domingo, febrero 19, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. A Electra le sienta bien el luto, “La maldición de los Mannon".

De Eugene O’Neill.
Versión y dirección: Mario Gas.
Con: Constantino Romero, Maru Valdivielso, Emma Suárez, Eloy Azorín, Bea Segura, Albert Triola, Emilio Gutiérrez Caba, Ricardo Moya y Sergio Ramírez.
Madrid. Teatro María Guerrero. 12 de febrero de 2006.

Apenas hace medio año que se reponía en el Centro Cultural de la Villa la adaptación que hizo Mario Gas de La Orestiada (ver nuestra reseña en La Tribuna de 3 de julio de 2005), la gran tragedia esquilea que sirvió de modelo esta Electra de O’Neill que ahora se estrena con gran éxito en el teatro María Guerrero. Debido a las similitudes temáticas y estructurales de ambas obras, aunque separadas en el tiempo por más de veinte siglos, no creemos aventurado suponer que ambos montajes son fruto de un mismo impulso germinal, el desafío de enfrentarse a una experiencia creadora sin precedentes, una empresa de gran calado de la que sólo un director de la experiencia y de la avasalladora personalidad artística de Mario Gas podía salir airoso. Y ello incluye la capacidad de movilizar los recursos materiales y humanos para llevarla a cabo, algo harto difícil con las deficientes estructuras de producción de que dispone actualmente nuestro teatro. Es el caso que entonces Mario Gas consiguió contar para el montaje con Vicki Peña y con Maruchi Léon en los papeles principales y ahora, ahí es nada, ha conseguido la participción de Maru Validivielso y Emma Suárez, que constituyen junto a Eloy Azorín un auténtico trío de ases en los que se sustenta el complejo edificio de esta monumental tragedia de la modernidad.

Como con los Átridas atenienses, también sobre los Mannon pesa una maldición familiar, relacionada, en este caso, con los amores adúlteros de un ascendiente de Ezra, y del consiguiente anatema que sobre los descendientes de esa relación han decretado los restantes miembros de la familia, educados en el intolerante credo del ideario puritano. En ausencia de Ezra, que como Agamenon, ha pasado varios años en la guerra, Cristina se ve arrastrada a su vez al adulterio, bajo la implacable vigilancia de su hija Lavinia, que adora a su padre -incluso más allá de lo moralmente tolerable-, y que maquina contra ella para salvaguardar el honor de su progenitor y de la familia. Los acontecimientos que suceden a partir de la vuelta de Ezra -y que omitimos para no desvelar el desenlace de la obra-, darán sobradas oportunidades a Lavinia de ejecutar su venganza, aunque ella misma no saldrá indemne de esa espiral de pecado-sentimiento de culpa-expiación en la que se van a ver involucrados todos los personajes principales.

Muchos son los aciertos de este montaje, que no debería perderse ningún buen aficionado al teatro. El primero de todos es la elección de este impresionante texto, sin duda una de las obras más ambiciosas de un autor que no se prodiga en nuestras carteleras. El segundo tiene que ver con la ambientación; la escenografía y vestuario que firman Antonio Belart y el propio Mario Gas, en su grandeza y sobriedad, crean el marco idóneo para una acción de marcado acento trágico. La sombría silueta de la imponente casa familiar enseñorea la escena y contamina su secreto maleficio a todos los que se cobijan bajo sus muros, excepción hecha del jardinero Seth, que es un mero testigo imperturbable de los horrores. La ciclópea columnata del atrio simboliza el poder de los Mannon, pero también el férreo código de conducta de sus moradores que se trasmuta en una suerte de destino ineluctable. Asimismo resulta certera la dramaturgia, que revela con claridad meridiana las principales líneas de conflicto de la obra rescatándolas de la densa maraña argumental de la trilogía originaria; y la dirección; y, desde luego, el trabajo actoral, un auténtico tour de force para todos los intérpretes, pero sobre todo para los principales, que tienen que lidiar con personajes de gran complejidad. En un polo tenemos a Cristina (Maru Valdivielso) y a Lavinia (Emma Suárez), dos temperamentos recios que protagonizan un verdadero duelo actoral. La primera representa un sentido vitalista, dionisiaco, de la existencia, una mujer madura, vehemente, que no acepta renunciar a la voluptuosidad y a satisfacer sus deseos libidinosos, aún a costa de arrastrar por el fango el honor familiar, y aunque su rival sea su propia hija. Respecto a Lavinia, representa una visión sombría, luctuosa de la vida que reprime toda posibilidad de expansión placentera; a ello une un acendrado sentido del deber que la lleva a sacrificarlo todo, incluso su propia sexualidad, a los dictados de su afán vengativo. En el otro polo está Orín (Eloy Azorín), que es la víctima, un ser débil, aquejado también de pulsiones incestuosas, desequilibrado por los horrores presenciados en el campo de batalla, y al que sólo mueve el resorte de los celos y el de los remordimientos.


Gordon Craig.
17-II-2006.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A ver si ya de una vez te estiras y me llevas a ver una buena obra de teatro,jajaja!!!
SHEREZADE

Doctor Brigato dijo...

Sherezade???????? Cambias de nombre así como así? Yo elijo y tú pagas la cena...