martes, junio 27, 2017

TEATRO. El rufián dichoso. "Bien está lo que bien acaba".

Autor: Miguel de Cervantes. Adaptación de José Padilla.
Con: Nicolás Illoro, Pablo Vázquez, Javier Collado, Alejandra Mayo, Montse Díez, Julio Hidalgo, José Juan Sevilla, Raquel Nogueira y Raúl Pulido.
Escenografía: Ana Gil.
Dirección: Rodrigo Arribas y Verónica Clausich.
XVII Festival de Artes Escéncias “Clásicos en Alcalá”
Alcalá de Henares. Teatro salón Cervantes. 18 de junio de 2017.



Entre la grandeza y el elevado tono épico de La Numancia, por ejemplo, y la sencillez, frescura y viveza de esos magníficos apuntes del natural que son los Entremeses, el conjunto de obras calificadas de “comedias” no constituyen precisamente lo mejor de la producción dramática cervantina. Fieles a la intencionalidad moralizadora que marcaba la preceptiva literaria de la época todas estas obras tienen un propósito ejemplarizante -como el de sus homónimas “Novelas ejemplares”- y particularmente El rufián dichoso, la obra que nos ocupa, que llega al extremo de elevar a su protagonista a las cimas inmarcesibles de la santidad.

Al parecer, la obra está basada en un hecho real y su argumento puede sintetizarse en pocas líneas. Bajo la protección de sus amos, el inquisidor Tello de Sandoval y su esposa María, el joven calavera Cristóbal de Lugo parece tener patente de corso para acometer todo tipo de pendencias, embelecos y tropelías, rivalizando con lo más granado de los bajos fondos del hampa sevillana. Ensoberbecido por su buena estrella y por su chulería (se pavonea de “ … ser mozo /y mazo, y -dice-tengo hígados y bofes/para dar en el trato de la hampa / quinao al más pintado de su escuela”), decide ir más allá en las burlas seduciendo a la mujer del mismísimo alguacil, al que mata en un desafortunado lance de armas. Por miedo a la persecución de la justicia y aconsejado por doña María de Sandoval pasa a América con su inseparable compañero de fatigas Lagartija y profesa en un convento de dominicos donde abraza una vida de trabajos y penitencia hasta escuchar la llamada de Dios y encontrar el camino de la virtud.

José Padilla ha hecho una meritoria labor de síntesis para reducir la trama a sus elementos esenciales, aunque por el camino se deje obviamente elementos que ayudarían a perfilar con más detalle la psicología de los personajes o a pormenorizar, como en el caso del protagonista, el proceso interno que le lleva a su “conversión”, proceso que no puede ser sustituido por la efectista ambientación sonora con la que se trata de recrear el clima de recogimiento y espiritualidad conventual. Con todo, el monólogo de Lugo explicitando su repentico cambio de actitud es uno de los momentos más notables del espectáculo.

Los actores han contado con un espléndido maestro de armas y de lucha cuerpo a cuerpo, indudablemente mejor que el maestro de canto, o al menos ha obtenido mejores resultados. Y haría falta un experto en acrobacias para que les asesore como deambular sin perder el equilibrio por esa estructura modular con la que se han construido las gradas laterales de la escenografía. Bromas aparte, con ese material Rodrigo Arribas y Verónica Clausich hacen una faena aseada y salen airosos del trance de traer a escena un nuevo texto de Cervantes para sumarse al homenaje en su aniversario.

Los actores hacen un trabajo meritorio y se manejan con desenvoltura con el verso, aunque quizá aflora aquí y allá un exceso de tono declamatorio y de volumen que es fácilmente corregible.

Están bien las damas; comedida, discreta, en un justo segundo plano María de Sandoval (Alejandra Mayo); con fuego en el alma, apasionada, rebelde se muestra doña Ana de Treviño (Montse Díez) que no se resigna a aceptar la dura prueba de su grave dolencia -la lepra-, aunque termina por aceptar el consuelo que le brinda Lugo (estupendo Nicolás Illoro) en cuyo espíritu se ha aposentado la humildad, la mansedumbre, y el temor de Dios donde antes habitaran la osadía, la jactancia, la gallardía y la impetuosidad de un verdadero rufián. Lagartija (Pablo Vázquez) es el compañero de correrías de Lugo, no menos desenvuelto, jacarandoso y bullanguero, sigue fielmente a su amigo por el camino de la penitencia para espiar pecados de juventud.

Gordon Craig.

El rufián dichoso. Clásicos en Alcala.

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