jueves, octubre 13, 2005

TEATRO. Flor de otoño. "Bella de noche".

De José María Rodríguez Méndez.
Con: Fele Martínez, Jeannine Mestre, Roberto Mori, Vicente Díez, Juan Calot, Paco Maestre, Zulima Memba, Trinidad Iglesias, María Asquerino, y otros.
Dirección: Ignacio García.
Madrid. Teatro María Guerrero.



Escrita al alborear la década de los 70, durante los últimos estertores de la dictadura, la peripecia de este valiente texto teatral de Rodríguez Méndez constituye un elocuente paradigma del pin pam pum en que los gestores públicos han convertido la política cultural en este último y aciago medio siglo de nuestra historia teatral. Primero fue la censura y luego las sucesivas “operaciones de restitución”, de izquierda y de derecha, aupando a los escenarios de los teatros nacionales a los autores “afines” y ninguneando a los incómodos. ¿Será esta vuelta de Rodríguez Méndez el preludio de una definitiva normalización de la cartelera? ¿Podremos ver de una vez en repertorio obras de autores contemporáneos conviviendo con las de dramaturgos consagrados (Lorca o Valle) y con las de aquellos que desde distintas opciones estéticas han ido dejando su huella, aunque sea pequeñita, en el frondoso jardín de la tradición teatral española, se llamen estos, Casona o Mihura, Buero o Sastre, Ruibal o Riaza, Pedrero o Sanchis Sinisterra? Confiemos en ello.

Pero centrémonos en Flor de otoño. Rodríguez Méndez parece empeñado en establecer un paralelismo entre las postrimerías de la dictadura de Franco y el final de la dictadura de Primo de Rivera situando en el epicentro de la vorágine represora a un travestido de extracción social alto burguesa cuya doble vida le lleva a entrar en contacto con los movimientos anarquistas del Poble Nou en permanentes refriegas con las fuerzas del orden en los años inmediatamente anteriores a la proclamación de la II República. La obra, pues incorpora dos líneas de conflicto dramático unidas un tanto artificialmente: la crónica de la vida social de la ciudad condal del primer tercio de siglo, burguesía versus proletariado industrial, y la peripecia personal del protagonista y su intento frustrado de conciliar su condición de homosexual con la imagen de respetabilidad social exigida por el patrón de valores imperante.

Pero más que anarquista o libertario, Lluiset Serracant es como el anverso de Séverine, la protagonista de la inolvidable “Belle de jour” buñueliana, y su alma gemela (te añoramos Catherine Deneuve), most honorable abogado de día y lánguida flor otoñal reinando en las noches locas de El Paralelo, en horas en las que deja volar libremente sus inclinaciones eróticas reprimidas durante la vida diurna. Y la detención de Luiset y su posterior fusilamiento no dejan de ser algo fortuito que no se sigue necesariamente de su vinculación con los bajos fondos o con el activismo anarquista, a no ser porque de esa manera el dramaturgo tuviera el paso expedito a un final de opereta, aún para el año 72, en el que no recuerdo que se fusilara nadie por el mero hecho de ser homosexual.

El espectáculo, por lo demás, creo que satisface las demandas del texto. La época está muy bien recreada escenográficamente, con un cuidado vestuario y ambientación, aderezada con estupendos números de cabaret -magníficos los dos cuplés de Trinidad Iglesias- aunque hay quizá un prurito excesivo de fidelidad a la realidad histórica con profusión de sobreimpresiones sobre la gasa frontal de informaciones periodísticas, fotos, y filmaciones de la época. Este afán por la verosimilitud conduce a potenciar en demasía los rasgos costumbristas de la obra, sus elementos sainetescos, entre los cuales se diluye el drama íntimo del personaje y leit motiv del espectáculo. El trabajo de actuación es, asimismo, meritorio. Resuelve Fele Martínez su difícil papel y otro tanto hacen Roberto Mori dando vida a un en exceso afectado Ricard, o Vicente Díez en un efusivo Sarrota. Y destaca con mucho del conjunto Geanine Mestre en una excelente doña Nuria, una madre solícita y cariñosa, fiel depositaria de las prerrogativas y de las obligaciones del liderazgo del clan que bajo sus exquisitos modales y su mohín desdeñoso esconde una extraordinaria entereza.

Gordon Craig.

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