jueves, enero 17, 2013

TEATRO. Si supiera cantar, me salvaría. El crítico. "La verdad y sus máscaras".


De: Juan Mayorga.
Con: Juanjo Puigcorbé y Pere Ponce.
Dirección: Juan José Afonso.
Madrid. Teatro Marquina. 10 de enero de 2013.




Si hay un tema que, como una corriente subterránea, recorre toda la obra de Juan
Mayorga y fecunda su escritura es el tema de la impostura. Para muchos de sus personajes
la búsqueda de la verdad, su salvaguarda frente a la mentira es una exigencia insoslayable.
Abel, un personaje de Más ceniza, una de sus primeras obras, está obsesionado por la
falsedad hasta el punto de pensar que faltar a la verdad acaba anulando la propia identidad.
“La mentira es la muerte.” “El que miente, ¿dónde vive? ¿En que cuerpo?”, llega a decirle
a la Mujer. En otras ocasiones se nos induce a una reflexión sobre la verdad mostrando
las múltiples artimañas de que se sirven los personajes para soslayarla, para suavizarla
con lenitivos, para tergiversarla o para manipularla en su beneficio; recuérdese, como
ejemplo, la mascarada urdida por el comandante del campo de exterminio en Himmelweg
para engañar al representante de la Cruz Roja e instrumentalizar sus testimonios con fines
propagandísticos. Y los ejemplos podrían multiplicarse.

La obra que hoy nos ocupa no es una excepción. El tenso cruce de argumentos y
reproches que mantienen los personajes está impulsado también por ese mismo imperativo
ético: encontrar la verdad del teatro y, por extensión, que escritor y crítico se puedan
desembarazar de las sucesivas máscaras que ocultan el verdadero sentido de sus vidas.
El encuentro tiene lugar en casa de Volodia, el crítico, la misma noche del estreno, a
donde acude Scarpa, el escritor, para brindar por el éxito de su obra (“Quince minutos
de aplausos, el público puesto en pié ...”). Pero lo que parece una visita de cortesía
se transforma de inmediato en un enconado duelo dialéctico que termina por poner al
descubierto a dos seres solitarios y menesterosos que se han estado buscando el uno al otro
a través de sus escritos sin llegar a confesarlo hasta este momento crucial y definitivo de
sus vidas.

Se trata de una obra de texto en la que todo el protagonismo es para la palabra.
Densa, enjundiosa y con reflexiones de calado sobre ambas, la función de la escritura y
la función de la crítica, que a buen seguro no van a dejar indiferentes ni a críticos ni a
autores de teatro. La acción transcurre en tiempo real y a un ritmo endiablado, saltando
permanentemente de uno a otro de los dos planos, por así decirlo, en los que se estructura
la narración y sin que parezca que ninguno de los contendientes quiera dar tregua a su
oponente. Los argumentos se suceden en cascada, a veces mediante largas réplicas que
son auténticos monólogos, lo que añade mayor dificultad al trabajo de los actores ya de
por sí complicado debido a la duplicidad de roles que tienen que adoptar y a su presencia
permanente en escena durante las casi dos agotadoras horas que dura el espectáculo.

Dada esa complejidad y la contundencia de un texto que huye
decididamente de los caminos trillados todavía cabe agradecer más a los responsables del
montaje y a la productora que se hayan tirado a la piscina. El esfuerzo ha merecido la pena
y lo prueba, para empezar, la expectación que ha generado el estreno del espectáculo en
 Madrid después de su etapa de rodaje fuera de la capital. Había tensión en la sala,
impaciencia derivada del interés por ver lo nuevo de un dramaturgo español ya plenamente
consolidado y silencio expectante emanado de la propia intensidad de lo que ocurría en
escena; y esa tensión se proyectó sobre el escenario en forma de un cierto nerviosismo que
supongo disminuirá a medida que el espectáculo se vaya asentando. Porque, y ese es el
primer acierto del montaje, los personajes están en buenas manos. Tanto Pere Ponce, que
ya ha trabajado antes en obras de Mayorga, como Juanjo Puigcorbé son dos actores
experimentados y pletóricos de recursos. Haberlos reunido es un verdadero hallazgo,
porque en ambos casos su fisonomía trabaja a favor del personaje; y además es un lujo para
los aficionados al teatro. Pero más allá del contraste de su apariencia física, la figura
menuda y un tanto desmedrada de Scarpa (Pere Ponce) frente al porte y envergadura de
Volodia (Juanjo Puigcorbé), es sobre todo el proceso psicológico y emotivo el que cuenta.
En guardia, expectante al principio, recién llegado a la “gruta del ogro”, el escritor va
ganando enteros hasta llegar a tomar la iniciativa en lo últimos asaltos. Su mirada
anhelante y su tono quejumbroso, en todo caso, revelan un reducto de amargura, de
inseguridad y un deseo de aprobación narcisista. Cuando se trasmuta en Eric o en Taubes y
teatraliza (en una secuencia memorable) los movimientos, fintas y golpes de un púgil en el
cuadrilátero puede mostrar la destreza y agilidad de un felino. Juanjo Puigcorbé es un
Volodia seguro de sí mismo, correcto, afable y hasta paternalista. Su aplomo deja traslucir,
no obstante, un cierto cansancio y una sensación de derrota ante la futilidad de sus
esfuerzos para hacer de Scarpa el dramaturgo que había soñado. Sentado en su escritorio,
entre montones de libros y de recuerdos, con una pluma en la mano es como una reliquia
del pasado, como el último representante de una raza de seres excepcionales, autónomos e
independientes que todavía consideraba como un elevado quehacer intelectual el ejercicio
de una crítica exigente y severa. Solo altera su semblante y su espíritu la mención de la
mujer que amó y que seguramente sigue amando en secreto.

El inventario de aciertos de este montaje se completa, por un lado, con un trabajo
de dirección solvente que revela los aspectos más ocultos del texto y atiende a las
fluctuaciones de su intensidad dramática, y por otro, con una sugerente escenografía: la
reconstrucción naturalista del estudio-despacho-biblioteca de Volodia cuya atmósfera
crepuscular tan bien se acomoda con el carácter del personaje y que no sé por qué me
recuerda al ambiente decadente y caduco también que impregna la acción de El canto del
cisne de Chejov.


Gordon Craig.


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