viernes, enero 19, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Johnny cogió su fusil. "Born in the U. S. A."

Adaptación de Antonio Álamo y Jesús Cracio de la novela homónima de Dalton Trumbo.
Con: Sergio Otegui, Beatriz Bergamín, Ramón Pons, Paca Mencía y Marcos Fernández.
Dirección: Jesús Cracio
Madrid. Sala Cuarta Pared. 13 de enero de 2007



La novela de referencia de la que han partido Antonio Álamo y Jesús Cracio para realizar la versión que ahora presenta “Fundiciones Teatrales C” es un truculento alegato antibelicista que se dio a conocer al gran público por la espléndida adaptación al cine que de la misma hiciera en el año 1971 el propio Dalton Trumbo con Luis Buñuel de coguionista.

Se trata del estremecedor relato de la convalecencia hospitalaria de un joven de tan sólo veinte años, combatiente de la Segunda Guerra, mundial que vuelve del frente de batalla convertido en un verdadero despojo humano. Como consecuencia de sus gravísimas heridas le han sido amputados brazos, piernas, cara e incluso parte de los lóbulos frontales del cerebro, por lo que los médicos que le atienden consideran imposible que el paciente muestre la más mínima actividad cerebral consciente. Pronto una voz en off, que reproduce el pensamiento del propio Johnny, nos alerta de que el diagnóstico del médico era erróneo, y de que un resto de consciencia bulle en algún lugar del cerebro dañado del muchacho arrojando destellos de luz en la impenetrable noche en que se halla sumida su mente. Progresivamente y de manera caótica se van superponiendo las imágenes del horror presente -la constatación de que le faltan sus miembros, su boca, la vista, el oído-, con luminosas imágenes de su pasado feliz con Kareen, con las de las atroces pesadillas que le atormentan y con desesperantes reflexiones acerca de la inutilidad y de la barbarie de la guerra. La comprensión y el trato dulce y cariñoso de una de las enfermeras que le cuida le permite descubrir momentáneamente placeres olvidados, salir de su incomunicación y entrar en contacto con la realidad exterior. Pero pronto sus esperanzas se ven frustradas, tras angustiados y no atendidos mensajes de petición de ayuda cae en la más absoluta desesperación y reclama que acaben con su “vida”.

Hay, nos parece, un planteamiento escénico adecuado a la complejidad del contenido. El espacio aparece dividido en dos partes, que corresponden a un antes y un después de la fatídica explosión: un primer plano que representa la habitación de hospital con la cama en la que yace lo que queda de Johnny y un segundo plano sobreelevado en el que se desarrollan algunas escenas de la vida anterior del protagonista, sirviendo la gasa que los separa como pantalla de proyección de las confusas imágenes que pueblan su mente. El desdoblamiento del personaje es asimismo útil para el desarrollo de la acción que de otro modo resultaría monótona, pero además, porque permite al espectador percibir vivo y operante durante toda la representación el contraste entre la vitalidad, el entusiasmo, las ganas de vivir, en suma, del joven Johnny y el muñón sanguinolento del soldado Bonham que se adivina tras los vendajes. Beatriz Bergamín (Kareen/ la enfermera nueva) muestra los únicos vestigios de ternura y Sergio Otegui (Johnny vivo) nos proporciona los momentos de mayor intensidad dramática: la promesa de felicidad, la dulzura de los recuerdos, pero sobre todo la tragedia terrible de una vida truncada justo en sus inicios, el desvalimiento absoluto de un ser condenado a una existencia estéril, en estado cuasi vegetativo, desposeído hasta de las facultades humanas más elementales. E incapaz de encontrar justificación alguna para lo sucedido.

El montaje, empero, tiene sus puntos débiles. La contextualización tan precisa del horror (con imágenes reconocibles de Apocalipse Now: helicópteros, bombardeos con NAPALM, música de fondo de Springsteen o de Metallica, contrapuesta a la de los Beach Boys) hace demasiado evidente un antiamericanismo trasnochado y no ayuda nada a conjurar un cierto tufo de maniqueísmo que se cierne también sobre ciertos juicios demasiado simplistas en torno al problema de la libertad. Asimismo, el discurrir de Johnny sobre su horrible peripecia o sus reflexiones de fondo sobre la legitimidad de la guerra están a un tris de convertirse en un insufrible y patético sermón cuando se abandona la perspectiva del monólogo interior y se opta por convertir al público en interlocutor directo de las elucubraciones del personaje. Apelar a Mickey Mouse y a Betsie, en fin, resulta un tanto impúdico, su presencia distrae innecesariamente la atención del espectador, rebaja la tensión dramática y trivializa el mensaje.
Gordon Craig.
15-I-2007.

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