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martes, octubre 16, 2007

VIDA URBANA. Ani.


Ani fue una de las primeras chicas en las que me fijé en mi adolescencia. Era delgada, alta, morena, con el pelo muy rizado, y tenía unos ojos oscuros preciosos. Siempre iba muy arreglada, le gustaba vestir bien y sobre todo, algo que a mi me maravillaba, era su saber estar, siempre se encontraba en el sitio idóneo, nunca salía de su boca una palabra mal sonante y trataba a todos y cada uno de nosotros con una educación exquisita.


Ani también fue una de las primeras chicas a las que invité a salir, bueno la invité a venir a una fiesta que daba un amigo en su chalet, y no pudo venir. Más adelante, cuando ya no éramos simples amigos, le propuse formalmente que fuera mi pareja, pero los miedos y sobre todo la distancia que nos separaba, los siete kilómetros que van de mi pueblo al suyo, la hizo tomar una de sus decisiones más difíciles, decirme que no.

Mantuvimos una relación difícil desde aquel desenlace inesperado, un querer y no poder, un difícil juego de miradas y de caricias que no se consumaba nunca porque siempre nos cegaba a ambos aquella fatídica tarde de invierno en que ella me rechazó y luego se pasó varias semanas derramando lágrimas.

Pasó el tiempo y nuestros caminos se separaron. Yo empecé a estudiar fuera y la perdí de vista. Desde ese momento empecé a saber poco de ella, siempre me llegaban noticias por terceros sin ningún tipo de interés.

Pues bien, una vez más el destino caprichoso quiso, como la vida es sorprendente y cualquier situación puede cambiar de un día para otro, regalarnos un fugaz encuentro la otra tarde. Todo fue muy rápido, la película terminaba, los créditos chisporroteaban sobre la pantalla todavía pero las luces de la sala se habían encendido ya. Nos levantamos a la vez, ella y sus amigos estaban detrás de nosotros. No la vi a la entrada, supongo que se sentaron después que nosotros. Yo todavía estaba un poco aturdido ante el estremecedor relato que David Cronemberg nos había ofrecido en sus Promesas del Este, pero al ceder el paso en el pasillo central para abandonar la sala, nuestras miradas se cruzaron unos segundos, unos eternos segundos de reconocimiento y sorpresa para ambos. Todavía sin creerme lo que estaba sucediendo, por inercia salimos del cine tras ellos, y cuando yo no esperaba que ya sucediera nada y todavía rondándome la idea de que no fuera ella, al doblar una esquina, Ani se volvió y nuestros ojos se volvieron a encontrar. Sin lugar a dudas era ella.

Ani, ya no me pareció tan alta, ni tan delgada, pero sus rizos, sus ojos y su media sonrisa seguían en su sitio.