viernes, noviembre 30, 2007

TEATRO. Morir pensando matar. "Víbora, torrente y fuego".

De Francisco Rojas Zorrilla.
Versión de Fernando Doménech y Ernesto Caballero.
Con: Javier Mejía, Francisco José Gallego, Lidia Palazuelos, Zulima Memba, José uis. Mosquera, J. A. Olivares, Rubén Nagore, Jorge Mayor, Diana Bernedo y Ruth Argente.
Coro: Esther Acevedo, Diana Bernedo, Marta Calzada, Gloria Sanvicente.
Escenografía: José Luis Raymond
Dirección: Ernesto Caballero.
Madrid. Teatro de la RESAD.



Poco conocida, tildada incluso de comedia por algún crítico de la vieja escuela, esta tragedia de Rojas Zorrilla, de ambiente bárbaro y primitivo, viene a corroborar la enorme pujanza de la dramaturgia barroca y su rica diversidad temática y estructural; y su puesta en escena viene ensanchar los límites a los que hasta hace poco se circunscribía el repertorio de obras clásicas que subía a nuestros escenarios. Por el contrario, el reducido número de espectadores asistentes a la representación atestigua, desgraciadamente, el escaso interés que despiertan en el público actual las manifestaciones de nuestra mejor tradición cultural y que no puede deberse a otra cosa que al menosprecio de los clásicos, y de la Literatura en general, cuyo estudio y conocimiento (¿o sería mejor decir desconocimiento?) en la Educación Secundaria está llegando a unos niveles realmente preocupantes.

Y tengo que apresurarme a decir que esa escasez de público no se debe en modo alguno a la baja calidad del espectáculo. Al contrario, aún siendo una producción modesta, sin los oropeles y la ostentación de los últimos montajes de la CNTC, refleja con bastante fidelidad el espíritu arcaico de la obra, el rudo primitivismo y la violencia de las pasiones desatadas entre los personajes, nobles, damas, soldados o reyes legendarios de costumbres bárbaras pero no por ello carentes de una psicología bien articulada, dotados de inteligencia para maniobrar según su ambición y sus deseos y de determinación para satisfacerlos.

La sobriedad de la escenografía y el vestuario, la iluminación y una sugerente ambientación musical coadyuvan eficazmente a crear la atmósfera de rudeza y el halo de misterio y superstición en que se desarrolla la acción, pero la responsabilidad mayor corresponde al trabajo de los actores y a la labor de dirección, empezando por la atinada adaptación, que despoja el texto originario de sus excrecencias barrocas y atiende a la línea de conflicto principal, a saber, el agravio de Alboino a Rosimunda y el deseo de venganza que a partir de ahí se desencadena, con el consiguiente asesinato alevoso del rey a manos de Leoncio, la intriga contra Flabio y el triunfo final de la revuelta comandada por Albisinda para devolver el honor y la libertad Flabio y desenmascarar a los asesinos.

Los actores resuelven con solvencia su cometido, que incluye a veces su participación en escenas corales, o su reconversión en juglares, bufones o en deidades de una mitología arcaica y desconocida. Destacan a título individual Javier Mejía que da vida al leal caballero y rendido enamorado Flabio; José Luis Mosquera, un ambicioso y fanfarrón Leoncio no tan fiero como se cree cuando tiene que ejecutar su crimen y cuya presencia de ánimo inicial se torna en indecisión y espanto cuando tropieza con el retrato del rey Alboino; su muerte por envenenamiento pone los pelos de punta. Zulima Memba traduce a la joven y apasionada Albisinda, enamorada fiel, hermana amantísisma y enérgica defensora de sus derechos; y, desde luego, Lidia Palazuelos espléndida y llena de recursos en el papel de Rosimunda, émula de la pérfida lady Macbeth, maestra de intrigas y añagazas para satisfacer su sed de venganza tras la ofensa de Alboino, puede ser dulce y seductora pero también desdeñosa y desabrida e implacable develadora de sus enemigos.

Gordon Craig.

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