domingo, diciembre 04, 2005

VIDA URBANA. Nancy.

El paseo comenzó por el centro, cerca del Museo del Prado. Su nombre era Nancy y llamó mi atención en un semáforo mientras esperaba para cruzar un paso de peatones. Nancy era californiana, hablaba un perfecto castellano, y sus ojos azules tenían un brillo especial, como si se tratara de la mirada de una de las grandes estrellas de Hollywood. Con unos modales exquisitos me preguntó por los horarios del Museo, y que sino me importaba indicarle dónde se encontraban las taquillas.


Yo todavía no había abierto la boca, estaba prendado de sus carnosos labios, y mis ojos se dirigían una y otra vez a un escote prominente y escandalosamente provocador. Al fin, y con el mapa de bolsillo de Nancy entre mis manos, le indiqué la zona del museo dónde podía adquirir las entradas. Hice una marca roja, bien visible.

Mientras los dos cruzábamos el majestuoso Paseo del Prado, con los ardientes vehículos acechando tras un gruesa línea blanca y a la espera de la luz verde que les cediera el paso, se me ocurrió proponerle a Nancy acompañarla hasta las mismas taquillas. Ella dobló la apuesta y me propuso tomar un breve café, si mi tiempo me lo permitía. Tenía que volver a casa a comer, la comida de mi madre, exquisita, me esperaba. Hice una llamada al hogar y degusté un cremoso café en una soleada terraza madrileña, con una californiana enfrente mío.

Nancy era soltera, estudiaba Historia del Arte, y estaba de vacaciones por Europa. Tenía previsto visitar Roma y después París. Hoy era su último día en Madrid. Su familia, de ascendencia argentina, llegó a California en los años 30, y allí instaló una cadena de asadores de carne que eran conocidos en toda la costa oeste. Nancy estaba enamorada del Arte y de la cultura occidental de la Vieja Europa, por esto estaba aquí, para sentirla en vivo y en directo.

Ambos apuramos nuestros cafés. Nancy quería perderse por las salas del Prado, y yo quería arrastrarla hasta las sábanas del hotel más cercano. Pudo más su pasión por Velázquez que mis insinuaciones placenteras del embrujo del sexo mediterráneo. Hubo un beso de despedida, probé sus labios carnosos una única vez, el resto, su cuerpo, su secreto americano, se lo llevó consigo misma para siempre.

Todavía hechizado por la magia de la escena, sorprendido por la perplejidad de la situación vivida, y dando las gracias a la Providencia, regresé a Atocha a pié, a buen ritmo. Enseguida la marabunta del andén me introdujo en un convoy. El tren se puso en marcha, próxima estación, ¿el hogar? ¿Quién lo podría asegurar? Caprichoso Destino.

5 comentarios:

Wendyqueridaluzdemivida dijo...

:)
El novio de Nancy (la muñeca) se llamaba Lucas.

Doctor Brigato dijo...

Perdona bonita pero Lucas ya está adjudicado... ¿jugamos?

Chasky dijo...

Me cachi, supongo que al menos habría pajilla al llegar a casa.
A mi no me ocurren esas cosas, jo.

Wendyqueridaluzdemivida dijo...

La verdad es que la foto que has puesto es para jugar, pero no al parchis, por lo menos a la "goma".
¿Que tal el sábado en la Abádía?

Doctor Brigato dijo...

Por lo menos a la "goma" como tú dices, pero por parejas, que es más divertido.
Lo de La Abadía, próximamente.