miércoles, febrero 01, 2012

TEATRO. El tiempo y los Conway. "Seguros por el mundo".

Con: Luisa Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Martínez.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.


El argumento de El tiempo y los Conway casi podría tildarse de convencional: el declive y desmoronamiento de una familia acomodada en una ciudad de provincias durante el periodo de entre guerras motivado por la ruina económica, moral y afectiva de sus miembros bajo la férula de una madre viuda, dominante y aferrada a sus prejuicios de clase. Y sin embargo, merced a la meticulosa articulación de la trama y al penetrante análisis de la psicología de los personajes el autor consigue conjurar el tópico y construir una pieza brillante. Si a ello unimos el innegable talento de Pérez de la Fuente para la dirección de actores y su pericia como creador de atmósferas, el resultado puede calificarse sin ambages de excepcional.




El tiempo y los Conway es quizá la mejor de una serie de obras dedicadas a reflexionar sobre el tiempo escritas por el autor. Tiene la novedad de que el desenlace, si puede decirse así, se lleva al segundo acto, de forma que el espectador puede relativizar el contenido de todo el tercer acto (el final de la fiesta de celebración del cumpleaños de Kay iniciada en el primero) y advertir con toda nitidez cuan impredecible puede ser el futuro y cuan fútiles e inestables pueden ser nuestros deseos y nuestras ilusiones. Cada detalle vivido como al paso por los personajes durante este acto, sin darle la menor importancia, cada gesto, cada actitud (el menosprecio de la familia hacia el advenedizo Ernest, el flirteo de la señora Conway con Gerald, cortando cualquier intento de aproximación de éste hacia su hija Madge, o el despecho de Alan, enamorado de Joan, al constatar la inclinación de la joven por su hermano Robin), tiene el valor de una auténtica revelación para el espectador que conoce de antemano sus terribles consecuencias. Y contemplamos a estos personajes desvalidos, inermes ante los caprichosos vaivenes del destino, que nos contagian su desasosiego, y comprendemos a Alan intentando aferrarse a una sola idea consoladora, la expresada en los versos de Blake que le recita a su hermana:

“El hombre fue creado para la alegría y el dolor
   que están firmemente entretejidos.
   Y cuando llegamos a saberlo de verdad,
   podemos ir seguros por el mundo”.

La ambientación y la puesta en escena como ya he dicho son espléndidas. No se limitan a establecer los contrastes exigibles para marcar el lapso de tiempo de veinte años que separan los actos primero y tercero del segundo. Pérez de la Fuente trasciende el costumbrismo inherente a la acción incorporando elementos de contenido simbólico, en los espejos-relojes, o en la luz, cálida y brillante en el primero y tercer acto subrayando el optimismo y la alegría desbordante de las jóvenes; una luz que se torna fría, espectral, casi fantasmagórica en el segundo, acentuando la sensación de pesadilla; o la progresiva y casi imperceptible inclinación de los paneles del decorado como metáfora del hundimiento, de la descomposición de los fundamentos que habían mantenido unida a la familia, pero también del ambiente opresivo marcado por el carácter de la madre, la presencia del padre ausente o el dolor por la prematura muerte de Carol.

En el movimiento escénico y en la disposición de los actores, en las entradas y salidas, en el ritmo, en cada cruce de miradas, en cada detalle, se ve la mano sabia del director que no parece dejar nada al azar. Multitud de hallazgos expresivos dan muestra también de la sintonía del director con los actores y del buen hacer de estos, sin excepciones, en un trabajo que por momentos alcanza altísimas cotas de calidad artística. Todo ello al servicio de un argumento complejo que es un compendio de emociones y sentimientos contrapuestos: de ilusiones y alegría, de sueños y esperanzas, pero también, de tristeza, de frustración y de resentimiento, y de la más negra sensación de fracaso.

Un espectáculo, en fin, imprescindible, que pone en evidencia que se puede ver buen teatro en los llamados circuitos comerciales promovido por la iniciativa privada y que no hace falta halagar al espectador con propuestas facilonas para convocarle a las salas; que los espectadores, por último, agradecemos que se nos trate como adultos y no como a niños a los que se puede engatusar con fruslerías.

Gordon Craig.

Gordon Craig Diario de Alcalá.

El tiempo y los Conway en los Teatros del Canal.

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