miércoles, diciembre 21, 2005

TEATRO. En un lugar de Manhattan. "El retablo de maese Boadella".

Dramaturgia de Albert Boadella a partir de textos de El Quijote de Miguel de Cervantes.
Con: Xavier Boada, Xavi Sais, Dolors Teneu, Jesús Angelet, Minnie Marx, Francesc Pérez, Pilar Sáenz, Ramón Fontserè y Pep Vila
Dirección: Albert Boadella.
Madrid, Teatro Albéniz.

De todos los pasajes del Quijote que guardo en la memoria es quizá el relativo al retablo de maese Pedro (capítulo XXVI de la segunda parte), el que mejor cuadra con el planteamiento del espectáculo que, como homenaje a la obra cervantina, representa estos días en Madrid la compañía Els Joglars. Asistía allí nuestro insigne caballero a una función de títeres en la que se rememoraban las hazañas del señor Don Gaiferos para liberar del cautiverio a su esposa Melisendra; enardecido por el ardor guerrero de la narración y presa de un furor repentino la emprende a mandobles contra los moros perseguidores de Gaiferos y Marsilio y viene a dar en el suelo con todo el tinglado del retablillo, justificándose después ante los presentes explicándoles que había creído verdadero lo representado por aquellas figurillas de cartón.



En este nuevo retablo los personajes son actores y actrices de carne y hueso que están ensayando precisamente una versión posmoderna de la novela de Cervantes. La responsable del montaje es Gabriela, una directora excéntrica y vanguardista, un híbrido de Pina Bausch y Bob Wilson que ha convertido la novela cervantina en un furibundo alegato feminista. No tardan en surgir los problemas con el grupo de actores varones, que no se resignan a ser relegados al papel de segundones y tratan de boicotear el ensayo. Para acabar de arreglar las cosas, irrumpen en escena dos internos del psiquiátrico de San Blas, fontaneros por más señas, que vienen a reparar una gotera, y que presa de una singular locura, como la que aquejaba a nuestro eximio caballero andante, se creen Don Alonso y Sancho. El conflicto está servido, alimentado por la rivalidad existente entre el sector masculino y el femenino del elenco y por las bromas de los actores, que recrean teatralmente escenas del Quijote para burlarse de Don Alonso ora siguiéndole la corriente ora ridiculizando sus actitudes trasnochadas y su credo quijotesco.

La acción se resuelve en una trepidante sucesión de escenas que reflejan dos mundos enfrentados: el auténtico de el Quijote y el ficticio, o más bien, el falseado, de su representación escénica, en la que se banaliza el mensaje primitivo y se pervierte el genuino espíritu quijotesco instrumentalizando el texto originario para satisfacer las obsesiones y las fantasías delirantes de una directora frívola y esnob. El resultado es un alambicado juego dramático en el que se vulneran permanentemente los límites entre la realidad y las apariencias y que desemboca en situaciones hilarantes fraguadas con los múltiples recursos de la comicidad bufonesca que tan bien manejan los integrantes de la compañía. Al paso, se parodia a una cierta forma de la creación teatral vanguardista contemporánea y a un buen número de tipos humanos representativos de lo más conspicuo de la fauna carpetovetónica y se ironiza sobre muchos de los tópicos que subyacen a actitudes y comportamientos individuales y colectivos.

La invención, la sorpresa, la invitación al juego; la chanza permanente y el sarcasmo ocasional, que revelan una aguda percepción de la realidad social y política españolas, son las señas de identidad de este divertido espectáculo de Albert Boadella. Y su respeto escrupuloso por el espíritu cervantino, que reverdece en la patética figura del pintoresco fontanero que encarna Don Alonso Quijano y en su pánfilo comparsa Sancho (espléndidos Ramón Fonserè y Pep Vila), enfrentados a los molinos de viento de la falsificación y de la impostura.

Feliz colofón -cuando estábamos ya próximos al hartazgo-, a la plétora de publicaciones, homenajes, exposiciones, mascaradas, cabalgatas, y espectáculos de toda laya, que con varia fortuna pero con no magro dispendio de caudales del erario público –sin pagar por ello el alto precio que pagó el alcalaíno-, se han venido celebrando para conmemorar la efemérides del cuatrocientos aniversario de la publicación del Quijote; una libérrima reescritura del mito, rigurosa y atinada que nos reconcilia con la obra de Cervantes y nos invita a reflexionar sobre la pervivencia de la escala de valores morales del setecientos que dicha obra representa.

Gordon Craig.

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