martes, febrero 17, 2009

TEATRO. Días mejores. "Escombros".

De Richard Dresser.
Con: Ernesto Arias, Irene Escolar, Lino Ferreira, Ana Otero, Tomás Pozzi y Marc Rodríguez.
Dirección: Alex Rigola.
Madrid. Teatro de la Abadía.



La oportunidad de un montaje, es decir, el que exista un cierto grado de adecuación entre la problemática que plantea y las hipotéticas demandas del público al que se dirige proporciona siempre un plus de aceptabilidad, facilita, digamos, su recepción, pero nunca es una absoluta garantía de éxito. Ahora que atravesamos una profunda crisis económica cuyo alcance nadie se atreve a prever y cuando el paro acecha por doquier sumiendo a los sectores más desfavorecidos y vulnerables de la población en la miseria y el desconcierto, cabría esperar que esta historia turbia y descorazonadora de un grupo desempleados de la pequeña localidad de Lowell, Massachussets, luchando desesperadamente por sobrevivir en una situación próxima a la indigencia, conectase automáticamente con los espectadores, y sin embargo nos tememos que esa conexión no se produce en la medida esperada, como si por alguna razón que se nos escapa se cortocicuitase el mecanismo de la identificación.

Y no puede achacarse la responsabilidad a los actores, que por lo general hacen un trabajo meritorio, notable, incluso, por ejemplo, el desesperado vendedor de productos de limpieza a domicilio Phil (Ernesto Arias), la alelada y bonachona camarera de café de barrio Faye (Ana Otero), o el repulsivo, chulesco y esperpéntico mafioso Bill (Tomás Pozzi); ni a la versión de García May, ágil, viva, que recrea por igual, parodiándolas, la jerga anodina y simplona de unos personajes semianalfabetos, la retórica canalla del mundo del hampa o la verborrea del charlatán Phil. No, quizá es la obra misma, la historia que cuenta, la que no resulta demasiado creíble, al constituirse con una mezcla de elementos demasiado heterogéneos y que no siempre se justifican dramáticamente.

Es como si el autor respondiera al apocalipsis con el caos, con el barullo, en un totum revolutum, donde todo vale, desde el frenesí sexual de la obsesa Crystal hasta la presencia extemporánea de recursos del teatro del absurdo -como el orificio en la pared, imposible de suturar o el horno sin fondo en el que se introduce contoneándose impúdicamente la buena de Faye-, por no mencionar el socorrido tópico del pirado que “tiene visiones”, que “ha oído voces” de procedencia misteriosa induciéndole a formar una secta, una “Iglesia de la Divina Garantía” sumando adeptos con cuyo concurso y ayuda poder escapar de la debacle, salir de ese montón de escombros en que se han convertido sus vidas perdida para siempre la perspectiva de futuro que les proporcionaba la seguridad de una jornada continua de ocho horas en un trabajo asalariado.

Divertida a ratos, aburrida otros, sólo el buen hacer de los intérpretes, como ya he dicho, y el recurso permanente a la parodia que a veces logra funcionar dándonos un respiro y facilitando la carcajada, salvan a duras penas este espectáculo, cuyas pretensiones de denuncia de una realidad social tan cruda como delirante son perfectamente legítimas, pero cuya articulación dramatúrgica deja mucho que desear.

Gordon Craig.

Teatro de la Abadía. Días Mejores.

No hay comentarios: