriles Keniatas nos entendía a medias o nosotros le comprendíamos tan poco como él a nosotros. Al fin tuvimos los billetes en la mano: íbamos a compartir un coche cama: cuatro literas en cada compartimento.
Todavía era noche cerrada, sobre las tres y media de la mañana, cuando la sirena y la luz delantera del Lunatic nos sobresaltaron. Tras un estrépito de ruidos y piezas chirriando entre si, el Lunatic se detuvo. Era el momento de subir, pero no había luz, ¿cómo hostias íbamos a encontrar nuestro vagón? No veníamos preparados, sin linternas y con ningún compañero fumador que con su encendedor nos pudiera sacar del aprieto. Al final entramos en un vagón cualquiera y con la luz de nuestros móviles encontramos a duras penas nuestro habitáculo, después de mil y uno “I’m sorry” a otros tantos pasajeros que dormían plácidamente y no esperaban que un occidental medio borracho entrara sin llamar a su compartimento.
Cuando los cuatro ya estábamos en nuestras literas, y el Lunatic ya surcaba la sabana africana del Tsavo National Park guiado por los constantes guiños de las estrellas, de repente y sin avisar alguien entró en nuestro compartimento. Tan fugaz fue su entrada como su salida, en treinta segundos nos explicó que nos dejaba una lámpara de gas por si necesitábamos luz durante el trayecto y se esfumó en la oscuridad de un pasillo estrecho y claustrofóbico que unía los vagones.
Dormimos un par de horas. A las seis de la mañana ya estábamos de pié, amanecía un nuevo día. El momento había llegado: una de las cosas más fascinantes que se pueden presenciar en el Lunatic es la salida del sol desde una de las ventanas del pasillo del vagón. Ves como los primeros rayos solares se dejan ver tímidamente entre la bruma mañanera de la sabana africana, y como poco a poco va ganando altura y la gama cromática de naranjas, rosas y amarillos va cambiando cada segundo delante de tus narices.
Ya sólo nos quedaba pasarnos por el coche cafetería y disfrutar de un buen desayuno. El vagón restaurante también parecía recién sacado del baúl de los recuerdos. Había dos filas de mesas, para cuatro comensales, una a cada lado de las ventanas. Los camareros iban de blanco satén y los cubiertos y resto de utilería de cafetería era de lo más cutre que recuerdo en años. El reportaje del diario el Mundo dice que aún te puedes encontrar con algún cubierto de plata de los tiempos del Uganda Railway, pero a mi no me tocó ninguno, porque si se llega a dar el caso, ese trofeo estaría ahora en un lugar privilegiado de mi estantería.
Sonido de sirenas y de nuevo chirridos. Murmullos por todos los lados, movimientos de pasajeros con equipajes. Destino final: Mombasa, otro pequeño universo por descubrir delante de nuestras narices. Para otro día el final de la historia.
2 comentarios:
Perfecta definición!
Es mi siguiente post, y me has ahorrado escribir un buen trozo de mi viaje en el Lunatic Express... Que para mi comenzó la noche de la fiesta en el Lion Hill...
Siento haberte pisado la idea, pero según lo ví en el periódico, dije algo tengo que escribir...
Tengo un VideoCd de clips keniatas, ya verás cuando lo veas...
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