miércoles, diciembre 14, 2005

TEATRO. Yo Satán. "Vendedores de palabras".

De: Antonio Álamo.
Con: Alfonso Lara, Juan Fernández, Pako Sagarzazu, Ales Furandarena, Ildefonso Tamayo, Ramón Ibarra y Adolfo Fernández.
Dirección: Álvaro Lavín.
Madrid, Teatro Bellas Artes.



Al contrario de lo que ocurre con el cine, donde comúnmente tienen cabida como protagonistas de muchas películas personalidades relevantes de la vida pública del presente o de la historia inmediata, ya sean miembros de la realeza, líderes políticos, religiosos o militares, o bien procedan del ámbito de la creación intelectual o artística, el teatro parece más reacio a enfrentarse a estos personajes, aunque un tratamiento riguroso de los mismos, más allá de los tópicos, de la veneración que suscitan entre los adeptos, o del reconocimiento acrítico de sus supuestas virtudes, tendría un innegable atractivo escénico

Antonio Álamo -con algunos otros autores, como Albert Boadella, o más recientemente, Juan Mayorga- constituye una excepción a la regla. Ha demostrado que no se arredra ante las dificultades y que es capaz de sacudirse el lastre de lo políticamente correcto y de romper el prejuicio de la aparente intangibilidad de la que gozarían ciertas celebridades históricas al llevar a escena a personajes como Hitler, Churchil o Stalin (en Los enfermos). Ahora lo intenta con el mismísimo Santo Padre y algunos miembros del colegio cardenalicio para devolvernos de ellos una imagen no por caricaturizada y esperpéntica menos humana y ornada, en su entorno privado, de debilidades, delirios y pequeñas mezquindades que son ingredientes habituales en el carácter del común de los mortales.

La obra es una versión para teatro de su libro “Nata soy”, y constituye un auténtico “thriller”. El dominico y exorcista español Fray Gaspar de Olivares es reclamado urgentemente al Vaticano por miembros destacados de la Curia para llevar a cabo una investigación secreta sobre la ejecutoria del Santo Padre. Pronto se verá involucrado en una conspiración para asesinarle, pues sus detractores -y aspirantes a sucederle-, alarmados por su comportamiento anómalo, atribuyen lo que no son quizá sino manifestaciones de una incipiente demencia senil al efecto de una posesión del maligno. El conflicto entre el bienintencionado Fray Gaspar y su “fe de carbonero” con la actitud interesada y malévola de los más altos dignatarios eclesiásticos del entorno del Papa, empezando por su secretario personal y terminando por el cardenal Joseph Hacker, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, da lugar a una intriga policiaco-burlesca que revela los aspectos más sórdidos de la vida en la Santa Sede, centro neurálgico de dirección de “la multinacional más antigua que existe sobre el planeta”, a la vez que pone al descubierto la soledad y las miserias de un hombre condenado a representar hasta el límite de sus fuerzas el papel de líder carismático e infalible de esta institución milenaria.

Comedia ágil y divertida, la obra no rehuye el análisis y la reflexión, viniendo a denunciar las irreductibles contradicciones que surgen al intentar conjugar la espiritualidad genuina de muchos creyentes con la doctrina de la fe, en permanente proceso de adaptación a los tiempos cambiantes, y todo ello, con el mantenimiento de la superestructura organizativa que proporciona cobertura material, crematística, al funcionamiento de la institución.

Un montaje y ambientación sobrios, funcionales, crean el marco adecuado para los múltiples espacios de la acción; aunque la responsabilidad del milagro de hacerla verosímil y rebosante de humor recae sobre el solvente trabajo de los actores, sobre todo en la inigualable vis cómica de un espléndido Pako Sagarzazu, en verdadero estado de gracia en el papel del Santo Padre y en Alfonso Lara, el mirífico y crédulo Fray Gaspar de Olivares, sucesivamente espía, confidente y protegido de su Santidad y viva imagen de la inocencia corrompida.

Gordon Craig.

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