lunes, diciembre 26, 2005

VIDA RURAL. ¡Esas otoñales setas!!!

Se trataba de un nuevo día que amanecía entre neblinas y con un rocío que cubría por completo todo el suelo. Era fiesta y serían las ocho de la mañana. El motor del Land Cruiser rompió el silencio de la amanecida. Cauteloso me dirigí a la cañada galiana, todavía desierta, con un zurrón a la espalda y una buena vara de fresno que me ayudaba al caminar.

La pradera se extendía por unos largos kilómetros de un verde que quería romper la monotonía del blanco cegador de la helada nocturna. Las primera sorpresa de la mañana no se hizo esperar mucho tiempo, un corro de unas ocho setitas de cardo se cruzó en mi camino. Todavía recuerdo que una fina capa de hielo cubría por completo su sombrero, marrón, negro pardo.

La mañana se dio bien, el morral iba medio lleno, unos dos kilos de hongos para hacer las delicias de una tarde de setas fritas; con un poco de aceite, una pizca de sal y un sartén bien caliente bastaría. Ya volvía cuando vislumbré a lo lejos una figura humana, otro paseante. La discreción en estos casos es imprescindible y lo más audaz habría sido internarse en el soto bosque para perderme entre las sombras de los fresnos y los olmos. Me pudo más la tentación de añadir alguna otra seta a mi saco.

Hombre chaval, buenos días, ¿qué haces por aquí?, me preguntó el bueno de Guillermo, pastor toda su vida, casado y con tres hijas. Entre media sonrisa le respondí que de paseo. Él se echó a reír, de sobra sabía de dónde venía y qué llevaba en el morral que intentaba esconder entre los pliegues de mi gabán de invierno. Todos sabemos que entre un pescador, un vendedor de leña y un setero hay muchas diferencias, pero lo que todos ellos tienen en común es las mentiras “piadosas” que tienen que decir para darse importancia o para no dar más explicaciones de las debidas.

Guillermo me preguntó que si venía de “las Desillas”, y qué si había visto a alguien por allí. Le contesté que no venía de allí pero que a lo lejos había visto un coche rojo por esa zona. Cambiando de tema, y por si su curiosidad le hacia querer saber algo más de mi “paseo”, le pregunté que qué había puesto en la “porra” del mesón para el “derby” del sábado. Guillermo era del Barcelona, 0-3 me dijo. Yo me eché a reír, era un resultado demasiado abultado, el Madrid jugaba en casa. El domingo me enteré de que se había llevado los sesenta euros del bote.

Ir a coger setas, es un placer de esos que todavía no se pagan con dinero, aparte de darte un buen paseo y respirar aire puro, te llevas algo a casa, un regalo con el que puedes compartir con tu familia o tus amigos una merienda de lujo. Las primeras veces, cuando todavía no sabía diferenciar un pedo de lobo de una senderuela eran frustrantes, pero a fuerza de salir y salir, uno se hace un pequeño experto, y disfruta cada vez que encuentra un ejemplar en condiciones. Es algo difícil de explicar, cuando llegan las primeras lluvias de otoño, algo te recorre de arriba abajo, y cuando empiezas a preparar la mochila y sacas las botas de montaña del fondo del armario, algo sucede, estás ansioso por la infructuosa y precipitada primera salida.

Recuerdo salidas memorables en la lejana y deprimida Molina de Aragón, o las primeras excursiones a por níscalos, que no es lo mismo porque la cantidad de hongos que recoges suele ser inmensa. Pero a pesar de todas estas, recuerdo dos salidas con especial cariño. Una fue con mi abuelo paterno, en junio, totalmente fuera de temporada. Cogimos unos cuatro kilos, fue todo un festín guerrero. ¡Qué risas en medio del monte! Hasta un pastor se acercó oyendo las risotadas. Y el muy, ... vamos un setero en toda regla nos recomendó ir por la parte alta de ladera, que es donde salían las setas según él. Pues nosotros fuimos por la parte de abajo, y vamos si llenamos el talego en un par de horas.

La otra salida que nunca olvidaré, fue cerca de los Pinares del Ducado, en Guadalajara, los que éste verano se quemaron por una imprudencia y por el pasotismo y la ignorancia de unas autoridades que siguen fuera de sitio, pero ocupando su sillón. Era una salida con los amigos de una biblioteca rural al bosque para recolectar unos níscalos y luego por la tarde hacer una buena fritada. Estuvo ella, Merce, y nos hizo la excursión más amena y divertida. Su espíritu sigue allí, estoy seguro, lo presiento. Yo todavía no me he atrevido a volver. Aun así lo sé, está allí.

3 comentarios:

El Ratoncito Pérez dijo...

Ten cuidado, que estás dando pistas a Break Frenill y pronto te deja sin setas.
Habrá que llevarle algún día de excursión a por "cantos rodaos" con trilobites.

Doctor Brigato dijo...

O a por Zorrocotropos, que por nuestra zona abundan...
Cuando queráis...

El Ratoncito Pérez dijo...

Tenemos pendiente una incursión en el camping, con las botellas, a poner unos petardos, ja ja ja.