Mostrando entradas con la etiqueta Eduardo de Filippo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Eduardo de Filippo. Mostrar todas las entradas

miércoles, diciembre 14, 2016

TEATRO. Navidad en casa de los Cupiello. "Una Nochebuena accidentada".

Autor: Eduardo De Filippo.
Adaptación de: Aitana Galán y Jesús Gómez Gutiérrez.
Con: Gloria Albalate, Críspulo Cabezas, Huichi Chiu, Mª Filomena Martignetti, Daniel Moreno, Mariano Rochman, Fernando Sansegundo y Rosa Savoini.
Dirección: Aitana Galán.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa. 3 de diciembre de 2016.





Con ocasión de su participación en la obra “Voces desde el interior”, de Eduardo De Filippo, montaje que pudo verse en Madrid hace año y medio dentro de la programación del Festival de Otoño, el periodista Enric González entrevistó Toni Servillo, un actor muy conocido en Italia, pero del que por aquí no teníamos noticia de su existencia hasta el estreno de la oscarizada -y espléndida película- “La gran belleza”, de Paolo Sorrentino.

Traigo a colación dicha entrevista porque alguna de las observaciones que hace el actor, napolitano también, como De Filippo, sobre la idiosincrasia del habla de Nápoles y sobre las limitaciones de la traducción para dar cuenta precisamente de tales peculiaridades, pueden ayudar a comprender las dificultades que conlleva la adaptación de una obra como la que comentamos, un tipo de teatro de naturaleza genuinamente popular, como el de nuestro Arniches, por ejemplo, o el de los hermanos Álvarez Quintero, si se me permite la comparación.

Ocurre a menudo -nos dice Toni Servillo- con los dialectos, o con los textos en riguroso registro coloquial, que allí donde no llega con claridad el significado de las palabras, sus tonalidades, su ambigüedad, sus connotaciones, etc ..., llega el gesto, que ayuda muchísimo a la expresión. Pues bien, es en esa reprogramación en la lengua de destino, en ese “volcado” a un nuevo código que no es mero trasvase textual sino un completo proceso de trasferencia cultural (que incluye, junto a las nuevas cualidades sonoras de las palabras y de la entonación, una expresividad corporal diferenciada vinculada a esa nueva sonoridad), donde, a mi juicio, el montaje flojea. Y quizá mejoraría si se moderase esa tendencia a la sobreactuación de algunos personajes que se dejan llevar en demasía por el estereotipo de italiano, expansivo en sus afectos y emociones, vocinglero, vehemente y gesticulador.

Tampoco ayuda, y es también, creo yo, fruto de esa tendencia general a la esperpentización, forzar el final que ya es de por sí demasiado triste, con el recurso al desahucio, antidisturbios incluídos, aunque tal exceso queda compensado con creces por el cuadro final, con el cándido Luca Cupiello en el lecho, rodeado de sus deudos, henchido de satisfacción por el “retorno” de Nicolino, por la reconciliación con su hijo y embelesado como un niño en la contemplación del firmamento. La imagen parece la del mismísimo niño Jesús en el portal de Belén.

Aitana Galán consigue recrear esa cierta atmósfera de nostalgia, mezcla de alegría y tristeza, consustancial a las reuniones navideñas e imprime un ritmo trepidante al desarrollo de la acción propia de una típica comedia de enredo, cuya trama no voy a desvelar para no arruinar el suspense. En el fondo no es sino una divertida y entrañable estampa costumbrista en la que los secretos, las desavenencias y pequeñas miserias los miembros de una familia de clase media-baja eclosionan con ocasión de la celebración de la típica cena navideña, dando lugar a escenas de una irrefrenable comicidad.

En conjunto, con la salvedad referida, el trabajo actoral es meritorio, incluso entusiasta, deslucido a veces por la escasa libertad de movimientos que permiten las reducidas dimensiones del escenario. Sin ánimo de exhaustividad y para ser justos, cabria mencionar al menos el sutilísimo juego a tres bandas de Vittorio (Daniel Moreno), contemporizando con Luca mientras reprime la pasión que siente por Ninuccia y las ganas de arreglar cuentas con Nicolino (Mariano Rochman); éste, por su parte, logra, contra viento y marea, mantenerse en una actitud y atenta y amigable con Luca y Concetta mientras no le pierde la cara a Vittorio. La veterana Rosa Savoini (Concetta) es una madre de familia protectora y afectuosa; solícita y comprensiva con todo el mundo, sólo pierde la paciencia con su marido, Luca, contra el que despotrica amargamente cubriéndole de reproches. Fernándo Sansegundo, en fin, hace una estupenda recreación del anciano Luca; un niño grande bondadoso, apacible y locuaz que vive ya casi en un mundo de recuerdos; a medida que avanza la obra va encontrando la entraña profundamente humana su personaje y nos depara momentos de gran emotividad. Parece movido exclusivamente por la ilusión que le reporta la construcción del Belén y por mantener la concordia entre todos los miembros de la familia en una noche tan señalada.

Gordon Craig.

Navidad en casa de los Cupiello. CDN.

viernes, febrero 12, 2010

TEATRO. El arte de la comedia. "Verdad y mentira de la ficción".


De Eduardo de Filippo.
Con: Enric Benavent, Pedro Casablanc, José Luis Alcobendas, Jesús Barranco, Joaquín Hinojosa, Lola Manzano, Ernesto Arias, Diego Galeano, Carmen Machi y otros.
Dirección: Carles Alfaro.
Teatro de la Abadía, Madrid. 6 de febrero de 2010.


En la permanente dialéctica entre realidad y ficción en la que se debate el teatro del siglo XX fue Pirandello quien contribuyó de manera definitiva a romper con las ilusiones figurativas del teatro al poner al descubierto -en palabras de Sanchis Sinisterra-, “la falsa carpintería versosimilista de un arte que sólo afirma su verdad al confesar que miente”. De Filippo, gran parte de cuyo teatro es tributario de la obra del siciliano, pretende también, en esta delirante comedia que se estrena ahora en el Abadía, desmontar el artificio de la ficción por medio de una ingeniosa teatralización de la ficción misma.

Así como el Enrique IV pirandeliano se debate entre las máscaras que su locura y luego su razón recobrada le ponen ante sus ojos, el protagonista de la obra que comentamos se va a tener que enfrentar a una dolorosa disyuntiva implicado, a su pesar, en una situación abracadabrante que él mismo ha contribuido a crear. Cuando apenas ha tenido tiempo de tomar posesión como Gobernador de la plaza el señor de Caro recibe la visita de Oreste Campese, director de una compañía de cómicos. Un incendio acaba de destruir la carpa donde hacen sus representaciones; montajes, por lo general, modestos y dirigidos a un público sin excesivas pretensiones. Ante la perspectiva de fracaso de su espectáculo frente al público más exigente del teatro municipal donde provisionalmente va a trasladarse la compañía, viene a pedir al Gobernador que asista a su estreno; según el bueno de Campese la presencia de persona tan notoria en la sala contribuirá a vencer las suspicacias y reticencias del público que acabará por acudir al teatro. Ante la obcecada negativa del Gobernador, que en un alarde de presunción llega incluso a dudar de la capacidad artística de los cómicos, Campese, herido en su orgullo, le plantea un peculiar desafío, una apuesta envenenada que sumirá al gobernador en un formidable dilema, que a partir de ese momento se convierte en el motor de la acción dramática.


Pero además de esta reflexión sobre la naturaleza y límites del teatro, o sobre el proceso de incardinacion de la actividad teatral en la vida pública y sus relaciones con las instituciones -problema, por cierto nunca del todo resuelto- la obra refleja la confusión moral, la ruina económica de la posguerra en Italia y la penuria de la existencia de los más desfavorecidos, ejemplificada en el propio Oreste Campese; y tiene su punto de sátira política en las actitudes del Gobernador, y de sátira social en el vívido friso de personajes pintorescos y atrabiliarios que pueblan la escena. Materia, en fin, más que suficiente para poner a prueba la sagacidad de un director (Carles Alfaro) que hace un magnífico trabajo, y la preparación y el talento de un elenco disciplinado y suponemos que muy motivado por lo especial de la ocasión que los ha convocado: la celebración del decimoquinto aniversario de la creación del teatro y de la compañía de la Abadía.

Con tintes de farsa y reminiscencias de la comedia del arte, todo el espectáculo, escenografía y ambientación incluidas, tiene un delicioso aroma felliniano, la misma desmesura de sus ensoñaciones y la misma mirada entre pícara, nostálgica e indulgente hacia sus inocentes criaturas. Y ciertamente, pocas veces se ve tanta verdad fingida sobre un escenario. La historia te atrapa desde el primer momento incluso a lo largo de la primera parte, más estática, dominada por un largo y denso diálogo de Campese y el señor Caro sobre la naturaleza y límites del teatro, que se salva gracias al prodigioso trabajo de Enric Benavent (el íntegro, puntilloso y socarrón Campese), Pedro Casablanc (el paternalista y prepotente excelentísimo señor de Caro, Gobernador) y José Luis Alcobendas (el estirado tiralevitas Giacomo Franci, Secretario del Gobernador) que exhiben un control absoluto de los recursos expresivos y una extraordinaria madurez artística en la creación de sus respectivos personajes. Pero el resto del elenco no les va a la zaga y en la segunda parte, más viva y trepidante que la primera con la sucesiva incorporación de personajes a cual más extraños y con un comportamiento calculadamente ambiguo, la obra ya se endereza por la senda de la comicidad más desbordante. Y ahí tenemos echando su cuarto a espadas, a un inspirado Jesús Barranco, como Quinto Bassetti, el pundonoroso y un tanto pirado médico del lugar, a Joaquín Hinojosa, campechano y manipulador Párroco de provincias con el porte de todo un Anthony Queen, o a Ernesto Arias, el cariacontecido e indeciso montañés, o a Lola Manzano, la desequilibrada y neurótica maestra de escuela Lucía Petrella, que con su rocambolesca historia sobre la desaparición sobrenatural de uno de sus alumnos acaba de sacar de quicio al estupefacto Gobernador.

Humor de la mejor factura, sátira social y un maduro y genuino trabajo actoral que cristalizan en uno de los espectáculos más divertidos de la temporada y que el público enfervorizado no se cansó de aplaudir.

Gordon Craig

El arte de la Comedia. Teatro de la Abadia..