jueves, mayo 21, 2009

TEATRO. Don Juan. "El burlador burlado".

A partir de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla.
Dirección: Miquel Gallardo.
Con: Miquel Gallardo.
Festival Titirimundi 2009. Madrid. Teatro de La Abadía



Es el de Don Juan un ejemplo modélico del poder fecundante de los mitos. Desde la creación del personaje por nuestro insigne fraile de la Merced allá por los inicios del siglo XVII han sido multitud los dramaturgos y los poetas que a lo largo y ancho de Europa han tratado de dar nueva forma artística a este seductor impenitente: desde Moliere a Byron o a Pushkin, pasando, obviamente, por el inmortal Tenorio de Zorrilla, hasta el no tan licencioso pero no menos cínico Bradomín valleinclanesco.

Mikel Gallardo huye de cualquier interpretación teológica del mito ya sea para condenar al libertino al fuego eterno por sus liviandades, como hace Tirso, o para salvarle in extremis de la condenación por intercesión de doña Inés, como hace Zorrilla. Se aleja también de una lectura romántica del mito que llevaría inevitablemente a don Juan a morir joven y de la visión mucho más reflexiva, serena, casi “cartesiana” del Dom Juan de Moliere, aunque en ocasiones, el comportamiento y actitudes de nuestro protagonista, ya viejo y decrépito, revelen el genio incisivo, volteriano, del escritor francés.

El patrón formal y estético del montaje es el de la farsa guiñolesca, con un único intérprete-manipulador ventrílocuo que dialoga con los restantes personajes-muñecos desarticulados. Y aunque la principal fuente de inspiración textual y argumental sea la obra de Zorrilla, cuyos versos más conocidos evoca una y otra vez la mente febril del anciano Tenorio, la ambientación nos retrotrae a una época pretérita, a la rígida disciplina monacal y a la austeridad de un cenobio medieval entre cuyos muros se fragua una oscura venganza, sumiéndonos en una atmósfera lúgubre y truculenta que recuerda el tono entre funeral y admonitorio de las Danzas de la Muerte castellanas.

Bajo la inmutabilidad de las facciones deformes y la mirada vacía de la máscara puede adivinarse la verdadera tragedia de este don Juan: vivir lo suficiente para tener que enfrentarse a su borrascoso pasado. Víctima de un destino ineluctable que gobierna sus actos por encima de su libre albedrío, quien en su juventud se había burlado de todo lo humano y lo divino es ahora burlado por la muerte que le niega el beso definitivo que ponga fin a sus achaques, a su debilidad, a su impotencia; a la decrepitud, en suma, horizonte terrible de la vejez.

Una mirada nueva al mito donjuanesco que potencia, merced al afecto desrrealizador de la utilización de muñecos, la condición de drama fantástico que muchos críticos ha visto en la obra y que proyecta una aguda y sobrecogedora reflexión sobre el misterio de la vida y de la muerte servida con especial maestría e ingenio mediante variados elementos, muchos de ellos rescatados de la teatralidad juglaresca.

Gordon Craig.

Titirimundi en la Abadía.

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