viernes, febrero 02, 2007

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Las visitas deberían estar prohibidas por el código penal. "El humor inofensivo, tierno y absurdo de Mihura".

Espectáculo sobre textos de Miguel Mihura.
Dramaturgia: Ignacio del Moral y Ernesto Caballero.
Con: Natalia Hernández, Susana Hernández, María Jesús Llorente, David Lorente, Juan A. Lumbreras, Jorge Martín, Nerea Moreno, Carles Moreu, Rosa Savoini, Nathalie Seseña, Juan Carlos Talavera y Pepe Viyuela.
Dirección: Ernesto Caballero.
Madrid. Teatro María Guerrero. 23 de enero de 2007

Cual nuevo rey Midas de la escena, Ernesto Caballero parece tener el don de convertir en teatro todo lo que toca. Y esta vez le ha tocado el turno a Miguel Mihura, que a buen seguro estará dando saltos de alegría allá donde esté, al ver como sus criaturas han tomado de nuevo la escena, con todos los honores, y bajo el todopoderoso patrocinio del mismísimo Centro Dramático Nacional. Y aunque un olvido de años no puede repararse con dos o tres montajes, como los de Pérez Puig y Mara Recatero (con ocasión de la conmemoración del centenario de la muerte del autor), y ahora este de Ernesto Caballero, al menos se repara un tanto el agravio y se facilita a los más jóvenes el acceso a la obra del que fuera uno de los más representativos dramaturgos españoles de posguerra.

Y si con respecto a los montajes de Tres sombreros de copa y Melocotón en almíbar, a los que he aludido arriba, podríamos tener alguna reserva, este que comentamos satisface por entero nuestras expectativas y nos revela el peculiar universo poético de Mihura, intuido apenas -por los profanos- a través de la lectura de sus textos. Un universo que muestra como ingredientes destacados su inconformismo y su beligerancia contra el provincianismo, contra el tópico y contra toda una serie de convenciones sociales como la hipocresía, la pedantería o la vulgaridad que atenazan al individuo y le impiden ser feliz; un universo, que incorpora, asimismo, las armas del autor para combatir tales convenciones: su asombrosa imaginación creadora, la ternura, el lirismo y sobre todo el humor, un humor limpio de intenciones, inofensivo, -como dijera el mismo Mihura-, basado en los diálogos carentes de lógica, en los juegos de palabras y en la asociación de situaciones inverosímiles y absurdas.

Y tal es, en efecto, el principio organizador del material dramático: una concatenación de situaciones delirantes, de escenas a cual más pintorescas, desquiciantes y divertidas, autónomas en apariencia, pero que vienen a ensamblarse magistralmente y a formar un todo coherente mediante el sencillo expediente de reunir a sus protagonistas en una improbable cita con su destino de personajes de ficción; una cita con el autor que habrá de sacarlos del limbo de la indefinición y proporcionarles una identidad. Y hay que aplaudir el espléndido trabajo de dramaturgia y de dirección, la lectura atenta de los textos y el profundo conocimiento de la carpintería teatral que posibilitan el feliz reencuentro con las criaturas de Mihura convertido en un convincente ejercicio pirandeliano que destila una honda reflexión metateatral.

El mérito, empero, de un espectáculo tan sugestivo y grácil -podríamos decir- hay que repartirlo por igual entre el resto de integrantes del equipo. Ikerme Jiménez responsable de un vestuario de época sencillo y funcional, José Luis Raimond que firma una escenografía minimalista y naif iluminada impecablemente por Gómez Cornejo para crear un espacio un tanto irreal, hasta onírico, a veces, pero a la vez sobrio, casi desnudo de elementos que pudieran entorpecer la libertad de movimientos de los actores y restar protagonismo a su presencia física. Ellos son por lo demás, los artífices en última instancia del milagro; enseñorean la escena ora asumiendo el protagonismo coyuntural de un esquetch, de un monólogo, de un número de baile, ora manteniéndose en segundo plano pero respondiendo a los estímulos que provienen del lugar en el que se desarrolla la acción principal. Permanentemente en acción, asumiendo con encomiable disciplina el rol correspondiente al tipo genérico que les ha caído en suerte: “Nuestra señora de los calditos”, una “finolis”, la “lírica”, la “moderna”, el “bombero”, etc., pero a su vez saliéndose de su papel para desdoblarse en otros personajes distintos hasta completar la abigarrada y multiforme fauna de figuras de ficción que poblaron la fecunda imaginación de nuestro dramaturgo. Es como si el teatro, la teatralidad en estado puro, brotara una y otra vez sobre el escenario en forma de diálogos deslumbrantes, frases ingeniosas, poses individuales o cuadros colectivos de una extraordinaria belleza plástica en un alarde permanente de sutileza que hace las delicias del respetable.

Gordon Craig.
24-I-2007.

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