miércoles, enero 21, 2009

TEATRO. Arizona. "El blues de la frontera".

De Juan Carlos Rubio.
Con: Aurora Sánchez y Alberto Delgado.
Dirección: Juan Carlos Rubio.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.



Nunca sabemos lo que somos; tener demasiada certeza sobre lo que somos conduce a la tragedia”. Reproduzco de memoria estas palabras que oía no hace mucho, creo que al profesor Carlos Thiebaut, en una ponencia sobre “Teatro e identidad” (en unas jornadas sobre teatro europeo contemporáneo celebradas en la Universidad Carlos III) porque expresan con meridiana claridad la misma llamada de atención, o si se quiere, la misma señal de alarma ante los adalides del pensamiento único que la advertencia de George a su mujer minutos antes del desenlace de la obra que comentamos. “¡ No todos podemos dudar, Margaret!”, le dice, cuando ella, se permite discrepar de su método expeditivo y brutal de responder ante la supuesta amenaza del enemigo exterior, del inmigrante sureño. Con un rifle en la mano y con el tono entre condescendiente y admonitorio en el que son proferidas, tales palabras revelan la intolerancia del fanático. Y es que eso es lo que es realmente George, un peligroso fanático miembro de la organización “Minute Man” en cuyas filas militan civiles americanos organizados para patrullar juntos la frontera de México y evitar la entrada ilegal de inmigrantes.

Basada en una noticia del periódico sobre las actividades de esta peculiar organización, la obra relata un peculiar wek end de George y su mujer, Margaret, en los confines del desierto de Arizona, en la frontera sur de los Estados Unidos, con la finalidad de defender su país, de servir de dique a la marea de extranjeros, que según la retórica vacua de la organización, quieren penetrar en el suelo de América para “robar nuestras casas, matar a nuestros hijos y violar a nuestras hijas”.

Juan Carlos Rubio, que es también director del montaje, consigue una dosis más que suficiente de verosimilitud para sus personajes y articula un conflicto creíble; esto unido al espléndido trabajo de los actores para mantener a flote la parodia sobre la que se sustenta todo el desarrollo de la acción dramática hace que la obra funcione. Aunque recurriendo en exceso a los tópicos de una América profunda -entre los que no faltan ni el ritual de acción de gracias antes de la merienda ni la tarta de arándanos, por poner sólo un par de ejemplos-, que, a mi juicio, está muy lejos de representar a la abierta, dinámica y multirracial, sociedad americana actual.

Pero eso es harina de otro costal; lo importante, como digo, es la habilidad de los actores para interiorizar la fisonomía del prototipo de matrimonio de clase media baja americana que la pieza retrata y su talento para parodiarlo. Dan así, los intérpretes, la imagen convincente de una pareja de más que mediana edad, sin hijos, ni inquietudes, ni proyecto de futuro, que arrastran una existencia anodina y estéril tejida sobre la reiteración de actos banales acorde con los rígidos roles de hembra sumisa y macho dominante que la sociedad en la que viven asigna a cada uno de los sexos. Alberto Delgado presta a George el aspecto de un inofensivo y saludable granjero de Wyoming cuya expresión y ademanes estudiados nos recuerda vagamente a un jovencísimo Jack Lemon, pero que esconde tras su aparente autocontrol y su talante jovial a un iluminado y a un paranoico. Aurora Sánchez, por su parte es la vulnerable Margaret; condenada por la sacrosanta indisolubilidad del matrimonio a compartir su existencia con George hasta el final de sus días, incapaz de contravenir el más mínimo de sus caprichos o de sus designios, lo que él denomina pomposamente su “misión”, su existencia ha venido a convertirse en un infierno de humillaciones y de mentiras, obligada permanentemente a fingir sus emociones y a ocultar su decepción.

Gordon Craig.

Arizona. Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

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