martes, enero 13, 2009

TEATRO. La taberna fantástica. "Los avatares de un texto legendario".

De Alfonso Sastre.
Con: Antonio de la Torre, Francisco Portillo, Felipe García Vélez, Enric Benavent, Julián Villagrán, Celia Bermejo, Paco Casares, Félix Fernández, Saturnino García, Carlos Marcet, Luis Marín, Paco Torres y Miguel Zúñiga.
Dirección: Gerardo Malla.
Madrid. Teatro Valle-Inclán.



Los avatares sufridos por este texto extraordinario de Alfonso Sastre desde su escritura y publicación hasta su plasmación en espectáculo teatral, constituyen un buen ejemplo de la singularidad de los procesos de transmisión y recepción por el público de los textos teatrales. Toda la obra de Sastre lo es en cierto sentido, pues muchos de sus textos escritos todavía no han visto la luz en un escenario, como por ejemplo su Prólogo patético o Los hombres y sus sombras, mientras que otros como Escuadra hacia la muerte tuvieron que ser retirados de “circulación” de inmediato por presiones gubernativas y otros como la obra que nos ocupa tuvieron que esperar muchos años antes de poder ser recibidos por el público y no sin antes haber sufrido diversas mutilaciones, dando lugar a un montaje que, como el de su estreno en el Círculo de Bellas Artes hace ahora veintitrés años, adultera en buena medida el original -con el beneplácito del autor, en este caso-, pues le priva prácticamente de todo su componente fantástico y convierte a la obra en una manifestación pura y dura del teatro del realismo social con cierto regusto de carácter costumbrista, privándonos de una lectura de mayor calado simbolista.

De estructura compleja (“tragedia compleja” en el sentido que le atribuyó el propio autor) en La taberna fantástica hay una mezcla de realidad y ficción articulada en una duplicidad de planos de la acción dramática que el montaje respeta, con el núcleo central de la trama enmarcado entre un prólogo y un epílogo. En la parte nuclear la obra recrea los antecedentes de los dos personajes principales, Rogelio y “el Carburo”, sus peripecias con la justicia y la vieja ofensa pendiente, y la pelea anunciada que se dilata por el grado de embriaguez de Rogelio y cuyo desenlace no desvelaremos. En el prólogo el “autor” nos adelanta lo que va a ocurrir después (“la historia de una sangrienta pajarraca”). Respecto al final, es un complejo epílogo en ocho momentos, de los cuales, el más significativo es el momento V (la escena suprimida) una fantasía en la que se reproduce la “auténtica” muerte de Rogelio a manos de las fuerzas del orden, clausurándose la obra con la despedida del autor y con el momento VIII, diálogo de “el Badila” y “Caco” bajo el cielo cuajado de estrellas. Llenos de vino y de tristeza, ajenos por azar al desenlace de la tragedia, sueñan en voz alta con lo que ellos, ingenuamente, creen un mundo mejor, al otro lado de los millares de ventanitas iluminadas de la mole de viviendas que tienen frente a sí.

Sastre demuestra conocer perfectamente el universo de marginalidad que le sirve de referencia y la abigarrada fauna de perdedores que lo pueblan: gitanos, traperos, quinquis, asalariados de la más baja condición social alienados y embrutecidos por el alcohol o por la miseria más extrema y lo muestra con un realismo descarnado, convirtiéndose la obra en una ácida crítica de la realidad social y política del momento. Y ello no sólo por el universo que retrata, sino también y sobre todo a través del lenguaje usado por los personajes, que revela el empeño consciente del dramaturgo por superar unos códigos expresivos que pudieran llegar a identificarse con el discurso asociado a la ideología dominante, con la lengua propia del orden establecido; de ahí el empleo de un lenguaje coloquial en el que conviven los giros, modismos, frases hechas, sufijos expresivos, elipsis, etc, con vulgarismos y elementos léxicos propios del argot carcelario, del caló, de la germanía, del lenguaje de los mercheros y de los quinquilleros.

Con las reservas ya indicadas creo que el montaje reproduce con bastante fidelidad la atmósfera de la pieza; y lo dicho vale para la escenografía y ambientación general así como para la interpretación de los actores y su labor de creación de personajes, meritoria, dentro del patrón realista que conviene a la estética de la obra aunque con un resultado menos rotundo, me temo, que el que tuvo el estreno de 1985, cuyo éxito clamoroso no podemos dejar de recordar cuando lo que se ofrece a nuestra consideración es una réplica casi exacta de aquella producción.

Espero que de la comparación no se deduzca un juicio en exceso peyorativo. En fin, quizá todo se reduzca a una cuestión de oportunidad o de “singularidad” de los procesos de transmisión y recepción de las obras de la que hablábamos arriba, y que en el caso de Sastre constituyen una verdadera anomalía.

Gordon Craig.

CDN. La taberna fantástica.

1 comentario:

Ros dijo...

uff lenta y aburrida... eso me ha parecido a mí