jueves, abril 09, 2009

TEATRO. Drákula. "Un vampiro con dolor de muelas".

Creación colectiva a partir de Drácula, de Bram Stoker.
Con: Jorge Cruz, José Carlos García y Tiago Viegas.
Compañía Do Chapitó. Dirección: John Mowat.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.



Lo real, con sus secuelas de racionalidad, verosimilitud y evidencia empírica, debe ser una carga demasiado pesada para nosotros de ahí que aprovechemos cualquier válvula de escape para zafarnos de su tiranía. El humor, que surge con frecuencia de la asociaciones más disparatadas e inverosímiles es quizá el resquicio que tenemos más a mano para liberarnos de la presión psíquica a la que nos somete la vida diaria, por eso resulta particularmente gratificante asistir a un espectáculo como el que comentamos, de una comicidad desbordante que estimula la carcajada franca, desinhibida y reparadora.

Inspirada en la conocida novela de Bram Stoker, una de la más acabadas formalizaciones literarias de la leyenda del famoso vampiro de Transilvania, la obra de estos consumados cómicos de la compañía do Chapitó tritura literalmente el mito de Drácula convirtiendo la narración originaria en una hilarante parodia de los relatos de terror. El que fuera procurador en ciernes Jonathan Harker, que gestionaba el viaje del conde a Inglaterra en el relato de Stoker, es ahora un famoso médico dentista cuyos servicios reclama la familia Drácula para tratar, curiosamente, una peculiar dolencia dental que atormenta a su vástago. Acompañado de su inseparable esposa Mina, emprende el azaroso periplo que le llevará a la remota región de los Cárpatos y, luego, de vuelta a Londres donde el conde será sometido a una espeluznante operación quirúrgica.

Un mínimo hilo argumental sostiene una trama rocambolesca que, no obstante, por vía de la evocación remite con bastante fidelidad al ambiente de misterio y de exotismo que respira la obra. Lo truculento, lo terrorífico, son rápidamente degradados por vía de la deformación grotesca, y convertidos en ocasión de regocijo y carcajada Y cualquier situación por anodina que parezca, ya sea un trayecto en los destartalados trenes de la época, una jornada en diligencia por los intransitable vericuetos de las montañas, un encontronazo con los estibadores del puerto, o la primera toma de contacto con los burdos y supersticiosos lugareños en una taberna perdida de la inmediaciones del castillo de los Drácula sirve a estos espléndidos actores para explorar los más variados motivos de la comicidad primaria haciendo gala de un inagotable inventario de recursos expresivos, de la voz, y sobre todo, del cuerpo. Y sólo tres actores, en un vertiginoso proceso de trasformación, son capaces desdoblarse, multiplicarse, podríamos decir, con un mínimo cambio de atuendo, o de tocado, o de ademán, para dar vida a la pléyade de personajes que pueblan el relato. Los elementos escenográficos son también mínimos, apenas unas baúles de viaje y un desvencijado ataúd, pero les sirven para transformar permanentemente el espacio, ayudados de una iluminación efectista y de un espléndido espacio sonoro, en el que no falta el chirriar de goznes, el fragor de la tormenta, los lastimeros aullidos de los lobos o el lúgubre tañido de las campanas que anuncia la entrada en el reino de las sombras o la llegada del nuevo día que pone límite al ciclo vital de los protagonistas.

Gordon Craig.

Teatro de la Abadia. Drakula.
Compañía Do Chapitó.

1 comentario:

Unknown dijo...

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Mehta