Autor: Eduardo De Filippo.
Adaptación de: Aitana Galán y Jesús Gómez Gutiérrez.
Con: Gloria Albalate, Críspulo Cabezas, Huichi Chiu, Mª Filomena Martignetti, Daniel Moreno, Mariano Rochman, Fernando Sansegundo y Rosa Savoini.
Dirección: Aitana Galán.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa. 3 de diciembre de 2016.
Con ocasión de su participación en la obra “Voces desde el interior”, de Eduardo De Filippo, montaje que pudo verse en Madrid hace año y medio dentro de la programación del Festival de Otoño, el periodista Enric González entrevistó Toni Servillo, un actor muy conocido en Italia, pero del que por aquí no teníamos noticia de su existencia hasta el estreno de la oscarizada -y espléndida película- “La gran belleza”, de Paolo Sorrentino.
Traigo a colación dicha entrevista porque alguna de las observaciones que hace el actor, napolitano también, como De Filippo, sobre la idiosincrasia del habla de Nápoles y sobre las limitaciones de la traducción para dar cuenta precisamente de tales peculiaridades, pueden ayudar a comprender las dificultades que conlleva la adaptación de una obra como la que comentamos, un tipo de teatro de naturaleza genuinamente popular, como el de nuestro Arniches, por ejemplo, o el de los hermanos Álvarez Quintero, si se me permite la comparación.
Ocurre a menudo -nos dice Toni Servillo- con los dialectos, o con los textos en riguroso registro coloquial, que allí donde no llega con claridad el significado de las palabras, sus tonalidades, su ambigüedad, sus connotaciones, etc ..., llega el gesto, que ayuda muchísimo a la expresión. Pues bien, es en esa reprogramación en la lengua de destino, en ese “volcado” a un nuevo código que no es mero trasvase textual sino un completo proceso de trasferencia cultural (que incluye, junto a las nuevas cualidades sonoras de las palabras y de la entonación, una expresividad corporal diferenciada vinculada a esa nueva sonoridad), donde, a mi juicio, el montaje flojea. Y quizá mejoraría si se moderase esa tendencia a la sobreactuación de algunos personajes que se dejan llevar en demasía por el estereotipo de italiano, expansivo en sus afectos y emociones, vocinglero, vehemente y gesticulador.
Tampoco ayuda, y es también, creo yo, fruto de esa tendencia general a la esperpentización, forzar el final que ya es de por sí demasiado triste, con el recurso al desahucio, antidisturbios incluídos, aunque tal exceso queda compensado con creces por el cuadro final, con el cándido Luca Cupiello en el lecho, rodeado de sus deudos, henchido de satisfacción por el “retorno” de Nicolino, por la reconciliación con su hijo y embelesado como un niño en la contemplación del firmamento. La imagen parece la del mismísimo niño Jesús en el portal de Belén.
Aitana Galán consigue recrear esa cierta atmósfera de nostalgia, mezcla de alegría y tristeza, consustancial a las reuniones navideñas e imprime un ritmo trepidante al desarrollo de la acción propia de una típica comedia de enredo, cuya trama no voy a desvelar para no arruinar el suspense. En el fondo no es sino una divertida y entrañable estampa costumbrista en la que los secretos, las desavenencias y pequeñas miserias los miembros de una familia de clase media-baja eclosionan con ocasión de la celebración de la típica cena navideña, dando lugar a escenas de una irrefrenable comicidad.
En conjunto, con la salvedad referida, el trabajo actoral es meritorio, incluso entusiasta, deslucido a veces por la escasa libertad de movimientos que permiten las reducidas dimensiones del escenario. Sin ánimo de exhaustividad y para ser justos, cabria mencionar al menos el sutilísimo juego a tres bandas de Vittorio (Daniel Moreno), contemporizando con Luca mientras reprime la pasión que siente por Ninuccia y las ganas de arreglar cuentas con Nicolino (Mariano Rochman); éste, por su parte, logra, contra viento y marea, mantenerse en una actitud y atenta y amigable con Luca y Concetta mientras no le pierde la cara a Vittorio. La veterana Rosa Savoini (Concetta) es una madre de familia protectora y afectuosa; solícita y comprensiva con todo el mundo, sólo pierde la paciencia con su marido, Luca, contra el que despotrica amargamente cubriéndole de reproches. Fernándo Sansegundo, en fin, hace una estupenda recreación del anciano Luca; un niño grande bondadoso, apacible y locuaz que vive ya casi en un mundo de recuerdos; a medida que avanza la obra va encontrando la entraña profundamente humana su personaje y nos depara momentos de gran emotividad. Parece movido exclusivamente por la ilusión que le reporta la construcción del Belén y por mantener la concordia entre todos los miembros de la familia en una noche tan señalada.
Gordon Craig.
Navidad en casa de los Cupiello. CDN.
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miércoles, diciembre 14, 2016
martes, mayo 13, 2014
TEATRO. Sobre algunas especies en vías de extinción. En las entrañas del “Café Voltaire”.
De José Ricardo Morales.
Con: Lucía Barrado, Vicente Colomar, Julio Hidalgo, Sara Sánchez, Rosa Savoini y Suso Sudón
Escenografía: Silvia de Marta. Vestuario: Ana Rodrigo.
Música y espacio sonoro: Irma C. Álvarez y Pilar Onares.
Dirección: Aitana Galán.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa.
Sale uno de ver este espectáculo con un sabor agridulce: exultante y avergonzado a un tiempo. Complacido y feliz por haber participado en una intensa y estimulante experiencia teatral, que además salda una deuda impagable con nuestro mejor teatro del exilio; y al mismo tiempo, avergonzado de una intelectualidad desmemoriada que en connivencia con las ignaras elites políticas y su cohorte de “favoritos” que pastorean el presupuesto para cultura desde las instituciones han consentido que transcurran más de treinta años de democracia para rescatar del olvido a uno de estos autores que constituyen el eslabón perdido en la cadena evolutiva de una modernidad teatral inaugurada por Lorca o Valle y truncada por la guerra y por cuarenta años de dictadura. En fin, más vale tarde que nunca.
Sobre algunas especies en vías de extinción (segundo espectáculo del ciclo sobre el autor que organiza el Centro Dramático Nacional), es una pieza breve de difícil clasificación. Aunque relativamente reciente, dentro de una considerable y variada producción dramática iniciada -¡ahí es nada!- en el año 1936, esta obra está impregnada del mismo afán de experimentación que animó a los movimientos de la vanguardia teatral europea, a cuya honda influencia, durante los primeros años de su exilio en Chile, los años de su formación, no podría sustraerse un escritor tan lúcido y culto como José Ricardo Morales. En esa línea de ruptura con el realismo, la pieza pulveriza el llamado pacto ficcional, o por mejor decir, lo transforma en uno de sus centros de interés temático, convirtiendo la acción en un sutil juego metateatral; en otro orden de cosas, estamos ante una débil, casi inexistente trama argumental, y apenas si tienen desarrollo psicológico los personajes. Unos caracteres de inspiración pirandeliana que son alternativamente personajes y actores y cuyas intervenciones no son las réplicas habituales de un dialogo teatral con alternancia de dos o más interlocutores, sino que obedecen al ritmo de una narración coral trufada de interpelaciones directas al espectador, de digresiones eruditas o filosóficas, de reformulaciones y de glosas sobre el contenido mismo de esas intervenciones, para matizarlas, corregirlas o parodiarlas, siempre mediante una prosa deslumbrante, pródiga de efectos de sentido y de juegos verbales, pero a la vez extraordinariamente precisa en la formulación de conceptos. Una expresión, en fin, depurada, tras años de exilio, de elementos costumbristas y de color local, que exhala, empero, un raro aroma arcaizante. Una teatralidad ingeniosa y compleja, como vemos, que constituye todo un reto capaz de poner en apuros al director más sagaz y experimentado.
Pues bien, cabe decir que la responsable del montaje, Aitana Galán, servida por un elenco entusiasta y entregado ha hecho una soberbia trasposición escénica de este raro espécimen de teatro que apenas si había tenido oportunidad de confrontarse con el público. La puesta en escena, a medio camino entre la velada dadaísta, la performance o el espectáculo de variedades, parece emanada de las entrañas del mismísimo “Café Voltaire”. Las luces hirientes sobre el rutilante teloncillo de fondo, la música en vivo y las proyecciones dan al montaje un aire de cabaret, con sus cocottes incluídas, embutidas, eso sí, en un vestuario estrafalario y absurdo, de tocados pintorescos y tintes un tanto fúnebres como corresponde a la situación: el chusco y accidentado relato de la asistencia de los cuatro protagonistas a un sepelio que constituye el mínimo hilo argumental de la obra. Todo transpira un aire de fiesta, de juego, de provocación, donde la verbalización pausada, exquisita y cuidadísima hasta una cierta solemnidad vacua, contrasta con una gestualidad hiperbólica y carnavalesca. Y la sobreabundancia de signos visuales y de efectos sonoros como metáfora precisamente de la hipertecnificación que amenaza con deshumanizar al hombre. En fin, el espectáculo total como burla de todo acto social, literario, artístico mediatizado por la técnica y condenado a ser mera apariencia de la realidad, mientras como explica el viejo profesor Merenciano “la presencia del hombre y la directa inmediatez de sus acciones o de sus ideas -¿entre ellas la idea misma de teatro?- se encuentra e vías de extinción”.
Gordon Craig.
CDN. Sobre algunas especies en vias de extinción.
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