lunes, junio 23, 2014

TEATRO. Entremeses. "Gozoso reencuentro".


De Miguel de Cervantes.
Con: Julio Cortazar, Miguel Cubero, Palmira Ferrer, Elisabet Gelabert, Javier Lara, Luis Moreno, Inma Nieto, José Luis Torrijo, Diana Bernedo y Eduardo Aguirre de Cárcer.
Música: Luis Delgado. Vestuario: María Luisa Engel
Dirección: José Luis Gómez.
XIV Festival de las Artes Escénicas “Clásicos en Alcalá”. Alcalá de Henares. Teatro Salón Cervantes.



Tras muchas experiencias decepcionantes tengo por costumbre no asistir a reposiciones de montajes de cuya primera exhibición guardo gratos recuerdos. Si el espectáculo en cuestión lo consideré en su día de una calidad excepcional, entonces aplico esta norma a rajatabla y sólo la vulnero en contadísimas ocasiones. La de ayer fue una de esas raras ocasiones, y a fe que mereció la pena, porque la experiencia constituyó un gozoso reencuentro con una forma de exigencia artística, de rigor en el trabajo y de la consideración del teatro como un elevado quehacer estético que inauguró el equipo de La Abadía comandado por José Luis Gómez hace ya casi 20 años con dos obras cimeras de la dramaturgia española: el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, de Valle, y estos Entremeses cervantinos.

Para la fecha de ese primer montaje de los Entremeses yo no hacía todavía reseñas de teatro, pero aunque no tengo la constancia escrita, permanece en mí muy vivo el recuerdo del profundo impacto que me produjo ese espectáculo. Fue, tengo que decirlo sin ambages, como un deslumbramiento y tuve la sensación clara y definida de que abría una nueva puerta de acceso al mundo de los clásicos -porque, clásico es también ya, en sentido lato, el Retablo-; aquel gracejo, aquella frescura inaugural, aquel dinamismo, aquel aire de fiesta popular brechtiano y aquella forma de componer el personaje a la vista de los espectadores; aquella desenvoltura y aquel desenfado que permitían aflorar toda la punzante ironía de los textos ..., y el extraordinario trabajo sobre el cuerpo, y ¡la palabra!, verdaderamente encarnada en el cuerpo del actor, como (casi) nunca habíamos visto antes, no, al menos, como producto de una ejercitación sistemática, de escuela, sometida a una organización y a unos criterios claros de dirección, aunque sí, obviamente, como manifestación de la intuición o del talento individuales.

Pues bien todo aquello, corregido y aumentado, se reproduce en el presente montaje, que en estreno absoluto hemos podido ver el viernes y el sábado en el Teatro Cervantes en el contexto de la XIV edición de los “Clásicos en Alcalá”. Un espectáculo en el que se resume y cifra gran parte de la labor de dirección de José Luis Gómez y de su trabajo como maestro de actores durante estos últimos veinte años; una muestra bien representativa del que será su impagable legado a la escena española contemporánea.

He dicho “legado” porque no me atrevo a hablar de testamento poético, pero tiene este montaje mucho de fin de ciclo, de compendio de toda una época, y de homenaje a las figuras de los creadores que le han marcado como artista. Ese árbol seco que enseñorea la escena, más que el “frondoso árbol de las letras” cervantino al que alude Goytisolo se nos representa a nosotros como un tributo al desolado paisaje beckettiano de Esperando a Godot, que reverdece ocasionalmente para dar cobijo en las noches cálidas del solsticio al antiguo ceremonial del teatro. Convocados al reclamo de los silbos de las aves cantoras que rompen el silencio de la noche en el campo, mozos y mozas del pueblo acuden a un encuentro nocturno para celebrar la llegada de la nueva estación hasta que rendidos de tanto cantar y retozar se quedan dormidos bajo el árbol a la luz de la luna. Entre tanto habrá lugar para solazarse cantando coplas y contando historias y refranes que reflejan el sentir y las aspiraciones de esos jóvenes de los ambientes rurales que tan bien conocía Cervantes y que con tanta gracia y humor, no exento de crítica, relataba.

Ponderar a todos los actores y actrices que intervienen en el montaje sería una tarea ímproba, porque cada uno de ellos, tanto los “nuevos” como los que ya participaron en el elenco del montaje originario hacen una extraordinaria labor de creación de tipos que no desmerecen (superan incluso) a los de la Comedia del Arte, desde la intrigante Ortigosa (Palmira Ferrer) que también borda el papel de la descarada Cristina, criada de la pícara Leonarda (Inma Nieto), que, a su vez, es Rabelín en El retablo ... y la ubicua y rabisalsera criada de la Doña Lorenza, una Elisabeth Gelabert espléndida en su ingenuidad pero también en el recién aprendido arte del disimulo; por no mencionar a la cuarta de las féminas en liza, esa especie de zafia muñeca pepona que compone Diana Barnedo para dar vida a la labradora Juana Castrada. Los personajes masculinos basculan entre la astucia y el ingenio del titiritero Chanfalla o del Estudiante (ambos obra de Miguel Cubero), la ignorancia de Pancracio, el incauto marido engañado (José Luis Torrijo) y el endiablado genio del celoso Cañizares (descacharrante Luis Moreno). Pero donde todos brillan más allá de toda ponderación es en su espléndida caracterización de zafios y petulantes representantes de las fuerzas vivas locales en El retablo de las maravillas, obra maestra sin paliativos que consiguió encandilar al público y arrancarle un torrente de carcajadas y un cerrado aplauso final.

Auguramos un rotundo éxito para esta nueva producción del teatro de La Abadía que abre la presente edición del Festival de las Artes Escénicas alcalaíno.

Gordon Craig.

Entremeses de Cervantes. Teatro de la Abadía.

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