De Alfonso Sastre.
Con: Chete Lera, Zutoia Alarcia, Camilo Rodríguez.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Madrid. Teatro Auditorio Adolfo Marsillach.
El título de la obra que comentamos rememora uno de los más bellos poemas elegiacos compuestos por Poe en memoria de su jovencísima mujer, Virginia, que la tuberculosis le arrebató con apenas 23 años, y cuya pérdida dejó una profunda herida en el alma del poeta. En sí mismo el poema constituye una fatídica premonición del abandono, la profunda tristeza y la desesperación que debieron colmar los últimas y penosas horas de vida de este desdichado escritor.
Como en otras ocasiones (Kant, Miguel Servet) la biografía funciona como referente de la ficción teatral cuyo intenso dramatismo emana en este caso de la concentración temporal. Mediante una hábil mezcla de acontecimientos del presente con recuerdos y con alucinaciones, toda una vida de luces y sombras se hace patente ante nuestros ojos en unos pocos días, el lapso de tiempo que va desde la madrugada del 27 de septiembre de 1849 en que Poe coge el barco cerca de Richmond, Virginia, hasta que lo encuentran en estado calamitoso en las calles de Baltimore, su traslado al hospital Washinton College, su muerte, y su entierro en la más absoluta soledad el 8 de octubre por la mañana. Las horas marcan de manera inapelable este peregrinaje fatídico por calles y tabernas hasta su encuentro último y definitivo con sus recuerdos y con el alcohol que le llevará al deilirium tremens y a la muerte.
La obra se estructura siguiendo un orden lineal en un total de XXI actos breves, que corresponden a otras tantos encuentros de Eddy con sucesivos personajes: Elmira, su novia de juventud que le despide en Richmond, Billy, el empleado de la consigna en la estación, el cantinero, Barbarroja -el marino borracho de la taberna del “Ciprés Rojo”-, el mendigo, Jimmy, que luego resulta se un enfermo escapado de un frenopático, etc. Y a lo largo de esos fugaces encuentros, a la vez que hace avanzar la acción dramática, Sastre se las ingenia para ir aportando datos biográficos de Poe, en la medida justa para que podamos reconstruir aquellos episodios de su vida pasada que son absolutamente necesarios para comprender su situación actual.
Pérez de la Fuente ha sabido entender el intenso dramatismo que la historia encierra, así como la atmósfera de misterio y pesadilla, mezcla inextricable de realidad y alucinación, que envuelve a los personajes y traducirlo a imágenes vívidas de fuerte carga expresionista que se resuelven, a veces, en un ceremonial sacro o demoníaco: el amanecer brumoso en los muelles, el ritual de la bebida y el aire viciado de las tabernas, la cháchara estúpida de los candidatos, el torbellino de la fiesta electoral o el frío glacial de la morgue. Obviamente nada de esta decrepitud, nada de esta desgarradora soledad, nada de ese infinito desamparo se podría transmitir sin el concurso de una espléndida labor de los actores. Zutoia Alarcia y Camilo Rodríguez, que se desdoblan, con varia fortuna, en una multiplicidad de personajes ocasionales, pero sobre todo el protagonista, Chete Lera, en una antológica recreación de un Poe crepuscular y maltrecho que se enfrenta, con las menguadas armas de una débil voluntad y un último resto de dignidad, al designio trágico de una existencia de penalidades sin cuento. El personaje incorpora muchos de los rasgos de la fisonomía del escritor que han recogido sus biógrafos: un aspecto atildado con una larga y sedosa cabellera; su continente apuesto, su palidez, su profunda mirada inquisitiva y su hablar lento y pausado que contrasta con la jerga popular y el hablar atropellado del resto de los personajes. Modula, asimismo, magistralmente, los cambiantes estados de ánimo del personaje, sus escasos momentos esperanzados, los instantes en los que le embarga la emoción de un recuerdo agradable, o aquellos otros en los que le atenaza el dolor físico, en los que le reclaman sus personajes literarios o en los que le torturan sus visiones del horror.
Excepción hecha del montaje de EOLO Teatro, en la temporada 94/95, cuatro años después de ser escrita la obra, y al parecer, en un dominio geográfico muy restringido del País Vasco, esta obra de Sastre no había subido a las tablas, por lo que el de anoche puede considerarse casi un estreno absoluto y, de nuevo, en un teatro de la periferia de Madrid, sin el respaldo institucional que se merece un autor de tan altas cualidades estéticas y de tan insobornable actitud ética. Una ocasión perdida, de nuevo, para mostrar el reconocimiento debido a la destacada trayectoria de nuestro eximio dramaturgo, sin duda uno de los más destacados de la segunda mitad del siglo XX.
Gordon Craig.
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